
La esencia del poeta se configura y adquiere consistencia únicamente en la autenticidad de su poesía. De ahí que, en el poeta verdadero el tema poético sea, por sobre todos los otros, la esencia o razón de ser de la poesía misma. Esto suena a excesivamente teórico. Y sin embargo, lo importante que se quiere señalar reside en que, a la postre, todo verdadero poeta tiene que volverse, como por una necesidad orgánica, a los fundamentos y orígenes de su propia poesía. Si la razón que lo impulsa al poema tiene suficiente ímpetu como para crear una poesía genuina, el logro —una poesía verdadera— servirá para. establecer al poeta como un verdadero poeta. Están en juego, como se ve, cosas graves.
Naturalmente el poeta, como todos los hombres, sean cuales fueren sus vocaciones, se encuentra inmerso en su tiempo; en una época histórica específica, cercada por un pasado transmisor de tradiciones y por un futuro solamente abierto para ciertas posibilidades. También el poeta tendrá que buscar el ser propio e inalienable de su poesía en la atmósfera que lo envuelve. Ello implica y exige una toma de posición.
Desde esta perspectiva debe entenderse la entrevista siguiente con Octavio Paz. En los últimos tiempos, este preguntarse por el ser de lo poético se ha convertido en clave de sus preocupaciones. Anuncia un libro sobre la poesía, junto por cierto a otro de poesía. ¿Cómo ubicar su situación, y la de su obra, en el mundo de la poesía contemporánea? Datos para ello se encuentran en el siguiente diálogo, transcurrido en Ginebra, inminente ya el retorno del poeta a su patria, México.
Pregunto: André Breton ha escrito últimamente sobre ti, afirmando que tu poesía ocupa un lugar importante en la historia del movimiento surrealista. Sin embargo, se hace difícil de entender, sobre todo para el que conozca tus obras más recientes, cómo Breton puede tenerte por surrealista. Difícil, en especial, el tenerte por surrealista ortodoxo. ¿Qué piensas de todo esto?
La respuesta: Se ha dicho muchas veces que el surrealismo es uno de los elementos de lo que se llama la sensibilidad moderna. Desde este punto de vista, la mayor parte de los poetas contemporáneos, para restringir el tema a la poesía, son más o menos surrealistas. En lengua española, esto es particularmente aplicable al gran período creador que se inicia hacia 1925 y que termina —coincidencia que es algo más que una coincidencia: verdadera rima histórica— alrededor de 1939; es decir, cuando concluye la guerra civil en España. Mis afinidades con el surrealismo, sin embargo, no se reducen al mero haber sufrido su influencia liberadora. Pues el surrealismo es algo más que una sensibilidad; es una poética. Y, también, algo más que una poética, que una doctrina estética: creo que constituye una cierta actitud vital que, apresuradamente, puede definirse como la última, más completa y violenta tentativa del espíritu poético por encarnar en la historia. En este sentido, el surrealismo, como es sabido por todos, es el heredero directo del romanticismo. Novalis pensaba que la poesía es la religión natural del hombre y la base de la sociedad. Los poetas, dice Shelley, son los verdaderos legisladores del mundo. Para los grandes románticos, como para los surrealistas, la dualidad entre poesía e historia debe desaparecer, en provecho de la primera. Ahora bien, volver a colocar en el centro de la sociedad a la poesía; hacer del espíritu poético el manantial de la comunidad, entraña una verdadera revolución. Así, la creación poética no tiene sólo, por objeto la obra, sea ella poema, cuadro o escultura, sino que se dirige al hombre mismo y a la sociedad toda. Se trata, en suma, de transmutar al hombre y convertirlo en lo que, en el fondo, es él mismo: deseo, imaginación creadora. Esta empresa debe ser de carácter colectivo e impone la noción de un grupo. De ahí que el surrealismo sea obra colectiva y los surrealistas una sociedad dentro de la sociedad. Mas este grupo no pretende separarse del resto de los hombres, sino que, en el interior mismo de la sociedad contemporánea, lucha por diseminar el virus poético y por hacer de la colectividad entera un mundo regido por la imaginación y el deseo. Las tentativas políticas del surrealismo sólo pueden comprenderse cabalmente desde esta perspectiva. Y cualquiera que haya sido el resultado de esas experiencias de acción práctica, nadie puede negar que el surrealismo, hasta cierto punto, ha conseguido parte de sus propósitos. En efecto, si nuestro tiempo posee un «sagrado», esta es, una constelación de imágenes, mitos y obsesiones, un territorio eléctrico en el que los contrarios se funden o se devoran, ese «sagrado» es surrealista y está compuesto de un triángulo incandescente: la libertad, el amor y la poesía. No es necesario añadir que el «sagrado» surrealista, como ha dicho Breton, es extrarreligioso y opuesto por naturaleza a las religiones políticas con que partidos y estados envilecen a los pueblos.
Pero, limitándonos a lo específicamente poético ¿qué piensas de la poética surrealista?
OP: El valor del surrealismo, a mi entender, consistió en reivindicar abiertamente el lugar central de la inspiración en toda creación (poética, científica o filosófica). Cierto, la noción de inspiración de Breton parece demasiado marcada por las doctrinas de Freud. No olvidemos, además, que el surrealismo es una reacción muy violenta contra el positivismo y el racionalismo franceses. De ahí que haya incurrido, según tú mismo me decías hace poco, en una suerte de psicologismo. No creo que Breton actualmente haga suyas muchas de las afirmaciones de la primera época, fundadas en una interpretación puramente psicológica del hombre. Para mí, en todo caso, la inspiración no puede ser reducida, ni en la teoría ni en la práctica, al mero dictado del inconsciente, .ni la creación poética a una especie de estado pasivo.
La pasividad implica y se funda en la actividad. La inspiración es un acto libre: creación. Por tanto, no es una revelación proveniente de una fuerza extraña —Dios, el inconsciente, el pueblo o la masa—, sino la revelación que nosotros mismos nos hacemos. El acto noético es siempre premeditado·; quiere decir: libre, anterior y previo. No es pensamiento discursivo ni automatismo psíquico, sino el acto que hace posible todo pensar y todo imaginar. Estas divergencias —y otras— en nada entibian mi admiración y afecto por hombres como Breton, Péret…
Lo grave, me parece, es que hoy más que una poesía surrealista, lo que domina es una retórica surrealista. ¿Cómo la explicas?
Todo movimiento poético engendra fatalmente un estilo. Pero los estilos mueren para que viva la poesía. No se puede reducir Góngora al gongorismo, ni Darío al modernismo. Hay muchos lugares comunes surrealistas, pictóricos y poéticos. Hay una manera surrealista que no es más que un puro procedimiento mecánico. En cambio, hay estilo, sí —e incluso diría voluntad de estilo—, invención y no procedimiento o repetición, en los versos de George Schéhadé, en la prosa de André Pieyre de Mandiargues o en los relatos de Jules Ferry, para mencionar a tres escritores surrealistas recientes.
Sea esto como fuere, ¿cómo explicas el dictamen de Breton? ¿Hasta dónde te sientes y eres surrealista?
Mi lenguaje me parece bastante alejado del de los surrealistas. No olvidemos que la poesía surrealista ha sido sobre todo poesía en lengua francesa. De una manera u otra, los grandes poetas surrealistas continúan a los grandes creadores del siglo pasado y de principios del nuestro. Nerval, Baudelaire, Rimbaud, Lautréamont, Jarry o Apollinaire reaparecen en las obras de Breton, Eluard, Artaud y los restantes. El poeta de lengua española, en cambio, posee una tradición distinta con respecto a la cual se define. Por ejemplo: a la inversa de lo que ocurre en el resto de Occidente, nuestro romanticismo es pobre. Así, nuestra tradición poética verdadera está en la poesía medieval, en los grandes barrocos y en los modernos americanos y españoles, como Darío, Lugones, Jiménez y Machado. En estas circunstancias, la mera transposición o traducción del lenguaje y de las recetas surrealistas francesas al español constituiría precisamente lo contrario de una creación poética. En suma, la universalidad de la poesía depende, como decía admirablemente Machado, de ser expresión genuina de lo propio. Y para un poeta, lo propio —su único bien y propiedad— es el lenguaje. Un lenguaje que se confunde con su ser mismo. El poeta está en sus palabras; no cabe distinguirlo o separarlo de ellas. Las mías, mis palabras, son. españolas.
En resumen, si bien te entiendo, te atrae del surrealismo su programa esencial y radical. En cuanto a su estética o a sus modalidades vigentes…
El surrealismo, sin duda, ha dado grandes poetas. Pero lo que me conmueve e interesa, por sobre todo, es el movimiento en sí: su carácter de aventura espiritual colectiva; su desesperada tentativa. por encarnar en los tiempos y hacer de la poesía el alimento propio de la sociedad; su afirmación del deseo y del amor; el continuo proyectarse de la imaginación. ¿No te parece que, en cuanto tentativa de radicalizar la creación poética, el surrealismo corre paralelo con la metafísica de la libertad de un Heidegger, por ejemplo? Habría que meditar, como punto de partida de semejante confrontación, el sentido de las palabras, «imaginación» y «proyección», entre otras.
Sin embargo… La compatibilidad, aunque perceptible apenas se indague un poco en profundidad, parece difícil, sobre todo si tenemos presentes los presupuestos filosóficos del surrealismo en su primera época. ¿Cómo te explicas esa síntesis que apuntas?
No se trataría, en puridad, de una síntesis, sino de una coincidencia en ciertos puntos; fundamentales —cualquiera que haya sido el lugar de partida y la diversidad de las respuestas finales. En nuestro tiempo, más que nunca, necesitamos a una de la creación poética y de la reflexión filosófica iluminándose recíprocamente. Como a principios del Romanticismo: Hölderlin, amigo de Hegel; Novalis … ¿y qué mayor prueba de esta necesidad que la meditación de Heidegger al hilo de la poesía de Hölderlin, de Mörike, de Rilke o de Trakl? O, para ir hasta los orígenes, el pensamiento, poesía y filosofía al mismo tiempo, de los presocráticos.
Y para terminar, una última pregunta: ¿pronto estarás en México? Hace mucho que saliste…
Dentro de poco estaré allí e imaginarás mi emoción. Creo que México es uno de los lugares inmantados del mundo. Y, por favor, no veas en esta afirmación nada que huela a nacionalismo, verdadera gangrena moderna. México, quizás, sea uno de los sitios donde pueda cobrar realidad el mito poético del Encuentro. En otro plano, diverso del poético, pero correspondiente, me parece que en México existe la posibilidad del libre diálogo. Hay muchas voces puras, solitarias e independientes, que podrían encontrarse en mi país y reanudar un diálogo. Pienso en espíritus como Breton y Camus, por ejemplo; a quienes admiro y quiero. Pienso en poetas como Borges, Cernuda, Guillén, etc. En una tierra libre pueden concertarse y oírse muchas voces libres, cualquiera que sea su origen y lengua.
Ginebra, verano de 1953.
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Tomado de Revista de la Universidad de México
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