«Soy tanguero de nacimiento; tenía dos años de edad y ya cantaba a Gardel», dijo el destacadísimo historiador argentino Felipe Pigna ante el público numeroso que en la terraza de la embajada de su país en La Habana se dio cita para escucharlo sobre su libro Gardel, biografía magistral del artista que fue dueño de una sonrisa y una voz inigualables. Una obra de más de 500 páginas, publicada por Planeta, que es fruto de una investigación minuciosa y que, aseguran especialistas, es el homenaje que merecía el hombre que cambió el tango para siempre. El primer argentino del siglo XX que trascendió a niveles poco comunes en el mundo.
Realizador de documentales cinematográficos y guionista y director de materiales televisivos, columnista de la revista Viva y conductor en Radio Nacional de «Historias de nuestra historia», el quehacer creativo de ese hombre de 64 años no conoce límites ni fronteras. Son numerosos los libros que lleva publicados, entre otros, los dos tomos de Mujeres insolentes de la historia, La larga noche de la dictadura, Lo pasado pensado, Evita, y Los mitos de la historia argentina, que va ya por el sexto volumen.
Una obra que en lo audiovisual mereció el Premio Martín Fierro en tres ocasiones, y el Premio Clarín, en dos, y que en letra impresa, en el rubro de ensayo, recibió la faja de honor de la Sociedad Argentina de Escritores. Su www.elhistoriador.com.ar es el sitio de historia más visitado de su país, mientras que en Facebook, su felipepigna página oficial tiene más de 887 000 seguidores; en Twitter, más de 477 000; y en Instagram, 700 000. Fue editor de la colección Centenario, de la editorial Emecé y como si todo esto fuese poco tiene en su haber el libro titulado: Una historia del vino, la bebida nacional.
¿Y Gardel?
Es una historia larga. Recordó el autor de Pasado en presente en su charla en la embajada argentina, que cuando nació en el año del triunfo de la Revolución cubana, sus padres, para festejar el nacimiento, adquirieron un radio de pilas, y un portentoso televisor Phillips blanco y negro, útil apenas cuatro horas por día en la limitada programación de entonces.
Trabajaban sus progenitores en la Sociedad de Autores y Compositores, y la madre, sintiéndose culpable de que el pequeño Felipe quedara solo con la niñera, le dejaba aquel aparato portátil sintonizado con Radio Rivadavia, con mucho diálogo y mucho tango. Pasó el tiempo. Un día el padre le dijo que era una pena que no hubiera conocido a su abuelo ―Él conoció a Gardel y lo llevó a su casa a comer un asado―. Felipe quedó muy impresionado. No le parecía posible que alguien tan cercano como el padre de su padre conociera a quien era para él un personaje absolutamente literario, de ficción. El abuelo materno avivó la magia. Él no conoció a Carlitos, pero lo vio cantar en vivo, y llevó al nieto a ver algunas de sus películas, que lo aburrían salvo en aquellas partes en que Gardel cantaba. Así hasta que poco a poco se fue olvidando del Mago, aunque no del todo. Era desleal la competencia con los Beatles y los Rolling.
Años sombríos y después
Sobrevino el golpe de Estado de marzo de 1976. En la mañana de la asonada, Pigna, ya con 17 años de edad, subió al ómnibus de todos los días y advirtió que el conductor había retirado los íconos que lo acompañaban desde el espejo: Perón, Evita y también Gardel, «por si acaso», intuyendo el odio por todo lo realmente popular de los golpistas y sus ideólogos. «Aquel episodio me hizo quererlo más a Carlitos, más todavía», recuerda el historiador. A los censores de la dictadura se les ocurrió prohibirlo, pero hasta los medios cómplices pusieron el grito en el cielo y los milicos dieron marcha atrás. «Volví a escucharlo y sonaba distinto; cantaba mejor». Asegura que Gardel lo acompañó durante toda su carrera. Lo encontraba en la historia, en los intersticios, cuando investigaba sobre los años 20 y 30…
«Tenía muchas ganas de escribir esta historia, quizás una historia argentina entre 1890 y 1935, desde Gardel, desde su vida y su obra, hablando necesariamente de la del tango, pero también de todo lo que nos pasó y lo que le pasó al mundo en esos años fundamentales», dice Pigna en la introducción de su libro.
Precisa que no pretendió: «descubrir» los grandes «misterios» de la vida del cantante. Dice que aunque están en su libro, esos grandes misterios no son tales. Recuerda en este sentido el criterio de Edmundo Eichelbaum en El discurso gardeliano, incluido en el volumen 9 de Historia del tango (1977):
En lo que se refiere a su personalidad y a su arte, muchos de los presuntos “misterios” no son otra cosa que la deliberada explotación de algunas incógnitas ―que un análisis sereno permite dilucidar―; o producto de la maldad o la envidia para oscurecer su figura. Porque, terminados los “misterios”, se terminan también los macaneos generalizados o la especulación constante con el manejo público de su figura.
Es por eso que a Pigna le pareció mucho más interesante hablar del hombre que cambió la historia del tango, del que fue, como bien él decía, su primer «intérprete», es decir el primero en entenderlo plenamente, en traducir claramente lo que cada poeta quiso decir, viviéndolo con intensidad. Prefirió hablar acerca del primer argentino del siglo XX que trascendió al mundo. Un Gardel actor que hizo cine en París y Nueva York y dio en sus películas lo mejor de sí para un público que crecía por días.
Resume su visión del astro:
Me interesa mucho ese Gardel porque es nuestro primer mito popular y eso se vio claramente con la psicosis que provocó su muerte, que incluyó intentos de suicidio y una amargura general que se palpaba en las calles aquel frío y lluvioso lunes 24 de junio de 1935 y se replicó en aquellos calurosos días de febrero del 36, cuando llegó finalmente su cuerpo a su Buenos Aires querido.
El uso de su muerte, el increíble periplo de su cadáver por la selva colombiana y su velatorio en Nueva York hablan de la importancia de Gardel.
Su velorio en el Luna Park fue multitudinario e incluyó horas de tangos con las mejores orquestas, bailarines y cantantes, interminables discursos, centenares de desmayos y decenas de personas hospitalizadas por descompensaciones a lo largo de las largas horas que duró el funeral. Siguiendo su célebre tango Soledad, una caravana interminable lo acompañó al Cementerio de la Chacharita.[1]
Viaje a La Habana
Se dice que en la copiosa obra de Pigna no podía faltar una biografía de Gardel. Un libro donde está sobre todo el ser humano, un hombre que cada día canta mejor.
Fue breve la estancia en La Habana del historiador Felipe Pigna. En lo esencial, empleó su tiempo en la búsqueda de información sobre el periplo cubano del intelectual argentino Manuel Baldomero Ugarte, escritor, periodista y político cuya vida y obra son silenciadas por la cultura oligárquica y antiperonista. Aquí vivió Ugarte alguna que otra temporada de su vida y en 1950 fue embajador de su país en la Isla.
Notas
[1] Felipe Pigna: Gardel y yo. Buenos Aires, Planeta, 2020.
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