El deber de los escritores no es conservar el lenguaje
sino abrirle camino en la historia.
Gabriel García Márquez
Gabriel García Márquez en cierta ocasión dijo: «lo importante es estar vivo, creo que la muerte es una traición, es una trampa». Y nos dejó un antídoto para evitarla, escribir mucho.
Hijo de Gabriel Eligio García y de Luisa Santiaga Márquez Iguarán, el Gabo nació en Aracataca, Magdalena, Colombia, el 6 de marzo de 1927. Su padre quería que fuera abogado, pero él desiste para volverse escritor. Aún hoy ostenta el récor del autor más vendido en lengua castellana en todo el mundo.
Aunque él afirma que la atmósfera de su literatura es gracias a sus abuelos maternos, algunos dicen que fue gallega la fascinación por lo sobrenatural, que de los andaluces obtuvo la exageración y el adorno en la palabra, de los isleños lo profético y que su melancolía le viene de África. El absurdo es el ingrediente preferido, donde en su país, y el Latinoamérica, estas cosas pasan constantemente.
Catalogada su obra como realismo mágico, Márquez aseveró que podía demostrar que no había una sola línea en sus libros que no surgiera de un hecho verdadero. «La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla […] Pienso que tomé la determinación, no de inventar una realidad nueva ni de crearla, sino de encontrar una realidad con la cual me identificaba y que, por consiguiente, conocía bien. Esa es la clase de escritor que soy».
Su primer libro, La hojarasca, tardó cinco años en ser publicado y el primero que leyó cuando niño lo encontró dentro de un baúl, fue Las mil y una noches. En él descubrió episodios fantásticos perfectamente posibles. «El novelista puede inventar todo siempre que lo haga creer. En América latina la ficción es más fácil hacerla creer que la realidad».
Sin embargo nunca se creyó un intelectual completo, a pesar de haber sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1982 y el Doctor honoris causa en la Universidad de Cádiz en 1994. Según él para serlo debía tener ideas preconcebidas sobre la realidad. «En cambio, yo no. — dijo en una entrevista a la revista El Correo— Vivo de la anécdota, de los acontecimientos de la vida cotidiana».
Su rutina consistió siempre en trabajar todos los días desde las 8 de la mañana hasta las 3 de la tarde bajo la premisa de que si no expresaba, «El brazo se enfría». Para él un escritor era uno por ciento de inspiración y noventa y nueve por ciento de transpiración.
El Gabo, que muere el 17 de abril del 2014, resaltó en una ocasión: «Creo que la progresión de una obra consiste justamente en continuar excavando dentro de uno para ver dónde se llega, dónde se encuentra el botón que se busca y que es el misterio de la muerte. El de la vida, ya se sabe, no se descifrará jamás».
*Publicado originalmente el 6 de marzo, como homenaje al natalicio del Gabo.
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