El periodismo es literatura con prisa
Gabriel García Márquez
A 95 años del natalicio del laureado escritor y periodista Gabriel García Márquez (1927-2014), Premio Nobel de Literatura, quiero evocar —a través de esta crónica— la sagrada memoria del ilustre autor de Cien años de soledad, conceptuada por la crítica literaria como su obra cumbre.
El libro Gabo: cuatro años de soledad. Su vida en Ziparicá, 1 del escritor y periodista Gustavo Castro Caycedo, recoge la verdadera historia acerca de la función básica indispensable desempeñada por el pueblo de Ziparicá en la vocación literaria y periodística que acompañara al eminente intelectual latinoamericano y universal hasta su partida al espacio infinito, lleno de música, poesía, luz y color, a donde van a dormir el sueño eterno las almas de los hombres nobles y buenos, quienes —al decir del genio martiano— «aman y fundan».
La trayectoria intelectual y espiritual de García Márquez se registra en las más importantes ciudades colombianas (Bogotá, Barranquilla y Cartagena) y pasajes parisinos, barceloneses y mexicanos. Tanto es así, que hasta los biógrafos del eminente intelectual han sido injustos con Ziparicá, ciudad famosa —a escala planetaria— por su notoria Catedral de Sal.
Valorado desde una óptica objetivo-subjetiva por excelencia, pareciera que fue en alguna de esas ciudades donde «el señor de Aracataca» se hizo y creció como escritor y periodista. No obstante, el escritor inglés Gerald Martin, el más exhaustivo biógrafo de Gabo, transita con ligereza e imperdonables equivocaciones sobre esa etapa, no solo vital, sino también esencial, para la gloria que acompaña a García Márquez, y por extensión, a Colombia, y a toda Latinoamérica.
Pero, en verdad, Ziparicá, el último en el abecedario de más de mil municipios de la nación colombiana, es el primero en «materia del Nobel», porque fue allí donde descubrieron, le dieron forma a su talento y lo consolidaron como escritor y periodista.
A García Márquez le tendieron la mano y lo impulsaron para que dejara el dibujo y las coplas mamagallistas y ascendiera a la prosa literaria. Dirigieron y moldearon sus grandes facultades, y encaminaron sus pasos hacia el éxito más rotundo.
Luego de su nacimiento y crecimiento literario y periodístico en la Ciudad de la Sal, esta quedó anónima, y cuando la relacionan con el Nobel es solo para decir que él sintió allá mucho frío y soledad…, pero nada más. Sin embargo, en Ziparicá, la calidez de quienes lo acogieron de 1943 a 1946 en el Liceo Nacional de Varones (por entonces el mejor de Colombia), compensaron el frío que tanto lo hizo sufrir, y de autor de coplas hicieron de él uno de los grandes escritores del orbe. Es bueno recordar que desde el Siglo XVIII, en Ziparicá reinaba la literatura, al punto de ser una ciudad con alma de centro poético-literario.
La tarjeta de identidad de Gabriel José de la Concordia García Márquez (como reza su inscripción de nacimiento) no era de Aracataca, ni de Barranquilla, ni de Sucre, ni de Bogotá, ni de ninguna otra ciudad, era de Ziparicá. El nació físicamente en Aracataca, pero literariamente en Ziparicá, donde la profesora de Literatura, Cecilia González, «la manca», el ilustre poeta Carlos Martín y otros profesores y compañeros, lo convirtieron de coplista y dibujante, en prolífico escritor y periodista.
García Márquez, escribió: «A mi profesor Carlos Julio Calderón Hermida fue a quien se le ocurrió esa vaina de que yo escribiera», ya que «todo lo que sé, se lo debo al bachillerato».
Un relato exclusivo para la revista Anda recoge la llegada de Gabo a Ziparicá, y forma parte de la historia que Castro Caycedo rescató del archivo mnémico de 83 testigos (30 ya fallecieron), para escribir el citado texto.
Después de un largo viaje en barco y en tren desde donde pudo admirar el paisaje que caracteriza al hermano país suramericano, apareció la primera imagen de ese trozo de Colombia sobre el que no sabía nada, y donde habría de permanecer durante varios años, descritos en dicho volumen.
Había llegado a Ziparicá luego de su salida desde Barranquilla por el río Magdalena y luego en tren hasta el centro del país, donde estableció amistad con otros jóvenes costeños, como él, alegres, fiesteros, que traían una guitarra que sonaba a vallenatos y a boleros, y la persona que hacía vibrar sus cuerdas interpretaba a la perfección.
El gigante de hierro estaba en Ziparicá, donde —paradójicamente— lo primero que vieron en la Ciudad de la Sal fue a las carameleras, vendedoras de dulces, que se abalanzaban contra las ventanas de los coches y sobre los pasajeros que continuaban viaje hacia Nemocón.
Las vendederas de dulces blandían sus canastos repletos de atractivas golosinas no aptas para personas que padecen de diabetes, y gritaban: «caramelos, obleas; están fresquitas, sumercé».
Lo otro que captaron las pupilas de Gabo, fue a una campesina que estaba frente a la plaza de ferias, junto a un burro amarrado sobre el que había fijado un canasto, pero no con dulces, sino repleto de yerbas aromáticas.
García Márquez no olvidó el sonido de la campana de la estación de Ziparicá que anunciaba la salida a Nemocón, y el prolongado pitazo que el gigante de hierro emitió antes de partir.
Tal vez era un pasaje similar a lo que él había captado en Aracataca, cuando llegaba y partía el famoso tren amarillo. Y es posible que, ese día, eso lo haya llevado a evocar la memoria de su abuelo, el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía, con quien iba a la estación; y a sentir que lo embargaba desde ese momento la nostalgia en esa ciudad plana, bordeada al occidente por una extensa cadena de cerros, que Gabo vio durante 1375 días, desde ese 8 de marzo de 1943, hasta el 6 de diciembre de 1946.
Y es entonces cuando empieza a desgranarse la galería de sucesos, tragedias, éxitos, amores, novias y amigos del Nobel, en su propia novela en Ziparicá, durante el tiempo que vivió en esa ciudad, donde lo hicieron escritor y profesional de la prensa plana.
Notas
- Gustavo Castro Caycedo. Gabo: cuatro años de soledad. Su vida en Ziparicá. Bogotá: Ediciones B, Grupo Zeta, 2014.
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