Exitosa autora de novelas para adolescentes, Janina Pérez De la Iglesia es una gran desconocida para el público cubano, ya que comenzó a escribir y publicar después de dejar la isla. Sus libros constituyen material de estudio en muchos colegios de Colombia y República Dominicana y los adolescentes suelen escribirle a la autora, preguntando por determinada situación o personaje.
En Cuba, donde nació en 1969, no se ha editado ningún texto suyo, ni han aparecido reseñas críticas, por lo que esta entrevista quiere convertirse en carta de presentación de una mujer preocupada por el entorno del adolescente, por la defensa de los animales. Una médica que nunca pensó en una carrera literaria, pero que reúne el talento y el buen decir suficientes para que la prestigiosa Fundación Cuatro Gatos recomendara uno de sus libros. Sin más preámbulo, aprestémonos a conocer a Janina.
—En su adolescencia, usted participó en talleres literarios en su natal Guantánamo, sin embargo, la experiencia parece no haberle dejado demasiadas huellas, si tenemos en cuenta que no empieza a publicar sino a los treinta años, pero, de cualquier modo, me gustaría que compartiera sus recuerdos de aquellos encuentros, los temas que se tocaban allí y las lecturas que comentaba con sus compañeros la joven Janina.
En realidad mi paso por los talleres literarios no tenía un objetivo definido, solo me gustaba estar en ellos, me sentía feliz en ese ambiente, pero no buscaba un resultado. Participé en el taller de la Biblioteca Municipal y en el de mi escuela, pero no los tomé como una formación con vistas a un futuro. Más que por mi interés en escribir, estaba allí porque me fascinaba leer. Sí es cierto que componía poemas muy sencillos y también escribía historias. La primera novela que escribí terminó en el capítulo tres, cuando el profesor de Química confiscó el cuaderno donde yo la escribía, porque las chicas la estaban leyendo en su clase. Obvio, era una historia de amor. Pero lo que en verdad me apasionaba eran los libros. Mi papá me los compraba cada quincena, cuando recibía su salario. Llegué a tener dos libreros en casa, solo míos, mi abuelo me los hizo. Además, leí todos los libros de la sala infantil y juvenil de la biblioteca Policarpo Pineda. Allí teníamos un grupo bien interesante, escribíamos y competíamos entre nosotros. En aquel entonces leíamos muchos libros de aventuras. La escritora inglesa Enid Blyton nos encantaba con sus sagas, también Julio Verne, Emilio Salgari. No éramos de leer cosas románticas, siempre buscábamos libros de misterio, o ciencia ficción, debatíamos los inventos de Isaac Asimov, su viabilidad, pero jamás pensé que aquello podría formar parte, en un futuro, de mi historia de vida.
—En 1986 se gradúa de Medicina. ¿Cuáles eran sus perspectivas y sueños por entonces?
Siempre estuve enfocada en el área de la salud. Era lo que había estudiado. De haber seguido viviendo en Cuba tal vez se hubiese cumplido mi sueño de ese entonces: quería estudiar la especialidad de Neonatología. O tal vez hubiese seguido el camino de muchos compañeros que partieron a cumplir misión médica en el extranjero.
—¿Cómo llega a establecerse en República Dominicana?
Salí para República Dominicana en abril del año 2000 por una reclamación familiar. Viajé sin mis dos hijos. La visa no los cubría y yo debía llegar y reclamarlos. Ese proceso duró año y medio. En ese tiempo sin ellos escribí un libro, realmente el primero en toda regla. Es la historia de un circo y su payaso. Jamás lo he publicado y no creo que lo haga. Lo escribí para Angélica, mi hija. Cuando ella llegó a Dominicana tenía solo 3 años y medio, y yo se lo leía todas las noches. Aún lo recordamos las dos.
—El disfraz, su primera novela para adolescentes, ha despertado diversas opiniones entre los lectores de las que hablaremos más adelante, porque primero quiero saber cómo surge esta historia que habla de reafirmación personal en esa etapa de la vida tan llena de dudas.
El disfraz es en gran parte la historia de mi adolescencia. Muchas veces fui vista como extraña, distinta, siempre leyendo, a veces no encajaba en los grupos y, al parecer, necesitaba exponer ese pasado con el cual ya me había reconciliado, pero que podía ser la realidad de otros adolescentes. Cuando empecé a escribir El disfraz aún mis hijos estaban en Cuba, tenía tiempo libre y los extrañaba. Al igual que los talleres literarios, este fue un libro sin propósito definido en cuanto a un destinatario final. Casi puedo decir que lo escribí para mí. Disfruté hacerlo porque no sentía presión alguna, no estaba preocupada por publicarlo, más bien dejé que fluyera la historia y por eso es un libro bastante tierno, o al menos, eso me parece. Las dudas de Otelo, el protagonista, eran las mías de adolescente, su modo de ver el mundo era el mío, sus preguntas eran mis preguntas de aquellos tiempos.
—¿Cómo decide enviar su texto a un concurso literario en 2003? ¿Qué pasa tras ganar el Accésit del Premio Norma Fundalectura?
Al terminar de escribir, me di cuenta de que tenía una novela concluida y eso me gustó. Entonces surgió la pregunta: ¿qué hacer con ella? Mi desconocimiento de las editoriales, escritores, agentes literarios y todo lo demás era absoluto. Yo siempre leía la sección de culturales del Listín Diario, el periódico de mayor tirada en República Dominicana. Estaba dirigida por Luis Beiro, escritor cubano, y traía su e-mail al final de los artículos. Le escribí y me respondió muy interesado. En ese entonces, él me puso en contacto con un escritor dominicano, Pedro Antonio Valdez, y me hizo la sugerencia de enviar el libro a un concurso. Simplemente entré a una página web y busqué el concurso cuya convocatoria estuviese más cerca de vencer y que se ajustase a mi libro. Lo envié al premio Norma y empecé a escribir mi segundo libro, olvidándome por completo del primero. Fue una gran sorpresa cuando me llamaron desde Colombia para felicitarme. Necesité más de un día para creérmelo del todo.
—Antes refería la diversidad de opiniones con las que los lectores acogieron El disfraz. A continuación recogemos algunos de ellas. Según Florencia: «Cuando leí este libro, varios años atrás, pensaba que era el mejor de todos». En tanto, Juliana apunta que El disfraz es: «La típica historia del niño que le hacen bullying, sin contar que el final de libro es muy simple y fuera de contexto. Desde mi punto de vista este libro es un poco machista ya que trata o habla de las mujeres como si fueran un objeto como un premio o algo por el estilo». ¿Qué puede decir Janina ante esta disparidad de criterios?
Es perfecto. Estos chicos leyeron el libro hasta el final y expresaron su criterio. Cada lectura debe removerte, no importa si hacia un lado o hacia el otro. Yo no soy quien ve a las mujeres como un objeto, es la sociedad, yo sólo expongo el tema, soy un canal, un conducto. Cuando escribes, lo haces desde tu historia de vida, cuando lees, y juzgas lo que lees, también.
—El tema del bullying ha sido recurrente en su literatura, ¿alguna razón especial?
Sí, por supuesto. Fui bastante diferente de los otros. Por más de un motivo. Usaba un aparato ortopédico para corregir mi columna, llevaba lentes y pasaba el tiempo leyendo. Sé lo que es el acoso escolar porque lo viví. Ahora comprendo que fue una etapa necesaria y me hizo lo que hoy soy, pero de adolescente no le hallas sentido a las experiencias adversas. El acoso escolar es una situación que se ha venido tratando con demasiados paños tibios por los colegios y las autoridades. Creo que las leyes deben endurecerse. Por un lado están los que consideran que los matones son chicos también, y no deben ser juzgados. Por el otro, hay familias destruídas porque un hijo se suicidó, víctima del acoso físico o psicológico. La escuela debería ser un lugar seguro para nuestros niños, y muchas no lo son.
—El disfraz ha tenido varias ediciones, ¿ha hecho usted algún cambio al original? ¿Le preocupa que siga siendo su libro más conocido?
No, al original no. Sí ha tenido tres cambios de portada. Y no me preocupa que sea mi libro más conocido. Nunca pienso en los libros que ya escribí, no sé si eso es bueno o malo, pero me sucede. A veces los chicos me escriben preguntando por alguna situación, o personaje de los libros, y de verdad que tengo que hacer un esfuerzo de memoria.
—Me ha dicho que después de enviar su primer libro a concurso comenzó a escribir el segundo. ¿Tenía en mente iniciar una carrera literaria o fue el éxito de El disfraz lo que la motiva a pensar en ello?
En realidad no he tenido jamás un plan en mente, todo ha fluído. Y creo que es mejor así. Solo me gusta escribir, pero no me obsesiono con los resultados. El disfraz me abrió las puertas a las editoriales y es algo que agradezco siempre. Un libro no es solo el resultado de quien lo escribe.
—Hemos hablado mucho de El disfraz, pero me gustaría que también lo hiciéramos de otros textos como Oro salvaje, Hormiga con corbata, Quince tontos para Melissa y Un ángel en el cuarto de huéspedes. ¿Cómo nacen los protagonistas de estas historias?
Oro salvaje es una historia que trascurre en California, en la época de la fiebre del oro. Quería escribir al estilo de libros que leí en mi infancia y recordaba con cariño, sobre todo El último de los mohicanos. Recopilé mucha información sobre los indios americanos, sus costumbres, leyendas, y escribí el libro de golpe, sin detenerme, más bien era como contar una historia cada noche, como irla tejiendo. Demoré apenas dos meses en terminarlo.
Un ángel en el cuarto de huéspedes lo escribí porque mi hija, ya adolescente, me pedía que escribiese una historia sobre ángeles. Yo desconocía por completo el tema, y de nuevo me vi buscando información, esta vez sobre los «reinos celestiales», algo muy raro para mí. Entonces se me ocurrió traer al ángel a nuestra realidad, y hacerlo caer en una familia más bien disfuncional, Malú es una adolescente muy rebelde, y su ángel se ve en aprietos más de una vez para salvarla.
Hormiga con corbata fue un proyecto que surgió de mis encuentros con los chicos. Fui a una presentación en Girón, un pueblito de Santander, Colombia, perdido entre las montañas y quedé impresionada. Allí parecía que el tiempo se hubiese detenido, y la imprudencia y el apuro de la vida moderna jamás hubieran llegado. Me pregunté qué sucedería si, por cosas del destino, un adolescente de la gran ciudad se viese obligado a vivir en un lugar de estos, tan distinto de su realidad. Y esta es la historia de Nicolás, que de repente se ve sin sus juguetes favoritos: nintendo, celular, y encima llega a vivir con un abuelo bastante especial, que ha creado un equipo con el que envía señales al espacio.
Quince tontos para Melissa fue otra historia divertida. El tema me llegó viendo el inmenso dolor de cabeza que causa en los padres la fiesta de 15 años de sus hijas. Es algo increíble y muchas veces termina en desastre. Tomé este tema y lo mezclé con el impacto de las redes sociales, así que Melissa es una chica que va a cumplir 15 años, y decide hacer un concurso entre sus compañeros de aula para decidir quién será su pareja de baile, sin imaginar que todo eso se saldrá de control cuando el concurso llegue a las redes sociales. En ocasiones no comprendemos que el apego a las redes nos está robando un pedazo de nuestra vida bastante importante.
—Tanto en El disfraz, como en libros posteriores (Hormiga con corbata, o Quince tontos para Melissa, por ejemplo), regresa a reflejar los problemas del universo adolescente. ¿No ha sentido usted interés por acercar su creación a otros grupos etarios?
—Pasé cuatro años investigando la vida de Dulce María Loynaz. Visité su casa en La Habana, leí lo más que pude sobre su vida, sus cartas, sus libros, hurgué como una hormiga y recogí todo en una novela. Por supuesto que es una biografía novelada, creo que así se le llama, pero sí respeta toda la línea cronológica de su vida y la de su familia. Más bien fue un viaje por la historia de Cuba, sus etapas, porque la vida de ella fue bastante larga y me lo permitió. Es lo único que he trabajado para adultos. Me gusta escribir para adolescentes.
—Ha contado sus motivaciones para escribir algunos de sus libros y me pregunto si, más allá de los referentes puntuales que menciona, hay otros que inspiran a Janina?
—No busco temas para escribir, no me pongo condiciones. La inspiración es algo raro. Suele llegar cuando menos lo esperas, como en estos casos que usted menciona, pero debes tener esa chispa, esa intuición que te dice que tomes la punta del hilo, que tires de él porque del otro lado existe ya una historia. Lo siguiente es ponerle mucho amor a lo que escribes (es como cocinar), sobre todo al principio. En las diez, doce paginas iniciales, ya sabes si la receta cuaja, o no. Al menos así funciona para mí.
—En el 2019 publica Rober Pe y la pandilla azul que cuenta la historia de un viejo león. Ya antes había hablado usted del maltrato animal al referirse a los delfines. ¿Qué impulsa a Janina a tocar este tema? ¿Vivencia personales, historias que ha visto y/o escuchado, las peticiones de sus lectores adolescentes?
—Los animales siempre me han gustado. El tema de los delfines lo tomé de un artículo que leí en un periódico. La fundación para el desarrollo de especies marinas en República Dominicana, Fundemar, denunciaba la captura de seis delfines en una reserva natural protegida. Los animales fueron llevados a un delfinario reconocido internacionalmente, en el este de República Dominicana. Me sorprendió el cinismo con que actuaron los dueños de este delfinario, y, más aún la ineficacia de las autoridades. Era como si todos estuviesen de acuerdo y el asunto jamás llegó a una sala penal. Entonces comencé a investigar sobre el trato que dan a estos animales marinos en los centros de recreación, no solo delfines, también focas, tiburones, los tigres en los circos, las crías que nacen en los zoológicos en condiciones antinaturales, los criaderos de perros o gatos de raza para ser vendidos. Cualquier animal que sacas de su hábitat para ser exhibido, vendido o explotado es un acto de inhumanidad.
La historia de Rober Pe estuvo muy relacionada con mi infancia en Guantánamo. Yo vivía a solo una calle del mal llamado parque zoológico y, digo mal llamado porque aquello en verdad era una cárcel maloliente de jaulas estrechas y sin condiciones, aunque ninguna jaula tiene las condiciones de vida que un animal necesita, pienso. Allí había un león y a mí, de niña. me gustaba ir a contemplarlo. En las madrugadas lo escuchaba rugir y pensaba que sería horrible si alguna vez escapaba. Ahora pienso que es horrible que no escapase jamás. De ahí surgió la historia de Rober Pe, el viejo león de un zoo que es condenado a la eutanasia y un grupo de niños decide rescatarlo. Es una historia con mucho humor, porque a veces el horror y el humor se dan la mano. En el aire queda flotando la pregunta: ¿seremos capaces alguna vez de deshacernos de todo lo viejo, de todo lo que consideramos un lastre, incluidos nosotros mismos como raza?
—Usted ha publicado con Norma, Santillana, editoriales muy reconocidas, ¿cómo determina a cuál de ellas enviar sus libros?
—A veces ni se. Los envío y ellos deciden. A veces son ellos los que me preguntan si deseo incluir un libro en sus catálogos.
—Si bien los criterios sobre sus libros pueden diferir, todos coinciden en calificar sus historias como entretenidas, divertidas, con gran sentido del humor. ¿Qué otros valores quisiera que encontrasen los lectores?
—No, valores no. Desde el momento en que intentas inculcar valores los chicos lo notan. Por eso me gusta trabajar tanto con los antihéroes, y el humor. Solo así ellos se identifican con la historia, y yo, al escribirla, también. Lo otro sería ego de escritor, creer que estás transmitiendo un mensaje, un consejo, un valor moral. Cada quien es libre de pensar por sí mismo, los chicos también.
—Ha ofrecido conferencias y charlas en distintos espacios. ¿Cuánto significa para usted como escritora hablar de sus libros e interactuar con los lectores?
—Esta es la porción de mi vida de escritora más hermosa. Interactuar con los chicos es increíble. Son muy libres para opinar, muy sinceros. No son encuentros aburridos donde yo hablo sobre «mis libros». Me han pasado cosas inimaginables en esos encuentros, desde llegar a la habitación del hotel con regalos, dibujos, dulces típicos, hasta entrar a un teatro con 300 chicos y darme cuenta que la profesora, por error, los puso a leer un libro de otro autor, y no el mío. Los chicos tienen mucha imaginación, muchas ganas de trasmitir lo que sienten, hacen teatro con las historias, poemas, una vez escribieron una canción para Malú, la protagonista de Un ángel en el cuarto de huéspedes, y la tocaron en la plaza de la escuela. Creo que por eso escribo para ellos. Tal vez escribiendo para adultos no sabría definir si en verdad el libro les ha gustado, o se están aburriendo y no lo dicen.
—Pese a que uno de sus textos ha sido especialmente recomendado por la prestigiosa Fundación Cuatro Gatos y haber sido publicada por editoriales de mucho prestigio, en Cuba su obra es prácticamente desconocida y no se ha publicado ningún texto suyo siquiera en antologías. ¿Cree que esta entrevista pueda revertir la situación? En un hipotético encuentro con lectores cubanos, ¿cómo se presentaría Janina?
—No sabría qué decirle. No sé si sea una situación como tal. Tal vez no me conocen porque todo lo que he escrito ha sido fuera de Cuba. Y me presentaría como lo que soy, y respondería lo mismo que le estoy respondiendo a usted. Me gusta el rumbo que fue tomando mi vida, me gusta escribir, me sigue gustando, más que nada en el mundo, leer. Más que darme a conocer por entrevistas o invitaciones a eventos me gustaría publicar para los niños y adolescentes de Cuba. Ya lo intenté una vez y finalmente no se dio la autorización para que el libro viera la luz, pero confío en que alguna vez sucederá. Lo presiento. El único modo de presentación que tiene un escritor es su obra.
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