Graduada de la Academia Europea de Periodismo de Krems, Gabriele Müller concluyó estudios de traducción e interpretación en Viena, donde transcurrió parte de su infancia y juventud.
En Bolivia fue profesora de dibujo en una escuela para niñas, e instructora de manualidades en un hospital. Se desempeñó como traductora en Guayaquil, y en Argelia como intérprete en proyectos humanitarios para refugiados del Sahara Occidental. Durante varios años fue corresponsal de varios medios de prensa en lengua alemana en Guatemala y Nicaragua.
Como premio del gobierno de Estiria le fue otorgada una beca de trabajo para viajar a Zimbabwe. Fue redactora de la revista política Südwind (Viento del Sur), e hizo viajes periodísticos a Etiopía, Uganda, México y Cuba, entre otros. Durante la Feria del Libro de La Habana 2019 escribió, para el periódico Wiener Zeitung, un reportaje sobre los traductores cubanos y las publicaciones de literatura austríaca en Cuba.¹En ese mismo año participó en el XV Simposio de Traducción Literaria de la UNEAC en La Habana, junto a su compañero, el poeta y cantautor austríaco Gerald Jatzek.
Actualmente Gabriele vive en la ciudad de Krems an der Donau, donde desarrolla una intensa actividad creativa no solo como traductora y periodista, sino también como narradora y pintora. Ha expuesto sus cuadros en varias galerías de Viena y Krems; caricaturas e ilustraciones suyas han aparecido en las revistas Neues Forum, Die Furche y Südwind. Revistas literarias como DUM, Morgenstern, erostepost y otras, han publicado sus cuentos.
A manera de muestra he traducido y presento aquí el breve cuento inédito «El león», donde confluyen rasgos humorísticos y fantásticos.
El león
Una vez estuve en África. El país se llama ahora Zimbabwe. Un fotosafari no deja de ser peligroso, dijeron mis colegas. Pero yo a lo que más miedo le tengo es a las oficinas de mecanografía. Trabajo en la oficina de mecanografía Styll, que alquila personal burocrático a empresas. Amo a los leones. Ellos no te mandan a copiar, y raras veces te comen.
Hasta antes del viaje me había encontrado únicamente con leones que estaban detrás de rejas. Ahora quería comprobar si los leones solo son pacíficos en cautiverio. Mi esperanza era encontrar un león que viviera en libertad, capaz de infundirme un miedo como el que me destroza sin motivo en la oficina.
En Harare, la ciudad que nunca duerme, no había ni un solo león. El susto hacía que se me erizaran los pelos como montes. ¡Un viaje tan largo y que en ninguna parte hubiera motivo para el miedo!
Me fui en tren rumbo a Bulawayo. Me bajé en el camino, en medio del campo. Los niños huían de mí a toda carrera. Temían que viniera a inyectarlos. Es que soy blanca. Logré agarrar a uno por el borde de la camisa.
–¿Dónde hay un león aquí? –pregunté al pequeño, que no se estaba quieto.
–Siga derecho, en el tercer matorral, en dirección al mar –dijo con los ojos muy abiertos.
Corrí en línea recta. Pronto oí el resonar de tambores. Tras el segundo matorral tuve que orinar.
El sol se ponía, rojo sangriento. En lo alto del tercer matorral, que era bastante alto, graznaban buitres. Mi corazón latía fuerte, casi como el rugir del león. Salí al claro. Allí estaba él, estaba el león, ocupado en beber bajo la luz de los últimos rayos de sol. La superficie del agua reflejaba una luna pálida y amarillenta en la azulosa luz nocturna.
Pálidos y amarillentos eran también los colmillos en las fauces abiertas del león. La poderosa melena: ¿infundía miedo? Seguí viendo aún su imagen en el agua, mucho tiempo después de que el león, ese perro cobarde, desapareciera con la cola encogida, corriendo en el horizonte.
1. https://www.wienerzeitung.at/nachrichten/kultur/literatur/2003187-Jandl-und-Gerstl-in-der-Karibik.html
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