A Anaïs Nin, la célebre escritora de Delta de Venus y La casa del incesto, La Habana le pareció una ciudad de extremos y contrastes. Pasó aquí una temporada, en la casa de su tía Antolina Culmell, un predio de la barriada de Luyanó al que ella llamaba «La Generala» por ser su tía la viuda del general mambí Rafael de Cárdenas. Contrajo aquí matrimonio y se deleitó con el paisaje. La embargaron de gozo el aire, suave y agradable, los campos, fértiles y pródigos y las palmas altísimas alzándose hacia un cielo lleno de brillo. De su estancia en la capital cubana dijo: «los pobres son desesperadamente pobres y los ricos, ostentosamente ricos», así lo escribió el cronista en su página de Cubaliteraria correspondiente al 14 de enero del año en curso y ahora vuelve sobre la figura de una mujer que se atrevió a vivir la vida y también a escribirla y construyó un universo propio con base en la exploración de su intimidad.
Veamos ahora los vínculos de la escritora norteamericana de Invierno de artificio y Escaleras hacia el fuego en Cuba quien, con sus novelas-río, y sobre todo con su Diario, creó un espejo de la vida y lo hizo, y esto es lo importante, con una conciencia femenina.
Las hijas de Papató
Horwald Culmell, el abuelo materno de Anaïs Nin, era un danés afincado en La Habana, donde llegó a asumir la representación consular de su país y fue partidario decidido de la independencia de Cuba. Le apodaban Papató y tuvo ocho hijas con la francesa Anaïs Vaurigard. Como en su Diario, la escritora dice llamarse Ángeles Anaïs Juana Antolina Rosa Edelmira, es de suponer que esos fuesen los nombres de casi todas las hijas del acaudalado Papató.
De ellas, Rosa casó con Joaquín Nin Castellanos; Anaïs con Bernabé Sánchez Batista y Antolina lo hizo con Rafael de Cárdenas Benítez. Poco agradaron a Papató los amores de Rosa con aquel joven aspirante músico que quería labrarse un destino como concertista y compositor. Pero debe haber visto con muy buenos ojos los matrimonios de Anaïs y Antolina. Bernabé, que llagaría a ser Gobernador de Camagüey, era propietario en esa zona de la finca Santa Beatriz y de una casa comercial en el puerto de Nuevitas que se consideraba como la más pujante de toda la provincia; en tanto que Rafael, abogado, era uno de los generales más jóvenes del Ejército Libertador.
El tío Rafael
De la familia de Rafael de Cárdenas habló el poeta Julián del Casal por lo menos en dos de sus crónicas. Nicolás, su antecesor, era, dice Casal, «un distinguido caballero y notable sportsman», miembro del Club de Esgrima de La Habana. El poeta estaba entre los asistentes al bufet que don Nicolás ofreció en su casa con motivo de la inauguración de dicho club, en junio de 1888.
«Después de saborear exquisitos fiambres y primores de repostería, apuntaba Casal, se invitó al señor Enrique José Varona, en nombre de los concurrentes, a que brindara, haciéndolo con la oportunidad y el arte del que él solo es capaz».
El poeta, en su crónica, ensalza la casa de los Cárdenas como «de las mejores de La Habana», y afirma al respecto: «…pocas veces la riqueza se encuentra tan estrechamente enlazada al buen gusto. Pensad en lo más exquisito, en lo más valioso, en lo más original y la realidad sobrepujará vuestros pensamientos…». Uno de los pisos de la mansión, que se ubica frente al parque de Isabel la Católica, lo ocupaba Guillermo Collazo, «cumplido caballero y una de nuestras glorias pictóricas», casado con Ángela, cuñada de Nicolás, y tía, por tanto, de Rafael. En pintor Collazo (1850-1896) fue uno de nuestros grandes retratistas y llegó a tener éxito en París, donde contó con estudio propio. Amigo de Martí, le sirvió de padrino en su aspiración de desempeñar la crítica de arte en la revista The Hour.
Rafael de Cárdenas se incorporó a la lucha por la independencia con 26 años de edad y llegó a ser jefe de la Brigada Norte de la Segunda División del 5to. Cuerpo de Ejército. Hombre dotado de grandes cualidades para el mando y la organización, fue muy valioso su aporte en la recepción, el salvamento y alijo de expediciones que con personal y pertrechos de guerra arribaron a Cuba por el litoral este de La Habana. Terminó la contienda bélica, en 1898, con grados de general de brigada, y con posterioridad se le confirió el grado de gracia de general de división. Fue de los pocos altos oficiales cubanos que pudo presenciar el traspaso de la soberanía de la Isla de España a Estados Unidos cuando, el 1ro. de enero de 1899, el general Jiménez Castellanos, en nombre del monarca español, resignó el mando ante el general Brooke, interventor militar norteamericano.
Ese día, en el Salón del Trono del Palacio de los Capitanes Generales, asistieron a dicha ceremonia los generales José Miguel Gómez y Mario García Menocal, y los también generales Alberto Nodarse, Mayía Rodríguez, Francisco de Paula Valiente, Eugenio Sánchez Agramonte, José Lacret y Leyte Vidal. Entre ellos estaba Rafael de Cárdenas y eso da idea de su preminencia.
Ya en la República, se desempeñó como segundo jefe de la Policía de La Habana y ocupó la jefatura en propiedad cuando la renunció el general Menocal. El presidente Estrada Palma lo destituyó cuando la huelga de los tabaqueros (1902) amenazaba con convertirse en una huelga general. A partir de entonces se dedicó a los asuntos de su bufete y a los negocios particulares. El callejero de La Habana, correspondiente a 1909, ubica la residencia de Cárdenas en la Calzada de Luyanó número 114. Falleció en 1911, a los 42 años de edad. En 1929 la Policía Nacional erigió un monumento a su memoria en la entrada de Guanabo. No puede ahora precisar el cronista en qué momento la familia se instaló en la casa que Anaïs Nin identificaba como «La Generala», pues en 1927 dicha casa estaba deshabitada. Dio cabida después durante un tiempo a la 13ª Estación de Policía y luego a una clínica para enfermos mentales hasta que en los años 50 se convirtió en casa de vecindad, condición que aún mantiene. En la zona se le conoce como «La casa de los locos».
Hijos del General y, por tanto, primos de la narradora fueron el prestigioso arquitecto Rafael de Cárdenas, autor del centro comercial La Rampa, al comienzo de la calle 23, en El Vedado, y del bello edificio de 21 y G, también en esa barriada. Y Charles que, como yatista, se alzó con una medalla de oro en las Olimpiadas de Londres 1848 y que cuatro años más tarde estuvo a punto de repetir la hazaña en las de Helsinki.
El gobernador
Bernabé Sánchez Batista, otro de los tíos de la narradora de La casa del incesto, fue una figura prominente del Partido Conservador y ocupó el cargo de gobernador de Camagüey entre 1913 y 1917. En esa posición lo sorprendió la rebelión de La Chambelona. Huestes liberales, capitaneadas en la provincia por el general Gustavo Caballero, lo hicieron prisionero en la jefatura de Policía local, donde había buscado refugio junto con un grupo de correligionarios. De allí fue trasladado a la finca La Matilde, donde Caballero dispuso su liberación antes de que 200 soldados fieles al presidente Menocal y encabezados por el comandante Lezama Rodda, padre del poeta, asaltaran el campamento y pusieran en fuga a los alzados.
Casado con Anaïs Culmell, Bernabé tuvo siete hijos, entre ellos Eduardo, el primo preferido de la escritora; Bernabé, que fue Senador de la República y tuvo tal cantidad de botellas que despertaba la envidia de otros políticos de la época, y Thorwald, como el abuelo, que casó con Ernestina Sarrá, del clan farmacéutico de ese nombre, y presidió la empresa de los helados Guarina.
Faltaría hablar sobre el padre de Anaïs y también acerca de su hermano Joaquín, que demostró su raro virtuosismo en los conciertos que ofreció en La Habana en 1944. Pero quedarán para otra ocasión.
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