En estos días revisando viejos papeles —que no son lo mismo que papeles viejos—, encontré varias cartas de Roberto Fernández Retamar y, entre ellas, sus respuestas a un cuestionario sobre José Martí que pensé publicar en La Gaceta de Cuba y que, no sé por qué circunstancias, no llegó a aparecer.
Yo le envié las preguntas y el autor de Poesía reunida las respondió por escrito. El mecanuscrito con sus respuestas tiene algunas tachaduras —muy pocas— hechas por el poeta, y palabras que introdujo a mano en el cuerpo de las respuestas. Son dos cuartillas, de las que llamábamos «de carta», con el texto bien apretado, de margen a margen, apenas sin espacios en blanco. Al pie, junto a su firma inconfundible, puso, de su puño y letra, la fecha: 6 de enero de 1972. De manera que hablamos de una entrevista que tiene casi ya 52 años y, sin perder su vigencia, tiene el indudable sabor de la época en que fue escrita.
Su maravillosa integridad
¿Qué ve su generación en Martí? ¿De qué manera influye Martí en su generación?
Responderé conjuntamente estas dos preguntas, porque no me es fácil hacerlo de otro modo. Por otra parte, como ya he dicho más de una vez, sin pretender negar la existencia de las «generaciones», no creo que se deba exagerar su importancia a los efectos de articular la historia, relegando a un segundo plano otros elementos como la perspectiva clasista o las tareas (supra generacionales) que propone la época. Hoy por hoy —pues la pregunta está en un feliz presente—, los revolucionarios de distintas generaciones seguramente vemos en Martí valores muy otros que los que pretenden ver en él los no revolucionarios –no digamos los contrarrevolucionarios abiertos—, sean de la generación que sean. Un hombre con una perspectiva ideológica contraria a la nuestra, aunque cronológicamente sea de mi propia generación, no podrá ver en Martí lo que yo veo, por supuesto. En cambio, me siento cerca de lo que han visto y ven en Martí hombres mayores y más jóvenes que yo, con quienes comparto un núcleo de ideas básicas. He aprendido no poco de ellos, y acaso puedo trasmitir algunos aportes. Entre todos estamos ayudando a que Martí sea visto en su maravillosa integridad. Se sabe que Gabriela Mistral lo llamó «el hombre más puro de la raza», pero como la nuestra es, como se ha dicho, «la raza cósmica», sucede que Martí vendría a ser «el hombre más puro de la raza cósmica», lo que me parece más aceptable como definición.
Si la palabra «generación» es tomada en el sentido con que corre habitualmente, nadie puede olvidar que los atacantes al cuartel Moncada —vanguardia política no ya de una generación, sino del pueblo todo— se consideraron a sí mismos «la generación del Centenario de Martí»; que Fidel le atribuyó la paternidad intelectual del ataque; que lo citó más de una docena de veces en La historia me absolverá; que no cabe la menor duda de que Martí influyó decisivamente en aquellos héroes magníficos y en muchos otros caídos en el camino, de los cuales solo podemos repetir lo que Manuel Sanguily dijo en 1901 del propio Martí; «que muerto vale más y es en justicia más que cuantos le hemos sobrevivido».
La radical transformación histórica desencadenada entonces ratificaría siempre su vínculo con Martí; desde las dos Declaraciones de La Habana (1960 y 1962) que comienzan remitiéndose a él, hasta los recientes discursos de Fidel en Chile (1971) donde la mención de Martí es constante —para citar solo dos ejemplos entre muchísimos—. La gran influencia actual de Martí se manifiesta, por supuesto, en la propia Revolución cubana —heredera directa suya— pero ella es ya la obra, como dijo Fidel, de «esta generación sin edades, en la que cabemos todos, tanto los barbudos como los lampiños, los que tienen abundante cabellera o no tienen ninguna, o la tienen blanca. Esta es la obra de todos nosotros».
¿Qué busca usted en la obra de Martí?
Recuerdo aquí la observación de Picasso: «No busco, encuentro». En Martí, más que buscar, encuentro incesantemente lecciones de todo tipo: éticas, políticas, estéticas, de conducta, de pensamiento, de creación. Este hecho insólito hizo ya que, a raíz de su muerte, Rubén Darío (que lo llamó «Maestro» por la excelencia de su escritura, como también lo llamaban, por su abnegada lucha, los obreros de la diáspora cubana) no vacilara en usar a propósito suyo la peligrosa palabra «superhombre». Otros han fatigado la hagiografía. Prefiero para él la denominación de «hombre nuevo» que empleara el Che, tan cercano y ejemplar hermano suyo por la limpieza, el sacrificio, el valor y la hondura.
Creo que no hubiera podido entender debidamente la actual coyuntura de Cuba, de nuestra América, del mundo, sin el conocimiento creciente de la vida y la obra de José Martí —si bien esa coyuntura no hubiera sido la misma sin el—. A diario comprobamos que su dimensión trasciende desde luego tanto su ámbito geográfico como su tiempo inmediato, y es el primer vocero, gigantesco y vigente del mundo colonizado, humillado y ofendido. Pero Martí no solo ofrece el deslumbrante cosmos de sus ideas, la fiesta inacabable de su escritura, sino una incitación al comportamiento mejor, incitación que quizás nadie describió con más acierto que aquel tabaquero de Cayo Hueso que, en letra dibujada con dificultad, le escribió en un álbum: «Quién no se inspira en ti, Martí. Tu figura alienta los corazones cubanos porque les indica un Redentor».
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