
Volví a encontrarme en estos días con Francois Missen. El autor de La nuit afghane y de varios libros sobre Cuba es, como se le ha llamado, un monstruo del periodismo francés; ganador de un premio Pulitzer, mereció asimismo el Premio Albert-Londres que lo acreditó como el mejor periodista de su país en 1974.
Busca en esta visita, mejor, sigue buscando en ella, la huella de la mafia corsa en la Isla; un tema prácticamente desconocido, que Missen ha rastreado durante años y ha plasmado en títulos como Marseille connection y La planète blanche, publicado en 1990, y que la crítica valora como un documento de inestimable valor y también un gran libro.
Lo escribió a cuatro manos con Marcel Morin, que, en 1971, siendo un joven comisario de policía, asumió la misión de descubrir y desactivar los laboratorios que en Marsella procesaban la heroína que se enviaba a Nueva York.
Es la llamada «conexión francesa», que en un momento pasó por Cuba. Y de la que no hablan Cirules en su El imperio de La Habana ni T. J. English en Nocturno de La Habana. De esa conexión vienen los nombres de los corsos Paul Mondolini y Jean Bautista Croce. El primero de ellos, en diciembre de 1949, robó a mano armada, en una carretera de Niza, las joyas de la esposa del Aga Khan. Croce era propietario de dos clubes nocturnos en La Habana, Mondolini y Croce supervisaban en Marsella la producción de heroína hasta acopiar entre 50 y 150 kilogramos, que hacían llegar a la capital cubana, desde donde mafiosos norteamericanos la entraban en Estados Unidos.
Quisieron los corsos meterse en grande en el negocio del juego y para lograrlo hicieron tratos con Meyer Lansky, el financiero de la mafia, asentado en La Habana. No llegaron lejos en ese sentido. En diciembre de 1956, Mondolini era apresado por la Policía cubana y el coronel Orlando Piedra, jefe del Buró de Investigaciones, le formaba expediente de expulsión, en tanto que Croce, estrechamente vigilado, era también apresado aquí y deportado a instancias de la Interpol.
Asegura Francois Missen que Lansky no fue ajeno a esas detenciones y se quedó con el dinero que aportaron los corsos para obtener la franquicia.
El odontólogo que no fue
El autor de Le syndrome de Kaboul nació en Orán, Argelia, hace 92 años y, a pesar de la edad, hace gala de una vitalidad fuera de serie. No le importa que indistintamente lo hayan acusado de agente de la CIA y de la KGB soviética. Él es un buscador de historias, las encuentra para contarlas y procura hacerlo siempre por la arista más desconocida e impactante. Es un periodista independiente. Trabaja con un pequeño equipo y, aunque aclara que no es un hombre rico, costea sus investigaciones con su propio dinero. De ellas puede salir un libro o el reportaje para esta o aquella revista, que a veces paga bien y casi siempre mal.
Su dedicación al periodismo es fruto de la casualidad. En un momento se vio obligado a buscar trabajo para costear sus estudios de Odontología y halló empleo en un periódico de Marsella, la ciudad donde reside. Fue corrector de pruebas hasta que le propusieron una plaza de reportero y lo asignaron al sector deportivo. Jamás sería odontólogo. Cubrió como periodista las Olimpiadas de Tokio y México hasta que, en 1969, el consumo de heroína se destapó en Marsella con niveles nunca vistos antes. La gente moría en la calle por sobredosis. Logró conectarse con un alto funcionario del Buro Anti Narcóticos radicado en París que le contó de políticos corruptos y de gente importante relacionada con la droga. El hombre le dijo: si esto estalla, yo no te conozco, no te dije nada. Y, en efecto, estalló. Fue un escándalo tremendo. El Ministro de Interior convocó al periodista a su despacho y lo reprendió. «Ese fue el origen de mi investigación sobre la droga», asevera Missen.
Sobre Cuba
«Amo a Cuba», dice. Estuvo en la Isla por primera vez en 1960; volvió cuando el asesinato de Ché Guevara y a partir de ahí sus visitas se regularizaron. Ellas inspiraron por los menos tres libros. Uno lleva el título de Cuba. También La leyenda del ron.
Otro, Guantánamo, narra la vida cotidiana de los pobladores del municipio de Caimanera, sus costumbres, cultura, tradiciones y aspiraciones, gente que no pierde su entusiasmo ni su tenacidad pese a tener que vivir a unos pasos de la base naval que ilegalmente mantiene Washington en territorio cubano, contra la voluntad de la nación.
Dice Missen que, a diferencia de turistas entusiasmados por conocer La Habana, Trinidad o Varadero, él siempre anheló conocer el oriente de la Isla, cuna de la Revolución.
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