Cuando ven la luz los diversos cuadernos de poesía que Editoriales como Letras Cubanas o Unión ponen a nuestro alcance, siempre reviso la novedad con la esperanza de poder encontrar algo que me seduzca y me incite a escribir, a reflexionar. Dentro de un grupo que separé, para analizar cuando la investigación me dejara lugar, estaba Figurantes[1] de Francisco de Oraá, que, cabalgando el tiempo, vendría a ser el último cuaderno publicado en vida del autor. Luego de haberlo leído decidí revisar sus libros anteriores para comprobar cuáles marcas continuaban en este y en qué se diferenciaba el último de aquellos.
Si en su poesía precedente hallábamos como una especie de premonición de la muerte, del gesto absoluto de la muerte, en este cuaderno de apenas cuarenta poemas se la concibe como un deslumbramiento. Ella y lo desconocido encuentran su compás. Al poeta lo asiste la sensación constante de que la vida se le escapa y que no podrá llegar a donde le pide su intelecto. Por tal motivo se vuelve para bendecir su propio ser, su propio cuerpo, quien permite y ha permitido todo el fluir de eternas realidades. Toda la belleza buscada, anhelada ha estado en ti sin darte cuenta. Todo lo relevante o trascendente ha sido poseído por ti: ese es el secreto que entrega la madurez o la vejez. Y es que entre el cuerpo y el universo no hay frontera, porque es el cuerpo el que permite asistir a semejante milagro. Por eso el cuerpo amanece, anochece, llueve, y es un universo, es palabra, creándose más que mundos concéntricos, totalidades intercambiables.
El universo hace gala cada minuto de su perfección, así imanta el destino del hombre. El hecho de concebir a la palabra como un Dios también está en los últimos poemas de Roberto Friol.[2] Y en estas traspolaciones el cuerpo de Dios avanza, se aproxima en todo:
Mundo que nunca acaba de hacerse —Sus agónicas Formas hacia su rostro último y la armonía Planos que se entrecruzan sin tocarse Nada sin atributos o los contiene todos Desnuda vibración hambrienta de encarnar Si no el cuerpo de Dios sin piel —Hechas de espíritu.
Al ser el cuerpo, el universo y Dios una sola sustancia el hombre queda reducido a la condición de figurante, actor o persona cuyo papel es puramente decorativo o cumplidor de una voluntad que le excede. Es un medio o instrumento de una misión mayor, casi sagrada. En el libro se va irreversiblemente en busca de un ser sobrenatural que no se identifica, que no es Dios, pero nos sobrepasa, porque en una identidad atribuida ninguno dejamos de ser Dios.
Lo que leemos son poemas breves sin signos de puntuación que apenas rebasan los diez versos. Contrasta esta limpieza y parquedad de las esencias con muchos de sus poemarios anteriores donde, aunque se hace gala de singular adjetivación, de paisajes tropológicos y una metáfora de riesgos en deuda con la estética origenista, hay también cierto pecado de retoricismo. Se opone la visión caótica anterior de contenido y forma, y el equilibrio que en estos poemas se logra entre intuición e intelecto, entre sobriedad y embriaguez. En este libro hallamos canciones leves de matiz filosófico donde continúan sus obsesiones con la noche —«Sedoso lodo Carne transparente»— y se pregunta: ¿Por qué nuestra voluntad difiere de la «voluntad» sabia de la naturaleza?, luego de comprobar a lo largo de todo su ejercicio poético la idea de la unidad del mundo, en el que muestra claras resonancias del pensamiento martiano:[3]
Ya es uno
lo exterior con lo interno
vida con muerte
confusos paraíso con infierno.[4]
El poeta «ve lo permanente en lo perecedero; trata de reconocer la anatomía de las cosas y de todos los seres para convertirla en lenguaje […] es decir fragmentarse, dispersarse, derramarse, repartirse, atomizarse en todas las criaturas; nunca perder de vista el objetivo mayor: corresponder a una verdad poética».[5] En tal correspondencia o unidad nos dice que también en la naturaleza podemos leer la belleza de las cosas secretas, pues atesoran misterio y sensación de verdad apresados al mismo tiempo, y que los oficios más bajos permiten los más excelsos, sin perder de vista la elegancia en la gravedad del mal. En el umbral del fin se desatan los signos de lo fatal, entrando ya el poeta en la belleza del desconsuelo, y en la plasticidad de la imagen se hará el ruego por lo que se dejó atrás. En tales procederes asistimos no a una desolación impotente, es una desolación que se cuestiona:
Hijo mío
Estará el aire de la sala aún embebido de Mozart y Vivaldi? Y la clara ventana ensombrecida por el ocaso y esos cuervos? Y los rincones de tu casa donde el encrespado día se serena? La puerta aún nos estará esperando?[6]
La idea de la unidad del mundo en el cosmos del poeta viene a ser como el colofón del criterio expresado por Enrique Saínz acerca del poeta en su antología La rosa en la ceniza: «En esas páginas aparecen las dos problemáticas esenciales que, a nuestro juicio y el de algunos críticos que han escrito acerca de la obra de Oraá constituyen el centro de su lírica: la indagación dentro de sí mismo y la integración del individuo (el poeta) a la realidad, convivencia con los otros y para los otros».[7] A ser como su corona y saldo. El escritor nos dice que donde el cuerpo es todas las cosas siempre se es, siempre se será, aunque se duda de la forma, pues, según Lowell, el espíritu aspira a mantenerse coloreado y no manchado por su propio esfuerzo.
[1] Francisco de Oraá. Figurantes. Editorial Letras Cubanas, 2008, La Habana.
[2] Véase este poema de Friol publicado en la Revista Amnios, número 2 de 2010,p. 20:
Guía a las palabras
Esta palabra es madre y río,
y esta otra doncella,
esta piedra, hijo esta, noche esta,
hombre y mujer aquellas dos,
árbol y día y fiesta otras,
y mirada esta palabra,
sedienta criatura esa que
por una fraternidad clama,
filo y jamás aquella, tajo
en lo oscuro las que vuelven
sus rostros al mañana:
océanos de fiebres aquellas sin fin.
Y esta es la muerte.
[3] En el libro aparece un poema que parece recrear el poema XXII de Versos sencillos, aquel donde el poeta se encuentra en el onírico baile extraño. Obsérvense las claves de la dialéctica y unidad del mundo con la estela y el misterio del texto de Martí:
El esplendor
Caos que es armonía
y sueño que es vigilia
Trajes vacíos de los figurantes
¡Oh espontánea
germinación de las apariciones
del ser!
A la ceguera
el esplendor!
Francisco de Oraá. Ob. Cit, p. 12.
[4] Francisco e Oraá. «Ambigua luz de marzo». Ob. Cit, p. 10.
[5]Friederike Mayröker. «Fragmentos sobre poesía» en El cerebro que canta (7 poetas contemporáneos en lengua alemana) Antología. Selección, traducción y prólogo Udo Kawaser, Torre de Letras, La Habana, 2008, p. 37. [6] Francisco de Oraá. Ob. Cit, p. 33. [7]Enrique Saínz. «Indagación e identidad en Francisco de Oraá» en Francisco de Oraá. La rosa en la ceniza. Ediciones Unión, 1990, p. 7.Visitas: 27
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