Dos de septiembre, La Habana. El día se hacía en torno a un poeta: Eliseo Diego, Premio Juan Rulfo 1993. El alto mando de la poesía cubana. Uno de los más lúcidos hombres de las letras hispanas, sin exagerar. O la placidez en persona, exagerando.
Su primer cuaderno de prosas, En las oscuras manos del olvido, lo escribió en 1942, desgarrado por la niñez perdida, por el paraíso extraviado, Cuando era niño —dice— no tenía que escribir, vivía la poesía y nada más.
Es lo cándido por excelencia. La suma de un montón de años entre versos y novelas. En 1946 escribe Divertimentos y, en 1948, En la calzada de Jesús del Monte, su más famoso libro de poemas. Un año antes del triunfo de la Revolución Cubana, publica Por los extraños pueblos y luego, en 1966, El oscuro esplendor, su libro preferido. En 1967, el Muestrario del Mundo o libro de las maravillas de Boloña; en el 70, Versiones, y así cada dos años, un libro.
Es supersticioso y católico. Lento para cautivar con su aire de hechicero y su pipa. Pero es, por sobre todas las cosas, un hombre sencillo que tendrá que convivir, a lo largo del tiempo, con la idea de haber ayudado a vivir a muchos con su poesía.
¿Le gustan los premios a Eliseo Diego?
—Cuando joven era muy frecuente que las botellas de brandy llevaran en la etiqueta una serie de medallitas de oro que hacían mención a los premios obtenidos en las distintas Ferias de Sevilla, París y Bruselas, para demostrar que eran un producto de calidad. Pero el brandy español, la Casa Domecq, no tenía en su etiqueta ninguna medalla sino una frase que decía «esta casa tiene por norma no concurrir con sus productos a ningún concurso«. Era un poco arrogante, porque se suponía que sus productos eran tan buenos que no tenían que presentarlos a ninguna autoridad, pero en fin. Yo hice mía esa frase, no por arrogancia, sino porque no me gustan los concursos, porque no escribo para ganar dinero. A mí solo me interesa poder tener lectores, como decía Juan Rulfo, en nombre de quien me ha sido dado este premio. Pienso que un poema no está completo hasta que alguien lo lee y lo recree y eso es lo que me importa.
Usted completa el trío de los premiados Juan Rulfo…
—Sí. Es un honor para mí pertenecer a esta familia tan ilustre, no sabía que tenía ese vínculo de parentesco, imagínese: Nicanor Parra y Juan José Arreola.
En lo estrictamente literario, ¿qué piensa de Nicanor Parra?
—Entiendo que Nicanor es un poeta en el pleno sentido de la palabra, pero se ha dejado arrastrar un poquito por el ingenio y eso lo ha llevado a fabricar con mucho virtuosismo cosas que para mí no son poesía. Eso no quiere decir que no sea un gran poeta, pero estas cosas ingeniosas no van más allá del deslumbramiento. De todos modos, no me gusta las tallas en la poesía, ni medios, ni grandes, ni pequeños aclaro. Lo justo es llamar a una persona poeta.
¿Usted nunca ha fabricado un poema?
—Puede que en una o dos ocasiones haya incurrido en ese pecado. De todas maneras, si lo he hecho me arrepiento porque entiendo que el deber de un poeta es escribir aquello que necesita escribir.
EI premio Rulfo, entre otras cosas, se le ha dado porque su obra ha alcanzado trascendencia universal a través de lo cotidiano. ¿Cómo se logra eso?
—Eso dijeron, pero no sé. Siempre he escrito sobre la realidad concreta, sobre las cosas mismas que me rodean, las plantas, los animales, un cofrecito, una mesa, las criaturas humanas. Entiendo que no hay nada más fantástico que la realidad, que usted pueda escucharme, que yo pueda hablarle, que pueda traducirlo en imágenes. No hay ciencia ficción capaz de imaginar una situación como esta. No se puede encontrar un robot tan increíble como usted y como yo.
Entonces hablemos de la realidad cotidiana y política de Cuba.
—Bueno, ese es un tema muy interesante para mí. Cuando Cristóbal Colón vio a Cuba por primera vez, dijo: «Es la tierra más hermosa que ojos humanos han visto». Y yo creo que Cuba es la única tierra americana que fue vista por los ojos de un artista y no por los ojos de la codicia. Desde ese momento Cuba ha tenido una relación muy estrecha con la poesía.
El primer texto literario que se escribió en Cuba, en el Siglo XVI, fue Espejo de paciencia, de Silvestre de Balboa. Un poema épico, muy candoroso, muy raro, lleno de símbolos. Porque si se fija, ocurre en Bayamo, ciudad donde se fundó posteriormente la nación cubana: el héroe salvador, es un negro y el pirata que secuestra al obispo de Bayamo, se llama Gilberto Girón, que es el nombre de la playa donde desembarcaron los contrarrevolucionarios en 1961 y que luego los americanos llamaron Bahía de Cochinos, por razones que ellos conocerán. Después tenemos a los mejores poetas del Siglo XIX español, Rosalía de Castro y Gustavo Adolfo Bécquer que eran cubanos, porque Cuba todavía pertenecía a España, y tenemos también al campesino cubano, que cultiva una de las formas poéticas más difíciles de la América española, que es la décima.
La realidad es hoy una especie de poema surrealista, donde figuran todos los signos de una revolución en crisis. ¿Cómo recoge usted estos signos?
— En estos momentos siento una gran tristeza porque veo en peligro las cosas tan lindas que hemos logrado con la Revolución Cubana. Pero pienso que un poeta tiene el deber de escribir solo aquello que está dentro de sus necesidades como creador. Por eso no he fabricado poemas de tema revolucionario o social. Porque un buen poema revolucionario tiene que empezar por ser un poema de veras. Nicolás Guillén tenía ese don. «No sé por qué piensas tú, soldado, que te odio yo, si somos la misma cosa, tú y yo, yo y tú…». Eso es un buen poema que llega y te toca. Yo pienso que un buen poema de amor es un poema revolucionario porque te hace mejor y todo lo que hace mejor a alguien es revolucionario.
Si tuviera que aventurar una definición de poesía, ¿cuál sería?
—En eso yo no tengo ideas definidas. En 1989 escribí un librito que se llama Libro de quizás y de quién sabe porque a estas horas yo no sé qué es poesía y qué no lo es. Ha habido poetas muy grandes que estaban muy seguros de que poesía era lo que ellos hacían. Juan Ramón Jiménez y Pablo Neruda pensaban lo mismo de su poesía y cada uno era un poetazo. Y me parece absurdo, porque la poesía es legible por la sorpresa, porque uno no sabe nunca cuándo va a salir.
¿Por qué dice usted que los géneros literarios no existen?
—Porque los géneros son formas distintas de expresar la poesía. La Poesía, con mayúscula, viene siendo como el núcleo del género y la poesía con minúscula es un género. Con mayúscula busca la forma de expresarse que más le conviene, poema, novela, cuento. Por ejemplo, El otoño del patriarca, de García Márquez es un gran cuento, un largo poema épico, y así como Gabriel es un poeta que se expresa a través de una novela, Rulfo es otro poeta y Faulkner también.
Usted tiene un poema que se llama «Oda a la joven luz», que dice… «en mi país la luz es mucho más que el tiempo, se demora con extraña delicia en los contornos militares…». ¿A qué se refiere con eso?
—Para mí el tiempo ha sido una obsesión. Yo creo que la luz que nos ilumina ahora, es más importante que el tiempo que está pasando. La luz es más que el tiempo, es la belleza, la vida, la alegría y eso perdura más que el paso de las cosas. En cuanto a los contornos militares de todo, figúrese, uno escribe estas cosas y no sabe bien cómo. Probablemente yo pensaba en los campos de Cuba, porque entre unos y otros hay una cerca de piedra que se usaba como trinchera en la guerra contra España, que tenían un aspecto militar, pero militar contra el tiempo, militar contra el olvido.
¿Qué significa Lezama Lima para usted, aparte de ser una lectura clave en su adolescencia?
—Ante todo fue un gran amigo, uno de los dos genios que yo admiraba. Un hombre con una visión muy amplia de la poesía. Cuando empecé a escribir no me atrevía a llevarle mis poemas porque me parecía que eran muy distintos a los de él. Pero me decidí y, para sorpresa mía, los acogió con entusiasmo, como si fueran algo suyo. Yo siempre he sido muy lento para hacer mis libros y este libro primero En la Calzada de Jesús del Monte demoró mucho. Un día Lezama me llamó y me dijo, con su manera peculiar de hablar por el asma: «Eliseo, si usted no acaba de publicar, me veré obligado a hacerlo bajo mi propio nombre”. Era un elogio muy grande. Lezama era un genio y siempre supo que era así. Desde joven era de una arrogancia enorme, porque sabía quién era don Luis de Góngora y los demás no. Entonces su arrogancia socavaba en la mediocridad que lo rodeaba.
Usted ha dicho que el mayor gozo de la poesía está reservado para hombres de buen corazón y no para los escribas. ¿Acaso no es usted uno de esos hombres?
—No sé, yo soy un pobre diablo que tiene muchos defectos. No me puedo resistir a la belleza de la mujer. En la Edad Media me hubiesen quemado por hereje.
Hubiese sido una muerte bastante incómoda ¿quizás por eso tiene una especial relación con la religión, no?
—En el siglo pasado se inventaron unos aparatitos donde se veían las dimensiones de la realidad y una tía abuela mía tenía uno con un horizonte de la luna… No hay nada más muerto que el paisaje de la luna, le diré. Es lo muerto por excelencia y ahí, en ese horizonte estaba como naciendo la tierra llena, la luna llena de verdad, estaba emergiendo la tierra como una esfera de color verde azulado, pero con cara trémula, como una evidencia irrefutable que aquella esfera era una criatura viviente, como lo es. Entonces uno se pone a pensar: este planeta está exactamente a la distancia del sol que permite que haya vida, tiene las dimensiones precisas para que haya una atmósfera. Mercurio está demasiado cerca, Venus también, la tierra está en la precisa distancia para que el calor propicie la vida. Entonces, yo me pregunto ¿es por azar que la tierra está precisamente en este sitio o es que hay una inteligencia que decidió? Si es por azar, yo le haría un templo al azar. Y no uso la palabra Dios porque está contaminada en muchos sentidos, a veces idiota. Sinceramente creo que el sentimiento religioso es parte del ser humano.
Usted tiene un aire supersticioso que obliga a indagar sobre sus sospechas para finales de siglo.
—Cada vez que se termina un siglo hay mucho miedo: en la Edad Media pensaban que cuando llegara el mil se acababa el mundo. Ahora en el dos mil hay cierto temor, por la polución, por la destrucción de la tierra, como si el hombre estuviera asesinando a su propia madre. Pero bien, yo siempre he tenido confianza en el ser humano porque es capaz de darnos muchas sorpresas. ¡Quién sabe! A lo mejor es capaz de hacer poesía solamente con versos y no con acciones.
Cuando publiquen su «Obras completas», ¿por dónde debemos empezar?
—Quizás por el primer libro que yo escribí A los muchachos y a las muchachas, que es el que más gusta a los jóvenes. Lo que pasa es que yo soy un joven a quien algún sabio encantador, como decía Don Quijote de La Mancha, ha convertido, no en sapo, sino en un viejo y los muchachos intuyen que en el sapo está escondido el joven que escribió el libro.
* * *
Tomado de me quedaría con la poesía
Visitas: 75
Deja un comentario