Días atrás estuve hojeando el libro Mi patio guarda un tesoro (Ediciones La Luz), una antología de autores que han recibido el Premio Calendario. El título me ha remitido inmediatamente a la figura de Omar Felipe Mauri y sus primeros libros aparecidos en la década del ochenta. ¿Por qué la presencia del patio en aquellos iniciáticos Un patio así y Amigos del patio?
Mucho antes dio cuenta de la trascendencia y significado de los patios Félix Pita Rodríguez, mi coterráneo y amigo, en su poema «El patio de Constanza», y aún más remoto, el poeta Omar Kayyán. Recién, leyendo un libro que no conocía de Víctor Hugo (Cosas vividas), reaparece la vida de los patios en el París del siglo XIX. Como muchas ciudades antiguas de Cuba, el núcleo antiguo de la ciudad de Bejucal (fundado en 1714) no tiene portal. El terror a los ciclones hizo construir manzanas monolíticas y ese patio de ascendencia árabe y andaluz, que acompañó desde sus «andamios de hombre» a Félix Pita hasta el final de sus días, era el centro de la vida familiar. Allí estaban la aventura infantil, el secreto para las escapadas al río, al tren, las cuevas y buscar frutas; allí las fiestas de tambores o guitarra (o de ambas) en días de santo y de sociedad, los animales (más amigos y menos mascotas) y hasta los asomos del primer amor. El patio resultaba espacio simbólico de representación social, productiva y cultural, y por eso, escenario de nuestra identidad.
Son muchos los ejemplos de maestros devenidos escritores y uno llega a imaginarlos contando historias a sus alumnos entre una clase de Matemáticas y otra de Educación Física. ¿Ocurrió algo así con usted?, ¿fue el contacto repetido con los más pequeños la motivación para escribir?
Mucho antes del magisterio, los relatos de los mayores y los libros fueron el impulso inicial. Pocas veces se reconoce —cuando de escritores se trata—, la fuerza de la tradición oral, sobre todo en los pueblos de provincias: los cuentos, las décimas, las leyendas, los refranes… Su belleza y pureza de formas se equipara con la más alta literatura, que al mismo tiempo, llegó a mi generación (los nacidos con la Revolución) como lluvia de libros. Ingresé al Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech (Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, en 1975) con plena conciencia de haberme hallado en el mundo de las letras. Era mi espacio de vida y felicidad plenas, que al propio tiempo me dotaba de instrumentos y saberes importantísimos; revelándome, sobre todo, otras dimensiones de la creación, de la poiesis. Sin aquellos profundos planes de estudio ni los excelentes profesores (algunos de ellos ensayistas, lingüistas, escritores, catedráticos, críticos de arte…), hubiera tardado mucho o nunca en adquirir ciertos conocimientos y prácticas que me sostienen. Aprender a aprender, fue el secreto. También era febril el clima cultural de aquella filial universitaria. Allí estudiaban y creaban Alberto Tosca, Xiomara Laugart, Donato Poveda y Alberto Cabrales (trovadores), Rigoberto Senarega (camarógrafo y realizador audiovisual) y otros que hoy son artistas de la radio, la TV y la plástica. Al mismo tiempo, el trabajo en las aulas ofrecía experiencias invaluables, al inicio, con estudiantes de secundaria básica y después, con preuniversitario. Fue, en suma, un proceso formativo y vital muy intenso.
En la década del ochenta publica varios libros, amén de los ya citados. ¿Era más fácil publicar entonces? ¿Cree que la disponibilidad de recursos para imprimir textos lastró la Literatura Infantil Juvenil (LIJ) con la publicación de obras mediocres?
Concursos como el 13 de Marzo, de la Universidad de La Habana (que, pese a su importancia, dejó de realizarse), abrían las puertas de las editoriales a los jóvenes escritores. Sin este, el David o La Edad de Oro, hubiéramos llegado trabajosamente a ellas y con las manos vacías. También fue importante el conjunto de revistas dedicadas a esta edad (Pionero, Alma Mater, y posteriormente, Zunzún, Bijirita). No existía el Sistema de Ediciones Territoriales, pero sí un vigoroso y bien articulado movimiento de talleres literarios, que servía de plataforma para los jóvenes, especialmente del interior del país. Oportunidad no es —ni fue— sinónimo de facilidad; como tampoco, la disponibilidad de recursos es proporcional a la mediocridad. Obras realizadas bajo determinadas coyunturas que explicitan cualquier propósito (religioso, político, comercial, ideológico, social), con abandono de la originalidad y valor estético, se han producido siempre. Si un área de nuestras letras ha sido suficientemente sincera y ha dado cuenta cabal de las transformaciones y problemas de la sociedad, ha sido la LIJ, porque lo hace desde la mirada infantil, que por naturaleza, es justa, sincera y solo comprometida con la virtud, la inocencia y la fantasía. Cuando esto se abandona, sin dudas, el tiempo nos lo señala.
¿Qué autores de LIJ cubana de aquellos años considera imprescindibles si se escribiera un Panorama de la LIJ escrita por autores nacidos en la Isla?
Fue una década prodigiosa porque confluían generaciones muy diversas e importantes: Dora Alonso, Félix Pita Rodríguez, Eliseo Diego, Onelio Jorge Cardoso, Nicolás Guillén, Raúl Ferrer, el matrimonio formado por el escritor hispanocubano Francisco Mota y la poetisa Rafaela Chacón Nardi, Anisia Miranda, Xosé Neyras, Excilia Saldaña, David Chericián, Nersys Felipe, Julia Calzadilla, Emilia Gallego, Aramís Quintero, Ivett y Enid Vian, Julio Crespo Francisco, Celima Bernal y otros. Algunos nos iniciábamos, desde diversas circunstancias y diferentes edades, como Chely Lima y Alberto Serret, Olga Marta Pérez, Julio Llanes, Alberto Yáñez, Luis Cabrera, Antonio Orlando Rodríguez, Ramón Luis Herrera o Enrique Pérez, entre otros. Estaba muy clara la impronta de Herminio Almendros (fallecido en 1974) y otras figuras que concebían el universo infantil con una integralidad sorprendente, es decir, no segregar la escuela, la creación, el arte ni la vida. Ese ideal guió a la mayoría de nuestros autores —y aún otros que no menciono. Sería justo, además, en nombre de ese universo que se construye «el niño», mirar hacia el teatro (con Freddy Artiles y el Guiñol Nacional, por ejemplo), la música (desde Teresita Fernández al combo Los Yoyos), la ilustración (con Muñoz Bash), la historieta y el audiovisual (entre muchos, Juan Padrón). Para que emerja una vanguardia, es imprescindible un corpus, un sistema emisores, receptores y sus mediadores institucionales, promocionales y críticos. En otras palabras: no hay vanguardia sin ejército ni retaguardia. Creo en el movimiento, más que en la individualidad.
Si de algo se acusa a la LIJ cubana de aquellos años es de un excesivo didactismo, de un apego al Realismo socialista que llevaba a textos como el de la guagüita Girón, o a afirmar que cierta muchacha era no solo la más linda, sino la más revolucionaria. ¿Cree que en sus textos de entonces pueden encontrarse las huellas de aquella tendencia?, ¿cuán diferentes serían si los escribiera hoy?
También en aquellas circunstancias nació Elpidio Valdés (de Juan Padrón), se hizo popular el gato Vinagrito (de Teresita Fernández), surgieron, además, Negrita, de Onelio Jorge Cardoso, Ponolani, de Dora Alonso, Las viejitas de las sombrillas, de Manuel Cofiño y tantos buenos ejemplos de creaciones para nuestra infancia que demuestran poco apego al Realismo socialista. No debe confundirse didactismo con escolasticismo, —aunque parezcan lo mismo—: el uno es enseñar, meditar; el otro, creer, obedecer. La historia de la literatura y el arte universales es un muestrario de ello. Cada movimiento o corriente se levanta negando a su antecedente y oponiendo un nuevo canon al ya existente. Los manifiestos de las vanguardias de inicios del siglo XX demuestran cuán didácticos fueron en su momento (algunos llegando al paroxismo escolástico). En su época, ¿cuán didácticos habrían parecido la Ilíada, Cicerón, Esopo, Apuleyo, el Quijote, Shakespeare, Molière, Whitman, o cualquier otro ejemplo? En todos hay una voluntad de transmitir, mostrar y ser originales. Esos principios nos han animado siempre. La escolástica y el didactismo se hacen más evidentes cuando faltan la poesía y el sentimiento. Pero la novedad en la expresión, la búsqueda perenne de la belleza del lenguaje y la poesía, supone distintos niveles en la vida de un autor. ¿Escribir de nuevo lo que antes hice…? No sé si podría.
En los noventa, la crisis económica cambia radicalmente el contexto del niño cubano. ¿Influyen esos cambios en la manera en que Omar Felipe se acerca a ese niño que constantemente recibe bofetadas a su inocencia?
El niño es una sociedad, una época, una cultura, una familia, en permanente transformación, como también ocurre con los autores, cuya necesidad de dialogar y ofrecer su registro de tales transformaciones es imperiosa. La vertiginosa incorporación de las nuevas tecnologías de la informática y las comunicaciones, y el desarrollo del universo audiovisual, imponen cambios en el ámbito literario, en sus temas, personajes y sobre todo, en su lenguaje. Al propio tiempo, una Cuba que se abre a la economía, al mercado y las diferencias del mundo, experimenta mutaciones y encontronazos en sus valores y paradigmas. Además, una Cuba con un feroz asedio cultural y mediático. Por muy lejanos que parezcan, esas circunstancias duelen a la infancia. Se sienten, como los pasos que bordan las tumbas de los poemas de Edgar Lee Master. La capacidad creadora ha de estar en aprehender esas transformaciones en favor del público infantil y la cultura que construimos para ellos. Ante la cuartilla en blanco, la imagen de una historieta o un dibujo animado es esa la idea que me domina.
No es un secreto que la contracción de la industria editorial en los noventa redujo a niveles mínimos las ediciones de libros de LIJ y la cantidad de ejemplares, amén de afectarse la calidad en la impresión. Usted tuvo la fortuna de seguir publicando, ¿cómo pudo conseguirlo?, ¿qué anécdotas recuerda de los esfuerzos de usted y sus colegas por sacar adelante la obra pese a los obstáculos?
Imposible tratar un fenómeno cultural sin tener en cuenta su época. A diferencia del Quinquenio Gris, que cuenta ya con una apreciable distancia en el tiempo y muchos y valiosos estudios (recomiendo «El 71», de Ambrosio Fornet), el Período Especial aún lo apreciamos cercano, y aunque existen ciertas investigaciones, percibo que todavía no se reúne un corpus suficiente y orgánico sobre ese momento de nuestra historia, cuyo signo fue la resistencia como pueblo, cultura y Nación.
Los noventa desafiaron la materialidad y la vida cubana. La cultura remontaba apreciables alturas cuando sobreviene la crisis económica y el aislamiento de Cuba en el contexto internacional. Las agresiones imperialistas se hicieron más virulentas, como el bloqueo más cruel. El propósito manifiesto era borrarnos de la faz del planeta. Esto produjo un deterioro de muchas instituciones culturales, carencia de recursos para la producción artística y la difusión literaria, la desarticulación de los procesos promocionales y, por ende, la disminución de las fuentes de empleo dentro del sector artístico del país. En esta realidad tan compleja, la cultura se planteaba dos retos impostergables: el económico (para sostener la vida y el crecimiento del arte a través de su promoción y su continuidad mediante la enseñanza artística) y el político (porque defender la Revolución representó una necesidad cultural, era defender la Cultura).
En ese contexto, Fidel expresó una de sus ideas más iluminadas: «Lo primero que hay que salvar es la Cultura». Y la LIJ fue parte de ese desafío, de esa resistencia. Quizás una de sus zonas más activas y proyectivas, porque entendía su papel y su compromiso con las nuevas generaciones, con las esencias de la cubanía y el profundo humanismo que emana de ella, cultivada por antecedentes ejemplares, como Martí.
De los esfuerzos que hicieron, en tales circunstancias, para vivir y crear, muchos creadores comprometidos con la infancia cubana, podríamos descubrir obras de mayor o menor calidad; pero de absoluta sinceridad, elevadas sobre las circunstancias y fija la vista en fines muy altos. Las Ferias del Libro, las presentaciones, los plaquettes de recortería, las actividades literarias en escuelas y comunidades continuaron, y con otras muchas iniciativas (algunas olvidadas o superadas) se dio vida a la literatura y se mantuvo la cercanía con la infancia.
En lo personal, no tengo más fórmula que trabajar y estudiar. La literatura es un ejercicio de constancia. «Verso, o nos condenan juntos/ o nos salvamos los dos» —decidió Martí. ¿Anécdotas? ¡Muchas! Vernos los poetas Fermín Carlos Díaz, Jesús Sama Pacheco y yo caminando desde la imprenta ubicada en Cuba y Sol (Habana Vieja) hasta la estación ferroviaria de Tulipán, llevando paquetes de papel y cartulina al hombro para imprimir (en Güira de Melena) una colección de plaquettes (La Puerta de Papel) de autores de la antigua provincia Habana. También cortar, tijera en mano, recortes de papel para publicar los pequeños libritos que salían por la entonces naciente Editorial Capitán San Luis (en la azotea del edificio de Zanja y Belascoaín), y con carácter voluntario).
A la distancia del tiempo, los esfuerzos que hicieron muchos trabajadores de la cultura, escritores y artistas fueron absolutamente necesarios y superan en valor cualquier obra que sintamos menor. Mayor fue cuanto hizo el país. Y venció.
En varios de sus textos se refleja la realidad social cubana, mientras en otros, apuesta claramente por la fantasía y la descontextualización. Cuando escribe, ¿busca un equilibrio entre ambas visiones, o sea, por acá un texto realista, allá uno más imaginativo?
«Cada época —afirma Michel Foucault— tiene una manera de ver y representar su realidad, es decir, que conforme avanza el tiempo, las imágenes adquieren nuevos significados». También los vínculos con los canales de difusión e instituciones que median en la formación de mercados, públicos, la crítica y el canon proponen al autor cauces diversos. En mi caso, cada tema dicta una representación específica y original, que puede ser más o menos realista, más o menos metafórica, pero siempre anclada en las esencias de este tiempo, de las circunstancias y el entramado espiritual del autor. Pero en general, este es uno de los razonamientos que me hago con frecuencia sobre los autores y obras que leo o aprecio.
Omar Felipe es un hombre apegado al terruño, cuya historia y tradiciones se ha dedicado a investigar, ¿cuánto influye este amor a la patria chica en el Omar Felipe escritor?
Unamuno pedía encontrar lo universal en las entrañas de lo local, y en lo circunscrito y limitado, lo eterno. Algo similar afirmaba Tolstoi, utilizando la imagen del sacerdote del pueblo. En años de recorrer y conocer Cuba, de visitar varios países, las singularidades del terruño se me han revelado como regularidades. Ello ha fortalecido los valores estéticos, sociales, culturales y humanos que forman mi obra. ¿Cómo no apreciar entonces, en esta patria chica a la nación y al mundo en sus calores y sentimientos más intensos? De Bejucal he escrito sobre sus héroes, sus tradiciones festivas, artísticas y culturales centenarias (las charangas) que son patrimonio de la Nación, de sus hombres y mujeres notables; pero mucho más de su gente anónima: la cocinera, el mecánico, el vendedor ambulante, el tabaquero, el campesino y la viejecita del portal. En ellos he visto lo que pedían Unamuno y Tolstoi.
Leyendo la entrevista que concediera a Enrique Pérez Díaz (El fuego sagrado…), sorprende que la mayoría de sus referentes literarios no fueran precisamente autores de LIJ. A día de hoy, después de leer tantos libros para niños (comprados, regalados por colegas, traídos de sus viajes o, por qué no, disfrutados en las silenciosas salas de las bibliotecas públicas), ¿qué colegas y/o libros se han grabado por siempre en su memoria?
Muchas son las obras universales que evoco, pero si se trata de colegas y autores a los que he conocido, declaro mi admiración por la sencilla grandeza de Dora Alonso, la ternura de Rafaela Chacón y Nersys Felipe, la magia de Félix Pita, la poesía de Olga Marta Pérez, el enorme ingenio de Ivette Vian, el alma íntima de la vida en Onelio Jorge Cardoso, la luminosidad en los versos de Eliseo Diego, el humor de Feijoó, la pasión de la historia en Julio Llanes, la naturaleza imaginativa de Luis Cabrera, la prosa de tanto ingenio de Enrique Pérez, la energía sensitiva de Nelson Simón, la fantasía barroca de Alberto Yáñez y quisiera enumerar a tantos más que aprecio, pero es un mapa en permanente construcción.
Amén de autor de LIJ es usted promotor e investigador de lo que se hace en Cuba al respecto. Algunas anécdotas que quiera contarnos.
Hay varias anécdotas relacionadas con los talleres de LIJ realizados con autores noveles, seminarios que se organizan para jóvenes maestros y profesores, asesoramientos de tesis universitarias o presentaciones de libros, pero quizás las más curiosas se relacionan con algunas conversaciones que sostenía con el importante crítico e investigador Desiderio Navarro cuando nos encontrábamos en mi oficina de la UNEAC. Al decirle que había leído tal o cual artículo de su revista Criterios y le hallaba relación con determinados aspectos de la LIJ, se inflamaba de energía e ideas y salía determinado a publicar otros temas afines en próximas selecciones de la revista. Me gustaba provocar esas reflexiones de su erudición y él disfrutaba esos descubrimientos repentinos.
Después de años de oficio, ¿qué no puede faltar en un libro de Omar Felipe?
El respeto y el amor a la infancia, la pasión por Cuba, que es su pueblo, su historia y su cultura irredenta.
La gran Selma Lagerlof escribió El maravilloso viaje de Nils Holgerson a través de Suecia a petición del gobierno de su país, que lo convirtió en texto para la enseñanza de la Geografía. La pata Pita, de Hilda Perera, también ha sido utilizado como texto escolar y podría citar muchos otros ejemplos. ¿Cree que en la enseñanza cubana deberían incluirse referentes similares, amén de la existencia de los Cuadernos Martianos y su innegable influencia en los procesos formativos?
Hace algunos años se realiza un proceso de renovación y perfeccionamiento de los programas en todas las enseñanzas en alguno de los cuales he colaborado. Se trata de un complejo y profundo trabajo y he apreciado la excelente visión y participación que tienen los pedagogos, docentes, psicólogos, lingüistas, así como muchos escritores, entre quienes me cuento. En estos momentos, están en fase de prueba muchos de los programas y libros de textos creados en dicho proceso. Me consta y he apoyado la introducción de muchos textos de nuestros escritores de hoy, que resulta un trabajo paciente y complejo —repito. Además de las lógicas exigencias formativas, los libros para la educación (especialmente en primaria) deben poseer determinadas cualidades de diseño, ilustración, colorido, calidad del papel, encuadernación, resistencia, durabilidad y peso, que también atienden los especialistas. En este sentido, las carencias impuestas por el bloqueo norteamericano (papel e insumos para las imprentas) han causado atrasos en la reproducción de los libros ya concluidos. No obstante, he visto algunos (a modo de prueba) y considero que se acortan los caminos que tanto se habían dilatado.
Como veterano de la LIJ, supongo que no pocos jóvenes que se inician en estas lides se acerquen a usted para que valore sus textos, ¿qué consejos les ofrece?
Leer, estudiar y trabajar todo cuanto se pueda. Cualquier rama de la experiencia y el saber esconden infinitas posibilidades para el escritor, las iluminaciones más poderosas, y, como afirmaba ese ángel que fue Dora Alonso: «vive, sumérgete sin miedo en el tiempo que te tocó».
¿Interactúa a menudo con los niños que leen su obra? ¿Cuánto le aporta su crítica? Y ya que tocamos la palabra crítica, ¿qué pasa con los espacios para ejercerla, con el ocaso de publicaciones como En julio como en enero?
Valoro enormemente el aporte de los niños y los respeto cada día más, analizo sus reacciones, medito sus comentarios. De la crítica me he nutrido igual, pero siempre ha sido poca la que se publica y más la que comenta en diálogos interpersonales y cenáculos. En general, son pocos los espacios donde se difunde. El enorme esfuerzo de la Editorial Gente Nueva y la entrega de Enrique Pérez, cuando la dirigió, revitalizó esa revista tan útil e importante, En julio como en enero, que espero reaparezca (ya sea en soporte papel o digital) para dar cuenta de las nuevas obras y creadores que existen hoy en la LIJ cubana.
Ha sido un autor prolífico. ¿Era de los que escribía varias historias a la vez?, ¿lo sigue haciendo?
Soy un cubano común, un ciudadano, ganando el pan en una labor específica, formando una familia, desempeñando responsabilidades públicas, y después, escribiendo, como un servicio por lo que quiero y creo. En esas circunstancias, estoy obligado a escribir varios textos al mismo tiempo y en la patria martiana de la noche.
En uno de los tantos decálogos que circulan por ahí se dice que si escribes LIJ deberás acostumbrarte a que te consideren escritor de pequeñeces. ¿Qué hacer para superar este prejuicio y la tentación de escribir cosas «grandes»?
Esta pregunta ha motivado y aún motiva muchas reflexiones y debates, que hoy, afortunadamente, pierden intensidad por el enorme vigor, calidad y variedad que ha demostrado la LIJ, los importantes autores que tributan a ella, el creciente desarrollo de una pedagogía creativa, el poder (y demanda) de los medios audiovisuales y hasta los efectos (no siempre beneficiosos) del mercado.
Ese «acostumbrarse a las pequeñeces» de la LIJ es una clara consecuencia de una literatura convertida en instrumento de poder, segregación e intereses de una clase y su cultura dominante en el occidente del mundo. El griot africano, los ancianos (o consejo de ancianos) del Oriente, los aedas y sabios del Medio Oriente, los versificadores o recitadores de la India, y aún, los saltimbanquis, titiriteros y ciegos trashumantes de la Europa del Romanticismo, ¿habrán sufrido esos prejuicios al ver entre sus públicos a numerosos niños? No fue la escuela, como institución, la causante de dichos prejuicios, como se ha pensado a veces; sino los servicios más o menos eficaces que hacía la literatura como expresión y sostenimiento del poder político-económico de una clase social y los mecanismos de reconocimiento que recibía por tales servicios.
No significa que la LIJ no fuera condicionada a prestar esos servicios. Los cuentos que hoy tenemos como clásicos de la LIJ y que fueran «escritos» por Charles Perrault (Cuentos de Mamá Oca, que incluía Barba Azul, La Cenicienta, La Bella durmiente del bosque, Caperucita roja, El gato con botas, Las Hadas, Riquete el del copete y Pulgarcito, fueron recopilados de la tradición oral), sirvieron para entretener a la corte de Luis XIV y hasta para burlarse de «la incultura» de cocineras, palafreneros, siervos y lavanderas… Otro ejemplo podría apreciarse con Jean de la Fontaine y sus Fábulas, cuya edición cubana de Gente Nueva 2002, posee un excelente y muy documentado estudio de Esteban Llorach Ramos. Por cierto, a Esteban Llorach la LIJ cubana le debe una extraordinaria contribución.
En lo personal, las tentaciones que me asaltan se relacionan con no haber advertido a tiempo la dimensión de algunos temas, circunstancias, estudios y relaciones que considero valiosos, tanto para la LIJ como para nuestra cultura e identidad. La música, por ejemplo, para el niño cubano es como el aire que respira, vive y crece en ella, penetra en su casa y sus horas, lo acompaña a todas partes; pero en esa dimensión no la encontramos aún en nuestra LIJ. Es solo un ejemplo, repito, de muchos que puedan existir.
De alguna forma, sin embargo, trato de acercarme a esas «tentaciones», meditarlas y en lo posible, tender la mano a ellas. Si no las alcanzo, alguien lo hará y sentiré la dicha de ver cumplido un sueño. «La envidia atrasa», dice Ifá.
¿Qué le diría el Omar Felipe niño sin demasiados libros al autor consagrado? ¿Cómo le respondería el autor?
—¿Vienes conmigo a jugar, subir lomas, bañarnos en el río, comer pomarrosas?
—¡Cuánto te envidio! Tengo cosas que hacer.
(Bejucal, miércoles 13 noviembre de 2019)
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