Si ya lo dije alguna vez, no importa: lo que fue y no es, es como si no hubiera sido. Y ante esa verdad como un templo, me acojo y me repito a mí misma. Porque en mí la poesía de Caridad Atencio va dando vueltas de noria, un largo poema que llena libros, que jamás se deja de escribir, que se replica bajo otros títulos, otros registros tonales, otras partes siempre inconclusas. A mí me encanta la poesía de Caridad Atencio. Pensado, dicho y escrito en alta voz.
Vengo corroborando mis gustos desde que la conocí, hace más de una década, desde sus versos de El libro de los sentidos (Editorial Letras Cubanas, 2010). Me apabulló la acidez. Yo también he pretendido escribir así, pero ese don oficioso es adquirido, sumamente escaso y se reparte, como es lógico, a cucharadas (y no de las soperas). Pequeñas porciones para que la Gran Poesía siga siendo por y para Elegidos.
A alguien que se confunde en mi memoria, le comenté: «este libro me ha gustado mucho». Y parece que a él también, porque nunca más me lo devolvió. Por eso, cuando aquella «luz de nieve que del cielo baja», como un desplazamiento adecuadísimo al margen, llegó en ritornelo a mi vida, intento preservarlo cerca de mi mano derecha: no con la que como (esa es la mano con que escribo). Estampas así me hacen recordar de continuo la brevedad de las cosas y que no voy a prestarle a nadie este poemario. He dicho a nadie.
Desplazamiento al margen (Extramuros, 2018) está medio ajado ya. Lo toqueteo, lo abucheo, me lo trago y lo escupo y me lo trago y lo mastico otra vez. Me explica la primera hoja qué es la poesía de Caridad Atencio que yo me había perdido de leer. Un viaje desde el 2002 hasta el 2010. Aun así no me conformo, porque A pesar de la sangre que se escapa, cierro mi mano izquierda con las cuerdas. Y rescato la pelvis astillada, una foto de un potro de tortura, la babosa un tiempo caracol que aprieta mi cabeza. Cada vez que tienes un cuerpo tienes que elegir un camino.
¿Yo? Pues yo he elegido creerle poéticamente, cerrando y abriendo la mano izquierda, como el parpadeo de un ojo con semillas de polvo. Pudiera continuar citando versos, pero para que otro asunto repose tengo una máscara que sopla y yo soy de las que prefiere las zonas de confort. Los espacios donde habite la penumbra, que no la sombra que enlanguidece.
Soy más de las que prefiere El camino a casa (Selvi Ediciones, 2020) como una solución mediata a casi todos los problemas en relación con las perturbaciones neurometeorológicas. O sea, como amanezca mi cabeza. Y es primordial, para que la ecuación fluya, el sitio donde se amanece…
Con algo de miedo y otro poco de perfume, me atrevo a repetir uno de los versos más crudos y sin censura de este texto, de otros tantos libros, publicados bajo los vientos tempestuosos de la pandemia:
Vestida y sin rostro
le estaba torciendo el cuello a mi niño.
Una puñalada en la boca
con los dedos abiertos sobre los ojos,
aunque las venas se salen de mis manos.
Definitivamente el carácter está perforado.
Eso es abriendo el libro, pasadas las nubes, cariacontecido tu rostro, porque a partir de este momento tu posición frente a la poesía de Caridad Atencio, si antes no la habías leído, no volverá a ser la misma. Ríspida, dolosa, martilleante, aun ante temas tan tremendamente humanos como lo es la familia. Grande. Grandiosa plus.
Ahora, con esta ambidextra Historia de un abrazo (Editorial Letras Cubanas, 2019) me hace sumergirme, ahogarme, apuntalarme, estremecerme y quedarme convencida de que todo cuanto escribe me lleva al punto 0: un espacio de incompleta falta de contención. Porque es
Miedo
a tu propia sangre:
como tejido
que envuelve,
sin crédito,
la realidad
soy concebida.
Un mar
visto a través
de una red
oxidada
Palacio hecho
para que
las mujeres
observaran
el mundo
sin ser vistas:
Palacio
igual
a las mujeres
Y la agonía
es permanente
antes que eterna,
haciendo
un arte
de la necesidad
de defenderse.
Pareciera que debo, pero soy incapaz de defenderme ante la poesía de Caridad Atencio. A ella asisto en esta nueva entrega y a ella me entrego, esperando el abrazo que siempre llegará, perforando ese terreno que en mí se vuelve blandito como arroz hervido, si la poesía sabe dónde allanarme.
Pareciera que debo, pero soy incapaz de comprenderlo todo, porque la sorpresa va en aumento y reboto entre cada poema trepidante para cavar más, más profundo y hallar el tálamo donde reposo y dejo reposar cada verso de Caridad Atencio.
Y lo bueno, si breve, dos veces bueno y ahora esta Historia… viene en «formato pequeño», retándome desde cada página y se subleva lo que en mí pareciera calmo: me deja con ganas, unas ganas raras de gritar hacia adentro, porque esta poesía, como la música o el luto o las más intrincadas pasiones, se someten cuerpo adentro.
Estoy llegando a un punto vital en que los exteriores me están importando menos de lo que debieran. May be. La realidad se me trasmuta en un inciso a (pareciera que de carácter obligatorio), nulo derecho a réplica y la poiesis de ya ustedes saben quién, me conquista, me abraza, me abrasa y me adormece en un extrañamiento poco frecuente.
No sé sí a otros convenzo. Mas convencida estoy de que a mí me gusta cómo escribe Caridad Atencio, como me gustan mis cactus, el café café y De sterrennacht de Van Gogh y la lluvia en mi patio y las tardes en que logro hacer una siestecita y los diálogos entre mis hijos, tan contemporáneos ellos… Me gusta en un sí maduro, sin quejumbre, sin reproches externos, condicionada por mí misma, por todo cuanto le he leído y le comprendo. Tan seguras que estamos en nuestra mujereidad…
Estas historias que se ha inventado para mí, para ella, para todos, tienen un no sé qué de conveniencia, que me acometen entonces
Ansias
de un ser marcado
con las raíces
como manos
crispadas
sobre la tierra.
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