El modesto apartamento en el barrio de La Víbora es un cofre donde guarda cartas de Virgilio Piñera, y fotos únicas de Fayad Jamís. Luis Marré vive rodeado de recuerdos. Pero a veces la memoria lo engaña, y en su juego cruel lo aleja del hilo de la entrevista. Hay preguntas sin respuesta por esta amarga travesura que ataca al Marré octogenario.
Recuerda cuando Pedro de Oraá y él saltaron la cerca del Estadio Universitario para ver bailar a Alicia Alonso, en una famosa velada durante el batistato. También recuerda un poema («Danzante») que con veinte años dedicara a la prima ballerina. Dice Marré que en los 80 ella le envió una carta memorable agradeciendo aquella poesía. Aún así, confiesa (quizá en broma, quizá en serio) que antes de morir entregará al fuego todo lo que ha escrito y ha quedado excluido de sus rigurosas antologías.
Publicó su primer libro de versos y entró a la universidad con más de treinta años. Para su estreno como novelista tuvimos que esperar a que pasaran unas cuantas décadas. «¿Es que siempre llega tarde o madura lentamente?», le pregunto. Y comienza a hablarme de La calle, una breve narración que retrata la miseria durante los años 50, y de Escardó, y del Café Las Antillas, y de otras rachas emotivas que lo apartan del presente poco a poco hasta que pierde el camino de regreso.
Ahora está en medio de un proceso editorial, pero Luis lo ha desatendido; su solicitud es toda para un nieto de pocos meses. Le ha nacido el mismo día de su 83 cumpleaños. Habla incansable y abierto de sucesos familiares, pero acaba invariablemente en la dicha de ser abuelo. «Ese muchacho es tremendo, ¡nació con peso y talla de un niño de al menos un año!». Siempre que tiene chance habla de la criatura. Y lo hace con esa ternura indecible que anda en forma de sonrisa por su blanquísima barba, hasta enredarse en las manos deformes por el trabajo.
Luis declama un poema. Es de Rosalía de Castro. Según me cuenta, Samuel Feijóo lo tradujo del gallego en la revista Bohemia. «Rosalía en castellano no me gusta, pero en su lengua es preciosa», aclara y la recita en el idioma de Galicia. Es un crítico severo y acucioso, y a ese oficio sin paga suma una sapiencia envidiable de nuestra lengua materna.
Marré ha conocido el mundo con sus ojos pequeñísimos, y con su breve obra lo ha descrito para sí y para su generación. Y aunque su vista es solo la mitad de buena que hace diez años (recién perdió su ojo izquierdo por negligencia médica), no deja de preocuparse por los sucesos de hoy.
Cercano a la luz de una lámpara (de la que precisa para continuar su dieta selecta de versos y prosa) conversamos sin ambages del pasado y del presente; de lo que será y lo que no.
De la décima a la novela
¿Cómo llega a la literatura? Usted se graduó de comercio.
Yo hacía décimas, y se las mandaba a Justo Vega (quien un día las cantó). Y al Indio Naborí le gustaron tanto que las elogió en un programa. Yo defendía la décima llena de tropos, a la manera del Indio Rubiera o Tacoronte. Los demás eran cronistas que hacían crónica en versos, pero nada de poesía; como Justo Vega y Adolfo Alfonso. Estaban horros de tropos, y para mí eso no era poesía.
Dejé de hacer décimas cuando en una feria del libro me encontré con la poesía de Rafael Alberti y Juan Ramón Jiménez. Ya a Lorca lo había leído; además, por radio lo oía recitar. La poesía de Juan Ramón me cautivó. Empecé a imitar y descubrí cómo hacer los versos de arte mayor. Ya los octosílabos los sabía hacer. ¡Todos los guajiros saben hacer octosílabos! Descubrí las sinalefas y dónde poner los acentos para que sonara mejor. De Alberti y Juan Ramón tomé lo mejor, e hice una plaquette por el centenario de Jiménez. Después hice Los ojos en el fresco, que incluye mi poesía personal. La que publiqué en Orígenes, Sur, Estaciones y en alguna revista española que no conservo.
Mis poetas favoritos de hoy día son completamente distintos a los de mi juventud. Hace poco releí completo a Juarroz y a un venezolano que coincidió conmigo en el jurado del premio Casa de las Américas en el 75: Juan Calzadilla. De la gente de mi generación, los autores que más me satisfacían eran Fayad Jamís, por su herencia surrealista —donde están sus mejores poemas—; y Pedro de Oraá, un poeta injustamente olvidado. Y de César López me gusta mucho la intertextualidad que usa en el Libro de la Ciudad. Es la historia hecha poesía.
De aquella época en adelante mis poemas cambiarían un poco: eran más coloquiales —el coloquialismo estaba de moda. Pero esa no es mi cuerda. Lo mío es la poesía de pensamiento. (Y aunque sea coloquial, es de pensamiento).
Recién puso el punto final a su nueva noveleta: Historias de salchichitas. El título fue idea de Arturo Arango y hace referencia a un pene infantil. El volumen habla del machismo cubano. Inicialmente Marré pensó que saldría una novela bien larga. Tomó de modelo cosas sucedidas a su hijo y a amigos de su hijo.
Luis me cuenta que a la escritora Nara Araújo le gustó mucho el primer capítulo, y que salió publicado en La Gaceta. De aquello hace ya bastante tiempo. Dice Luis que cuando pasó por su lado, Nara le dijo: “Marré, prométeme que vas a terminar esa novela”. Y poco después, la mujer murió producto de una enfermedad que venía carcomiendo su interior. “Eso me sirvió de acicate para continuarla —confiesa—, aunque la reduje a una tercera parte. Debe tener unas 110, 120 páginas con una letra no muy pequeña”.
Habla apasionada y extensamente de su más reciente libro. Trata de darme detalle a detalle lo que ocurre en cada capítulo. Narra la juventud de un personaje que tiene amoríos con una joven soviética, la vida de la rusa en la Isla, donde se asombra de las palabras que usan los cubanos (aquí el autor aprovecha para volver a criticar los maltratos criollos al habla). Raras costumbres, güijes, todo converge en la novela…
Usted mismo ha dicho que es vago para escribir.
¡Bueno!, siempre he tenido tareas aparte. Tuve que ganarme la vida trabajando en el campo. Mi familia toda lo trabaja. Hoy día yo soy pobre y ellos son ricos. ¡Cambios que da la vida! Ellos cultivan flores, crían gallinas, cerdos, conejos. Yo fui contador, jefe económico de una fábrica, tuve tareas del Partido, fui secretario de redacción de La Gaceta, estudié Periodismo… ¡Y vivía en Guanabacoa! No vivía cerca de nada, ¡pero no me perdía una exposición! El grupo Los Once, cuando hizo la retrospectiva de su obra hace algunos años, aparezco en las fotos junto a Fayad, Raúl Martínez.
Escribía cuando tenía que escribir, nunca adrede. Ahora estoy haciendo una especie de pase de cuentas, que es poesía sobre las dificultades. Algunas sobre la miseria (que me ha perseguido desde que nací). Mi madre tuvo nueve hijos. Soy el mayor… figúrate. Mamá lavaba ropa para la calle y papá trabajaba con mi familia materna de sol a sol; sin embargo, mi tío decía que papá era haragán porque leía, hablaba bien el idioma a pesar de que había llegado solo al tercer grado.
La Biblia nos la leía desde chiquitos, sin ser religiosos. Creía mucho en Cristo y en Dios, pero solo nos bautizaba. Mamá, que era semianalfabeta, sí era atea completamente. Creía en la Caridad del Cobre, pero como se veía tan mal y sucia botó la imagen a la calle.
Descubrir al poeta
Según usted, la crítica lo ignora…
La primera vez que elogian mi poesía lo hacen en una revista, y fue César López. Joaquín G. Santana también escribió algo, pero no le hice mucho caso. Otra valoración la hizo Marino Wilson, profesor de la Universidad de Oriente. Después que me dieron el Premio Nacional de Literatura en 2008, Manuel García Verdecía, Mercedes Santos Moray y otros han escrito algo.
Es muy selectivo a la hora de compilar poemas para formar un libro.
Si uniera ahora mi prosa y mi poesía, daría unas doscientas y pico de páginas. Aunque podría poner mucho más, quizá hasta 500 páginas. Ya hice mi testamento, y pienso antes de morirme, darle candela a todo eso que quede fuera, no sea que después a alguien se le ocurra publicarlo.
Sobre la selección A quien conmigo va, usted ha señalado que incluye textos representativos y escritos con un impulso sincero; no por obligación ni presionado por las circunstancias. ¿Ha escrito alguna vez por obligación?
Obligación moral y revolucionaria.
Me han dicho que casi todos sus poemas guardan una anécdota. Le voy a leer tres fragmentos de tres poemas distintos y usted me revela qué historia esconden: Éramos cuatro jóvenes poetas/ descontentos/ en este mismo sitio/ bajo estos mismo álamos/ nos reuníamos (“En el paseo del Prado”).
Esos éramos Fayad Jamís, Pedro de Oraá, yo…y quién era el otro… ¿Éramos cuatro poetas? (asiento) Puede ser Francisco, pero cuando aquello él vivía en Caibarién. El poema está dedicado a mi amigo Félix Contreras.
Dice el otro: Compañero, el fusil/ no temblará en tus manos./ Que no se quede mudo/ mi fusil, si yo caigo (“Canción”).
Ese lo escribí cuando había amenaza de invasión norteamericana. En una movilización. Cuando aquel famoso barco de guerra estadounidense estaba frente a las costas cubanas. Y está dedicado a un compañero, que podía ser cualquiera.
Solo tengo el recuerdo de tu olvido/ y desasimiento en la primera angustia./ Sin embargo, te amo todavía:/ esta certeza me ha sobrevenido/ con la conciencia de mi soledad.
Ese es a una persona que no existe. Es un poema de impresión; de hombre solo.
Periodismo sin marras
Cuando lo llamé para concertar este encuentro, usted me dijo que me atendería pero que no llegara muy temprano: estaba escribiendo un artículo sobre Massip para una revista de cine. Aún a sus años no ha dejado el periodismo…
Colaboro regularmente con la revista Unión, La Gaceta y la Letra del Escriba. Ahí tengo un testimonio sobre Girón. He tenido que espulgarlo. Le quité malas palabras. A Girón, que yo sepa, no fue ningún escritor, y aun así nadie le dio importancia a mi testimonio hasta ahora. En fin, las cosas en Cuba son muy raras.
Sobre Girón ha escrito bastante. Luis Marré participó en los combates y es una fuente de primera mano. Su “Crónica de tres días” fue compilada junto a otros testimonios en un libro editado para ferias del libro en Ecuador y Perú, titulado Nuevos Prosistas Cubanos.
“En aquellos años la moda era la prosa evasiva, imitativa de los grandes maestros —recuerda—. Había quien que no tenía qué contar, pero contaba.
El periodismo empecé a estudiarlo cuando regresé a La Habana, por mandato del Partido. Me vine a graduar, por el relajo que había en la Universidad, mucho tiempo después del que normalmente duraba la carrera. Por ejemplo, a mí me dieron el carné de graduado en el 74; y hubo gente que estudió en el 73, 72, y le dieron el título antes que a mí.
Me gusta el buen periodismo. Y en Cuba hay poco buen periodismo. Primero, porque la gente maltrata el idioma y se refugian en el español de Cuba. ¡Tarro! Mira esto: el español de Cuba dice un 20 de mayo de 1902… ¡¿Cuántos 20 de mayo hubo en 1902?! Solo uno. Entonces, no es un, sino el. Y por la televisión, todos los días emplean mal los gerundios.
¿Cómo llega a Girón?
Fui a Girón porque no fui a la Sierra. Yo tenía una amiga actriz en un programa cómico de Garrido y Piñeiro. Ella se puso de acuerdo conmigo para irnos juntos a la Sierra. El año 57, estábamos en una función cómica donde Virgilio Piñera hacía una imitación de la Fedra. Y mi amiga y yo salimos al balcón del teatro que estaba frente al América, que lo dirigía Adolfo de Luis, y empezamos a gritar: ¡Viva Fidel! ¡Abajo Batista!. Pero había tanto ruido que nadie nos escuchó y no pasó nada. Me perdí de allí y no fui a ningún lugar con ella.
Te decía que me fui a la batalla, a pesar de que Lezama me dijo que había becas para ir a estudiar a la Sorbona. Seis meses o un año de perfeccionamiento del idioma. Ya yo había estudiado francés en la Alianza Francesa. Pero dejé los estudios porque la profesora empezó a elogiar la guerra de los franceses en Argelia. Y Taladrid (el padre de Reinaldo Taladrid) y yo la combatimos en el aula para no volver a ir jamás.
¿Y al Escambray?
Yo era miliciano, y miembro de las ORI (Organizaciones Revolucionarias Integradas). Permanecí como contador de la Zona de Desarrollo Agrario, en la granja José Martí, en Mijalito. Fui al Escambray, pero regresé a La Habana con el permiso de la provincia, porque quería volver para escribir y publicar. Solo había publicado un libro (Los ojos en el fresco). Luego me mandaron una carta pidiéndome que regresara porque iban a cerrar la contabilidad de las granjas de la zona.
¿Le agradece algo al Periodismo?
Haber tenido una profesora de historia como Olga López; Ofelia García Cortiña, implacable profesora de composición (¡no sé cómo hay periodistas que hacen estupideces que ella nunca hubiera aprobado!); a Nuria, una profesora de Literatura Hispanoamericana. Y también le agradezco a un periodista de Granma que fue mi guía: Evelio Tellería.
Todavía me duele la espalda
Usted se ha quejado de los años en La Gaceta. Ha llegado a decir que fue su peor momento profesional.
No, no, no. Mientras estuve con Nicolás todo anduvo bien. Después fue un tiempo muy malo. Todavía me duele en la espalda la cantidad de golpes que me dieron en el Consejo Nacional con lo del obituario de Novás y otras cosas que da pena mencionar. Si no es por Ángel Augier y Adolfo Martí, me hubieran botado de la UNEAC.
Pero, ¿siempre fue así en la UNEAC?
Después que Nicolás Guillen murió, pasé tragos amargos. Fui muy mal valorado, bastante preterido. Hubo un Consejo Consultivo en el que me hicieron polvo.
Raúl Hernández Novás quería que en los Sonetos a Gelsomina (1991), me encargara (como editor de poesía de la Editorial Unión) de que saliera en portada la foto de la actriz italiana Giulietta Masina. Fui al ICRT y a Prensa Latina, pero no pude conseguirla. Tocó la casualidad de que mandó una carta insultando a la editorial, y después se pegó un tiro. Alguien escribió un obituario en el que se daba a entender que el hecho ocurrió porque Novás no estaba conforme con la portada del libro de sonetos.
¿Y en verdad la culpa era suya?
¡No, qué va! En una feria del libro me encontré a la hermana de Raúl y fui a pedirle disculpas. Y ella misma me dijo: ¡No Marré! Usted no tiene que explicar nada. Él se suicidó por un desengaño amoroso. Mi hermano no estaba bien de los nervios.
¿Qué hizo al salir de La Gaceta?
Era jefe de la redacción de poesía en la editorial Unión. Ahí trabajé hasta el 94, cuando me jubilé, porque los muchachos se pusieron a jugar con mi computadora y borraron todo lo que había revisado para un muestrario de la poesía cubana, que pretendía imitar la que hizo Juan Ramón Jiménez cuando pasó por La Habana.
Otros tragos amargos…
Hace poco me preguntaron que por qué yo no era miembro del Consejo Nacional de la UNEAC, y les dije: Será porque soy medio leocadio y hablo a veces lo que debo callar. Yo era amigo de mucha gente que estuvo perseguida. No me daba la gana de retirarle la amistad a nadie. Qué me interesa a mí lo que cada quien haga con su cuerpo. Mientras no sea un escándalo público. Bueno, ya hoy se ve de otra manera.
Recientemente me encontré en mi núcleo del Partido con un directivo de la UNEAC que me hizo la vida imposible. Y le dije que fue el peor jefe que yo había tenido. No debí decírselo porque es un hombre muy enfermo ¡Pero aún me duele la espalda de la mano de palos que me dieron!
¿De dónde viene «Marré»?
“Marré” me lo puso Enrique Labrador Ruiz. Una gente encantadora y un narrador excelente. Por ahí tengo sus obras, Carne de quimera, Tráiler de sueños. Este último me encantó y escribí algunas cosas parecidas que ahora ni sé por dónde andan. Una de las series de poemas que publiqué en la revista Ciclón se llama Sala de sueños. No tiene nada que ver con lo que él hacía. Está más cerca del surrealismo, que, para mí, es la única gran vanguardia que ha existido. Y dio los más grandes poetas que ha habido después… —Se amasa la barba blanquísima y queda en silencio unos segundos mirando hacia el suelo. Luego me busca con los ojos diminutos manifestando extrañeza— De qué te hablaba, Yoe.
De Labrador Ruiz…
¡Ah, de Labrador! Él pretendía que Nicolás [Guillén], convenciera a su mujer para que no se lo llevara a Estados Unidos. Pero él ya estaba muy viejo y no quería quedarse solo, así que al final se fue.
Yo lo veía en la Asociación de Reporters, sentado cerca de Salvador Bueno (un joven muy atildado). Salvador trabajó en una antología que hicieron en Málaga, y yo no aparecí. Y cuando fui a pedirle cuentas, su mujer me dijo que Bueno sí me había incluido pero que habían quitado a muchos autores porque no cabían. ¡Contra, y qué casualidad que me quitaron a mí! Y entonces le dije: Mire, lo que pasa es que Salvador sabe mucho de narrativa, ¡pero de poesía no sabe nada!
¿En qué año nació usted: en el 28 o en el 29?
En el 28. El problema es que mi padre me inscribió dos veces. —Saca su carné de identidad y lo acerca a la luz de la lámpara—. Cuando fue a sacar mi inscripción de nacimiento no aparecía ningún Luis Hipólito Marrero, hijo de Jesús Marrero y Ofelia Barrios. Y resulta que mi papá no se llamaba Jesús; sino José Benito de la Asunción de Jesús. Entonces me inscribió de nuevo en 1929.
¿Cómo conoce a sus grandes amigos?
A Pedro de Oraá, Fayad Jamís, Joaquín Texidor, Baragaño y Heberto Padilla los conocí a inicios de los años 50, en una feria del libro donde conseguí el libro Poesía 1924-1948 de Rafael Alberti, en el que vienen las canciones a Aitana, y donde conseguí la segunda antología de Juan Ramón.
Los encontré en un kiosco muy chusmón que se llamaba La Oreja y que vendía revistas extranjeras. Ya yo había leído cosas de Fayad y de Pedro. Recuerdo que uno de los primeros poemas decía algo como Mujer tendida, extensa vianda, o algo así; y nosotros fastidiábamos mucho a Oraá ¡porque decíamos que la mujer era una yuca! Después conocí a Francisco de Oraá; también fuimos amigos hasta que murió.
¿Qué lo irrita?
A mí me irrita el fascismo disfrazado del imperio norteamericano. ¡Porque la última ley que hizo Obama es fascista! Nadie puede quejarse ni hablar nada porque si no va preso. Claro, él es un hombre del sistema. Los padres de la patria norteamericana hicieron la constitución para que quien llegue al poder pertenezca a la clase dominante.
Entonces Luis dispone su memoria como una locomotora veloz, y durante unos minutos imparte una clase sumaria de historia norteamericana…
¿Y a qué le teme?
Le temo a la injusticia, a las decisiones apresuradas —las mías y las de otras personas—. A que se equivoquen y le lancen una bomba nuclear a Irán y se forme una guerra en la que perezca la humanidad.
Quiero que mi hijo, mi nieto y mi nuera vivan en un mundo de paz. Hoy es difícil lograrla porque el imperialismo está coleando y boqueando, pero va a seguir dominando el dólar. Si se forma una guerra nuclear el mundo se acaba, y a lo mejor la predicción de los mayas puede ocurrir…o puede ser que haya un cambio: que el imperialismo se hunda.
Aunque Luis no lo diga yo sé que le teme a otro mal. Al de la burocracia y la indolencia. Con su barba patriarcal removida entre los dedos huesudos, rememora una y otra vez las negligencias quirúrgicas que le hicieron perder su ojo izquierdo. La operación de glaucoma tuvo un final terrible.
“Yo no hice reclamación. Aunque debí haberla hecho”, se dice. “La burocracia nos ahoga”. “Sí. Yo se lo iba a decir a Fidel, pero… ¿Para qué? Si el que iba a coger los golpes al final iba a ser yo”.
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