El maestro o maestra, y la bibliotecaria, por lo general conforman el más remoto imaginario de nuestra enseñanza primaria. Si la escuela es el segundo hogar, la biblioteca es aquel donde muchos pequeños encuentran por vez primera en sus vidas un cúmulo grande de libros a su disposicion.
Por ello, el 7 de junio es para quien redacta, simple y llanamente el Día del Bibliotecario, aun cuando el homenaje involucre merecidamente a especialistas en bibliotecología, en información y a otros profesionales.
Muy grande es nuestra deuda de gratitud con los bibliotecarios. Frecuentemente recordamos sus nombres, sus sugerencias de lectura, su insistencia en cuidar los libros y devolverlos. Esa gratitud y recuerdos se remonta en el tiempo y es acumulativa. Además, es una deuda de servicio que nunca pagamos. De ahí estos descargos de conciencia que espero lleguen a ellos.
Bibliotecarios y maestros representan cumbres casi siempre anónimas en el servicio a la cultura, a la investigación, al conocimiento.
Como en toda esfera de trabajo, los hay muy diversos. La inmensa mayoría son mujeres y es necesario saber tratarlas: con delicadeza, corrección, reconocimiento a su hacer e importancia. Bueno, decía que las hay muy diversas. Aquella prefiere que el usuario aprenda, pase un poco de trabajo y busque por sí mismo; esta otra es de quienes miman al consultante, le buscan la ficha y hasta le ayudan a llenarla. Más allá, una tercera es combinación de las anteriores: explica y remite al catálogo; otra asume las funciones de referencista. Ahora, con la incorporación de la computadora y la digitalización, alguna orienta al menos avezado.
Lo cierto es que aun para quienes somos usuarios habituales, la biblioteca tiene siempre misterios, como cuando aparece la ficha pero no el libro, o aparece el libro pero está mutilado en las páginas que necesitamos consultar, lo cual no es culpa de quien nos atiende, sino del resultado del vandalismo y el egoísmo de quienes deterioran el patrimonio social.
En mis muchos años de consulta en bibliotecas he visto madurar, encanecer y tornarse sabios a unos cuantos de estos trabajadores. Las he visto padecer sus problemas personales y aún así estar prestas a ofrecer su servicio, las más de las veces sin siquiera escuchar la recompensa del agradecimiento.
Un buen bibliotecario es fuente inmensa de sabiduría: es orientador de lecturas, nos propone qué libro revisar, cuál autor consultar. Nos ahorra un tiempo cuyo precio no somos capaces de calcular.
Estudiantes, amas de casa, jubilados, investigadores, trabajadores de cualquier esfera productiva, lectores de todo tipo, son sus usuarios impacientes, porque una de las virtudes del bibliotecario es su paciencia para lidiar con los caracteres humanos, con intereses sorprendentes, temas que escapan a la imaginación común y son tan diversos como los gustos.
Las nuevas técnicas digitales de la información agilizan el trabajo de los bibliotecarios; son un instrumento de búsqueda y localización de datos de un valor extraordinario. No es igual el bibliotecario de hoy al de ayer. Pero me atrevería a decir que sí comparten el mismo espíritu.
El anonimato, la profesionalidad, la buena disposición, el afán de la solidaridad siempre les acompañan. No es imprescindible esperar cada 7 de junio, ni colocar una flor a don Antonio Bachiller y Morales, para expresarles nuestro saludo y agradecimiento.
Foto tomada de www.radiorebelde.cu
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