Premio Casa de las Américas, prolífica, capaz de dominar todos los géneros de la Literatura infantil juvenil (LIJ), amante de los animales y defensora acérrima de su cuidado y protección, Mildre Hernández ha convertido su hogar en las afueras de Santa Clara en espacio para que los amigos hablen de la literatura y la vida. De esos autores a quiénes importa mucho el receptor de su obra, hoy conversamos con «la diva de la LIJ cubana», uno de los grandes talentos que ha dado Jatibonico.
Antes de convertirse en uno de los más importantes autores de la LIJ de todos los tiempos, Mark Twain desempeñó las más variadas profesiones. También tú has tenido un amplio recorrido antes de darte a conocer como escritora. ¿Podrías contarnos, así sea someramente, cómo aquella estudiante de politécnico se convierte en una de las autoras de LIJ más reconocidas en nuestro país?
Estudié Contabilidad porque no tenía otra opción. Mi promedio no me alcanzaba para llegar al preuniversitario (no es como ahora, que no hay que esforzarse tanto para obtener una carrera). Mis notas en la secundaria fueron pésimas. Estaba en una etapa difícil de mi vida y ello afectó mi rendimiento. Además, encontraba los estudios muy aburridos, pese a ser una alumna disciplinada y silenciosa. Una vez en el politécnico, las clases de Estadística y Contabilidad me fueron atrapando. Era un mundo diferente para mí, pero con el tiempo, y como casi todo, me fui aburriendo de los números que, a mi entender, no me llevaban a ningún lugar si no iba a tener una empresa propia. No obstante, trabajé en dos o tres lugares de los que fui expulsada por mi «nulo esmero laboral». En el politécnico atendí a muy pocas clases. Me la pasaba escribiendo «poemitas» de amor en las libretas, por lo que mi Tarjeta de conducta (una cartulina beige, parecida a la libreta de abastecimiento) siempre estaba llena de indisciplinas. Leía poco. Mi verdadera vocación por la lectura comenzó cuando me tomé en serio el oficio de escribir. Antes me la pasaba en cosas de adolescentes: fiestas, novios, huidas a los ríos, campismos. Algo de lo que me arrepentí un tiempo, pero luego comprendí que fueron vivencias necesarias, porque tuve una adolescencia/juventud «a tope», lo cual hizo que no violara etapas y que ya luego, con el tiempo, me centrara en lo que verdaderamente quería ser: escritora. También fui actriz en un grupo de teatro para niños, donde hice únicamente el papel de la bruja de Blanca Nieves. E igual me aburrí porque algo en mí me decía que no era lo que deseaba. Entonces me cayó en las manos Alicia en al país de las maravillas. Ya había leído mucha poesía para adultos cubana y foránea, teatro y algunas novelas, entre ellas varias juveniles como las del mismo Mark Twain, Andersen, La isla del tesoro y La cabaña del tío Tom, entre otras. Y cuando terminé de leer Alicia… la reescribí completa en décimas (no sabía lo que era una décima, pero al parecer siempre tuve buen oído). Y un amigo poeta me dijo que mi verdadera vocación era la LIJ. Primero me sentí ofendida. Imagina, había leído a los poetas norteamericanos del siglo XX, a los franceses e ingleses. Quería ser poeta. Entonces escribí otro libro donde jugaba con esos mismos clásicos juveniles, antes mencionados… sobre todo Andersen, e hice mi primer poemario para niños: Vuela una sombra, Premio Eliseo Diego en 1997, si no recuerdo mal. Y desde esa fecha hasta acá no he dejado de escribir para niños y jóvenes.
Hay quiénes aseveran que lo vivido en la infancia tiene un peso decisivo en nuestras vidas adultas. ¿Cuánto de la niña que fuiste ha subsistido en ti y cómo te ayudó a encontrar tu vocación literaria?
Aunque los sicólogos sabrían explicarlo mejor, mi opinión es que sí influye. No completamente, pero sí orienta tu sensibilidad. Era una niña inquieta, siempre haciendo preguntas raras para la época (recuerda que había solo dos canales de tv y los muñes eran rusos); por esas preguntas me llevaron al sicólogo muchas veces. Claro, salía bien en todos los tests que hacían en las consultas, pues trataba de hacerlo lo mejor posible ante los especialistas. Y mostraba la cara de niña más buena y dócil del mundo. Mi infancia fue rodeada de campesinos, de esos que se reunían en familia para hacer cuentos de terror (sobre todo cuando no había luz) y eso me fascinaba. Además, iba a todas las canturías y mi padre era músico de un «combo» del pueblecito. Algo que me hacía sentir orgullosa porque tenía un padre «famoso» (jeje). Por eso puedo decir que, por esa parte, mi infancia fue muy linda. Me encantaban los días de lluvia o de ciclones, porque el sonido del viento me atraía, y porque la familia se unía más. Tuve una infancia feliz, sin embargo, fui una niña un poco triste. Quizás por la rígida crianza de mi madre que me comparaba todo el tiempo con la intachable versión de mi hermana; me castigaba mucho (cinto en mano) y eso me hizo una niña temerosa y a la vez rebelde. No comprendía qué hacía mal. Mi recuerdo más hermoso es cuando volvía de la casa de mis abuelos, después de la telenovela, y mi padre me llevaba sobre su espalda. Y yo, noche por noche, le hacía explicarme por qué la luna tenía esas manchas negras. Y él me contaba la historia de amor entre la luna y el sol (muy machista); por lo que mirar la luna de niña se hizo un hábito para mí.
Algunos autores de LIJ comenzaron escribiendo para sus hijos, otros para el niño que ellos mismos fueron. ¿En quién o quiénes pensaba Mildre cuando decide aventurarse en los caminos de la LIJ?
En lo que creo debe pensar todo escritor: en la historia.
Ya has hablado de Andersen y Mark Twain. ¿Reconoces otros referentes cubanos o extranjeros en los inicios de tu carrera, o estos fueron apareciendo de a poquito?
El escritor cubano que leía con mayor agrado era Onelio Jorge Cardoso. Me parecía un escritor de una limpieza que no tenían sus contemporáneos, además de ser un cuentista nato. Y sus temas eran más universales que los del resto de los escritores de la época y tratados sin ñoñerías. En mi opinión, debió estar, al menos, nominado al Premio Andersen por Cuba. Y foráneos… ya te decía que comencé por Andersen, del cual aún sigo bebiendo, pero igual me agradaba leer a Lygia Bojunga Nunes, Gianni Rodari, Christine Nöstlinger, y Maria Gripe con su inolvidable Papá de noche. La biblioteca de mi pueblo los tenía a todos… ¡Increíble!
¿Qué género te interesa más, la narrativa o la poesía? ¿Sabes desde el primer momento cuál será el que utilices en cada obra?
Por supuesto. Siempre sé que género voy a plantear una vez frente a la PC. Y no sabría decirte cuál prefiero. Me gusta contar historias, porque me sumerjo en un mundo que es solo mío y de mis personajes. La poesía, casi siempre, la hago desde la nostalgia y el dolor…, otras desde lo lúdico. Pero ambos momentos son importantes para mí, como persona… y luego como escritora.
Tus creaciones transitan desde las historias, digamos que más fantásticas, en las que animales y objetos inanimados hablan y comunican sentimientos, a otras de corte más realista. Teniendo en cuenta que en los últimos tiempos los personajes de niños con familias disfuncionales pululan en la LIJ que se escribe en la Isla, ¿crees que la narrativa para niños cubana deba recuperar la fantasía de clásicos como El cochero azul y superar ese afán por volcar en ella los costados más oscuros de nuestra realidad, o consideras posible un equilibrio entre el mundo real y cognoscible para el niño que lee tu cuento y aquel que debe imaginar?
Los temas están ahí, frente a ti, en la cotidianidad. El escritor los toma y hace literatura de ellos. ¿Qué sucede?: que no todos pueden transformar esa realidad en literatura. Para eso se necesitan muchos poquitos. Se necesitan dosis de ternura, sensibilidad, buen manejo escritural y una sicología propia para el lector al que va dirigido el libro. Y, desdichadamente, no siempre sucede así. Algunos escriben con una crudeza que me espanta, y sin rigor de ninguna índole. A los niños se les puede hablar absolutamente de todo, pero se debe hacer con mucho tacto, y con algo de gracia (si se prefiere). Las soluciones a todos los problemas de la infancia no deben ser la muerte, la separación, ni aceptar la desdicha…, aunque esos sean los temas. En mi opinión, debe vislumbrarse «una luz al final del túnel», debe palparse la esperanza, debe existir lo que antaño se nombraba moraleja y, aunque se le han puesto muchos nombres modernos, aún existe para educar al niño y/o adolescente para ser mejor persona, para aceptar las diferencias, para respetar, para cuidar el entorno, para amar… pero jamás desde una historia impuesta, sin gracia y sin sabiduría. Pero, lamentablemente, se publica todo, porque, al parecer, los filtros están muy gastados. Se debe ser más estricto a la hora de aprobar un libro, aunque vaya avalado por un nombre, pues hasta los más «renombrados» cometen crasos errores. Y, por otra parte, no me parece que haya que irse al extremo opuesto: el non sense, atiborrado de ñoñerías e historias huecas, donde el exceso de impuesta ternura borra la verdadera historia. E igual creo que El cochero azul, que en su tiempo tuvo su público y que leí tantas veces (más bien forzada) de niña, hay que superarlo.
Los premios literarios en nuestro país parecen constituir el camino más expedito para publicar tu obra. Tú has tenido la fortuna y el talento necesarios para ganar algunos muy importantes. Más allá del componente económico, ¿qué han representado para ti estos triunfos?
Fortuna y talento… Eso lo has dicho tú. Que quede claro (jijiji). Por desdicha, para que un libro salga en un período «normal», debe ser a través de los premios. De lo contrario, demorarían más de lo que ya demoran. Y claro que esos premios te ayudan en lo económico (yo solo vivo de mis derechos de autor) y además, te hacen más visible ante el público. Y la visibilidad es importante. Mi opinión es que se debería cobrar según las ventas. Eso contribuiría notablemente a mejorar la calidad y/o las temáticas… aunque, bueno, en el mundo hay libros súper ventas de horror. Claro, tenemos otro sistema editorial, que nunca entenderé. No entenderé jamás que un libro que tenga una tirada de 5000 ejemplares se venda en un tiempo asombrosamente breve y no te lo reediten porque hay otros «escritores» que tienen el mismo derecho. Y en la literatura el igualitarismo corroe la eficiencia. Eso lastra, pues hay escritores muy forzados. Pero la permisibilidad ha agobiado nuestra LIJ. Y muchos libros se pasan años en librerías, lo cual es una pérdida considerable de materiales y dinero. Igual digo que muchos de los mejores premios que se han dado en todo el orbe han sido a los libros ya publicados.
En tus textos has tocado temas considerados polémicos. ¿Crees que no deberían existir temas tabúes en la LIJ? ¿Crees que exista un tono, una manera, digamos más adecuada para enfocar estas temáticas?
Polémico es el mundo, el ser humano, la sociedad. No recuerdo si fue Balzac quien dijo algo parecido «el escritor mira al espejo y el espejo refleja el camino». Los temas son solo eso: temas. Los tabúes los tiene el hombre. Lo del tono y la manera más adecuada lo mencioné arriba. Es la forma en que se escriben las cosas; no las cosas en sí. Todo lo que se escribe sin herir, sin satanizar, ni moralizar, y correctamente escrito, está bien.
¿Tienes alguna rutina, algún hábito que te acompañe cuando comienzas a crear?
Con el tiempo los hábitos cambian. Antes lo hacía en las mañanas, sentada frente a mi computadora de mesa. Ahora, si no es acostada, con la laptop apoyada en los muslos, no puedo escribir (creo que me he acomodado mucho). Sigo haciéndolos por las mañanas. Eso de que las noches son para escribir, en mi opinión, no es bueno. Las noches son para dormir, ver el «paquete» y las telenovelas de amor (para llorar con sosiego). Y creo firmemente que ser un escritor a toda hora es fatigoso. Las poses debilitan y no te dejan crear con desenfado y sinceridad. Además, por las tardes el reguetón en mi barrio ya es un himno. Entonces, a esa hora me dedico a las labores domésticas (que tampoco es que me esmere mucho en ellas). Pero siempre le hago caso a un impulso raro que me llega de súbito, que me hace que abra la laptop sin tener ni la más mínima idea de qué voy a hacer una vez abierta. Entonces voy mirando libro por libro y cuando me detengo en uno lo abro y empiezo a escribir. Debo aclarar que escribo dos o tres libros a la vez… para no aburrirme. Y cuando estoy, como desde hace casi un año, sin una gota de concentración, me dedico a revisar, reescribir, enviar a editoriales o leer. La mente es sabia. Ella sabe cuándo es el momento para cada cosa.
En redes sociales siempre te has mostrado preocupada por la defensa de valores, ¿Cómo logras transmitir eso a tus pequeños lectores sin que resulte excesivamente didáctico o aburrido?
Intentando tener el mayor tacto posible. Tratando de ser lo más diáfana y sincera que pueda. Poniendo, tal vez, un matiz lúdico… mas no sé si siempre lo logre.
Pese a vivir en las afueras de Santa Clara, tienes una participación activa en la vida cultural de la ciudad, que ha incluido proyectos con autores noveles con los que compartes tus conocimientos. ¿Cuánto te aporta este contacto? ¿Crees que la nueva hornada pueda seguir tus pasos? ¿Cuán diferentes son las motivaciones de la llamada Generación Cero ante la LIJ?
No sé si «seguir mis pasos» sea lo más adecuado para mis alumnos, o lo que ellos desean. Lo importante es ayudarlos del mejor modo que conozco: inculcándoles las buenas lecturas y haciendo que reescriban sus textos y aprendan a ver sus errores, pues nadie ve sus defectos (ni en la literatura). De ellos siempre aprendo el desenfado y la disciplina que tienen para escribir, porque a veces yo misma lo olvido. Además, cuando les enseño algo, me lo estoy repitiendo a mí misma. Aunque, indudablemente, enseñar (ayudar) agota, más a una generación que no se parece en nada a la mía, donde la escritura era desde la pasión, la sinceridad, la calma. Y no es que ellos no sean sinceros con sus textos, pero les noto una latente prisa por publicar, y un deseo (quizás inconsciente) de pasar del silencio al estrellato en cuestión de semanas. Están ávidos por obtener los premios más importantes del país y del mundo, sin el arduo trabajo de la reescritura que es lento y doloroso. Huyen del dolor que no es otra cosa que el esfuerzo, la dedicación, la reescritura y las lecturas adecuadas según sus géneros y estilos. Esa prisa no les permite ver cuando sus libros no están preparados para concursar o ser publicados. Yo los nombraría generación microondas: rapidez y poco sano. Algunos de los alumnos que he tenido y otros, que no están en mi taller, leen muchos bestseller, y no es que eso sea desfavorable, porque los hay excelentes, pero ignoran que muchos de esos escritores son fabricados para un tipo de público. Son un experimento que tiene detrás un mercado, cuyo único objetivo es vender, sin profundizar mucho en la calidad y/o sicología de los personajes. He visto noticias de jóvenes que pasan a ser un boom en las redes sociales porque ganan dos o tres premios, casi a la vez, y la gente se atreve a dar una opinión crítica sobre la indudable calidad de la obra (inédita), sin detenerse a analizarla, esperar a leer el libro.
Me consta que el niño en tanto destinatario de tu obra te importa mucho, pero lo cierto es que usualmente son los padres quienes adquieren los libros que leerán sus hijos. ¿Influye esta realidad en tu manera de enfocar el texto?
Niños y adultos vivimos en el mismo universo, y las situaciones nos llegan o afectan a todos por igual. La literatura para niños bien escrita va a ser del interés de todos porque es literatura. Y si a los padres les gusta, se los comprarán a sus hijos. Pero yo nunca escribiría para seducir a un lector adulto. Me estaría engañando a mí misma que soy mi primera y más exigente lectora. No digo que no lo haya hecho en mis primeras novelas (ya reescritas), pero lo hice inconscientemente. Muchos escritores escriben desde su yo. Por eso atrapan al adulto… porque le hablan al adulto. Yo le hablo al niño (sobre todo en mis últimas novelas y cuentos) si al adulto le gusta… mejor.
Has podido publicar fuera de Cuba. ¿Cuán difícil resulta para un autor cubano despertar el interés de las grandes editoriales hispanoamericanas?
Mis primeros libros publicados fuera del país fueron por azar. Una editora colombiana tomó uno de ellos de un stand, le gustó y contactó conmigo. Luego me pidió otros y así llegué a tener cuatro libros con esa editorial. Soy de las que cree que los libros se abren (o cierran) solos las puertas. Claro, el tiempo ha pasado y todo no se les puede dejar a ellos. Uno debe abrirse paso enviando a concursos y editoriales. Pero la mayoría de los libros que he publicado fuera del país ha sido porque le han gustado a un editor y/o director; incluso los que están por salir. Solo una editorial a la que envié uno de mis manuscritos, lo aceptó. No debemos olvidar un detalle, hay editoriales que tienen un interés, ya sea religioso, didáctico o de otro tipo, donde obras como la mía (desprejuiciada y atrevida, a mi entender) no tiene espacio. Y muchos países quieren niños autómatas. Tampoco buscaría publicaciones, dinero o digamos «fama», con detracciones o alabanzas políticas, estas últimas, a menudo falsas. No me parece ético. Aunque mi obra para niños es muy crítica, en cuanto a lo social, quisiera que fuera valorada por su calidad. Yo busco con mi obra mejorar mi entorno, y rescatar (o mantener) la espiritualidad en mi público, pero nunca aprovecharme de las circunstancias. Lo primero que debe tener un escritor es respeto por el lugar (país) que le ha distinguido.
Te has mantenido fiel al público infantil, pero también es cierto que cursaste el Taller de Técnicas Narrativas en el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, enfocado en la creación para adultos. ¿Has pensado alguna vez en probarte más allá de la LIJ?
El centro Onelio valora la calidad, sea cual sea el público al que va dirigido el texto narrativo. En cuanto a publicar para adultos, he criticado a los escritores para adultos por escribir libros para niños sin una gota de calidad, porque saben que esa literatura vende y lo hacen para ganarse un «dinerito» (como han dicho frente a mí). Yo no me atrevería a publicar para adultos. Tengo un poemario inédito que algunos poetas me dicen que es bueno, otros que es «distinto» y algunos que es correcto. Y ante disímiles opiniones, lo dejo en la gaveta. Quizás un día lo publique si es del interés de una editorial, aunque algunos poemas sueltos sí han salido en antologías. Algo que no quiero dejar de decir es que si la mayoría de los escritores para adultos no respetan la LIJ, es porque nosotros mismos nos hemos encargado de que eso suceda, premiando y aprobando libros sin calidad. Claro, igual hay mucha poesía y narrativa para adultos sin ella. Pero ya eso es harina de otro costal.
Te ha tocado juzgar textos ajenos. ¿Cómo enfrentas ese trabajo?
Lo hice un tiempo, pero ya me agota mucho. Con mis alumnos es suficiente. Además, soy muy dura. Y conmigo tengo bastante. Cada cual con sus malos y buenos libros, sus merecidos e inmerecidos premios, pues ya, desafortunadamente, un premio no es medidor de calidad. Los libros son los que hablan por sí solos.
La divulgación de la LIJ en Cuba no atraviesa momentos muy felices y más de lo mismo para una crítica que rara vez va más allá de breves comentarios laudatorios. ¿Qué crees que se necesita para revertir esta situación?
Coraje. La crítica en Cuba no existe. Y se debe al miedo. Miedo a criticar a un escritor y buscarte su enemistad. Miedo a que ese escritor tenga «cierto poder» y nunca más publiques. Miedo a juzgar y luego ser juzgado por venganza. Miedo. Miedo. Miedo. Además de que casi nadie acepta ser criticado porque cada cual ve su obra perfecta, trascendente, incorregible. Y no es así. Tampoco vivimos en un país donde una crítica te haga desaparecer el libro o ensalzarlo. Aunque, en mi caso particular, me han halagado mucho. Y claro está que no me gustaría ver hecho polvo uno de mis libros, los halagos (también necesarios) me asustan un poco. Solo creo que la crítica debe ser respetuosa y mostrar razonamientos sensatos. No criticar por herir. Eso es algo que los escritores cubanos debemos aceptar. Aunque uno no se reponga de una crítica desfavorable, el libro sí lo hará, que en este caso es lo más importante. Pero algo sí puedo asegurarte: si existiera la crítica «de verdad» tendríamos más cuidado a la hora de publicar.
¿Tener a tu lado a alguien que también escribe LIJ tiene alguna influencia en tu creación?
¿Has visto la película Durmiendo con el enemigo? (jejeje). Leidy González Amador es una escritora que será una de las mejores del país, por su limpieza escritural envidiable y una ternura y sensibilidad infinitas. Desde que llegó a mi vida escribo mejor. Es la que se encarga de quitarle las 20 o 30 páginas (mínimo) que sobran a mis libros (es que yo soy del campo y hablo mucho). Es excelente correctora de estilo (podría ganarse la vida de esa forma). Y cada libro que pasa por sus manos o es premiado o es publicado. Quizás gracias a las más de 20 páginas que le quitó a mi libro El niño congelado me dieron el premio Casa de las Américas, pues cuando hablé con uno de los miembros del jurado, nada más y nada menos que con Ema Woolf, me dijo que lo que más le había gustado de mi libro fue la brevedad, la palpable sicología de los personajes y la limpieza escritural. Fue Leidy quien me dijo que enviase al Casa que ese era el premio. (Tiene buen ojo). Yo albergaba mis dudas, porque no hablaba del niño cubano y sus catástrofes familiares… algo que Ema igual agradeció pues, en su opinión, había una saturación de temas dolorosos donde la fantasía era invisible. Debo decir públicamente que competimos a capa y espada (soy muy competitiva). Cada vez que una termina un libro, la otra (o sea, yo) se lo envidia y ella también algunos míos. Pero es una competencia y envidia sanas. Nos revisamos la una a la otra y nos hacemos polvo (ella es más dura conmigo, porque yo escribo con más suciedad). Entonces le digo con el orgullo herido: «Pero soy mejor con los títulos». Y ella asiente, porque es cierto y porque algo malo le tengo que decir. En realidad es mi editora. Cuando el libro llega a una editorial ya pasó por sus manos. Igual debo decir que en sus comienzos la llevé muy duro y la ayudé a encaminarse. Fue una de mis alumnas del taller, lo que decidí llevármela a casa (para ayudarla más de cerca). Fui su referente, aunque por muy poco tiempo, pues logró encontrar con rapidez su estilo propio. Ambas nos agradecemos y ayudamos. Sí, ella me ha hecho ser mejor escritora y mejor persona. Me cayó del cielo, como la lluvia cuando el polvo te ha cubierto toda.
PD: Esta entrevista igual pasará por sus manos.
De los millones de libros de LIJ publicados en todo el orbe, ¿cuál quisiera haber escrito Mildre Hernández?
Con las páginas que Mildre Hernández le hubiese quitado (y Leidy más): La historia interminable. Un libro bello, bien escrito, desbordante de fantasía, pero sin dejar de la mano la triste realidad de que la estamos perdiendo.
Si tuvieras que resumir en una palabra estos años de inventarte mundos, ¿cuál sería?
Vida.
Acabas de revisar por última vez tu libro, convencida de que nada más debe modificarse. ¿Qué sientes entonces?
Alegría, dudas, cansancio, alivio. Pero sobre todo… vacío.
Foto tomada de Vanguardia
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He leído la entrevista a Mildre Hernández y me vi reflejada en cada linea de su entrevista… hoy escribo también literatura para niños y jóvenes pero, solo los ha leído la gaveta de mi armario, a partir de hoy voy a buscar ayuda, tal vez sea otra Mildre de las tantas que hay en Cuba.Gracias.