
Películas, series, novelas, relatos, citas, referencias en cualquier formato, son signos indicadores de la viva presencia del Poeta de Granada, que cumplió recientemente un siglo y cuarto de nacido. Vio la luz por vez primera el 5 de junio de 1898, mas no llegó a la cuarta década su presencia física en este mundo, al ser tomado prisionero por integrantes del bando republicano en los días iniciales de la Guerra Civil Española. Aún se barajan intrigas políticas, envidias sociales y conflictos familiares como motivos amalgamados del injusto secuestro que le segó la vida, desapareciéndolo en plena flor de la creación. Decididos a no dejarlo morir, varias instituciones y personalidades se hacen eco de este aniversario, no sólo en España o Iberoamérica, sino en todo el orbe, para confirmar que su huella es imperecedera.
Su obra está considerada como una de las cumbres de la literatura iberoamericana. El célebre poeta granadino formó parte de la llamada Generación del 27, integrada además por Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre, entre otros intelectuales, contemporáneos entre ellos y con similar formación cultural. Este movimiento destacó tras la segunda década del siglo veinte, y estuvo caracterizado por la asimilación, el homenaje y la revalidación de la tradición literaria hispana, específicamente referida al Siglo de Oro español, y contemporizó a la vez con una renovación vanguardista y una mayor libertad en la creación, tratando temas poco o nada visibles hasta entonces; así como un compromiso político con la justicia social, que hizo a algunas de sus figuras, mártires de una conflagración.
Autor de polémicas obras dramáticas, como Bodas de sangre, Yerma y La casa de Bernarda Alba, la poesía de Federico García Lorca destacó no menos, vale mencionar su Libro de Poemas, de 1921, dedicado a su hermano Paquito. Escritos alrededor de la segunda década del siglo veinte (1918 al 21), estos versos gozan de un fresco aire de juventud que tamiza sus preocupaciones por la muerte, el amor, los ideales y la existencia misma. En este sentido, les recomiendo conocer o releer su “Canción Primaveral”, firmada el 28 de marzo de 1919; su extensa y bellísima “Elegía a Doña Juana la Loca”, composición terminada en diciembre de 1918 en Granada, y dedicada a Melchor Fernández Almagro por su autor, y “La sombra de mi alma”, firmada un año después, en Madrid.
La sombra de mi alma huye por un ocaso de alfabetos, niebla de libros y palabras. ¡La sombra de mi alma! He llegado a la línea donde cesa la nostalgia y la gota de llanto se transforma alabastro de espíritu. (¡La sombra de mi alma!) El copo del dolor se acaba, pero queda la razón y la sustancia de mi viejo mediodía de labios, de mi viejo mediodía de miradas. Un turbio laberinto de estrellas ahumadas enreda mi ilusión casi marchita. ¡La sombra de mi alma! Y una alucinación Me ordeña las miradas. Veo la palabra amor desmoronada. ¡Ruiseñor mío! ¡Ruiseñor! ¿Aún cantas?
Poco después es publicado en 1928, el Romancero Gitano, un retrato entrañable de la España de su tiempo, donde no falta la plasmación de la violencia descarnada, la crueldad morbosa, los prejuicios pueblerinos, pero también el humor, la sensualidad, y la nobleza del pueblo hispano, fundamentalmente del sur ibérico, donde pululaban los gitanos. De su modo de vivir salvaje y desprotegido, sus inspiraciones, sus alegrías y sus tragedias, tratan estos versos lorquianos, donde siempre el autor busca la identificación de su lector con los sucesos y las personas que describe, con sus conflictos, sentimientos y motivaciones más íntimos, a través de metafóricas frases que construye y esgrime con acierto.
A la par, la tradición católica ibérica es presencia firme, asumida y ofrecida en la creación de Lorca, con referencias directas a los arcángeles San Miguel, San Rafael y San Gabriel, cuyas historias rimadas imbrica el poeta con relatos populares locales y con las visiones de sus espectaculares monumentos levantados en diferentes localidades de España (Granada, Córdoba y Sevilla, respectivamente). En igual tono acomete su poema dedicado al “Martirio de Santa Olalla”; aquí contrasta visceralmente el crimen, en toda su noción de sadismo y barbarie, con las dulces palabras, atinadas metáforas y analogías, y delicadas y simbólicas descripciones, que dedica a la virginal adolescente, mutilada y asesinada simplemente por resistirse a renegar de sus ideas y creencias, a tono con un principio ético que guía en todo momento la obra lorquiana, así se evidencie, en extremo, plena de lirismo, como en este caso, donde el poeta se devela como fino artífice de la palabra.
Proponemos, para terminar este homenaje, los versos finales de su “Romance de la pena negra”, dedicado a José Navarro Pardo, con la intención de que, en honor a la magnífica herencia que nos dejó, se conozcan y lean mucho más por las generaciones venideras las creaciones de Federico García Lorca.
Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza,
la nueva luz se corona.
¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!
Visitas: 22
Deja un comentario