Rubén Rodríguez es uno de los nombres más reconocidos entre los narradores cubanos. Merecedor de premios tan importantes como el de cuento de La Gaceta de Cuba o el Alejo Carpentier, también en ese género, Rubén tiene la capacidad de seguir siendo un excelente narrador cuando el destinatario de su obra es el público no adulto; y justo de sus entregas al universo de la literatura infantil y juvenil (LIJ) cubana conversamos hoy.
En el número dieciséis de 2016 de la revista Chinchila, Joel Franz Rosell vierte sus reflexiones sobre la narrativa en la LIJ cubana. En su «pequeño collar de perlas», Rosell anota: «Peligrosos prados verdes con vaquitas blanquinegras, de Rubén Rodríguez González, me parece la más inventiva (…) y divertida novela infantil escrita por un cubano en lo que va de siglo XXI». ¿Cuál ha sido el camino recorrido para que tú obra merezca estos elogios? ¿Qué referentes de la LIJ reconoces en tu escritura?
Comencé en la LIJ en el año 2005, con la noveleta Mi mundo, un cuaderno que hoy me parece defectuoso y que reescribiría si fuese posible. Esto me demuestra que no es posible emprender la redacción de un proyecto de fantasía épica sin haber elaborado antes un plan de escritura, sin inventarse un mundo con su geografía, razas, flora y fauna, climas, historia, mitología y religión. Con esto no reniego de mi primer libro para niños, sino apenas reflexiono al respecto. Dos volúmenes posteriores, ambientados en esa suerte de mundo paralelo a la Tierra, al que se accede por túneles espacio-temporales, gozan de una mejor planificación: El país de los tatai (ganador del Premio Ismaelillo de la Uneac y publicado por Unión), y El reino de la Alegría (en proceso editorial por Gente Nueva).
Después nació el primer volumen de una saga que me ha dado mucha satisfacción y que tiene visos autobiográficos: El garrancho de Garabulla, que obtuvo Premio de la Ciudad de Holguín y es la historia de un guajiro que quiere ser escritor; y detrás llegaron otros, nacidos de la especulación acerca del devenir de la historia planteada y la evolución de sus personajes: Paca Chacón y la educación moderna (Premio Oriente, publicado por esa editorial), Rebeca Remedio y los niños más insoportables del mundo (Premio Abril y editado por esa casa editora y por Oriente) y La retataranieta del vikingo, que también vio la luz por Ediciones Oriente, sello con el que tengo pactada toda la colección. Ahora escribo la quinta entrega: Garrancho, la película, suerte de homenaje al mundo del cine y entregué a Ediciones Cauce, de Pinar del Río, una especie de «precuela» titulada Cuentos de Garabulla, que narra algunos antecedentes.
La tercera serie es la de Leidi Jámilton, una bruja que es madre soltera de dos chicos peculiares: un niño transparente y una mutante, completan el círculo el papá, un gaitero escocés devenido leyenda urbana, y la abuela Cachita, heredera de todo el acervo rural cubano. Si El garrancho exalta el valor de la amistad y la familia así como la importancia de la tenacidad para lograr metas; los libros de Leidi J. son un canto a la aceptación, la tolerancia y el optimismo, y en cuanto a sus referentes, son un producto más complejo, en virtud de su intertextualidad. Al primero de ellos, El maravilloso viaje del mundo alrededor de Leidi Jámilton, ganador del premio Hermanos Loynaz, le siguió un volumen superior en sus planteamientos y propuesta estética, Peligrosos prados verdes con vaquitas blanquinegras, que es mi libro más afortunado: logró los premios La Edad de Oro, La Rosa Blanca y el de la Crítica Literaria. Más adelante, Gente Nueva compiló para su Colección 21 ambos cuadernos, con el plus de una decena de cuentos inéditos y que se publicó con el mismo título de la primera entrega de la serie. Luego apareció por Ediciones La Luz un libro hermoso: El final de los finales felices, con historias algo más pretenciosas en cuanto a su propuesta narrativa. Debe publicarse, próximamente, otra obra ambientada en el mundo de los Jámilton: Para embrujar al bebé y otros hechizos, por Ediciones Matanzas.
Sin pecar de inmodesto, reconozco el crecimiento lógico luego de tres lustros creando para ese público exigente que son los niños; un crecimiento que no ha sido espontáneo, sino fruto del entrenamiento, la voluntad de estilo y la relación con el destinatario de esos libros. Creo que, a la par de la fantasía, son vitales el conocimiento de la gramática y la redacción, el ejercicio de la sintaxis, el estudio de las técnicas narrativas y una buena dosis de humildad y, sobre todo, pensar en el público receptor.
Mis lecturas en el campo de la LIJ han sido aleatorias, con lo cual me he «perdido» a algunos autores tenidos como paradigmas y he adorado a otros menos relevantes. En lo fundamental, como lector de narrativa busco una buena historia contada hermosamente, aunque no «ahitada» de poesía. Detesto la ñoñería, lo pedestre, lo vulgar y el didactismo a ultranza. Recuerda, por ejemplo, que Onelio Jorge Cardoso, el cuentero mayor, no era rústico a pesar de escribir sobre el campo cubano.
Como referentes, supongo, debo reconocer mis múltiples lecturas: Rompetacones, de Antoniorrobles; Nadasabe, de Nikolái Nosov; los cuentos tradicionales de los cuales extrajo Vladimir Propp sus célebres funciones y tomaron los hermanos Grimm y Charles Perrault sus famosas historias; las fábulas de Esopo y de Samaniego; las ediciones cubanas de Oros Viejos y Flor de leyendas compiladas por Herminio Almendros; a los «adelantados» autores nórdicos y hasta Había una vez, cuyos cuentos son un prodigio de síntesis. No descarto las películas de diapositivas soviéticas, los famosos «rollitos», con los que disfruté muchísimas historias a las cuales les ponía efectos y sonido. Y también están todos los grandes libros de aventuras escritas para adultos y que los niños y jóvenes tomaron para sí, como los textos de Alejandro Dumas (padre), Jonathan Swift, Emilio Salgari y Julio Verne, e, incluso, Las mil y una noches con su grandísima carga erótica. Por supuesto, debo mencionar a Lewis Carroll, no solo con las historias de Alicia, sino con su Fantasmagoría; los cuentos victorianos de Oscar Wilde y el mundo de Tolkien. Oculto, por pudor, aquellos libros y autores famosos que no me gustaron ni me agradan aún. Si, como escribió alguien, el león está hecho de cordero digerido; yo estoy hecho de literatura devorada.
¿Cuánto influye en tu creación para niños el haber nacido en Floro Pérez? (o San Marcos, si quieres aclararlo).
No más que el modo en que han influido sus respectivas circunstancias en otros autores. Haber nacido en ese poblado en medio del campo ha de haber influido en mis vivencias de infancia y adolescencia, esas que luego aparecen filtradas o recreadas en mis libros. Quizá, de haberme desenvuelto en otro medio, mis historias fueran más «urbanas» o «citadinas», o tendría otras inquietudes éticas o estéticas.
De todos modos mi universo, incluso en ese medio semirrural, distaba de ser exclusivamente bucólico, porque entonces mi mente viajaba por otros parajes distantes en tiempo y espacio, aquellos recreados en las historias fascinantes de Flor de leyendas y Oros viejos, por ejemplo; o las intrigas cortesanas de Los tres mosqueteros o El prisionero de Zenda; o las exóticas historias, llenas de erotismo y lo que se me antojaba humorismo, recogidas en Las mil y una noches. De hecho, mis primeras lecturas fueron El libro de la selva, de Rudyard Kipling, y Cindy, Yogui y Boo Boo, un libraco enorme basado en los dibujos animados de William Hanna y Joseph Barbera. En las noches, mi padre nos contaba los muñequitos de Tarzán y Supermán, sus ídolos, y me prometía que iba a ser dibujante de Walt Disney. Toda esa «sustancia» pervive en el Rubén escritor.
Creo que haber crecido escuchando historias campesinas, incluidas aquellas de muertos y aparecidos, contenidas en el imaginario popular de San Marcos de Auras, también influyó en mí; y, además, haber tenido al alcance una fabulosa biblioteca escolar, con bibliotecarias complacientes que me permitían husmear en los estantes destinados a los adultos, donde hallaba maravillosos atlas de historia del arte, anatomía humana o historia del transporte marítimo y la aviación. Cuando otros niños, supongo, se leían El principito, yo andaba obnubilado con La Ilíada o Dafnis y Cloe, o con los libros de historia antigua que me acercaban a Babilonia y Asiria o a los aztecas, mayas e incas. Todo eso en «Floro Pérez», a la sombra del cerro San Marcos y al pie de la parroquia de Jesús del Monte.
Mi pueblo y sus alrededores, con sus muchísimas vivencias, los viajes a la finca de los abuelos o los tíos, las excursiones al río, las riquísimas flora y fauna autóctonas están reflejados en mi literatura, sus ambientes y personajes. Sin ir más lejos, cuando se viaja de Holguín a Auras, se divisa al este un valle salpicado por los cerros del grupo de Maniabón y cuya apariencia se transfigura de acuerdo con el momento del día o el clima; de ahí está tomada la topografía de una parte de Mimundo.
¿Cómo logras compaginar el ejercicio del periodismo, la narrativa para adultos y el universo de la LIJ? Si tuvieras que preparar una tarjeta de presentación, ¿cómo ordenarías las «profesiones» siguientes que te identifican: periodista, profesor universitario, narrador para adultos, narrador de LIJ, buena persona y mejor amigo?
No es difícil compaginar el ejercicio de las tres profesiones, pues tienen en común la creatividad, existen vasos comunicantes entre ellas y el soporte común del texto escrito. He trabajado durante 28 años en un periódico, como reportero y luego como editor, experiencia que se sintetiza en producir y corregir textos en prosa; el periodismo fue muy buena base escritural y resulta excelente entrenamiento a la hora de abordar el texto de ficción, también desde lo vivencial; incluso como profesor enseño géneros periodísticos y técnicas narrativas aplicadas al texto periodístico. Sobre la «tarjeta de presentación»: buena persona y amigo irían en primer lugar, porque básicamente somos seres humanos sensibles que nos realizamos en la interacción social, interpersonal. Me da mucha satisfacción amar y ser amado, ayudar, comprender, ser feliz y, a la vez, ser ayudado, entendido y hacer felices a mis próximos, si puedo lograrlo con mi literatura, mi periodismo o mi magisterio… pues mejor; pero uno no nace siendo «algo» y a veces olvidamos que, además, de Ph D. o M. Sc. o autor laureado, somos hijos, hermanos, tíos, padres, amigos, vecinos… vínculos afectivos ancestrales, determinados histórica y socialmente, y que son más duraderos que las glorias y los nombramientos. Si todavía persistes en la elaboración de la tarjeta, aquí te va mi propuesta: Buena persona, buen amigo, periodista, escritor (sin distingos) y profesor.
El poeta Moisés Mayán, tu «primo», ha dicho que «la escritura de Rubén posee al unísono la potencia de fuego del obús y el hálito primaveral de los claveles», tomando como referente para la imagen la Revolución de los Claveles en Portugal en 1974. ¿Cómo lograr en el campo de la LIJ esa mezcla de fuerza, belleza y poesía en la imagen? ¿Existe la fórmula o método RR para intentar conseguirlo y, de paso, echarse en el bolsillo a los lectores?
Creo que la clave puede radicar en el respeto al lector, en interactuar con él, en conocer a tu público y su circunstancia; en estar consciente de para quién escribes y actuar en consecuencia. Hay que escribir solamente si tienes algo que decir. Debes entregar una buena historia, elaborada prolijamente y consistente ética y estéticamente. Tienes que proponerte hacer mejores a tus lectores, llamar su atención hacia tus propias preocupaciones e intentar que se sientan reflejados en tus textos. Debes superarte como autor estudiando la técnica y afilando tu estilo en pos de una mejor comunicación. Precisas ser honesto en tus planteamientos y sincero respecto a las emociones y decisiones de tus personajes, a los que también debes amar, respetar y cuidar como una prolongación de ti; ahondar en sus motivaciones y ser generoso con ellos y con el lector. Hay que procurar la logicidad y la coherencia en los textos. Necesitas leer a los clásicos y a tus contemporáneos, para conocer la obra que te antecedió y saber cuáles son los derroteros de la LIJ actual, y así evitas descubrir el agua tibia una tarde de estas. Más que un siervo de tu estilo, debes ser su tenaz domador. Tu singularidad esencial y tus referentes pueden inclinar en una dirección tu modo de expresarte o los recursos formales que empleas, pero es tu voluntad de estilo, como creador, aquella que marca tu rumbo. Creo que la intencionalidad es la base de todo, como indican aquellos diálogos memorables de Alicia en el País de las Maravillas y A través del espejo: «¿Qué camino tomar? Según a dónde quieras llegar». O: «Aquí, ¿sabes?, es preciso correr cuanto se pueda para quedarnos en el mismo lugar».
Llama la atención el que varias de tus protagonistas sean niñas. ¿Predilección, guiños a las grandes chicas de la LIJ como Alicia y Pippa Mediaslargas?
Me gustan los personajes femeninos, adoro su sicología. Recuerda que «la mano que mece la cuna es la que gobierna el mundo». Creo que me tomo más en serio, o tal vez se me da mejor, la construcción de personajes femeninos; porque poseen mayor riqueza sicológica. He leído también que la mujer cuenta con mayores habilidades de razonamiento y comunicativas.
Revisa el protagonismo en las historias clásicas, que nos han legado un verdadero maratón de chicas: Gretel, Gerda, Bella, Aurora, Blancanieve, Caperucita, la Sirenita, la princesa Badrulbudur, rebautizada Jazmín por Disney, hasta la cucaracha Martina y la mamá Cabra de Los siete chivitos… ¿Y qué me dices de sus magníficas antagonistas: como el hada maléfica –anónima en el cuento original-, la Reina de las Nieves y la colección de brujas perversas y malvadas madrastras? Supongo que, involuntariamente, soy heredero de esa tradición, con Pippa y Alicia, Wendy y la señora Bartolotti, Dinka y Scheherazada. Es que hasta en la deliciosa historia de la vaca Matilda, de Edwiges Barroso, existe abrumador protagonismo femenino. Todas ellas son antecedentes de Érika, Laurita Domenech y Matilde Cualquiercosa JámiltonVaya en mi descargo que tengo personajes masculinos como Danito e Ibo Elke, de Mimundo; Ernesto Escritor del Campo, en la serie de Garabulla; Rafa Piltrafa, en El país de los tatai; o Maijiro Faetonte, en El reino de la Alegría.
Cuando aparece El Garrancho de Garabulla, ¿ya tenías en mente la escritura de otros libros, o fue la buena acogida de este texto la que te inspiró a retomar sus personajes en nuevas peripecias?
El garrancho nació misteriosamente. Ya había publicado la noveleta Mimundo, que fuera finalista del Premio Oriente, y andaba por ahí la idea de escribir una historia acerca de la iniciación literaria; luego redacté una cuartilla con el diálogo entre una niña y un autor, que entonces eran anónimos y que terminó formando parte del capítulo tres de El garrancho de Garabulla. También tenía inquietudes acerca del modo en que algunos profesionales suelen tratar a los principiantes, olvidando que alguna vez lo fueron y creyéndose, de manera cuasi mística, «increados» o «autogenerados». Comencé su escritura un 31 de diciembre, en que me sustraje del bullicio y el jolgorio para comenzar la novela, que seguí escribiendo en los días posteriores y concluí a tiempo para enviarla a concurso en el Premio de la Ciudad de Holguín, el certamen que me había permitido publicar mi primer libro de cuentos y mi primera novela para adultos.
Al principio no me propuse la serie de Garabulla ni tenía más propósito que probar suerte con un segundo libro para niños; pero fue, más que la buena acogida del libro, el «hambre de futuro» de mis personajes, que siguieron reclamando historias para vivir y peripecias que enfrentar. Como buen lector de historietas y consumidor de series y telenovelas me habitué, desde pequeño, a las historias «por entregas», con todos los rasgos que les atribuye la literatura. Así nació Paca Chacón y la educación moderna, donde regresa la villana como una especie de estrambótico Doctor Moriarty y se da seguimiento a la historia de Érika y su familia, a partir de la tesis propuesta al cierre del libro anterior. Basta formularse un what if… o sea, qué ocurriría si… Ernesto y Mami Maritza se enamoraran y Érika se fuera a estudiar a la escuela multigrado de Garabulla –las escuelitas multigrado las conocí trabajando como periodista en las montañas de Holguín-; o qué pasaría si… Mami Maritza pariera gemelos, argumento de Rebeca Remedio y los niños más insoportables del mundo; o qué sucedería si el papá de Érika apareciese dispuesto a llevarse consigo a la niña, que es lo que narra La retataranieta del vikingo. Ese mismo espíritu me ha animado a escribir la quinta y sexta entregas. En principio, solamente he pensado en escribir seis libros: uno por cada grado de la Primaria que curse mi protagonista, porque la adolescencia supondría nuevos conflictos para Érika, pero quién sabe… What if?
El universo de Garabulla, asimismo, me ha llevado a otras consideraciones, desconozco la palabra que emplearán los estudiosos para referirse al «fenómeno», aunque debe ser una palabra compuesta, llena de prefijos o sufijos griegos. Se trata de una especie de telaraña, o de vasos comunicantes que relacionan las tres series, toda vez que Leidi es oriunda de Garabulla, donde moran su madre y parientas brujas y allí pasan las vacaciones los niños Jámilton. En ese apacible entorno rural, por otra parte, existen túneles espacio-temporales o «puertas» que conducen a Mimundo, como se plantea en la novela El país de los tatai, donde personajes de la serie de Garabulla irrumpen en ese universo paralelo durante un accidentado viaje de vacaciones. No puedo decirte qué propósito mayor me anima porque desconozco si existe alguno, pero te garantizo que disfruto demasiado escribiendo estas historias como para resistirme a hacerlo una y otra vez.
Realidad, fantasía. Si en la saga de Ernesto Escritor del Campo y su universo garabullano tus protagonistas viven inmersos en la contemporaneidad, en un universo real y reconocible en su entorno para tus lectores, en cambio, el universo de Mimundo está lleno de extrañas criaturas: goscas, alones, csbafas, violines alados, tatais, elkes, barujitas. ¿Cómo lograr ese equilibrio entre el reflejo de la realidad que vive cualquier niño y el desbordamiento fantástico y la creación de mundos?
Te hablo a partir de mi propia experiencia, la experiencia del niño que fui. Aunque este fenómeno no está ligado solamente a esta etapa de la vida, sino que acompaña al hombre en sus pasos sobre la tierra. El pensamiento mágico religioso es prueba de ello. Ningún niño vive completamente en el mundo real, en él conviven la circunstancia cotidiana y la fantasía desbordante. Basta contemplar a varios niños jugando para percatarse de lo tenues que son los límites entre la fantasía y la realidad. El niño fabula una realidad «otra» dentro de los marcos de lo real, distribuye roles en el juego, se inventa aventuras, afronta peripecias, hace realidad sus deseos, se inventa amigos. La fantasía es la forma superior del pensamiento. Tener una mascota, realizar un viaje, traer de vuelta a algún ser querido, poseer algo deseado… nada de esto es imposible para la imaginación infantil. Y estoy hablando de los deseos «realizables». Qué decir entonces de aquello que pertenece a la dimensión de lo fantástico. Crecí en un medio peculiar y rodeado de personas que no tenían muy claro esto de las fronteras entre lo real y lo imaginario y supongo influyó en mi modo de ver el mundo y la vida y asumir el hecho literario. Visiones, premoniciones, avistamientos de naturaleza dudosa (un OVNI, un ángel, un fantasma), experiencias paranormales, poltergeist… todo esto forma parte de mi historia familiar. El mundo «adulto» que me rodeaba era así, y mi mundo sigue siendo así. Por eso, en mi literatura no hay límites entre Garabulla y Mimundo, porque en mi mente no hay una pared entre lo que parece fantástico y eso que llamamos real. Incluso allí hay dos Garabulla, dos realidades concomitantes, la del escritor Ernesto y la de Leidi Jámilton.
La retataranieta del vikingo fue uno de los libros más leídos el año pasado. ¿Interesan a Rubén esas estadísticas? ¿Sueles acercarte a los niños para conocer su reacción ante tus textos?
Me interesan las estadísticas en la medida que me indican la aceptación, o no, de lo que escribo. Un autor no puede vivir de espaldas a su público, porque la literatura es un acto individual en tanto creación, y también es individual su consumo, pero depende de procesos de producción, distribución y promoción que son eminentemente sociales. Me interesa interactuar con mis lectores, saber qué piensan sobre mis libros, qué les gustó, qué les desagradó, dónde rieron a carcajadas y dónde les invadió la angustia, porque esto me sirve de retroalimentación en materia temática y estilística, y porque yo trabajo mucho con las emociones y necesito saber si la emoción que alumbró un texto es percibida por mi público. También me preocupa la parte didáctica, y preciso conocer en qué medida aquellas reflexiones o lecciones de vida, casi siempre implícitas en el texto, destinadas a los niños pero sin echarles un sermón, han sido aprehendidas. Especialmente, me gustó lo sucedido con La retataranieta del vikingo pues fue pensado como un libro más de la serie de Garabulla, con la continuidad del conflicto clásico y los personajes, y su propio desarrollo la convirtió en una novela sobre afectos, sobre relaciones familiares, sobre padres e hijos.
Con la librería holguinera Villena-Botev realizo hace años una peña itinerante por las escuelas primarias del municipio de Holguín, las urbanas y las rurales, las del centro y las suburbanas, también las de enseñanza especial. Es una ocasión excelente para interactuar con los niños y conocer de primera mano lo que piensan acerca de mis historias. Las presentaciones de mis libros son otra manera de estar al tanto sobre lo que opinan niños y adultos. Creo que la necesidad de interacción está determinada por mi profesión periodística, donde el contacto sistemático con el público es una obviedad. Además, me gusta narrar mis historias oralmente, contarles cuentos a los niños y los adultos, disfruto casi morbosamente sus reacciones de hilaridad, interés o de espanto, cuando viene al caso. En tiempos de hiperconexión y aldea global es imposible pretender una relación decimonónica con tus lectores; incluso el folletín, como forma de popularización de la distribución y el consumo literario, viene del siglo XIX…
En Cuba la crítica literaria camina con muletas, para expresarlo con delicadeza, y en mucha ocasiones se reduce a frases laudatorias. Al hablar de LIJ el panorama es aún más árido. ¿Qué propondrías para solventar esta gigantesca laguna?
Es difícil ser juez y parte. Estoy lejos del ideal clásico del intelectual que escribe varios géneros de la literatura y ejerce la crítica literaria, porque básicamente carezco de método. Dejo a otros el acto de valuar y juzgar lo que escribo. Coincido contigo sobre las manquedades y falencias del ejercicio de la crítica artística en sentido general en nuestro país. Creo que ocurre, en muchos casos, por la carencia de una metodología para el análisis y falta de bagaje profesional. En el caso de la prensa, por ejemplo, los planes de estudio de Periodismo carecen de materias que preparen al periodista para el ejercicio de la crítica de arte. Las veces que me acerqué a la crítica artística, en mi desempeño profesional, fue empíricamente y por osadía; aunque armado de algunas nociones y sobre la base de una cultura general «autogestionada». El crítico debe ser, considero, un consumidor consuetudinario de arte, y también un consumidor de crítica de arte, que le provea modelos de aproximación al hecho artístico y le tenga al tanto sobre tendencias artísticas y de la propia crítica. Debe ser una persona culta y estar informado y, además, estar consciente del valor estético de la crítica en sí, de modo que el artículo o el ensayo devengan textos valiosos per se, e incluso consumibles como arte. Hay factores conceptuales que influyen, como la ignorancia del papel de la crítica dentro de la promoción artística, como una de las acciones que componen ese sistema de socialización y validación del arte. También lastran la escasez de publicaciones especializadas o dificultades en el acceso del crítico a estas, la falta de espacio en las publicaciones periódicas para el ejercicio del criterio, la falta de seriedad y compromiso al abordar un suceso literario, lo que condiciona el exceso laudatorio, carente de análisis y valoración. O el escaso incentivo profesional y material para realizar la crítica o asumir el oficio de crítico.
Has hablado inextenso de lo que llevas escrito (publicado o por salir). ¿Qué no escribiría Rubén en la LIJ?
No escribiría sobre lo que no creo. No escribiría para lastimar o engañar. No escribiría si no me asiste la inspiración. No escribiría por moda y tendencia. No escribiría nada carente de intención estética. No escribiría nada escatológico o vacuo. No escribiría si no tengo algo útil, bello o bueno que decir.
Comenzamos entrevista con las palabras de un autor de LIJ sobre tu obra. Más de uno de los creadores que he contactado para estas entrevistas habla de ti como referente y/o autor que admiran. Amén de una prueba de tu senectud, ¿qué sientes al saber que tu obra es apreciada por tus colegas? ¿Qué les dirías en el adiós a ellos, a tu público lector?
No me parece que cinco décadas de vida me hagan demasiado senescente. No obstante, cuando un colega o un lector opinan de mí con hermosas palabras, siento felicidad, orgullo, satisfacción, y eso me da fuerzas y deseos de continuar haciéndolo. A los lectores, que esperen siempre una historia nueva, porque la mejor, como en los cuentos de la sultana cuentera, es siempre la próxima.
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