Junio de 2019 puso final de vida a dos escritores que fueron mis amigos personales. Ambos fallecieron con ochenta y un años cumplidos. Estaban en fase de crecimiento de obras, aunque puede decirse que ya lo fundamental de sus aportes había sido resuelto.
Dos meses antes, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba había dado un merecido homenaje a Sergio Chaple Mesa (1938-2019), quien se inició como cuentista, devino investigador y aportó sólidos ensayos y monografías sobre narrativa cubana y menos en el orbe de la poesía, en especial sobre Alejo Carpentier y su obra. Su primera entrega fueron los cuentos de Ud. si puede tener un buick (1969, finalista del premio Casa de 1967), y sucesivamente dio a conocer las narraciones de Hacia una luz más pura (1975), La otra mejilla (1978), De cómo fueron los quince de Eugenia de Pardo y Pardo (1980) y luego de décadas sin publicar sus narraciones, entregó su antología de cuentos El lado alegre del corazón (2016). Era un narrador fino de penetrante mirada sobre la realidad.
Chaple se doctoró en la Universidad Carolina de Praga y, mientras laboraba como investigador literario del Instituto de Literatura y Lingüística, ofreció sus ensayos Estudios de literatura cubana (1980), Estudios de narrativa cubana (1996), Oficio de revelar (2004), Estructura y sentido en la novelística de Alejo Carpentier (2012), y quedó en proceso editorial, la continuación de este último libro, con el que Chaple se convertía en uno de los principales exégetas de la obra del autor de El siglo de las luces.
Sergio tenía un enorme sentido de la lealtad, recibió no pocos golpes en el ámbito familiar y en su esfera laboral, pero se reponía como un boxeador experimentado que asimila los codazos y empujones; fue un hombre de limpieza humana, creía con hondura y fe y honradez en la (su) Revolución, y lo tuve muy próximo en mis veintidós años de colega suyo en el Instituto de Literatura y Lingüística, como para darme cuenta cabal de que aquel compañero era más, mucho más: un amigo.
No quiero despedirlo sin copiar aquí un minicuento suyo, chispeante y fruto de su tiempo:
Magia negra
Mandrake el Mago no puede resistir más la indiferencia de su novia Narda. Desesperado, hace un pase mágico e intercambia su sexo con el de Lotario, su muy querido esclavo negro.
Ahora Narda es enteramente feliz, pero Lotario no puede resistir más la indiferencia de Mandrake.
El traspaso de Fernando Aínsa Amigues (1938-2019) hacia le eternidad resultó de un largo proceso de males físicos variados, con una sobrevivencia muy creativa, en la que, tras un infarto hace unos diez años, sumó a su obra varios libros de poemas. A punto de sus ochenta y dos años, el 6 de junio falleció, siendo inmortal, en Zaragoza, España, quien fuera autor de disímiles libros de variados géneros, gran amigo de Cuba, del pueblo cubano, y de nuestras literatura y arte, de lo cual escribió copiosamente. Publicó entre nosotros su libro de ensayos Espacios del imaginario latinoamericano. Propuestas de geopoética (Editorial Arte y Literatura, 2003), fue miembro del jurado de los Premios Casa de las Américas, y nos visitó muchísimas veces. Para Aínsa, Cuba era una confirmación de lo que él llamaba la utopía americana en realización constante. Cuba lo distinguió con la Medalla Conmemorativa por el Centenario de José Lezama Lima en 2010, lo que fue para él, me consta, una enorme alegría.
Había nacido en Palma de Mallorca el 24 de junio de 1937, hijo de aragonés y francesa, pero desde su pubertad vivió en Uruguay, donde se desarrolló como escritor hasta su regreso a Francia y España veinte años después. Llegó a ser director de publicaciones de la Unesco en París entre 1992 y 1999, y publicó obras de todos los géneros narrativos, poéticos, ensayísticos. Fue uno de los más importantes críticos literarios de su tiempo, encabalgado entre Europa y América, sobre la que versa la mayor parte de sus lúcidos ensayos. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano, portugués, árabe, polaco, ruso y macedonio. Era miembro correspondiente de las academias de las Letras de Uruguay y Venezuela, y del patronato de la Biblioteca Nacional de España. Doctor Honoris causa de la Universidad de Poitiers.
Recordamos de él un libro clásico: Identidad cultural de Iberoamérica en su narrativa (1986), y algunos ensayos medulares: Historia, mito y utopía de la ciudad de los Césares (1992), De la Edad de Oro a El Dorado (1992), La reconstrucción de la utopía (1999), Pasarelas. Letras entre dos mundos (2002), y, entre otros, Reescribir el pasado. Historia y ficción en América latina (2003); entre sus novelas y otras obras en prosa narrativa: El paraíso de la reina María Julia (1994) y Travesías (2000), cuyos ejes son la emigración; entre sus numerosos libros de poemas sobresalen: Aprendizajes tardíos (Venezuela, 2007), Resistencia del aire (España, 2018).
De él afirma el ensayista cubano Emmanuel Tornés Reyes, quien lo conoció, y compartió con Aínsa en varias oportunidades: “Aprovecho la ocasión para destacar también sus valiosas aportaciones teóricas y críticas acerca de la novela histórica contemporánea de América Latina, textos que seguí desde sus comienzos en mis cursos y escritos sobre la referida materia. Aínsa fue pionero en estas investigaciones y uno de los especialistas más lúcidos sobre la novela histórica mencionada”.
Su familia ha depositado sus cenizas en Oliete (Teruel), tierra de sus ancestros, pero la despedida que se le hace es universal, porque era él un hombre de dos continentes, de proyección literaria internacional. Con su partida, he perdido a otro amigo entrañable, que lo fue asimismo de mi país, sólo me queda exclamar: Fernando Aínsa ha muerto, viva Fernando Aínsa.
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