A priori… debo confesar algo: nunca había escuchado un audio libro. Nunca pensé escribir una reseña sobre un audio libro. Este es, pues, mi primer audio libro escuchado. Mi primer audio libro reseñado. La fiesta de las primeras veces. A finales de 1971 comenzó a desarrollarse lo que hoy se denomina libro digital, el Proyecto Gutenberg, del norteamericano Michael Hart. Mucho ha llovido desde entonces y he aquí que Ediciones La Luz, en su colección QuemaPalabras, a propósito de la XXIV edición del Premio Celestino de Cuento, y festejando los 80 años del natalicio de Reinaldo Arenas, nos regala esta pieza audible y literaria, Un cuento diferente cada noche —título que alude inevitablemente a la gran Scheherezade— Voces del Celestino, suerte de Antología de Cuentos, cuentos leídos por sus propios autores, grabaciones realizadas entre el 23 de mayo y el 3 de junio de 2023 en siete estudios de radio de seis provincias del país, bajo la dirección general de Luis Yuseff, con grabación y edición de voces de Amalio Carralero, selección de textos y dirección de grabación —excelencia de selección de textos— de Elisabeth Soto, y diseño —no menos excelente— de Robert Ráez.
No fue solo la luz de una editorial y la luz de sus autores las que con iridiscentes haces se mixturaron para hacer realidad este audio libro, mucha luz hubo de sumarse para conformar esta nueva luz, muchas fueron las antorchas que iluminaron las voces y las historias de diez autores, todos ellos ganadores en algún momento del Premio Celestino de Cuento. La más joven: la hoy multipremiada Martha Acosta, nacida en 1991; el más veterano: el también hoy multipremiado Rubén Rodríguez, nacido en 1969. Mucho también ha llovido desde que Gabriel Pérez fundara el Premio Celestino de Cuento, allá por 1999. 25 años prodigando luz lleva el Premio Celestino. Martha Acosta tenía entonces, en 1999, la muy iluminada edad de 8 años. De esos 25 haces de luz 18 corresponden a la luminiscencia de Luís Yuseff.
Al comenzar a escuchar el primero de los fragmentos de Arenas, ese con el que se inaugura el libro, recordé todas las veces que he escuchado, sin alcanzar a maniatar la emoción, la voz grabada de Lezama en Rapsodia para el mulo: «… paso es el paso del mulo en el abismo…», presentes los audibles y sufrientes estertores de su asma. Y evoqué a Lezama porque este libro comienza —y termina— y cada cuento leído por su autor se entrevera, con fragmentos de Celestino antes del alba, infortunadamente no leídos por Reinaldo, fragmentos magistralmente elegidos —urge decirlo— doce fragmentos, doce cuentos, cada cuento escoltado por todas las alabardas y espingardas de Celestino antes del alba, primera obra de Arenas, obra de 1967, única obra suya publicada en Cuba. No solo existen los guardaespaldas: Celestino —y Reinaldo— acá son «guardacuentos». Celestino alter ego de Arenas, artífice en esa suerte de lúdica luz que resulta crear un mundo otro como maniobra y astucia y estrategia de sobrevida. ¿Qué si no es la Literatura? ¿Qué si no es un libro? ¿Qué si no es Ediciones La Luz? ¿Qué si no es —y hace desde su ser— un escritor?
«Flora y Ángel», el primero de los cuentos, llega en la voz del holguinero Rubén Rodríguez, el más veterano en este ímpetu de «claridad avanzada». Ganador del primer Celestino. No era entonces el autor que es hoy, todo era promesa y potencialidad entonces, atisbos de luz; ganador hoy del Premio Alejo Carpentier, de Premios de la Crítica, autor prolífico, amigo, co-jurado mío en premios literarios. Su voz, desde la ludotecnia de su fraseo, nos lleva al universo triste de una adolescente, suerte de oveja negra que anhela amor, o desde las hormonas anhela sexo, la voz de Rubén nos lleva a una poética del eros, no sé por qué recordé escuchando esta historia ese cuento de Mario Benedetti, «La noche de los feos», y es que los feos también necesitamos sexo, también necesitamos amor, ahí están los lúdicos efectos de las palabras de Rubén, el lúdico revolotear de las palabras en su historia para recordárnoslo.
Llega como una tromba triste «Tres palabras», cuento corto de Marvelys Marrero, tres palabras que hieren como puñal, duelen como látigo, pensaba escuchando esta historia terrible en como algunos aun suelen llamar al feminicidio «crimen pasional». Y no, la pasión no puede llevar al crimen, la pasión no puede llevar al maltrato, la pasión solo lleva al bien, a la ternura, al sagrado beso en la frente. Al sacrificio por el ser amado. Feminicidio es asesinato. Feminicidio es negación del amor.
Asoma entonces la voz que confiere voz a Reinaldo para hacer audible un fragmento de Celestino antes del alba, fragmento que sostiene: «la casa se ha quedado pelada en mitad del potrero». Y precisamente a continuación llega la voz de Luis Yuseff, Premio Nicolás Guillén, para decirnos uno de sus cuentos, concretamente «Nuestra casa llena de sol», ese es el cuento del holguinero Luis Yuseff, su lectura mesurada, su estilo cuidado, regalándonos una suerte de ambiente casero y paradisiaco de tres. Número mágico el tres. Primer número primo de Fermat, dirá un matemático. Para la cultura medieval número perfecto, símbolo del movimiento continuo, de la perfección de lo acabado, para los cristianos la Trinidad. Relaciones amorosas de tres —lastimosamente— rara vez fructifican. Si se amaran tres, si se besaran tres quizá fuéramos eternos. Pero repitamos con Luis: nuestra casa está llena de sol. Parece un mantra. Un versículo. Ediciones La Luz está llena de sol. Sus autores todos llenos de sol.
Es el momento de la voz de la camagüeyana Martha Acosta. Nos dicen que los camagüeyanos poseen la mejor dicción en el español de Cuba. Se recuerda eso al escuchar «Ojos para no ver las cosas simples», cuento de Martha en el que seres mágicos habitan la luz y la hacen brillante, así nos dice Martha, vaya casualidad, seres mágicos hacen la luz de esa Editorial, —la luz de La Luz— y la hacen brillante. La voz melodiosa y dulce de Martha, la anáfora como un ritornello. Nos dice Martha Acosta en su cuento que a la luz se le mira desde abajo mientras la luz nos ilumina desde arriba. En el caso de Martha acaece como con Rubén. Y eso tienen las antologías. Que de alguna manera petrifican el tiempo mientras los autores —que no están hechos de piedra— crecen, viven, sueñan y en ese soñar y ese crecer dejan de ser las promesas que un día fueron para ser los autores que al día de hoy son, Premio Cortázar, Martha, multipremiada Martha, no obstante ser el autor más joven de ese libro.
Y avanza hacia el occidente de la isla el audio libro porque llega la voz del espirituano Ariel Fonseca, dos cuentos tiene Ariel en esa antología, dos cuentos cortos, ambos inundados de ese realismo sucio que nos llega en la voz y el estilo de Ariel, el primero de esos cuentos «Postal desde Berlín», realismo sucio, sí, realismo sucio en idioma alemán. ¿Warun?, nos preguntaremos en este idioma —es decir, ¿por qué? — porque se puede ser realista y puede el realismo ser tan sucio como suele no pocas veces ser la realidad y esto puede ocurrir en cualquier idioma —sprehem spaniche o sprehem deucsh— no importa la nacionalidad, no importa el idioma, aunque el sol, como escuchamos decir a Ariel, sea demasiado fuerte. Otra vez nos llegará la voz y el realismo duro de Ariel en el penúltimo de los cuentos, cuando se nos recuerda en suerte de título terrible que «Al mundo no le es difícil destruirte», conflicto de pareja, lenguaje coloquial y narración en primera persona.
«Cuando se lee, como lector una obra, se atiende a lo temático y a lo estilístico (…) cuando se escucha un audio libro se atiende la voz, la fonología o la fonética hacen lo suyo».
La camagüeyana Evelin Queipo nos regala su voz en «Propósito inicial» para recordarnos que no se necesita de cosméticos para hablar de literatura, así nos dice Evelin, Evelin a quien hace tanto no veo, tanto que —voy a confesarlo— ni siquiera alcancé a reconocer su voz.
Se hace escuchar la voz de Robert Ráez —antes nos hizo admirar sus artes, no olvidemos es el diseñador de esta maravilla de audio libro, felicidades a Robert Ráez por su trabajo de diseño fenomenal—, Robert Ráez que nos inunda de su lectura rápida, de todo el ambiente que hubo de urdir en ese cuento que es «La otra». Cuando se lee como lector una obra se atiende a lo temático y a lo estilístico. Los detalles de diseño de página, tipografía, color y calidad de la hoja, separación entre las letras, interlineado, toda esa parafernalia cara a un diseñador gráfico, queda intelectivamente al margen del lector, queda solo el lector, en tanto literatura, frente a estilo y tema, mas… cuando se escucha un audio libro se tiene la voz, aprehendemos las cadencias, las pausas, el timbre, la pronunciación, la fonología o la fonética hacen lo suyo, ya no es el diseño gráfico, por ello aludí a la lectura rápida y trepidante de Robert. Por ello escuchaba a Martha Acosta y me llegaban los pausados gestos de Martha. Por ello no reconocí en la voz de la rubia Elaine todo cuanto al tenerla delante es la rubia Elaine.
Precisamente es el turno de «Semáforo en rojo», turno de la voz de Elaine Vilar, voz que nos lleva a una Mariana de este siglo, una Mariana que no se empina, todo lleno, como nos dice Elaine —con esa voz que no es la voz que audiblemente visualizo en ella— lleno de «bucolismo histórico». Promesa y potencialidad era Elaine al ganar el Celestino, hoy es una autora de gran éxito internacional, muy orgulloso yo de Elaine Vilar.
Mi responsabilidad he tenido alguna vez como jurado del Celestino, responsabilidad de la que me siento orgulloso al haber premiado un día «Bumbos», obra del cienfueguero Héctor Leandro Barrios —sin ánimo alguno de pitoniso me arriesgo a decir que pueden esperarse grandes cosas de Héctor. Toda antología tiene siempre sus promesas de un día, hoy realidades, y sus promesas latentes, realidades del mañana, Héctor es de esas últimas, aquí nos llega su voz en «Bulbo de luz», uno de los cuentos de los cuales puede ufanarse esta antología, lenguaje cuidado, estilo purista, fraseos cortos, ríspidos, ritmo interno henchido de recurrencias ilustrando el universo de un niño, suerte de angustia poética.
Para hacernos llegar el último y verbalizado haz de luz asoma «La niña» del holguinero Rafael Inza, que antes hubo de hacernos escuchar «La pulga», suerte de literatura del absurdo. En «La niña» nos duele una adolescente a cargo de su hermano menor, duele la madre que no llega, duele el final. Que nos inunde la luz, la claridad aumentada, después de ese final. Que la luz salve a la niña, que la luz purifique a todos en muy necesario ceremonial apotropaico.
Ah, pero antes de ese último cuento escuchamos en suerte de ritual verbalizado y audible —cité antes el necesario ceremonial apotropaico—, una última sección de Celestino antes del alba, la mítica e inolvidable obra de Reinaldo. En ese fragmento nos dice esa voz que confiere voz al holguinero Arenas: «escribiremos en los troncos de las matas». Eso nos dice Reinaldo Arenas, el holguinero, el cubano. Y quedé pensando. Quede pensando en que no pueden imprimirse hoy libros porque falta papel, y pensando me llegó como lenitivo ante la tristeza, me llegó precisamente como ceremonial apotropaico, que a falta de papel se hacen audio libros. Acá está. Acá lo tenemos. Y pensé —ceremonial apotropaico mediante— que si llegara tristemente a faltar alguna vez la voz o llegaran terriblemente a faltar artilugios de grabación…, si llegara a faltar lo que llegara a faltar…, bueno, pues no importa, haremos lo que Reinaldo sostiene en ese último fragmento: «escribiremos en el tronco de los árboles».
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Tomado de La jiribilla
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