En el Día del Traductor queremos rendir homenaje a la poeta y traductora española Ernestina de Champourcin. Nacida en Vitoria, el 10 de julio de 1905, Ernestina Michels de Champourcin y Morán de Loredo comenzó su labor de escritora en Madrid, en 1923, con la publicación de poemas sueltos en diversas revistas de la época, como Manantial, Cartagena Ilustrada o La Libertad.
En 1926 se unió al proyecto de María de Maeztu y Concha Méndez, quienes fundaron el Lyceum Club Femenino para fomentar la unidad entre las mujeres y su participación en los debates para intentar solucionar los problemas culturales y sociales de su tiempo. Champourcin se encargaba de lo relativo a la literatura.
A partir de 1927, Champourcin publicó artículos de crítica literaria en periódicos como el Heraldo de Madrid y La Época. Sus primeros libros vieron la luz en Madrid: En silencio (1926), Ahora (1928), La voz en el viento (1931), Cántico inútil (1936). Junto a la poeta, actriz y guionista de cine canaria Josefina de la Torre, Champourcin fue una de las dos mujeres incluidas por Gerardo Diego en su Antología de la poesía española contemporánea (1934).
En el Lyceum Club Femenino conoció al secretario personal de Manuel Azaña, el también poeta y traductor Juan José Domenchina, con quien se casó el 6 de noviembre de 1936.
Poco antes de estallar la guerra civil española, Ernestina publicó la que sería su única novela, La casa de enfrente; dejaría inconclusa otra novela titulada Mientras allí se muere, basada en sus vivencias de enfermera durante la guerra civil. El compromiso político de su marido como secretario de Azaña obligó a la pareja a dejar Madrid y trasladarse sucesivamente a Valencia, Barcelona y Francia.
En Toulouse, tras la muerte de Antonio Machado, Champourcin tradujo al francés un artículo de su marido: «Antonio Machado: Un grand poète espagnol mort en France».
El matrimonio fue invitado en 1939 por el diplomático y escritor Alfonso Reyes a México, donde pasarían la mayor parte de su exilio (1939-1972). En 1941, Champourcin se presentó como traductora en la editorial Fondo de Cultura Económica (FCE), cuyo fundador, Daniel Cossío Villegas, le propuso traducir Voltaire, de Henry N. Brailsford (1941).
A partir de entonces fue traductora habitual del FCE, y se le abrieron las puertas de otras editoriales mexicanas. Entre los libros que tradujo para el FCE cabe mencionar Sociología de la educación, de Fernando de Azevedo (1942); El papel social del intelectual, de Florian Znaniecki (1944); Las culturas negras en el Nuevo Mundo, de Arthur Ramos (1943); Nelson, de Robert Southey (1945); Vida de Chaplin, de Georges Sadoul (ca. 1952); Palenque, una ciudad maya, de Laurette Séjourné (1952); El aire y los sueños, de Gaston Bachelard (1958); El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis, de Mircea Eliade (1960), y La poética del espacio, de G. Bachelard (1965).
También publicó en otras editoriales mexicanas: Sonetos del portugués, de Elizabeth B. Browning (Rueda, 1942); Nube de testigos, de Dorothy L. Sayers (Nuevo Mundo, 1942); La guirnalda de Afrodita, poemas griegos a través de la versión francesa de Ferdinand Hérold (Centauro, 1944), y Obra escogida de Emily Dickinson (1946). Fue una de las traductoras españolas más prolíficas del exilio mexicano: tradujo casi cincuenta libros del inglés, francés y portugués, veintidós de ellos entre 1941 y 1946.
Siguió traduciendo para editoriales españolas y mexicanas, también después de su regreso a España, en 1972: Cuentos, de Edgar Allan Poe (México, Novaro, 1971); El dios escorpión. Tres novelas cortas, de William Golding (M., Alianza, 1973); Napoleón III y México, de Alfred y Kathryn Hanna (FCE, 1973), y Escritores norteamericanos y británicos en México, 1556-1973, de Drewey W. Gunn (FCE, 1974).
Esta intensa actividad traductora no impidió que Champourcin continuara su obra propia; en México publicó los poemarios El nombre que me diste… (Finisterre, 1960); Cárcel de los sentidos (Finisterre, 1964); Hai-kais espirituales (Finisterre, 1967), y Cartas cerradas (Finisterre, 1968).
La vuelta de Champourcin a España significó para ella una readaptación a su propio país, que se reflejó en Primer exilio (1978), al que siguieron otros poemarios: La pared transparente (1984), Huyeron todas las islas (1988), Los encuentros frustrados (1991), Del vacío y sus dones (1993) y Presencia del pasado (1996).
Champourcin recibió el Premio Euskadi de Literatura en castellano en la modalidad de poesía (1989), y el Premio Mujeres Progresistas (1991). Fue nominada al Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1992, y en 1997 le fue otorgada la Medalla al Mérito Artístico del Ayuntamiento de Madrid.
La poeta falleció en Madrid el 27 de marzo de 1999. Su archivo personal se encuentra en el Archivo General de la Universidad de Navarra.
Compartimos con los lectores algunos poemas de Ernestina de Champourcin.
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Ambición ¡Quisiera ser viento! Ráfaga tendida que arrastra en su beso el polvo y la nube, la rosa, el lucero... -No brisa apacible que finge despechos y siembra caricias-. Yo quiero ser fuego, volcán de aire rojo que incendie el secreto de todas las ramas y todos los pechos; aquilón desnudo, huracán de acero, fragua donde forjan su actitud los cuerpos. ¡Cuando voy a ti, quisiera ser viento para arrebatarte más allá del cielo!
Los árboles contigo... ¡Los árboles contigo! Masas de hojas verdes traspasadas de luz y mi nombre allá lejos, murmurado allá lejos a la orilla del mar por voces que no saben qué página de un libro me estalla entre los labios.
No quiero saber nada... No quiero saber nada... Ni de esa luz incierta que retrocede vaga ni de esa nube limpia con perfiles de cuento. Tampoco del magnolio que quizás aún perfume con su nieve insistente... No saber, no soñar, pero inventarlo todo.
Te esperaré apoyada en la curva del cielo... Te esperaré apoyada en la curva del cielo y todas las estrellas abrirán para verte sus ojos conmovidos. Te esperaré desnuda. Seis túnicas de luz resbalando ante ti deshojarán el ámbar moreno de mis hombros. Nadie podrá mirarme sin que azote sus párpados un látigo de niebla. Sólo tú lograrás ceñir en tus pupilas mi sien alucinada y mis manos que ofrecen su cáliz entreabierto a todo lo inasible. Te esperaré encendida. Mi antorcha despejando la noche de tus labios libertará por fin tu esencia creadora. ¡Ven a fundirte en mí! El agua de mis besos, ungiéndote, dirá tu verdadero nombre.
Tiempo de mar El mar me pertenece lo hago pasar entero entre mis manos ávidas. Lo acaricio le doy la única mirada sencilla que me queda la que aún no han manchado ni el miedo ni la muerte. Mar limpio entre mis dedos goteando esperanzas porque sostiene aún un velamen con brisa. Mar de todos los mares hoy contemplo en su espuma otros mares antiguos: aquel de mi primer contacto con las playas y el de aquellas lecturas codiciosas e incómodas bajo algún tamarindo. y aquel otro del trópico sin huellas de turistas con esa pulpa tierna que ofrece el cocotero. Quiero olvidar aquí lo que sucedió anoche. el mar no tiene culpa. Es dócil, mío, puro, es un lebrel que lame mis plantas mansamente.
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