Sobre el autor
Eugenio Florit y Sánchez de Fuentes (España, 15 de octubre de 1903- Estados Unidos, 22 de junio de 1999). Poeta cubano, inseparable por contenido y vocación de la gran Literatura cubana del siglo XX. Cívico de honda inspiración, constituyó uno de los más sólidos valores de la poética hispanoamericana, convirtiéndose en uno de los autores más trascendentes de la lírica cubana.
Cintio Vitier, en Lo cubano en la poesía, refiere que desde el primer libro importante de Florit, Trópico(1930), «se liga a forma y tema cubanos: 24 décimas, repartidas por mitad en dos secciones, “Campo” y “Mar”, y ambientadas con una cita de El Cucalambé».
Después de los experimentos vanguardistas de 32 poemas breves en 1927, publicó Trópico (1930), Doble Acento (1937), Reino (1938), Cuatro poemas (1940), Poema mío (1947), Conversación a mi padre (1949) y Asonante final (1950), los más importantes dentro de una producción poética que se extendería casi hasta su muerte.
Como homenaje en su aniversario luctuoso, compartimos una selección de su obra poética.
Fragmentos de su obra
El mar de siempre
No volver a soñar más que en lo mismo para tejer el hilo de los tiempos que tal vez fueron milagrosos. O acaso no existieron, sino en la mente de quien los pensó. Ese arrullo que escuchas no es el del mar de entonces; aquel calló con las ausencias, o bien se hundió lejano y se perdió en la espuma de otros mares. No son los mismos, nunca. Cada uno se acerca a sus orillas, diversos todos, todos únicos en el rozar del agua con su tierra; y cada tierra con su mar se duerme o al levantar el sol con él se alza. Pero distintas, diferentes, las tierras lejos, las de cerca, tienen su propio mar que las arrulla y con diverso pálpito respiran. Como es otra la música que en su bajar nos llega del infinito mar de las constelaciones. Y así vamos de mares y de orillas al límite final que nos espera.
El poema
Sí, se te pone un nudo en la garganta y no sabes que hacer para soltarlo. Tal vez llorar es bueno, pero tal vez eso no basta. Porque si lloras te saldrán los llantos con un gusto de amargo sentimiento. Y, además, que llorando no te calmas. No se te calma el nudo ni la angustia, que es como si todo un cielo se te hundiera o como si nadando por el agua con las flores del agua te enredaras. Como soñar que vas cayendo, yendo cayendo que caerás sin prisa y que nadie te espera al fin de la caída. Es como que te ahoga un pensamiento que quiere hablar, salir, saltar, volar, y cada vez da con la jaula. Miras el libro abierto y ni te fijas en la página, miras el cielo por alzar los ojos pero no ves ni la nube que pasa, miras la flor, no te enamora, miras el árbol, no te espanta oyes el ruiseñor entre la noche y no comprendes lo que canta. Has de volver a ti las soledades con que vas habitando tus moradas, y pensar poco apoco el pensamiento y decir poco a poco las palabras, y formar el poema con la angustia que te mordía la garganta. (después de todo bienvenido si como mariposa te me quedaste fijo clavado por las alas).
La compañera
A Cintio Vitier
A veces se la encuentra
en mitad del camino de la vida
y ya todo está bien. No importa nada.
No importa el ruido, ni la ciudad, ni la máquina.
No te importa. La llevas de la mano,
compañera tan fiel como la muerte,
y así va con el tren como el paisaje,
en el aire de abril como la primavera,
como la mar junto a los pinos,
junto a la loma como está la palma,
o el chopo junto al río,
o aquellos arrayanes junto al agua.
No importa. Como todo lo que une
y completa. Junto a la sed el agua,
y al dolor el olvido. El fuego con la fragua,
la flor y la hoja verde,
y el mar azul y la espuma blanca.
La niña pequeñita
con el brazo de amor que la llevaba,
y el ciego con su perro lazarillo,
y el Tormes junto a Salamanca.
Lo uno con lo otro tan cerrado
que se completa la mitad que falta.
Y el cielo con la tierra.
Y el cuerpo con el alma.
Y tú, por fin, para decirlo pronto,
mi soledad, en Dios transfigurada.
Los pobres en amor, qué pobres somos…
Los pobres en amor, qué pobres somos. Ya ni la tierra nos parece hermosa, ya ni la noche, ni la tarde clara, ni el árbol, ni la flor nos enriquecen. ¿Qué nos da de calor la mano abierta, de compañía la callada estancia, del piano la voz desvanecida, de la luz el brillar, de la presencia el hálito fugaz que se evapora? Pobres de amor, pasamos de camino con la desilusión por compañera y un preguntar que nadie nos responde queda vibrando al aire del silencio; y al aire van las voces y la pena y todo el aire es un lugar de olvido. ¿Quieres amor? Más quiero la riqueza de este seguro estar en mi pobreza.
Momento
Si no me falta nada. Si estoy bueno.
Si hay sol con frío por el aire.
Tengo cariño a mano. Mas no tengo
el que dentro de mi tener querría.
Es tranquila esta paz, pero me duele
con un vacío que no tiene nombre.
Y no acierto a decir lo que quisiera…
Tal vez un poco de melancolía.
Versos
Como no sabes lo que pasa te parece la noche más oscura dentro del vaso de cristal y ya no tienes miedo a que salgan los sueños a morderte, que están seguros en su puesto. Como no sabes lo que pasa no quieres ver lo que te ronda sobre el giro del día y ya no temes ni la flecha, ni el color, ni la llaga de la luz que nos pesa. Y como pues no sabes ni lo que pasa ni lo que se queda no te angustia la flor que allí en su rama temblorosa lejos de ti, puesto que no la miras, se está quedando de ti sola. No sabes lo que pasa porque de ti no sabe nada nada. Como no se sabe qué color tiene Dios -¿será blanco y azul como este libro, o rojo y púrpura como el ocaso, o amarillo y rosado de la aurora, verde tal vez como este mar, como la cinta, como son las hojas?- Ay, que Dios sin color se me desliza y se me queda gris como ceniza. Ceniza gris, Dios gris me gusta: gris de pensar lo permanente, gris de llover, de transitar palabras, gris de pasar la rueda, gris de torcer el hilo de las tardes y de mirar lo que nos queda. Y como no se saben los colores que aquí y allí nos dejan en la mano temblorosos de fines los adioses. Pero es que ni tú, ni yo, ni aquél, ni nadie, ni cualquiera sabemos lo que pasa o lo que queda.
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