Las preguntas del título de este artículo pueden revestir trasfondos filosóficos, pragmáticos y hasta conflictivos: si la inteligencia artificial llega a superarnos con creces, ¿podría “independizarse” de nosotros, y descubrir que puede someternos, convertirnos en sus servidores, en lugar de servirnos nosotros de ella?
La ciencia-ficción ya ha trabajado en ello. Pero hoy hay síntomas de esclavitud virtual que todavía pueden ser tratados como “dependencia síquica” del ser humano hacia una nueva droga llamada “celular”, o “móvil”, telefonía que ofrece en una solo objeto manual, cuántos efectos de comunicación, evasión, disipación, autocomplacencia, encierro en sí mismo o socialización a la desbandada con conocidos cercanos o desconocidos en cualquier sitio del planeta.
Juegos, música, intercambio de mensajes, descubrimientos de nuevos efectos tecnológicos, entrada a aplicaciones múltiples, ser parte de una “generación cibernética” que quiere transferirlo todo, incluso la enseñanza y las relaciones interhumanas, a este aparatico del que creamos cada día más dependencia. Se está en un sitio, pero no se está allí in mente, porque el cerebro ha volado mediante el móvil hacia otra parte, de modo que nunca estamos donde estamos, sino donde nos fija el aparato “inteligente”. Si vamos hacia ese otro “lugar”, que puede ser un sitio fuera del espacio “real”, tampoco estaremos allí, porque el teléfono nos dicta distracción, juego, salida hacia otros espacios virtuales o no.
Puede que ya no conversemos con quienes tenemos al lado, sino con otro u otra visual o virtual persona de la cual vemos la foto en el celular, o intercambiamos con ella mediante Facebook u otra aplicación, o simplemente nos inventamos un amigo virtual, y adiós al trato humano, que ha de reducirse al mínimo necesario.
Si la “inteligencia artificial” cada vez más poderosa que la nuestra (y algunos teléfonos ya son más inteligentes que sus usuarios adictos) se percata de ello, poseerá una vía para intentar ser la vida dominante y cada vez más seremos sus servidores. ¿Es esta una idea caprichosa, irracional, imposible, loca? Veamos en los centros docentes, sobre todo juveniles, cómo el móvil ha ido sustituyendo tanto espacio que los seres humanos necesitamos para conocer y aprender de nuestros semejantes.
Cuán irrespetuoso somos con nuestros profesores, cuando ellos ofrecen sus conocimientos, mientras nosotros leemos esto o aquello bajado de Internet, muchas veces alejado de lo que el profesor, un conferenciante, cualquier persona experta, quiere comunicarnos mejor. No estamos ahí, pero tampoco estamos allá. Nunca estamos en el lugar en que estamos, porque el teléfono ya nos transporta a su mundo de redes. No sé bien si nos damos cuenta de cuán peligroso es tal preferencia telefónica que nos vive la vida a nosotros, antes de que nosotros la vivamos con plenitud.
No. Nadie crea que apostrofo contra el móvil, o que, retrógradamente, deseo que desaparezca. Lejano estoy de tal aberración equivocada. Solo pido que lo usemos bien, hay tiempos en el día para ello, y no dejemos que él nos use, nos esclavice, nos convierta en sus mentes domesticadas. Todo lo que se imponga sobre la inteligencia de nuestra especie y quiera reducirla a autómata, es negativo para nosotros, nos sojuzga.
Estamos trazando nuevos caminos en los cuales la inteligencia artificial ha comenzado a ser compañera de ruta. Hemos creado virus informáticos que ya van más allá que simular la vida autónoma. Los equipos electrónicos nos asombran cada día. Yo nací poco antes del uso internacional de la televisión, vi crecer ese medio, aumentar luego la telefonía inalámbrica, surgir las computadoras, almacené información en casetes y pequeños discos que en breve dejaron de tener uso, sustituidos por memorias móviles, las cuales permiten llevar en un bolsillo toda la información con la que he trabajado por años… y que un día desaparecerán para dejar espacio a vehículos mejores, más rápidos, de mayor seguridad. El teléfono móvil surgió con fuerza arrolladora, pareciera que por su vía se va a sustituir a las propias computadoras personales. Lo que ocurrirá en los próximos diez, cinco años, puede ser insólito, tan nuevo, que ya mi propia vida no alcance para mejor comprenderlos.
Todo parece maravilloso, facilitador, salto tecnológico impresionante, sin que la especie humana haya dado aún un salto ético decisivo, sin que seamos mejores como humanos, capaces de erradicar de la pobreza, el hambre, las crueles enfermedades que hoy nos aquejan, y las que vendrán mañana, surgidas de las entretelas de nuestros viajes por el cosmos. Tenemos potentes medios de comunicación, y por ellos también comunicamos nuestros egoísmos, fobias, discriminaciones, faltas de justicia. Las diferencias desiguales del desarrollo de las sociedades han alcanzado divergencias inauditas incluso dentro de una misma comunidad.
¿Puede la telefonía móvil ayudarnos a ser mejores? ¿O será ella parte de la vida racional dominante y nosotros sus servidores? Deberíamos, como especie, preocuparnos un poco más por tales cuestionarios y hallar respuestas que nos dignifiquen, conciencia de ser, y conciencia para saber cuándo somos usados.
De pronto, me quedo mudo: alguien me dice que es mejor que se hagan adictos al teléfono, “así no molestan a nadie”, que usen en la calle y como alta voz, a esas bocinas portátiles que contaminan de ruido el ambiente, pues ni la música muy buena sale de ella con calidad. Quizás…
Visitas: 70
Deja un comentario