En octubre de 1977 llegué al Instituto de Literatura y Lingüística (ILL) para trabajar en el Departamento de Lingüística. Recuerdo que luego de ser presentada a «las muchachitas» por el entonces Secretario Científico, Dr. Sergio Valdés Bernal y único «muchachito» del grupo, hubo una persona que enseguida se me acercó para inspirarme confianza mediante su buen sentido del humor: María Teresa Noroña Vilá.
Teté, como cariñosamente le llamábamos, tenía un oído especial para captar las diferencias fónicas, lo que le permitió investigar por un tiempo en el campo de la fonética. Su férrea formación académica que inició en la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana y culminó en la Universidad Lomonósov de Moscú, la dotó de una increíble capacidad de análisis lingüístico, que desafortunadamente no aprovechó al máximo.
Cuando se iniciaron los estudios de toponomástica se incorporó al proyecto convirtiéndose en un gran apoyo debido a su conocimiento del ruso, en cuya lengua estaba una buena parte de la bibliografía a nuestro alcance. Ello nos permitió, en gran medida, elaborar una metodología para el estudio de la toponimia que incorporaba otras miradas hasta entonces eludidas en nuestra geografía. La confección de un glosario de términos toponomásticos que sirvió de base a dicha metodología fue obra de María Teresa Noroña Vilá.
Aunque alguno de los presentes no la haya conocido, estoy segura de que muchos deben haber oído hablar de ella, por sus ocurrencias, por su gran sentido del humor, por su facilidad para componer versos hilarantes y también por su compañerismo. Nuestra relación trascendió la esfera laboral para convertirse en una amistad que perduró hasta su muerte. Agradezco la oportunidad que el ILL me dio de compartir parte de mi vida con Teté y también con las demás «muchachitas» y «muchachitos» cuyos nombres guardo en mi recuerdo con mucho cariño.
Ver la publicación anterior de esta serie por el 57 aniversario del Instituto de Literatura y Lingüística «Recuerdos».
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