No me fue sencillo decidirme a ir al Festival de Poesía de El Ayún, en el Zahara Occidental, ciudad reclamada como capital por el Frente Polisario, donde Marruecos organizó un brillante Festival Internacional de Poesía en las fechas de aniversario de la Marcha Verde (ocupación marroquí de 1975-1976). Cuba no tenía por entonces (noviembre de 2016) relaciones diplomáticas con Marruecos, cuyo establecimiento ocurrió meses después, ya en 2017. Tendría que ir a Madrid (visado español por medio) a conseguir visa marroquí, lo cual fue solucionado en solo un día, quizás récord para una gestión consular. Había recibido la invitación marroquí a través del amigo ecuatoriano, el arquitecto Vinicio Montalvo, quien estuvo siempre al tanto de los trámites de viaje.
El jueves 3 de noviembre, ya estaba en Casablanca, y desde allí, en avión, volamos a relativa baja altura hasta El Ayún, lo que me permitió ver el bello paisaje de la costa atlántica. El Festival duró los días 4 y 5, el 6 fue un acto masivo en la ciudad como fiesta de conmemoración del cuarenta aniversario de la Marcha Verde. Antes de ello, hubo un masivo recibimiento del futbolista argentino Diego Armando Maradona, quien fue recibido como si fuese un estadista, y para lo cual los poetas formamos fila frente a la nave aérea en que llegó, para saludarlo.
Los dos días de Festival fueron brillantes, había poetas de todo el mundo árabe, algunos de España, una joven chilena mapuche llamada Libertad Manque, gran amiga, dos colombianos, dos argentinos muy solidarios, un ecuatoriano, un mexicano y yo, desde Cuba. El Festival estaba dedicado a la poesía sufí, y había un marcado interés por los poetas latinoamericanos, pues a la poeta mapuche se le ofreció un bello homenaje en que ella hizo gala de los trajes típicos de su pueblo. No se politizó la lectura de ponencias ni los recitales poéticos, y solo la presidenta del Festival hizo alusión en su discurso a la Marcha Verde. Me correspondió leer el segundo día, para mi asombro, solo un poema, de modo que pasé todo el Atlántico para esa fugaz lectura. Pero ello no es una queja, el trato humano fue muy bueno y las cenas apoteósicas, y de cualquier manera me parecía mejor participar con un bajo perfil y conocer la poesía viva del mundo árabe.
Al mediodía del día 4, nos invitó Abdullah, un propietario de hotel en la costa, a que almorzáramos en su predio, lo cual nos dio la oportunidad al ecuatoriano Vinicio, a la chilena Libertad, a un profesor de Dubai y a un decorador egipcio, de atravesar ese fragmento de desierto entre El Ayún y el puerto de El Marsa, tras fuerte crecidas anteriores del Río de Oro, viendo el paisaje desértico y los camellos cargados… En el hotel nos brindaron carne de camello, me dio pena comer de aquellos nobles animales. En la tarde, volvimos puntuales a las conferencias y recitales en el bello palacio de convenciones, próximo al Hotel Emilio Moretti, donde nos hospedábamos, muy cómodo y elegante, por cierto. Tuve una grata relación con los colombianos Clara Riveros y Selnich Vivaz Hurtado.
Dimos un paseo por la ciudad, toda de un color marrón claro muy parejo y sus calles llenas de grandes carteles y banderas rojas marroquíes, celebrando al rey Mohamed VI. Calles con aceras deficientes, movido comercio. Aproveché para cambiar un poco de moneda y comprar unos camellitos de madera para obsequios, y Vinicio me regaló unas babuchas típicas. Por la noche, la cena de despedida rompió el récord de las buenas comidas anteriores, y también fue muy divertida. El Festival había rendido su tiempo con gala, buena organización y muy buen tratamiento a los participantes.
El domingo 6 se produjo la manifestación que celebraba la Marcha Verde frente al palacio de convenciones donde sesionamos. No hubo discurso, solo un saludo de las autoridades, creo que el Gobernador… Tras el almuerzo, volamos a Casablanca para cada cual ir a su destino.
Allí mismo, el día 7 en la mañana se ocasionó un serio problema conmigo. El consulado español en La Habana me había puesto en el pasaporte solo una entrada a España, pese a que mi billete aéreo declaraba muy bien mi itinerario. Grave error del que no me di cuenta sino en el momento de retornar a Madrid desde Casablanca, en cuyo aeropuerto no admitieron mi pasaporte para embarcarme y tuve que irme urgente, con el poco dinero con que contaba, al Consulado español en la ciudad. Como la chilena Libertad se iría al día siguiente, me acompañó muy solidaria al recorrido de unos 50 km. Llegar corriendo, recibirme una funcionaria, decirme que esa visa demoraría de una semana a diez días, todo junto, agotó mi resistencia por un rato. Tuve que ofrecer cuanto documento pude para demostrar que estaba allí invitado a un Festival de Poesía, entonces todo cambió en el Consulado, me ofrecieron albergue en la Casa de Beneficencia, mientras mi visado marroquí se vencería el día 10, o sea, cuatro días después. Ni se diga cuán desesperado quedé.
Acudí a mis amigos españoles, conté el suceso por teléfono. En la Casa de Beneficencia, bellísima por cierto en un barrio chic de Casablanca, tuve todas las facilidades para usar el correo electrónico, compré tarjeta para comunicarme por teléfono móvil con mis amigos, y estos, sobre todo Montse Ogalla desde Málaga, lograron comenzar una gestión urgente con un amigo, funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores. Parece ser que la señora presidenta del Festival, al enterarse del drama, dejó dicho que ya no tenía nada que ver conmigo, que el Festival había terminado; pero uno de sus numerarios, el profesor Mustafá Ammadi, me ofreció desde Rabat un apoyo muy solidario, incluso asistiéndome con un estudiante suyo que me condujo por una calle de Marruecos para cambiar moneda y almorzar cerca de la Gran Mezquita, que no conocí, pues no estaba yo de turismo. El señor Mustafá Ammadi logró que el Festival pagase una noche más de hotel, por lo que estuve en la Casa de Beneficencia solo dos noches, y al cuarto día, justo el jueves 10, ya tenía yo situado un visado en el Consulado español.
Tengo un detallado diario de la angustia que pasé en Casablanca. Es una bella ciudad, el Consulado español está muy céntrico y pude ver los muros del gran mercado, famoso por cierto, y atravesar un barrio de casas hermosas, muchas de ellas consulados de varios países, así como recorrí partes de las calles Boulevard de Paris, Souftani, Moulay Youssef, Anfa y las plazas Oued El Makttazine y de la Fraternité. Tuve la bella solidaridad de Ammadi, de su estudiante llamado Miloud, de la señora Soledad, quien dirigía la Casa de Beneficencia y su empleada Semira, de la señora cónsul María Paz, y, por fin, con el apoyo de dos funcionarios españoles, uno llamado Ikam, pude irme de mis Mil y Cuatro Noches Árabes, el viernes 11, bajo el simpático suceso que, por la gestión de Ikam, salí por la Sala VIP del aeropuerto rumbo al avión que me condujo a Madrid.
Luego supe de las muchas gestiones sobre mi billete aéreo y el paso de una noche más en el Hotel Relax próximo al aeropuerto, realizadas por el señor Ammadi, quien estuvo en contacto conmigo todo el tiempo por teléfono. Él consiguió que el Festival ya terminado pagase esa noche de tránsito en el hotel, a donde llegué muerto de hambre, sin haber comido nada el jueves 10, todo él de carreras de gestiones incansables. Claro que dejé una imagen final no bonita a los organizadores de aquel hermoso Festival, todo por no haber comprobado el detalle del error del Consulado español en La Habana, de darme solo una entrada a España. Esta experiencia no se repetirá, y es una pena que ni el amable Mustafá ni nadie más de los promotores del Festival respondieron mis saludos agradecidos. Deben haber quedado hartos de los cinco días difíciles que pasé en Casablanca. Es comprensible. Mis amigos en España, con Montse Ogalla a la cabeza de mi “rescate”, me recibieron con los brazos abiertos, y ello compensó tantos días primero felices y luego atormentados en Marruecos, a donde no creo que he de volver.
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