Cuando rueden al olvido piadoso los hombres que usaron máscara intelectual o patriótica y eran por dentro lodo y serrín, la figura de Fernando Ortiz, por toda la solidez de su talento y su carácter quedará en pie sobre los viejos escombros y será acogida por la juventud constructora para servir como uno de los pilares maestros sobre los que se asiente la nueva República.
Así lo escribió en 1923 Rubén Martínez Villena, quien bien lo conocía pues había ejercido como su secretario; y la historia le dio la razón: a 55 años de la muerte del sabio cubano, ocurrida el 10 de abril de 1969, sus aportes a la antropología cultural y al entendimiento de la cultura, vista esta en su sentido más amplio, aún esplenden.
Jurista, etnólogo, arqueólogo, historiador, folklorista… son tantas y tan variadas las definiciones que pueden dársele, que arrojan pistas sobre la que quizá haya sido una de las razones principales de su hondo calado reflexivo, además del talento y la dedicación: la visión holística de la cultura que, según Miguel Barnet, se debe a su humanismo profundamente dialéctico.
Ortiz, que había nacido en 1881, nunca dejó de estudiar y de trabajar con febril actividad; prueba de ello fue su labor en la docencia —de algunos de sus seminarios salieron destacadísimos intelectuales del país― y en pos de la institucionalidad, con el decisivo aporte a entidades como la Institución Hispano-Cubana de Cultura y la Sociedad del Folklore Cubano, por solo citar dos ejemplos.
Asimismo, colaboró y aupó publicaciones de diverso signo; participó en múltiples eventos científicos; y mantuvo una posición activa en la vida social y política de la Isla, de hecho, se implicó en el Grupo Minorista y la Reforma Universitaria.
De acuerdo con Miguel Barnet, la obra de Ortiz, que es Patrimonio Cultural de la Nación, deviene
obra de fundación basada en las raíces ignotas y escamoteadas de la realidad nacional y de sus contextos sociohistóricos (…) Él fue el primero en desentrañar la compleja madeja de la idiosincrasia del cubano. Y definió la cubanía como la vocación de ser cubano y la cubanidad como argamasa etnográfica de esa cubanía. Cuba fue su única gran obsesión.
Con textos como los dedicados al hampa afrocubana, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar o El engaño de las razas, el llamado por Juan Marinello «tercer descubridor de Cuba» no solo demostró la ineficacia de las concepciones eurocéntricas para explicar nuestras realidades, sino que reivindicó las raíces culturales e históricas que nos habían hecho tal cuales éramos, y somos, en especial, las herencias afrocubanas e indigenistas.
Sin el mundo africano, Cuba no sería Cuba. Era preciso estudiar ese factor integrante de la cultura», escribió. Su concepto de transculturación, entendida como un proceso de cambio y generación cultural, y, a la vez, de síntesis, constituyó un significativo aporte a la antropología cultural.
Dentro de su contribución al conocimiento de la identidad cubana, el antirracismo es esencial, pues fue enfático al decir que la ciencia era incapaz de aportar evidencias sobre la existencia de la raza y, en base a ella, establecer caracteres. Afirmó que «la naturaleza no hace razas sino individuos humanos; son estos los que se unen o se separan y se clasifican y reclasifican, según sus intereses o ideas.
No obstante, como manifestara Roberto Fernández Retamar «Ortiz es la mejor bandera de la transculturación que todavía no ha terminado. El ajiaco está bullendo en el caldero que sigue abierto», y acudir con «ciencia, conciencia y paciencia» —ese era su lema― al legado teórico que dejó es un imperativo para la batalla cultural de hoy.
Sin entender la mixtura que somos es imposible afrontar este último desafío, pues «un pueblo que se niega a sí mismo está en trance de suicidio».
Hay que recordar, para salvarnos como proyecto de país e, incluso, como especie, que
todo individuo tiene su cultura, más o menos poderosa, para su lucha por la vida. Todo pueblo también tiene su cultura propia en la cual están insertas y vinculadas las culturas individuales y las relaciones sociales que dan cohesión y organicidad al grupo humano, dotándolo de una fuerza colectiva para la vida común. La cultura no es un lujo, sino una necesidad; no una contemplación, sino una energía; no un narcisismo eunucoide y estéril, sino una cooperación copulatoria de creaciones.
Porque «la cultura es la patria», y «la Patria es la sustancia de la nación», nos hace falta Fernando Ortiz, el gran intelectual que se consagró a un ideal humanista, y le buscó al saber todos los cauces posibles.
Él nos da los argumentos y el motivo para defender la cultura y a la Isla:
La cubanía es conciencia, voluntad y raíz de patria, surgió primero entre las gentes aquí nacidas y crecidas, sin retorno, ni retiro, con el alma arraigada a la tierra. La cubanía fue brotada desde abajo y no llovida desde arriba. No desmayéis en su estudio. En ello os va la vida.
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Tomado del sitio de la Uneac.
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