A propósito del cuento «Orfelina», de Martha Acosta Alvarez
Confieso no ser asidua lectora de textos que llevan en su título nombres antiguos, nombres de abuelas, nombres de mujeres que no conozco ni conoceré. Da la sensación de ser espía, voyeur asomada a los ojos de la realidad, a la cerradura de un estado de ánimo. Es mi cobardía escritural, cobardía de estados de ánimos. Con «Orfelina», Martha Acosta Alvarez me convenció de la necesidad de romper el equilibrio, la promesa —nunca dicha— de no leer cuentos cuyos títulos llevan nombres de mujeres. Y fue una buena decisión.
Es este un texto-tratado sobre la genealogía femenina, sobre los intríngulis del alma humana, el alma humana, mujer. Desde la focalización psicológica y la transición de los sentimientos de los personajes a través de un carrusel de emociones, la autora encuentra motivo para mostrar la multiplicidad de puntos de vista, cuyo único eje común es la mujer.
No es este un texto semiótico sobre la fémina salvadora del destino, sobre la heroína que enfrenta la adversidad, ¿o tal vez sí?, ¿es posible equivocarse, errar tan profundamente en la lectura?, ¿es Orfelina, la Madre, la Señora, bestias heroicas de una pasividad que incluso se percibe como ganancia? Quizás. O no. Es ese estado latente —el minuto próximo y desconocido, lo que está por suceder a la vuelta de la esquina— lo que marca la posibilidad de los personajes y teje sus nexos con el mundo ya no a través de un manuscrito encontrado debajo de una pila de ropas sucias, sino en el punto de quiebre, de ruptura necesaria, el tránsito entre el nacimiento, la muerte y la resurrección de una esperanza que es plural.
Algunos cultos en el Neolítico Superior adoraban a la mujer como Diosa, imaginaban la trinidad de rostros femeninos como caras de una realidad. Las estatuillas de la Joven mártir, la Madre mártir, la Señora mártir no son aquí triplo unánime para una adoración del lector, sino espacios de tiempo y circunstancias, bucles circulares que se encuentran y se cierran sobre sí mismos gracias a la habilidad de la escritura, de la palabra rítmica, muchas veces repetida, asunción poética. No hay gratuidades en esta autora ni en este cuento. Tal vez solo el título, que sigue cerrándome su puerta pero que es también parte del imaginario cerrado de un rostro y un estado del alma: ¿el de la autora transformada en personaje?, ¿el de Orfelina transformada en creadora?, ¿el de la mujer como ideal colectivo?
Advierto desde ahora que la búsqueda de esas respuestas no será fácil, pero que una vez abierto el límite que marca el tránsito del título a las primeras letras de este cuento, cierta madeja de posibilidades se extenderá desde el ojo avizor del que lee hasta el alma avizora de quien siente.
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Martha Acosta Alvarez. Ingeniera en Ciencias Informáticas, narradora y poeta. Miembro de la AHS. Egresada del Centro Onelio Jorge Cardoso. Ha obtenido, entre otros, los premios Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2018, Novelas de Gavetas Franz Kafka 2018, Celestino del Cuento 2018, Dador de Narrativa 2017, Calendario de Narrativa 2017 y Pinos Nuevos de Narrativa 2016. Ha publicados los libros La periferia (2018), novela, Editorial FRA, Paraísos perdidos (2018) cuento, Casa Editora Abril, Distintas formas de habitar un cuerpo (2018) poesía, Ediciones La Luz, y Pájaros azules (2016) cuento, Letras Cubanas.
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Tomado de País de fabulaciones, texto de Elaine Vilar Madruga publicado por Cubaliteraria en 2019.
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