
Erich Fromm (1900-1980) demostró cuánto tienen que decirle los sicólogos al enorme ámbito de la poesía. Con El corazón del hombre: su potencia para el bien y para el mal, regaló otro libro cimero, precedido por el singular El arte de amar, que emula con Ovidio, si no fuera que el latino habló directamente de la praxis del amor y de la conquista erótica, y Fromm se lanzó a la especulación en torno a tal sentimiento-madre, capaz de parir otros sentimientos.
Fromm trata sobre el narcisismo, pero de manera diferente a como yo mismo traté al mito en mi librito Narciso, las aguas y el espejo, porque el sicólogo se mete en entretelas freudianas y declara que el «narcisismos» es algo congénito, que todos lo padecemos, y que puede ser maligno o benigno. Cree que el «narcisismo» es uno de los grandes descubrimientos de Freud (con el complejo de Edipo), a lo que suma el «instinto de la muerte». De esta conclusión extrae la idea propia de que los peores asuntos de la idiosincrasia humana son: «el amor a la muerte, el narcisismo maligno y la fijación simbiótico-incestuosa».
Qué interesante resulta su apreciación acerca de la violencia, a la que cataloga también como benigna y maligna, y si es benigna ella puede ser lúdica, reactiva (en defensa propia), por frustración, celos o envidia. En la frontera sitúa a la violencia vengativa y considera negativa o maligna, contra la vida, la de los individuos destructivos, la violencia por sed de sangre, la necrofilia, y a esta última suma los individuos que aman lo muerto, lo corrupto, el excremento y las enfermedades. Ellos son, dice, gentes que odian y destruyen. Es esta una rara manera de «entender» a la especie humana a través de sus actos violentos. Para compensar de tales males, admira a los individuos biófilos, o sea, a aquellos que poseen un profundo amor a la vida.
Todo lo que tiene que ver con la existencia y desarrollo de la especie humana, compete asimismo a la poesía. De manera que puede leerse a Fromm como ante un tratado de poética, o de teoría sobre la poesía, sobre todo cuando trata de desentrañar la predadora y violenta especie de la cual formamos parte. Con Freud, se detiene en los neuróticos, aquellos individuos que temen ser odiados o perseguidos, y en los paranoicos, los cuales creen serlo, o sea, tanto odiados como perseguidos. Y de seguido se detiene mejor en lo que llama «personalidad narcisista», entendiendo el narcisismo como «amor a sí mismo», no como amor a la imagen o a la belleza del reflejo, de la imagen en las aguas.
Para Fromm la personalidad narcisista habla constantemente sobre todo de sí mismo, es susceptible a cualquier crítica y se siente autosatisfecho y autosuficiente, con falta de interés por lo externo y lo que no sea propio y llega a exaltar su honor, inteligencia, belleza física, o sus hijos son los más bellos e inteligentes del planeta. Se ve que Fromm no solo no critica la idea de Freud acerca del mito de Narciso, sino que la complementa, la «perfecciona». Según él, el narcisista transforma el mundo para ajustarlo a él. Es una manera peculiar de observar la «transformación» social.
Apela a la idea de un narcisismo colectivo, mediante el cual se sobrestima la posición (incluso ideológica) propia y se odia a todo lo que disienta. «El grupo altamente narcisista anhela tener un jefe con quien puede identificarse». Claro que Fromm tiene en mente al fascismo y a su líder Adolf Hitler, habiendo sido él mismo fustigado por judío en la Alemania nazi. Su idea deriva en la reducción de la soberanía nacional en favor de la soberanía de la humanidad, habida cuenta de que la maldad es un fenómeno exclusivamente humano, trágico, porque la maldad nunca le permite sentirse satisfecho de sí. Ello conduce al mayor mal, según Fromm: hacer del hombre un enemigo de la vida.
Siendo una reflexión filosófico-ontológica desde el sicoanálisis, el libro de Fromm posee una mirada al ser humano según su amor u odio a la vida, al bien y al mal, alojados en un solo individuo y en todos, en el ambiente social. Termina por considerar al narcisismo como algo «patológico». Más que solamente explicar al narcisismo, quiere mirar al ser humano desde una posición propia del sicoanálisis, de modo que no hace hincapié en la aprehensión estética del mundo, sino en el ser en sí, para sí y alienado en sí mismo. Es una interpretación propia que tuvo éxito en algunas esferas del pensamiento europeo, pero que no resiste el análisis del mito de Narciso observado desde otro punto de vista: el creativo, el del amor a la imago, aquel que llena al artista de fe en su obra y de creación como impulso incontenible.
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