
En el cine, como en la vida, las premieres son momentos únicos: primeras veces, primeras luces, primeros gestos de entrega. Y así fue este viernes en Camagüey, cuando, bajo un aguacero torrencial, Frank Padrón ofreció la primera presentación pública de su nuevo libro Vidas y caminos de Wichy Nogueras, publicado por la editorial José Martí en 2024. No lo hizo desde un estrado, sino en el recogido y cálido Dodo’s Café del Cine Encanto, como quien comparte una confidencia con amigos. Trajo consigo un único ejemplar —probablemente de cortesía— y tuvo el gesto, ya raro en estos tiempos, de donarlo a la Biblioteca Provincial Julio Antonio Mella para que quede al alcance de todos.
Esa escena sola bastaría para entender quién es Frank Padrón. Pero no se le entiende de una sola vez. Ni siquiera de una sola forma. Porque Frank es muchas cosas a la vez, y todas las asume con rigor y con disfrute: crítico de cine, sí, pero también poeta, ensayista, cronista de sabores, figura pública y, ante todo, un humanista que dialoga con la cultura como quien respira.
Durante la presentación, acompañado por la guía generosa de María Antonia Borroto, habló del libro, de Luis Rogelio Nogueras «Wichy», de su devoción por la poesía apócrifa y los heterónimos, del primer premio que ganó en 1986 gracias al influjo de aquel poeta inclasificable. También contó del paso de Wichy como guionista de «Guardafronteras» y «El brigadista», facetas menos conocidas que amplían aún más su espectro. Y compartió el dilema personal entre la ficción y la crítica, inclinándose siempre por esta última, porque —confesó— lo suyo es analizar, desmenuzar, buscar el hueso de la obra.
Frank participó en el XXIX Taller Nacional de Crítica Cinematográfica no como un invitado más, sino como un anfitrión del pensamiento. Moderó el panel homenaje a Alfredo Guevara, con motivo del centenario de su natalicio. En otro momento, desmenuzó con elegancia y lucidez Soy Cuba, ese clásico estrenado hace 65 años, en una intervención que fue al mismo tiempo clase magistral y ejemplo de crítica viva. Con su característica fluidez —esa que parece adaptar el tiempo televisivo a cualquier conversación— habló del lenguaje fílmico, de la épica visual, de la mirada revolucionaria, y lo hizo sin solemnidad, con la sabiduría del que ha visto mucho y aún quiere entender más.
Pero lo que distingue a Frank —y lo coloca en una estantería aparte dentro del panorama cultural cubano— es su capacidad para trascender etiquetas.
Es, probablemente, el único cubano que igual puede analizar una película de culto que reseñar un ajiaco con profundidad. En su faceta de crítico gastronómico ha escrito dos libros premiados internacionalmente, fruto de su amor confesado por la comida. Se trata de Co-Cine (El discurso culinario en la pantalla grande) y El cocinero, el sommelier, el ladrón y su(s) amante(s), publicados por Ediciones ICAIC. «Soy un gran comilón. Y un gran degustador. Me gusta la comida. La disfruto», nos dijo con esa mezcla suya de sinceridad y picardía.
Su camino en la crítica culinaria comenzó con el sitio «Cuba Paladar», desde donde abordaba el hecho gastronómico más allá del menú: como un fenómeno cultural, social, casi íntimo. Cuando el sitio cerró, víctima del declive del turismo, no se resignó. Fundó y sostiene la página «GastroCuba», donde escribe —y hace escribir a otros— sobre el sabor, los ingredientes, los saberes que habitan un plato. Lo hace ahora con dificultad, reconoce, porque la economía del país ha encarecido el simple acto de sentarse a comer fuera. Pero ese desafío, lejos de apartarlo, lo estimula. Porque para Frank, como para pocos, la crítica es una forma de persistir.
Durante su estancia en Camagüey ha sido, como siempre, generoso con su tiempo y su voz. En cada intervención ha dejado una estela de lucidez, pero también de calidez. Y eso lo convierte en alguien especial: en medio de las sombras, los apagones, el calor y los mosquitos, su presencia ha sido una de esas raras claridades que no solo iluminan, sino que reconfortan.
Frank no necesita levantar la voz para ser escuchado. Su estilo es otro: el de quien conversa más que pontifica, el de quien dialoga más que sentencia. Tal vez por eso nos es tan grato tenerlo cerca. Porque él representa una cultura del pensamiento que no renuncia al placer, una inteligencia que no se disfraza de arrogancia, una coherencia que no se hace notar, pero que nunca se pierde.
En Vidas y caminos de Wichy Nogueras —libro que reúne textos dedicados a un intelectual que lo inspiró desde sus inicios— también late ese Frank que nunca ha dejado de ser poeta. Rufo Caballero le dijo una vez: «No olvides que eres, esencialmente, un poeta». Y ese recordatorio está presente en cada línea que escribe, en cada frase que pronuncia.
Frank Padrón está siempre en premier. No porque busque protagonismo, sino porque sus gestos, sus palabras, su presencia, tienen la frescura de lo irrepetible. Y eso, en los tiempos que corren, es un privilegio que Camagüey ha sabido agradecer.
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Tomado del periódico Adelante
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