Desde que el primero de nuestros antepasados emprendió el viaje hacia la conquista de otros territorios que habitar, la búsqueda se convirtió en una constante intrínseca del ser. El nombre homo sapiens (hombre inteligente – ser que piensa) pudiera leerse también como homo quaer (raíz latina, morfema para indicar pregunta – ser que busca). La búsqueda ya sea de un lugar, de un objeto, de una pasión, de otra persona, o de nosotros mismos, marca los designios de la vida humana.
El viaje-búsqueda es uno de los temas literarios que más ha obsesionado a los escritores occidentales. El parteaguas, sin dudas, de esta temática lo representa el descubrimiento de un «continente nuevo», el llamado encuentro, choque de culturas. América representó en el imaginario europeo ese espacio virgen, vasto e idóneo para explorar.
Es el poeta —en la actualidad— quién mantiene vital los constantes ejercicios de búsqueda. Cuando parece que no hay nuevo lugar por el cual asombrarse es el ojo del poeta y la mirada de la poesía quién mantiene vivo el otrora espíritu del explorador, cartógrafo, cosmógrafo.
Adentrarse en la poética de trillos/ precipicios/ concurrencias, de Alfredo Zaldívar, es precisamente adentrarse en un viaje, el lector aborda el libro como un viajero aborda un tren, avión o automóvil. El libro se encuentra dividido en tres partes, las mismas que le dan título, tres partes que no son necesariamente infierno, purgatorio y paraíso, aunque Dante parezca ser el prototipo del poeta quaer o que busca.
Al inicio del recorrido nos recibe un refrán popular: «No dejes camino por vereda» como anunciando que te mantengas firme a los trillos que estarás por leer-transitar, y opuesto a lo que Dante quisiera, el refrán que nos recibe pretende que pongamos todas nuestras esperanzas en el camino a recorrer. Tampoco es fortuito encontrarnos un refrán si tenemos en cuenta el uso de lo popular —sin ser costumbrista— en la poética de Zaldívar.
Si la palabra que más se ha repetido hasta el momento es búsqueda, resulta porque es esa la palabra con la que definiría la obra del poeta. Él mismo se autodefine en el sujeto lírico del poema «Con el cuidado del que pisa en falso» perteneciente al libro Papeles pobres, donde se lee: «Constantemente me desdoblo y busco».
En «trillos» hay una recurrencia climática, así como un futurismo sosegado que empuja cada fragmento hacia delante en imágenes yuxtapuestas. Tal técnica provoca en el lector un fluir holístico del viaje del poeta que transforma a la ciudad en el espacio por excelencia para el explorador contemporáneo. La búsqueda no es recreativa, no se detiene en la belleza del paisaje, su intención es más ontológica: el ser frente a los caminos transitados, o en todo caso los fragmentos-trillos que habitan el ser.
Zaldívar se percata en su recorrido de aquello que hace un siglo también se percató otro poeta cuando escribía versos sobre la búsqueda en una ciudad como New York. Federico García Lorca escribía: «Las cosas cuando buscan su curso encuentran su vacío». Alfredo nos dice: «por aquel trillo comencé a encontrarme / por aquel trillo comencé a perderme/ (…) la poesía es solo el trillo por el que busco un trillo».
La primera parte da paso a la segunda. «Trillos» y «precipicios» son el mismo poema en cuanto a ritmo, unidad entre forma y contenido, lo que los divide es su pathos. En «trillos» existe una consternación apacible y a ratos una recreación sonora y visual del camino que traza el poeta, pero una vez abandonado este trillo el pathos nos remite a la fatalidad, o sea, llegamos a los «precipicios». Leamos sus tres primeras enunciaciones:
- «He comprado pescado esta mañana / y he sentido un temor ancestral /ante sus ojos».
- Cuidando de no herirme / he guardado las piedras del vecino / bajo los vidrios de mi techo.
- Voy / camarón dormido / en la corriente que me quita mis sueños.
Y continúa in crescendo: «el árbol que planté nació torcido (…) el mal tiempo se posó sobre mí». A lo largo de esta segunda sección del libro la fatalidad del que busca se hace evidente, en vano no lleva por título «precipicios» o sea el camino al borde de la caída. La apoteosis final o concluyente para dar cierre al binomio trillos / precipicios se cierra en los versos: «Días en que me ahogo en un vaso de agua».
«Concurrencias», tercera y última parte del libro, establece el orden estilístico y formal, marcando una clara diferencia de las dos secciones que le precedieron. Es por eso que los textos llevan títulos y una estructura más propia del poema convencional al que el lector está acostumbrado.
Los elementos típicos de la poesía de Zaldívar afloran aquí, resalto algunos textos a continuación. Ella que pudiera ser la libertad en diálogo intertextual con Miguel Hernández, pero en el que la búsqueda se vuelve para sí, el poeta dice: «el que afuera / sale a buscarme / como quien busca a dios / y solo encuentra / solo encuentra mi ceniza espantada». «Rap de Munhoa», ejercicio sonoro y coloquial que es un deleite escuchar en voz de su autor. «El perro», de Goya, que es sin dudas uno de los poemas más impactantes del libro.
El texto fluye a través de los pensamientos del sujeto lírico que intenta explicarse el por qué un cuadro, aparentemente intrascendente, logra conmoverlo hasta la exacerbación final de y mirarlo / mirarlo / mirarlo. Ese misterio tampoco el poeta logra desentrañarlo, y es por eso que escribe el poema. La belleza radica en que el poeta no fuerza una explicación, sino que nos hace partícipe de su asombro / exaltación. El perro que habita el libro, el de Zaldívar ya, no el de Goya es otra forma de responder también a la pregunta de las preguntas, ¿qué es la poesía?
De «concurrencias» me gustaría señalar un aspecto meramente de tipo formal. Zaldívar concluye el libro con el poema «Hambre», aunque tal vez el último poema del libro sería «Escrito sobre el libro secreto de Pompeya y Herculano». La belleza del poema encierra / resume todo el pathos del libro tanto la consternación apacible de «trillos» como la fatalidad de «precipicios». El poema inicia con el sintagma «Te dibujo los ojos». Los ojos que nos remonta a los oráculos, que nos remite a la observación, el poeta dibuja ojos porque con los ojos busca, nos revela lo que escribe. Para terminar con un efecto romántico de carácter ascendente o lo que Yeats llamó estado de fuego al escribir: «Dibujo el fin de todo. Devuelvo los pinceles a sus cajas. / Hasta el próximo cuadro todo suele ser bello, deliciosamente desolador. Donde dice cuadro entiéndase camino trazado».
Cada texto de trillos / precipicios / concurrencias son huellas que nos indica el camino en que, evocando a Carpentier, un día el hombre descubrirá un alfabeto en los ojos de las calcedonias, en los pardos terciopelos de la falena y entonces se sabrá con asombro que cada caracol manchado desde siempre era un poema. Es esta y no otra la búsqueda de Alfredo Zaldívar.
Tomado de Girón
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