A la digna profesión de educar ha dedicado su vida este hombre, maestro de maestros, aunque en un principio no supo que su vocación sería, para siempre, transmitir a los otros sus conocimientos. Conoce cuán importante resulta honrar a los que, como él, dedican tiempo y esfuerzos a formar caracteres y conciencias, y por eso agradece siempre a quienes le ayudaron a convertirse en el excelente profesional que es. Lector inveterado y exigente, buscador incansable de saberes, comprende que de tales hábitos depende la valía de todo profesor que pretenda serlo con la calidad que requiere misión tan honrosa. Cree en la poesía: la lee, la divulga, y la defiende de incomprensiones y olvidos. Sensible, ameno, incansable en su labor de enseñar, Gerardo García Barceló* forma parte de la selecta lista de los seres que se tornan imprescindibles.
El hábito de lectura debe comenzar a fomentarse desde la infancia. ¿Cómo te relacionaste con los libros en esta etapa de tu vida?
Mi infancia siempre estuvo muy ligada a los libros. Recuerdo a mi padre llevándome, muy niño todavía, a una librería que había en un local ya desaparecido en Monte, entre Zulueta y Egido, en La Habana Vieja, ahora no sé si en el mismo lugar o muy próximo a donde hoy puede verse una larga cola para pizzas, a comprarme un ejemplar de La Edad de Oro, en una librería de esas con sentido de maravilla, ya hoy desaparecidas para perjuicio de los cubanos. No lo creerás, pero aún la conservo; publicada por la editorial española Bruguera. Puedo decirte que todavía percibo el olor de los libros, una sensación que no se ha ido nunca de mí.
Pero también mi relación con la palabra impresa viene del trabajo de mi padre, empleado de Sergio Carbó en el mítico y hoy desaparecido periódico vespertino Prensa Libre. Toda mi vida anduve de «perro faldero» detrás de mi padre, que siempre fue mi ídolo; él murió muy joven y guardo la impresión de que le alegraba que yo lo acompañara. Recuerdo que cuando iba al viejo local del periódico, en Manrique, entre Salud y Campanario, él me llevaba a que viera cómo se imprimía en lo que se llamaba rotativa, una especie de ritual casi sagrado. Todavía recuerdo muy nítidamente el ruido de las máquinas y el olor de la tinta del periódico cuando se imprimía, la velocidad con la cual corría el papel de las inmensas bobinas, los linotipistas en esas mágicas y fabulosas máquinas donde escribían en plomo las líneas del periódico. Ese recuerdo jamás me ha abandonado.
Un poco más tarde nos mudamos al Cerro para que mi padre se acercara al periódico, recién mudado para la llamada entonces Plaza Cívica y en enero 29 de 1959 me inscribí en la sección juvenil de la Biblioteca Nacional José Martí, recién inaugurada. Fíjate que recuerdo el día con precisión matemática y la emoción que sentí cuando me entregaron mi carné de socio.
La biblioteca de entonces era un lugar de maravilla. La sección infantil y juvenil, además del préstamo de libros, tenía un espacio para oír música, prestaban copias de cuadros de grandes pintores para uno ponerlos en su casa y disfrutarlos por quince días, y desarrollaban actividades infantiles como algo que creo, aquí si no puedo fiarme de mi memoria ya hoy difusa, se llamaba La Hora del Cuento. En la sala juvenil leí mucha literatura acorde a mi edad: en primer lugar a Emilio Salgari (debo confesar que Julio Verne nunca tuvo plenamente mi favor por lo excesivamente fantasioso) y alguien de quién jamás he vuelto a oír hablar, Enid Blyton, que tenía una saga de jóvenes detectives con los que me sentía muy identificado. Claro que hubo otros, pero estos jamás los he olvidado.
Después, siempre tuve a mano un libro que mi padre gustosamente compraba. Era una persona humilde, que se «había hecho a sí mismo» como se decía en la época y que respetaba sobremanera la cultura y los libros, eso pienso que me lo trasmitió.
¿Cuándo y por qué decidiste dedicar tu vida a la enseñanza?
Eso vino después. Yo estuve muy lejos de ser el alumno modelo, el «Abelardito», y mi madre, que provenía de una inmensa familia campesina al estilo de la época, pues trataba de ejercer un dominio del que cada vez más yo trataba de escapar.
Yo jugaba ajedrez, incluso formé parte del personal técnico de la XVII Olimpiada Mundial de Ajedrez de La Habana, cuando me seleccionaron como fiscal para las partidas. Imagínate que junto con un muchacho de Guanabacoa, Camilo Domenech, éramos los más jóvenes de la olimpiada y hasta en el periódico Hoy nos mencionaron en una nota. Se lo agradeceré eternamente a José Luis Barreras y a Rolando Bruno Vázquez, hoy desaparecidos, y en ese mundo me fue muy bien, tengo mil anécdotas. Figúrate, un muchachito humilde, entre la flor y nata del ajedrez mundial.
Pero a mi querida madre ese mundo no le parecía bueno para su hijo, el que ella se propuso que se hiciera universitario. Los tiempos han cambiado mucho, era una época en que la gente apreciaba mucho el conocimiento y los estudios, pero a mi venerada «guajira», lo digo sin el más mínimo menosprecio, sino con tremendo, inmenso orgullo, no le gustaba el mundo del ajedrez y había decidido desde siempre que fuera a la universidad a estudiar una carrera. En fin, un día llegaron al preuniversitario, donde cursaba el décimo grado, planillas para becarse en el Instituto Pedagógico y, la verdad, no sé ni por qué, llevé la planilla a la casa. Mis padres la firmaron y en medio de la olimpiada de ajedrez me llegó la notificación de entrar a la beca. Algún día contaré una de mis anécdotas de la Dra. Dulce María Escalona, rigurosa y justa en una mezcla bien rica y complicada.
Entré finalmente al ISP Enrique José Varona y la verdad es que aquello no me gustó mucho. Decidí pedir la baja, pero para hacerlo necesitaba la firma de uno de mis mayores. El que fue a cumplir esa encomienda fue mi padre, y traía tal cara de tristeza que, estando ya fuera de la facultad, me produjo tal dolor su expresión que decidí quedarme. Fue una decisión muy positiva y una experiencia muy curiosa. No tenía precedentes de maestros en mi familia, al inicio no me gustaba, no me interesaba dar clases, lo que me gustaba era la literatura, en Historia me defendía muy bien y mis compañeros de esta especialidad todavía casi consideran que los había traicionado cambiando para Español.
Pero el instituto, la academia universitaria, ha sido muy injusta con el claustro del Varona como norma, pues tenía un claustro de profesores de leyenda. Puedo enumerar los que influyeron en mi concepto del docente. En primer lugar la brillante profesional, buena persona y amiga, la doctora Rita Marina Álvarez de Zayas; y alguien a quien debo lo organizado y metódico que he sido a lo largo de la vida: la doctora Graciella Franchi Alfaro, ambas de Historia. Y de Español, alguien que es casi una leyenda en Gramática, la doctora Coralia Curbelo Molinet; además, las profesoras Delfina Campos y Caridad del Valle, y el gran profesor Luis Estrada Guerra, a quien debo haber permanecido por casi cincuenta años en el Varona.
Después de un tiempo ejerciendo, la docencia se me convirtió en adicción; me fue gustando impartir clases: los alumnos me entendían y mis colegas me apreciaban más de lo que creía merecer, y así pasó un año, otro y otro, hasta llegar a las casi cinco décadas de ejercicio de la docencia.
¿Por qué escoges la literatura dentro del ancho campo de las disciplinas que se imparten en el sistema general de enseñanza?
Respecto a la elección de la literatura jamás hubo ninguna duda. Incluso teniendo éxito en Historia, siempre estuve convencido de querer ser un buen profesor de Literatura. Primero, porque siempre fui un lector inveterado, aunque bastante irregular, lo que es bueno y malo, porque me formé en Literatura casi un poco autodidactamente. Recuerdo que cuando la profesora Esther Llaudy Hernández, una mujer joven, casi una leyenda en Literatura Latinoamericana, me habló para que me dedicara a su asignatura, le expliqué que mi formación en esa era autodidacta. Ella no me quería creer cuando le dije que jamás me habían dado una hora de clases de esa asignatura, algo que a esta altura de mi vida parece que fue bueno, porque me vi en la obligación de seleccionar un camino para seguirlo. O transgredirlo. No obstante, confió en mí y aquí me tienes. La vida y el empuje, años más tarde, de un ángel, la doctora Angelina Romeu Escobar, que fue otra entre quienes confiaron ciegamente en mí. Me premiaron: soy el autor principal del libro de texto de Literatura Latinoamericana y Caribeña vigente hoy para nuestra especialidad en las facultades pedagógicas del país y coautor del de Literatura Cubana.
Luego, a raíz de los cambios que se produjeron con la llegada de los PGI y la decisión de, prácticamente, eliminar la literatura de los currículos, entre ellas la latinoamericana, cambié para la cubana. No me costó trabajo verdaderamente: siempre, al explicar Literatura Latinoamericana, colocaba a los cubanos en el espacio que nos corresponde. Y esta segunda parte de mi vida académica la he disfrutado muchísimo, gracias a mis vínculos con la cultura y algunos de sus más relevantes promotores y defensores, entre los que orgullosamente me cuento.
Has acumulado una vasta experiencia como profesor. ¿Cuál crees que son los atributos que debe tener el profesor ideal que imparte Literatura?
Innumerables, tantas que no sabría cuál escoger. La verdad es que, aunque algunos momentos me han traído algún sinsabor, como ocurre en la vida cotidiana, la mayor parte de las experiencias han sido positivas y han contribuido a mi crecimiento personal y profesional.
Una anécdota: no quiero abrumar al que se decida a leer estas consideraciones. Cuando salí para realizar mi práctica docente me tocó una secundaria básica en el municipio Los Palacios, con un director para el que no puedo expresar los calificativos que se merecía y unos alumnos maravillosos: respetuosos, decentes, han pasado cincuenta años y cada vez que voy para ellos es una fiesta y no saben cómo agasajarme. Pues a lo que voy: el Pinar del Río de la época, desde Guane hasta Candelaria, estamos hablando del curso 1971-1972, tenía solo dos metodólogos de Español para ese inmenso territorio: Aníbal, un hombre bueno y noble, desde Pinar a Guane, y otro de Consolación a Candelaria, el mejor metodólogo que he conocido en mi vida, hombre sabio, maduro y muy noble también al que quisiera homenajear con mi palabra y memoria: Reinaldo Acosta Medina.
Imagínate, tenía yo veinte años; cuando se tiene esa edad se piensa que todos los demás son viejos. En fin, viene a controlarme una clase, yo, el habanerito, que tenía excelentes resultados como estudiante, en fin, mando a leer a mis muchachitos en una clase pedagógicamente impecable, como decían los libros de pedagogía… pero los alumnos no abrían los libros, ni leían, yo los conminaba, pero de eso nada. No me podía explicar qué pasaba y además, el metodólogo halándome el pantalón para que lo atendiera y yo haciéndome el desentendido, hasta que al fin me decido, lo miro y me dice con una expresión amigable que no olvidaré jamás: «Gerardo, los muchachos no abren los libros… porque tú no se los trajiste de la biblioteca»… Hubiera querido que en ese instante se hubiera abierto la tierra y me hubiera tragado… Por suerte, eso no ocurrió y la vida me premió con la suerte de conocer a muchas personas buenas como él, a las que debo parte de lo que soy. A él, a ese hombre humilde y afable, le debo el haber recibido lecciones inolvidables sobre el arte de impartir clases.
El maestro ideal: muchas horas de estudio. Y cuando creas que ya terminaste, volver a empezar, porque la vida no alcanza ni medianamente para conocer lo que se necesita de tu disciplina, para llegar a ser un buen profesor. Es decir, lo primero es el conocimiento de la asignatura, lo otro viene después con la experiencia. Además, hay que tomar parte en eventos académicos, en actividades culturales, leer mucho, y si es posible, escribir. Porque el maestro, además de agente político, es agente cultural. Por lo que modestamente he visto, creo que las insuficiencias en los conocimientos constituye el problema principal de nuestros docentes. Lo otro: ser justo y riguroso, si algunos estudiantes hablan mal de ti, no importa, la mayoría reconoce tus valores. ¡Ah! Y mucho cuidado con los regalos que se aceptan.
En fin: conocimiento, justeza, adecuada comunicación y respeto hacia el estudiante y de él hacia uno.
¿Qué opinas de la tradición poética cubana?
Son muy poderosos los vínculos poesía-nación. Mira cómo la literatura cubana nace bajo el signo de la poesía, de la vibrante poesía que legitimó nuestra cubanidad desde el paisaje, entendido como naturaleza sentida, en el verso desmesurado de José María Heredia, el primer cantor de lo cubano desde nuestras esencias en unas ya míticas palmas (que ocuparían su merecido espacio en nuestro escudo) vistas desde la caída desbordada, desatada en las fuerzas elementales del agua en las cataratas del Niágara. Y no solo eso sino que, junto a la Avellaneda, inaugurarían una visión que ha sido muy cara a los cubanos de todos los tiempos y que se mantiene hasta hoy: la percepción de la patria desde la lejanía, eso que ha marcado el sentir, la expresión de muchos cubanos a lo largo del tiempo.
Antes de los románticos hubo poesía, me gusta llamarle «insular», desde el desconocido Fray Gerónimo de Escobedo, que en su extenso poema «La Florida» recoge elementos de la vida en la isla, tales como su referencia a nuestros pueblos originarios, su vida cotidiana junto a los conquistadores, costumbres de todo tipo, prácticas religiosas, claro que también las primeras visiones e inventario de la naturaleza insular; en fin, un conjunto nada despreciable de elementos hasta ese momento no llegados a nosotros y que se anticipan en años al gran Silvestre de Balboa.
Por varios siglos se ha ido construyendo el imaginario de la poesía cubana desde un discurso poético que ha ido iluminando aristas muy diversas del ser nacional. Ahí tienes el ejemplo del cubano mayor, el más grande entre nosotros: José Martí, con el primer libro totalmente construido desde la estética del Modernismo, incluso abiertamente declarada desde un prólogo que, como todo lo del Maestro, se presta a diversas lecturas, pero donde aparece explícitamente enunciada la importancia que le da a la originalidad, la plasticidad, el colorido, la fe en el hombre y, por supuesto, el amor a su hijo. Lo llamó Ismaelillo, un eco bíblico, las preferencias modernistas por la cultura hebrea. Desde luego que no es libro de literatura infantil, sino el libro que un padre dedica, crea, escribe para un niño que ama, pero no tiene a su lado, escrito con mucho oficio.
Después llega el siglo xx y nuestra lírica transita por muy diversas estéticas, enriqueciendo los modos de expresión, pero sin renunciar a la defensa de nuestra nacionalidad. Bonifacio Byrne canta a la bandera, rescatando el ideario mambí. Un poeta matancero, Agustín Acosta, construye nuestro primer poema antimperialista dentro de un texto de leyenda, La Zafra, en su sección titulada Las carretas en la noche. Pensemos en la importancia que cobra la poesía cubana desde los llamados prevanguardistas (Rubén, Tallet, María Villar Buceta) hasta 1958. Desde el Guillén universal a Lezama Lima y los trascendentalistas, estos últimos buscando lo entrañable, lo inefable, lo que se podía intuir más allá de lo palpable y cronológicamente junto a ellos, la palabra quemante de los neorrománticos intimistas, la maravilla del discurso femenino en Dulce María Loynaz y Carilda Oliver Labra. Y qué decir a partir de 1959: el triunfo de la Revolución Cubana posibilitó publicar, dar a conocer, lo mejor de nuestra poesía y también la posibilidad de crear. Piensa un momento qué coincidencia en el tiempo: Postmodernistas, Vanguardistas, Generación de los años ’50 o conversacionales; los Puentistas, las generaciones en torno a El Caimán Barbudo, el Tojosismo o Poesía de la tierra, agrupados en la Neovanguardia, la Generación Cero Cero… Este es un tema que me es muy querido.
Eres fundador de la Cátedra Jesús Orta Ruiz (Indio Naborí) en el ISP Enrique José Varona. Cuéntanos cómo se funda, qué objetivos tiene, qué labor ha realizado.
La cátedra Jesús Orta Ruiz (Indio Naborí) es la primera dedicada a un poeta por nuestra Universidad Pedagógica Enrique José Varona. Orta Ruiz fue uno de los que ha gozado de mayor popularidad entre los cubanos, incluso fue capaz de llenar de público, junto a Angelito Valiente, un repentista de leyenda, un estadio, Campo Armada, para escuchar lo que nuestra historia cultural ha reconocido como la Controversia del Siglo. Es un gran mérito para esa época el gozar de ese poder de convocatoria, en un momento de la historia republicana donde, mucha gente hoy lo ha olvidado, había extrema pobreza.
Los objetivos iniciales de nuestra cátedra fueron promover la lectura de la obra del Indio entre estudiantes y profesores dentro de nuestra universidad, diseñar lecturas actualizadas de su obra que permitieran apreciar el valor de su lírica hoy, injustamente encasillada por muchos como popular, cuando cualquiera que se acerque a ella puede constatar que existe una profunda vena culta esencial en su producción, sin la cual cualquier valoración de su obra pudiera catalogarse de parcializada e injusta, así como realizar Trabajos de Curso y Diploma sobre el tema.
Pero un día, cuando el proyecto echó a andar, pensé que realmente una cátedra como esa merecía ampliar su diapasón y sin abandonar los objetivos iniciales pensé dedicar una parte de su actividad al estudio de la poesía en general y de la cubana en particular: su conocimiento, divulgación, promoción. Siguiendo esa idea se han invitado a nuestra facultad a intelectuales, poetas, ensayistas, creadores y teóricos de las más diversas tendencias y grupos poéticos, que han realizado lecturas de sus obras, conferencias sobre muy diversos temas, conversatorios sobre la naturaleza del texto poético y su construcción, e incluso hasta espectáculos performáticos.
Y la verdad es que nuestros amigos poetas siempre se han mostrado muy cooperativos y con su presencia han prestigiado el trabajo de la Cátedra. Por aquí han pasado, entre muchos otros, no quisiera ser injusto al dejar de mencionar a alguno de aquellos que han cooperado desinteresadamente en nuestro empeño: nuestro amigo, el insustituible Roberto Manzano, la poeta Reyna Esperanza Cruz (con ella en alguna ocasión valoramos la idea de abrir en nuestra universidad un proyecto de taller de creación poética, sueño interrumpido por la llegada de la pandemia, pero que sigue en pie), el doctor Virgilio López Lemus, una autoridad académica en los estudios de versología; la doctora Isabel Monal, primera directora del Teatro Nacional y participante en el encuentro de Fidel con los intelectuales en 1961, que concluiría con el discurso que hoy ha llegado a nosotros como Palabras a los intelectuales; el profesor, poeta y ensayista Juan Nicolás Padrón, un gran conocedor de los caminos seguidos por la poesía cubana. Creadores de la talla de Yanelys Encinosa, directora del Centro Hispanoamericano de Cultura; Sinecio Verdecia, director de la Casa de la Poesía de la Oficina del Historiador de la Ciudad, que dejó muy favorablemente impresionados a nuestros estudiantes con uno de sus excelentes actos performáticos; el matrimonio de Caridad Atencio y Rito Ramón Aroche, excelentes poetas y ensayistas de talla mayor; Víctor Fowler Calzada, poeta, ensayista, antólogo, uno de nuestros egresados en la carrera Español y Literatura; Jesús David Curbelo, poeta, ensayista, profesor y promotor cultural, subdirector de Cubaliteraria; Ramón Bermúdez, narrador, ensayista y director de la editorial habanera Extramuros. Otros creadores como Edriel González, Ismael González Castañer, Irasema Cruz y Julio Cumberbach, quien es también trovador, estos tres últimos exalumnos de nuestra universidad, entre otros. Eso, en cuanto a creadores cubanos.
También nos han visitado el poeta, narrador, promotor cultural, profesor universitario, diplomático español, gran amigo de Cuba, Alfonso García Rodríguez, quien cada vez que viene a nuestro país brinda conferencias sobre temas de interés para la Cátedra; el intelectual catalán Jaume Nadal, que sorprendió con una brillante conferencia sobre Federico García Lorca y sus últimos días, el doctor Hans Otto-Dill, ensayista alemán, premio Casa de las Américas con un estudio, hoy devenido en canónico, sobre la obra de José Martí.
Pero la labor de la Cátedra no se ha circunscrito exclusivamente a nuestro campus universitario. Hemos participado en numerosos eventos nacionales como el Cincuentenario de la publicación de Paradiso, de José Lezama Lima, los Encuentros Internacionales de Promotores de la Poesía que se celebran cada año con una amplísima participación extranjera, eventos sobre la crítica literaria en Cuba, la Feria del Libro, donde llevamos a efecto una amplia labor que abarca entrevistas a personalidades de la cultura cubana, presentación de libros, participación en paneles, conferencias, peñas literarias a donde asisten muchos de nuestros estudiantes con lo que, colateralmente, incidimos en su formación académica. Como ves la cátedra ha cumplido, desde su relativamente breve tiempo de fundación, una parte importante de los objetivos para los que fue creada.
La formación de hábitos de lectura es un proceso de gran complejidad. Has comentado que sería muy útil un encuentro interdisciplinario, que incluya creadores, maestros, lectores, amantes del libro en general, para un examen de este problema. Expón tus ideas al respecto.
El tema de la formación de hábitos de lectura es complejo y diverso como lo son todas las cuestiones interesantes de la vida. Es un asunto muy complicado sobre el que hay múltiples tendencias y opiniones. No imaginas las numerosas tesis de maestría, por ejemplo, que abordan el tema con calidad y rigor y que proponen caminos interesantes. Es una problemática que urge resolver y pienso que para contribuir a su solución se requiere la visión de múltiples factores que inciden en ellos, tanto institucionales (Ministerios de Educación, Educación Superior, Cultura, universidades, la escuela, la familia y la propia comprensión individual de cada ciudadano). Como puedes ver la incidencia, que debe ser creativa, abierta, lógica, en el problema debe ser multifactorial, cooperada, diversa.
La escuela puede, es su deber, fomentar, consolidar, propiciar la lectura entre sus estudiantes. Pudiera usarse como aliada a la hoy deprimida biblioteca escolar, brindando una propuesta atractiva de lecturas, que debería ser divulgada por el bibliotecario, un agente cultural a quien habría que preparar adecuadamente para que haga la labor eficiente que se requiere de él. Y claro que hay otra institución que podría jugar un papel clave de este empeño a nivel comunitario: las Casas de Cultura. Es un camino en el que debemos pensar.
Pero todos sabemos que muchas veces la escuela, la biblioteca, los programas de estudio y los textos que se seleccionan para los alumnos, no pueden favorecer esta propuesta. Muchas veces olvidamos una verdad elemental: los textos que se llevan al aula deben ser aquellos donde el disfrute, el goce, deberían estar en la primera línea. A esto habría que agregar otros factores, entre ellos, la edad de las personas a las que se dirigen los programas de lectura, la complejidad de ciertos tipos de textos, entre ellos, los literarios y particularmente el poético. Analizarlo supone tener muy claro cómo todos ellos están construidos como mosaico de citas.
De ahí nuestra intención compartida de convocar a un encuentro interdisciplinario para el análisis del problema, que propicie la elaboración de acciones dirigidas a incidir, a dar respuestas, un encuentro abierto de creadores, maestros, bibliotecarios, libreros, lectores, amantes del libro para el examen de esa problemática, de todo aquel interesado en aportar sus ideas y exponer y valorar posibles estrategias en cuanto a elevar la eficiencia del trabajo en este sentido. Claro que habrá de buscar financiamientos, estoy convencido de que será una tarea ardua. Este sueño ha quedado pospuesto por ahora, pero estoy seguro de que en un futuro próximo será un importante paso dirigido a la solución del tema que analizamos.
Los textos líricos exigen una manera especial de acercamiento para lograr una adecuada interpretación que permita su disfrute y valoración. ¿Qué aconsejas a los interesados en conseguir tal propósito?
A veces encuentro estudiantes, incluso en las maestrías donde imparto clases, que manifiestan que no les gustan los textos líricos, que les cuesta trabajo comprenderlos, que se les dificulta develar sus sentidos ocultos. ¿Será que los encargados de trasmitir estrategias para la comprensión y disfrute de esta tipología textual no han cumplido bien su cometido? ¿Será esa una de las causas principales que originan la apatía ante el texto poético?
Claro que la interpretación de esta tipología textual se complejiza por estar sustentada, en la mayor parte de los casos, en la trasgresión de los significados iniciales de la palabra, por las asociaciones insólitas, inusuales, intuitivas, irracionales, ilógicas del lenguaje que son el producto de la creatividad del poeta, por las individualidad de las miradas que llevan a los creadores a la construcción personal de los imaginarios, aplicables, entre múltiples factores, al proceso de comprensión, interpretación si lo prefieres, considerando esta última un paso más elevado en el proceso de develar significados y sentidos del texto poético.
A lo anterior agrega la necesaria cultura general que se necesita para develar sentidos, ver intenciones: lo que académicamente llamamos, siguiendo a nuestro maestro, el doctor Ernesto García Arzola, significados complementarios, conocimientos previos que son los que a fin de cuentas enriquecen, abren, aclaran, permiten llegar a las esencias, enriquecer lo expresado literalmente por el creador.
¿Intentamos, al menos esquemáticamente, muy esquemáticamente, establecer un camino hacia la comprensión del texto lírico, poético? Vamos a arriesgarnos. Empecemos por la comprensión literal del mismo, conocer todas y cada una de las palabras del texto. Después, intentar develar las múltiples asociaciones casi todas trasgresoras que aparecen en él (me parece importante dejar sentado, esclarecido, la naturaleza propia del lenguaje poético: transgresor, inusual, insólito): imágenes, metáforas, símbolos, otros recursos expresivos. Entonces analizar la estructura en que se expresa el pensamiento: metro, rima, estrofa, ritmo, musicalidad, tipo de composición. Aquí hay que tener mucho cuidado porque puedes encontrarte un autor que escribe una décima como si fuera prosa y si no tienes entrenado el oído se te puede escapar un referente importante para arribar a lo que buscas: comprensión del texto y disfrute, goce estético.
Después, muy importante, aunque hay muchos que se oponen a esto, conocer el canon donde se ubica el autor: no es lo mismo el discurso poético de la mujer que se enmarca en el romanticismo cubano (tópico de la mujer-ángel, suma de atributos ideales, muy lejos de la mujer de carne y hueso) que la visión de la mujer que puede darnos Vinicius de Moráes en Receta de mujer, una construcción desde la cotidianidad de un físico común sobre el que el poeta ha decidido no renunciar a expresar la grandeza y originalidad de esa mujer, que camina a nuestro lado en cualquier calle, comparte con nosotros cualquier espacio, vive a nuestro lado día a día, construyendo sueños comunes.
Ni remotamente son todos los factores. Pero pueden dar una idea de la complejidad del camino a recorrer. Y esto aplicarlo a cada tema, a cada texto. Algo importante: algo que no puede quedarse, para todo aquel que intente abordar el asunto de esta pregunta: hay que propiciar el disfrute del texto, conseguir que le entre por las venas el contenido y la manera de expresarlo que, sin pretender ver más allá de lo que nos quiso decir el autor, nos permita arribar a las esencias. El camino de lectura e interpretación del texto no puede apagar el placer de disfrutar la originalidad del poema, de lo que nos quiere decir, sea conceptual o formalmente o ambos.
¿Cuál consideras que es la función de la poesía ante los retos que impone la sociedad moderna, ante realidades tan complejas y convulsas como las actuales?
Considero que la poesía puede y debe jugar un papel activo en la educación de la sensibilidad del hombre en la era de la postmodernidad, donde cada vez son mayores los impactos de la banalidad, del dinero, de lo material en detrimento del desarrollo de lo mejor de lo íntimo del hombre, de lo ideal, de su educación estética.
Dice nuestro amigo, el poeta Sinecio Verdecia, que la poesía salva, y creo que le asiste mucha razón. La poesía puede convertirse en el antídoto contra la mediocridad de la existencia, contra la banalidad del mundo. Un hombre formado desde la poesía necesariamente debe ser mejor, debe tener mejores opciones de respuesta ante los problemas esenciales del mundo de hoy: preservación del medio ambiente, fundamentalismos estériles, lucha por una vida mejor y más esperanzadora, las guerras, la violencia, entre otras. No podemos renunciar a la construcción de un hombre mejor.
Y en eso la poesía puede, tiene el deber de jugar un papel esencial.
Desde tu doble condición de lector y formador de lectores, ¿cómo definirías la poesía? Puedes utilizar una definición preexistente que consideres acertada.
Es muy complejo, casi desafiante intentar conceptuar, definir qué es poesía. Un número importante de creadores a lo largo de la historia cultural del hombre han tratado de delimitar la esencia del acto, el contenido poético. ¿Cómo definir ese deslumbramiento que acompaña a todo lo que nos rodea, que está ahí, a la vista, y que espera, desde tiempos inmemoriales, por un ojo avizor que lo descubra y exprese? Porque no hay dudas: la poesía nos acompaña, está en todas partes, en todos los espacios, en lo mejor de la naturaleza y en las más oscuras obsesiones de la mente humana. Como expresión, intenta construir desde la más pura sensibilidad un imaginario del mundo que nos rodea. Es una forma personal de ver, enfrentar y comulgar con la vida, de mostrar acuerdos y disensiones. Mientras existan entendimiento, emoción y sensibilidad entre los seres humanos, no hay dudas: seguirá existiendo la poesía.
*Gerardo C. García Barceló (La Habana, 16 de noviembre de 1950). Profesor Auxiliar del Departamento de Español y Literatura en la Facultad de Humanidades.de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona. Máster en Didáctica del Español y Literatura. Docente de las Maestrías de Didáctica del Español y la Literatura y Didáctica de las Humanidades; ha impartido posgrados y conferencias en Cuba, Venezuela y Colombia. Autor de programas y libros de texto para estudiantes de la Licenciatura en Educación, Español y Literatura. Presidente de la sección de Educación de la Sociedad Económica de Amigos del País (Cuba) y de la Cátedra de estudios sobre poesía Jesús Orta Ruiz (Indio Naborí) de la Facultad de Formación de Profesores de Ciencias Sociales y Humanísticas de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona. Ha publicado trabajos sobre temas literarios y culturales en el periódico El Habanero, en la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí y en la Revista Bimestre Cubana de la Sociedad Económica de Amigos del País. Es coautor de Temas de Literatura Cubana: un recorrido por su historia, y autor principal de Panorama de la Literatura Latinoamericana y Caribeña, libros de texto para estudiantes de la Licenciatura en Educación en la especialidad Español y Literatura. También es coautor en el libro de ensayos Revolución y socialismo en el presente: reflexiones desde el pensamiento y la obra de Fidel Castro, elaborado por un grupo de miembros de número de la Sociedad Económica de Amigos del País.
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