Con el subtítulo que aparece entrecomillado, Fragua, comenzó a publicarse semanalmente a partir del 23 de agosto de 1936, dirigida por Juan R. Reyes. Contó con un cuerpo de redactores de primera categoría: el poeta José Zacarías Tallet (1893-1989), autor del poemario La semilla estéril (1951) y una de las figuras más emblemáticas de la literatura cubana. Había sido amigo íntimo de Rubén Martínez Villena y participó activamente en la vida política cubana a partir de los años veinte con su presencia en hechos tan relevantes como la Protesta de los Trece (1923), considerada el primer enfrentamiento homogéneo de la intelectualidad cubana a los desmanes políticos del entonces de turno, el de Alfredo Zayas; asimismo colaboró en la Universidad Popular José Martí, fundada por Julio Antonio Mella, en la Falange de Acción Cubana, en el Movimiento de Veteranos y Patriotas y fue integrante del Grupo Minorista. Había alcanzado experiencia en revistas como Venezuela Libre (1925), fue editor de la Revista de Avance (1927-1930), principal órgano de la vanguardia artística cubana, y colaborador de Atuei, Social y Carteles, entre otras.
Otro miembro de su equipo de redacción fue Miguel de Marcos (1894-1954), por entonces ya destacado periodista y con el haber de un libro de cuentos, Lujuria. Cuentos nefandos (1914), al que sumaría, muchos años después, dos novelas importantes: Papaíto Mayarí (1947) y Fotuto, al año siguiente. Completaba el trío José Manuel Valdés Rodríguez (1896-1971), en rigor nuestro primer crítico de cine, a la que aplicó los principios teóricos de la estética marxista, además de ejercitar la crítica teatral. Había sido fundador de la revista Masas (1934-1935), editada por la Liga Antimperialista de Cuba.
Este trío de redactores, de reconocido prestigio en aquellos años, dio cuerpo a Fragua, donde aparecieron artículos políticos, trabajos de interés literario, cuentos, poemas y trabajos de interés general. Una de las secciones más interesantes de la revista fue la que dedicaron a la Guerra Civil Española, entonces en desarrollo, que fue atendida por Juan Luis Martín (898-1973), también periodista y futuro director de la revista La Fraternidad (1938-1960). Curiosamente, era especialista en lenguas bantúes, además de que manejó idiomas como el danés y el sueco. Dedicó numerosos trabajos, algunos aparecidos en la década del treinta, a colocar a las razas negra y china en el lugar que les correspondía en nuestro «ajiaco» nacional. Sus trabajos sobre la contienda bélica antes aludida están preñados de una profunda defensa a la causa republicana.
Numerosos y buenos colaboradores tuvo la revista, a pesar de su corta existencia, pues desapareció en febrero de 1937: Juan Marinello, Guillermo Martínez Márquez, Gerardo del Valle, Marcelo Salinas, Mariblanca Sabas Alomá y Raúl Roa, entre otros. Unido a ellos estuvieron notables dibujantes como el destacado caricaturista, Hercar (José Cecilio Hernández Cárdenas), junto con Eduardo Abela, Vergara, Silvio y Roseñada.
De Gerardo del Valle (1898-1973) publicó algunos cuentos vinculados a la vertiente negrista, de la cual fue exponente junto con otros autores como Lydia Cabrera y Rómulo Lachatañeré. En su caso, sin abandonar las instancias folclóricas, coloca al negro dentro de la realidad republicana y sus contextos, destacando el papel que desempeñó en las confrontaciones sociales. Por su parte Mariblanca Sabas Alomá (1901-1983) contribuyó con poemas en el ámbito de las búsquedas formales auspiciadas por la vanguardia, una de las pocas mujeres de la literatura cubana que incursionó en esta manifestación. Marcelo Salinas (1889-1976), dramaturgo que había conquistado lauros por su pieza Alma guajira (1928) e incursionaría en la novela con Un aprendiz de revolucionario (1937), dio a conocer en esta revista algunos trabajos de carácter político relacionados con la corriente anarquista, a la que había estado afiliado en los primeros años del siglo XX, postura que le costó prisión en España y en los Estados Unidos.
De Raúl Roa (1907-1082), que ya portaba un considerable aval político —prisión durante la dictadura de Gerardo Machado, organizador de huelgas en la universidad contra la naciente dictadura militar de Fulgencio Batista (1935), creador, en 1936, de la Organización Cubana Antimperialista (ORCA)— publicó algunas valoraciones políticas de la situación cubana así como trabajos sobre la España en lucha.
Pero, sin dudas, los mejores momentos de la revista se sitúan en los aportes satíricos y burlescos aportados por Tallet y Miguel de Marcos. Poemas del primero marcados por la ironía aparecen en sus páginas, como el soneto titulado «El esfuerzo», posteriormente reunido en La semilla estéril:
Suena el despertador en la mañana. Tras hora y media me levanto. Luego mientras por despejar mi mente brego, me sorprende la hora meridiana. Libre del sueño, a mi pesar, me anego en el mar de la vida cotidiana; y en tanto por cruzarlo, en él se afana, se extingue con el sol mi interno fuego. Después la vesperal melancolía los últimos residuos de energía de mi agotada humanidad destierra. Y finalmente llega la anhelada noche, que el ciclo de mi esfuerzo cierra, con igual resultado siempre: nada.
Y el titulado «Contraste», dedicado “A Juan Rodríguez, maestro”:
Rodríguez, ¡qué lejos los tiempos en que tú le enseñabas latín a un chico dócil, ingenuo, puro que tenía las piernas de güin! Hoy es ventrudo, voluntarioso, sensual, escéptico, en fin, ¡que están muy lejos los tiempos en que tú le enseñabas latín!
Sin dudas José Zacarías Tallet, quien en su poema «Psichozoomachia» se autodescribe:
Yo soy un raro injerto de sapo y de paloma, con algo de serpiente, con algo de león; un poco de libélula, un mucho de carnero, cuatro pelos de gato y de cisne un plumón...
llevó a las páginas de Fragua la imagen de una época convulsa para la historia de Cuba, una vez derrotada la dictadura machadista y haberse ido a pique los intentos de figuras como Antonio Guiteras y otros revolucionarios cubanos comprometidos con su patria. Fue un esfuerzo el de sus editores, todos hombres de izquierda, para consolidar una revista con la que pretendieron hacer historia, y, sin dudas, a pesar de su corta existencia, logró poblar el ambiente cultural cubano con finas notas de sarcasmo y humor fino, pero que, a la postre, engendraban un profundo dolor al constatar las esperanzas derrotadas.
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