Gertrudis Gómez de Avellaneda (Santa María del Puerto del Príncipe, Cuba, 23 de marzo de 1814-Madrid, 1 de febrero de 1873) es una de las voces mayores de la literatura en lengua española. Novelista polémica y audaz y dramaturga de éxito, pero, sobre todo, una poeta lírica capital cuyos hallazgos se adelantan a su época y han ido siendo revalorizados por diversos críticos en variados momentos.
A la poesía
¡Oh tú, del alto cielo
Precioso don al hombre concedido!
¡Tú, de mis penas íntimas consuelo,
De mis placeres manantial querido!
¡Alma del orbe, ardiente Poesía,
Dicta el acento de la lira mía!
Díctalo, sí; que enciende
Tu amor en mi seno, y sin cesar ansío
La poderosa voz —que espacios hiende—
Para aclamar tu excelso poderío;
Y en la naturaleza augusta y bella
Buscar, seguir y señalar tu huella.
¡Mil veces desgraciado
Quien —al fulgor de tu hermosura ciego—
En su alma inerte y corazón helado
No abriga un rayo de tu dulce fuego;
Que es el mundo, sin ti, templo vacío,
Cielo sin claridad, cadáver frío!
Mas yo doquier te miro;
Doquier el alma estremecida siente
Tu influjo inspirador. El grave giro
De la pálida luna, el refulgente
Trono del sol, la tarde, la alborada…
Todo me habla de ti con voz callada.
En cuanto ama y admira
Te halla mi mente. Si huracán violento
Zumba, y levanta al mar, bramando de ira;
Si con rumor responde soñoliento
Plácido arroyo al aura que suspira…
Tú alargas para mí cada sonido
Y me explicas su místico sentido.
Al férvido verano,
A la apacible y dulce primavera,
Al grave otoño y al invierno cano
Me embellece tu mano lisonjera;
Que alcanzan, si los pintan tus colores,
Calor el hielo, eternidad las flores.
¿Qué a tu dominio inmenso
No sujetó el Señor? En cuanto existe
Hallar tu ley y tus misterios pienso:
El universo tu ropaje viste,
Y en su conjunto armónico demuestra
Que tú guiaste la hacedora diestra.
¡Hablas! ¡Todo renace!
Tu creadora voz los yermos puebla;
Espacios no hay que tu poder no enlace;
Y rasgando del tiempo la tiniebla,
De lo pasado al descubrir ruinas,
Con tu mágica luz las iluminas.
Por tu acento apremiados
Levántanse del fondo del olvido,
Ante tu tribunal, siglos pasados;
Y el fallo que pronuncias —trasmitido
Por una edad y otra edad en rasgos de oro—
Eterniza su gloria o su desdoro.
Tu genio independiente
Rompe las sombras del error grosero;
La verdad preconiza; de su frente
Vela con flores el rigor severo
Dándole al pueblo en bellas creaciones
De saber y virtud santas lecciones.
Tu espíritu sublime
Ennoblece la lid; tu épica trompa
Brillo eternal en el laurel imprime;
Al triunfo presta inusitada pompa;
Y los ilustres hechos que proclama
Fatiga son del eco de la fama.
Mas si entre gayas flores
A la beldad consagras tus acentos;
Si retratas los tímidos amores;
Si enalteces sus rápidos contentos;
A despecho del tiempo en tus anales
Beldad, placer y amor son inmortales.
Así en el mundo suenan
Del amante Petrarca los gemidos;
Los siglos con sus cantos se enajenan;
Y unos tras otros —de su amor movidos—
Van de Valclusa a demandar al aura
El dulce nombre de la dulce Laura.
¡Oh! No orgullosa aspiro
A conquistar el lauro refulgente
Que humilde acato y entusiasta admiro
De tan gran vate en la inspirada frente;
Ni ambicionan mis labios juveniles
El clarín sacro del cantor de Aquiles.
No tan ilustres huellas
Seguir es dado a mi insegura planta…
Mas —abrasada al fuego que destellas—,
¡Oh genio bienhechor!, a tu ara santa
Mi pobre ofrenda estremecida elevo
Y una sonrisa a demandar me atrevo.
Cuando las frescas galas
De mi lozana juventud se lleve
El veloz tiempo en sus potentes alas
Y huyan mis dichas, como el humo leve,
Serás aún mi sueño lisonjero
Y veré hermoso tu favor primero.
Dame que pueda entonces,
¡Virgen de paz, sublime Poesía!,
No trasmitir en mármoles ni en bronces
Con rasgos tuyos la memoria mía;
Solo arrullar cantando mis pesares
A la sombra feliz de tus altares.
Al partir
¡Perla del mar! ¡Estrella de occidente!
¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo
La noche cubre con su opaco velo
Como cubre el dolor mi triste frente.
¡Voy a partir…! La chusma diligente
Para arrancarme del nativo suelo
Las velas iza, y pronta a su desvelo
La brisa acude de tu zona ardiente.
¡Adiós!, ¡patria feliz, edén querido!
¡Doquier que el hado en su furor me impela
Tu dulce nombre halagará mi oído!
¡Adiós…! Ya cruje la turgente vela…
¡El ancla se alza… El buque, estremecido,
Las olas corta y silencioso vuela!
A la muerte del célebre poeta cubano don José María Heredia
Le poéte est semblable aux oiseaux de pasage,
Qui ne batisent point leer nid sur le rivage.
Lamartine
Voz pavorosa en funeral lamento
Desde los mares de mi patria vuela
A las playas de Iberia; tristemente
En son confuso la dilata el viento;
El dulce canto en mi garganta hiela
Y sombras de dolor viste a mi mente.
¡Ay!, que esa voz doliente
Con que su pena América denota
Y en estas playas lanza el océano,
«Murió —pronuncia— el férvido patriota…»,
«Murió —repite— el trovador cubano»;
Y un eco triste en lontananza gime,
«¡Murió el cantor del Niágara sublime!».
¿Y es verdad? ¿Y es verdad…? ¿La muerte impía
Apagar pudo con su soplo helado
El generoso corazón del vate
Do tanto fuego de entusiasmo ardía?
¿No ya en amor se enciende, ni agitado
De la santa virtud al nombre late…?
Bien cual cede al embate
Del aquilón el roble erguido,
Así en la fuerza de su edad lozana
Fue por el fallo del destino herido…
Astro eclipsado en su primer mañana,
Sepúltanle las sombras de la muerte
Y en luto Cuba su placer convierte.
¡Patria! ¡Numen feliz! ¡Nombre divino!
¡Ídolo puro de las nobles almas!
¡Objeto dulce de su eterno anhelo!
Ya enmudeció tu cisne peregrino…
¿Quién cantará tus brisas y tus palmas,
Tu sol de fuego, tu brillante cielo…?
Ostenta, sí, tu duelo;
Que en ti rodó su venturosa cuna,
Por ti clamaba en el destierro impío
Y hoy condena la pérfida fortuna
A suelo extraño su cadáver frío,
De tus arroyos, ¡ay!, con su murmullo
No darán a su sueño blando arrullo.
¡Silencio!, de sus hados la fiereza
No recordemos en la tumba helada
Que lo defiende de la injusta suerte.
Ya reclinó su lánguida cabeza
—De genio y desventuras abrumada—
En el inmóvil seno de la muerte.
¿Qué importa al polvo inerte,
Que torna su elemento primitivo
Ser en este lugar o en otro hollado?
¿Yace con él el pensamiento altivo…?
Que el vulgo de los hombres asombrado
Tiemble al alzar la eternidad su velo,
Mas la patria del genio está en el cielo.
Allí jamás las tempestades braman,
Ni roba al sol su luz la noche oscura,
Ni se conoce de la tierra el lloro…
Allí el amor y la virtud proclaman
Espíritus vestidos de luz pura
Que cantan el hosanna en arpas de oro.
Allí el raudal sonoro
Sin cesar corre de aguas misteriosas
Para apagar la sed que enciende el alma
—Sed que en sus fuentes pobres, cenagosas,
Nunca este mundo satisface o calma.
Allí jamás la gloria se mancilla
Y eterno el sol de la justicia brilla.
¿Y qué, al dejar la vida, deja el hombre?
El amor inconstante; la esperanza,
Engañosa visión que lo extravía;
Tal vez los vagos ecos de un renombre
Que con desvelos y dolor alcanza;
El mentido poder; la amistad fría;
Y el venidero día
—Cual el que expira breve y pasajero—
Al abismo corriendo del olvido…
Y el placer, cual relámpago ligero,
De tempestades y pavor seguido…
Y mil proyectos que medita a solas
Fundados, ¡ay!, sobre agitadas olas.
De verte ufano en el umbral del mundo
El ángel de la hermosa poesía
Te alzó en sus brazos y encendió tu mente
Y ora lanzas, Heredia, el barro inmundo
Que tu sublime espíritu oprimía
Y en alas vuelas de tu genio ardiente.
No más, no más lamente
Destino tal nuestra ternura ciega,
Ni la importuna queja al cielo suba…
¡Murió…! A la tierra su despojo entrega,
Su espíritu al Señor, su gloria a Cuba;
¡Que el genio, como el sol, llega a su ocaso
Dejando un rastro fúlgido a su paso!
El porqué de la inconstancia
Contra mi sexo te ensañas
Y de inconstante lo acusas;
Quizá porque así te excusas
De recibir cargo igual.
Mejor obraras si emprendes
Analizar en ti mismo
Del alma humana el abismo
Buscando el foco del mal.
Proclamas que las mujeres
(Cual dijo no sé quién antes)
Piensan amar sus amantes
Cuando aman solo al amor,
Que el vago ardor del deseo
Se agita constante en ellas;
Mas pasa sin dejar huellas
Su preferencia mayor.
¡Ay, amigo!, no te niego
Verdad que tan solo prueba
Que son las hijas de Eva
Como los hijos de Adán.
A entrambos el daño vino
De la funesta manzana,
Y a toda la raza humana
Sus tristes efectos van.
Mísera raza… Su mengua
Sufre, pero no la entiende;
Y aún sueña y hallar pretende
Bienes que torpe perdió.
Tras ellos ciega se lanza,
Girando en vértigo insano…
Mas nunca su empeño vano
Ni aun en sombra los gozó.
Amor pide, dicha busca,
Y a esperar loca se atreve
Que en vaso corrupto y breve
Apague el alma su sed;
Pero ella su afán inmenso
Siente perenne, profundo,
Y rompe lazos del mundo
Como el águila la red.
En balde en la extraña lucha
De su cansancio y su anhelo
Le agrada tomar el velo
Que le presenta el error,
Y en los pálidos fantasmas
—Que agranda ilusa ella sola—
Se finge ver la aureola
De la dicha y del amor.
Resbala pronto la venda,
Resbala y ve —con despecho—
Que vuela, en humo deshecho,
El fulgor de su ilusión,
Pues no cabe en ser que piensa
Que eterno el engaño sea…
Aunque inmortal es la idea
Que seduce al corazón.
No es, no, flaqueza en nosotros,
Sí indicio de altos destinos
Que aquellos bienes divinos
Nos sirvan de eterno imán,
Y que el alma no los halle
—Por más que activa se mueva—
Ni tú en las hijas de Eva,
Ni yo en los hijos de Adán.
Unas y otros nos quedamos
De lo ideal a distancia,
Y en todos es la inconstancia
Constante anhelo del bien.
De amor y dicha tenemos
Solo un recuerdo nublado,
Pues su goce fue enterrado
Bajo el árbol del Edén.
Jamás, ¡oh amigo!, ventura
Ni amor eterno hallaremos…
Pero, ¿qué importa?, esperemos
Porque es vivir esperar;
Y aquí —do todo nos habla
De pequeñez y mudanza—
Solo es grande la esperanza
Y perenne el desear.
Visitas: 218
Deja un comentario