
Este intelectual, mayormente conocido por su compilación de biografías de cubanos y extranjeros que destacaron en la Isla y fuera de ella durante el siglo XIX, también aportó a la cultura nacional una vasta obra literaria inspirada en su pasión por las ciencias y en su pensamiento autonomista.
«La última entrega del Diccionario Biográfico Cubano ha visto la luz. Francisco Calcagno Monti, puede ya decir con modesta satisfacción que ha levantado su monumento y lo ha dedicado a su patria», escribió Enrique José Varona, entonces director de la Revista Cubana (1886), en el espacio Notas Editoriales.
Este Diccionario fue, según especialistas de la época y de la Biblioteca Nacional José Martí (BNJM), el mayor aporte del investigador a la cultura nacional. Pero, a pesar de la relevancia que ganó como escritor, son poco reconocidas la vocación hacia las ciencias y el pensamiento autonomista, facetas de gran influencia para su producción literaria.
Un apasionado de las ciencias
Francisco Calcagno nació en Güines (1827). Cursó Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana. Viajó a Estados Unidos, Francia e Inglaterra para ampliar los conocimientos sobre idiomas. Regresó a su tierra natal en 1860 donde creó las primeras imprenta, biblioteca, academia de idiomas, y el primer periódico, Álbum Güinero.
Fue miembro fundador de la Academia de Historia de Cuba y subdirector del colegio San Francisco de Asís y Real Cubano en La Habana (1864–1869), y en 1877 ingresó en la Sociedad Antropológica de la Isla como miembro fundador.
El siglo XIX fue de científicos por excelencia a nivel mundial, y él hizo dos importantes incursiones en ese campo mediante la literatura: Historia de un muerto (1875), mezcla de filosofía y fisiología que mereció una segunda edición en 1898, y una disertación de física en El vaso de agua con panales (1885), explicó Armando García González, investigador de la BNJM.
Su padre, el médico italiano Juan Francisco Calcagno, realizó los primeros estudios sobre el Cólera Morbus en La Habana. Además, Calcagno —hijo— fue discípulo del naturalista Felipe Poey y del químico español José Luis Casaseca, destacados científicos de la época, de ahí la inclinación hacia ese tipo de literatura», señaló García González en el artículo «Calcagno: bibliófilo y literato».
Del desempeño como novelista escribieron críticos de gran influencia como Justo de Lara, Manuel de la Cruz, Horacio Ferrer, Armando García González y Roberto Friol, quienes reconocieron en su obra una recopilación científica de prometedora relevancia para el país, y lo llamaron «un apasionado de las ciencias», comentó Idailys Pulido, investigadora de la BNJM.
«En la novela En busca del eslabón (1888), muestra sus amplios conocimientos apoyándose en célebres cultivadores de las ciencias como Newton, Humboldt y Darwin, por solo citar algunos de una larga lista de físicos, químicos, astrónomos, filósofos y biólogos; sin embargo, desde una perspectiva actual, muchas de las teorías han quedado obsoletas o eran erróneas, aunque otras conservan vigencia», aseguró la también licenciada en Letras de la Universidad de La Habana.
Destacan entre sus publicaciones Mesa revuelta (1860), Historia de un muerto (1875), El Emisario (1887), Las Lazo (1893), Los Crímenes de Concha, Don Enriquito, Recuerdos de antes de ayer (1894), en los que utilizó varios seudónimos como Narciso Blanco, Un Desocupado, Ignoto o Claude La Marche.
«Calcagno: literatura y ciencia», artículo publicado por especialistas de la sala Cubana de la BNJM, expone:
Los estudios realizados por este incansable investigador constituyeron un avance para la literatura científica de su tiempo. Aunque su mayor reconocimiento esté dado por el Diccionario Biográfico, se trabaja para incrementar el estudio de la otra faceta de su obra, no menos importante para la cultura nacional.
A pesar de ello, encuestas y entrevistas realizadas a estudiantes de las Facultades de Artes y Letras y de Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de La Habana, muestran que «El Calcagno» —como es denominado el Diccionario entre estudiosos del lenguaje— es toda la referencia que tienen de su autor e, incluso, manifiestan inconformidad ante el desconocimiento de la obra literaria del intelectual.
Carlos Ignacio Romero, estudiante de Filosofía, expresó que «es una pena que una figura como esta, que aportó tanto a la historiografía, solo sea reconocido por un diccionario —no menos importante—, y no por la literatura científica que con tanto celo cuidó».
País sin ayer
Novelista, traductor, cronista, fundador de publicaciones periódicas, Calcagno dedicó sus mayores esfuerzos a «la obra que le garantizaría un puesto en nuestra historia literaria, el Diccionario Biográfico Cubano», escribió Domingo Figarola, autor del Diccionario de Seudónimos, en la sección Recuerdos y Notas, edición en homenaje póstumo, El Fígaro (abril de 1903).
Datos tomados de los Diccionarios Literatura Cubana (1980) y Cuba en la Mano (1940), validan que «El Calcagno», no exento de numerosos errores —como de fechas, títulos, nombres, corrección en las pruebas, cohesión e igualdad, o lima en el estilo— ha sido hasta nuestros días uno de los más serios trabajos de su clase realizados en el país.
El autor emprendió solo la investigación y tomó como referente —según él mismo declarara— el único antecedente que existía, el Diccionario geográfico, estadístico, histórico de la Isla de Cuba, de Jacobo de la Pezuela, editado en Madrid en 1860, una recopilación sobre personalidades de la Corona como funcionarios en la Isla; los Apuntes para la Historia de las letras y la instrucción pública en Cuba, España, Indias y Extranjeros, de Antonio Bachiller y Morales, y estudios bibliográficos realizados por Aurelio Mitjans.
Comenzó a trabajar en el Diccionario, según afirma en el prólogo, en el año 1859. Inició su publicación en 1878 en Nueva York, donde vieron la luz las primeras 120 páginas; la impresión se interrumpió, pero se retomó y terminó en 1884 en La Habana, hace 130 años (2014).
Recoge desde la A hasta la Z cubanos que brillaron en Cuba, en la península o en el plano internacional, y peninsulares y extranjeros que se destacaron en la Isla. Dedica su libro al ilustre pensador y baluarte de las letras y de la instrucción en Cuba, Antonio Bachiller y Morales, de quien recogió la biografía más amplia, completa y exenta de errores que aparece en este.
Constituye, como consta en publicaciones literarias de 1902, el historial documentado de todos los hombres que descollaron en alguna disciplina, en lo político, en lo intelectual o en el bien humano. Es evidencia de la vida cultural del momento, de los gustos, las modas, pero siempre desde un matiz muy personal.
«Es una muestra de sus intereses y tendencias según el aliento de la personalidad crítica y la atmósfera ideológica del tiempo que le tocó vivir. Con su labor levantó un frente de batalla contra la desidia y la incultura, solo para rescatar del pozo de la ignorancia al que llamó país sin ayer», expresó la licenciada Olga Vega García, investigadora y jefa del Departamento de Información Especializada de la BNJM.
Por una Cuba cubana
«Partidario de la conversación y la polémica, Calcagno fue un detractor de la violencia y la acción armada. Junto a José Antonio Saco, Francisco de Arango y Parreño, Domingo del Monte, Tomás Romay y Felipe Poey, estaba convencido de que el autonomismo era la vía idónea para llevar a feliz término las demandas por el mejoramiento de la vida colonial en Cuba», explicó la especialista de sala Cubana de la BNJM, Ana Margarita Oliva Núñez.
En 1887 publicó Catecismo anti-autonómico o La autonomía al alcance de todos, folleto escrito a manera de diálogo, en el que somete a consideración la idoneidad de las tres tendencias políticas más importantes del momento: el autonomismo, la independencia y la anexión, obra en la que demuestra su admiración por José Antonio Saco.
Sin embargo, sus ideas políticas cambiaron al final de la guerra contra España, dada la posibilidad de una anexión a los Estados Unidos. Calcagno publicó La República, única salvación de la familia cubana, donde consideraba la anexión como un peligro para la Isla, debido a la idea de que cuando dos culturas se encuentran la mayor extingue a la menor, argumentó Oliva Núñez.
«Esta es la hora de fundar la patria, y en razón de los elementos discordantes que nos asedian, acaso jamás país alguno necesitó más de consenso, armonía y sensatez de todos sus ciudadanos», escribió Calcagno en uno de sus artículos contra la anexión, claro llamado a la unidad de los cubanos.
Para valorar realmente la dimensión de sus ideales, es imprescindible leer la carta a Vidal Morales (1898) escrita en los últimos años desde su exilio en Barcelona, donde colaboró en varios periódicos de la época como El Progreso, Faro Industrial de La Habana, El País y La Libertad.
Leonardo Depestre Catony, investigador independiente afiliado a la BNJM, explicó:
Fue un patriota que, por temor a la anexión de la Isla a los Estados Unidos, murió exiliado en España, añorando regresar a la Patria. Como bibliógrafo es muy reconocido, y su obra posee un gran valor histórico; mas todos sus esfuerzos fueron por Cuba, para dejarnos la huella de un pasado que no conocíamos.
Francisco Calcagno dotó de pruebas documentales la historiografía nacional con el Diccionario Biográfico Cubano y merece el reconocimiento que se le ha concedido; sin embargo, fue más que un libro: su patriotismo, y la pasión por las ciencias que subyace en la extensa obra literaria que legó, son muy poco reconocidos. ¿Estaremos perdiendo la memoria?
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Tomado de Isla al Sur
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