Gertrudis Ortiz (Tula) guarda el legado inmaterial de sus ancestros como la más valiosa herencia. Es una persona a quien se llega a querer muy fácilmente. Ella sonríe y hace sonreír, alienta con su optimismo indestructible y guarda para sí la tristeza que todo ser humano, por diversas razones, lleva consigo. Mujer de palabra y de las palabras, encanta cuando narra una historia y convence cuando emite sus criterios. Disfruta ser un poco nómada, pues sabe que vivir es acumular la experiencia que proporciona explorar nuevos horizontes. Tula nunca está sola, porque la poesía la acompaña siempre, como la sombra benéfica de la arboleda de su infancia.
¿Qué le debes a tu familia en términos de inclinación vocacional y cómo se relaciona tu infancia con la imaginación y la fantasía popular?
Familia e infancia son conceptos que no terminan nunca para mí, aún mi familia sigue siendo el eje conductor de toda mi experiencia, y mi infancia feliz me acompaña siempre. Mi familia me fortalece. Desciendo de familia negra por parte de mi padre; mi abuelo paterno, a quien no conocí, fue miembro del Ejército Libertador, luchó en las tropas de Máximo Gómez. Mi familia materna era de mulatos claros, que en cierta época pudieron llegar a ser parte de una pequeña burguesía rural, aunque después eso se deterioró; mi abuelo era racista y la tomó bastante mal con mi padre, pero a mí me amó. Mi mamá y mi papá eran una rara pareja, la de una mujer muy soñadora y, paradójicamente, con muchos rasgos conservadores, y mi padre un ser fuerte, muy fuerte y lleno de confianza en sí mismo. Ella me hizo descubrir la belleza y él me hizo caminar segura. ¿Cómo alimentaron mi fantasía? Pues ella cantaba hermosamente, siempre cantaba, y tenían diálogos musicales para dirimir entuertos; él era carpintero, un artista elaborando muebles, y sustitutos de madera para fondos de cubos o ruedas de velocípedos, y por las noches, las noches sin electricidad de mi pueblo, él hacía cuentos africanos, que con sorpresa descubrí luego en versiones literarias de África. Y luego estaba la arboleda: verdor por todas partes, y esa humedad que da la sombra. Tuve una tía costurera con una sala llena de revistas de modas y un tío que declamaba décimas. En medio de ese esplendor, fantasía e imaginación fueron de la mano. Eso es la infancia, el reino. Ahora me queda ese recuerdo imborrable, al que nada puede destruir.
Mi vocación no era la escritura; lo que siempre quise, y quiero hasta hoy, fue ser maestra. Lo declaré en un libro que debe estar por aparecer pronto, La estación encantada. En él rememoro mi infancia y digo que, desde que aprendí a hablar, quise trasmitir todo a los árboles, al aire; mi madre me enseñó a leer y a escribir a los cuatro años y no me detuve. Les enseñé a mis primos y a los amigos, y a los dieciocho años tuve mi primer diploma de maestra. La literatura, la escritura, vino unida a eso; mi maestro de sexto grado, cuando leía mis composiciones, me decía categóricamente: «Tú vas a ser escritora; pero no le di importancia». Todavía hoy, el camino que he recorrido en la literatura está por completarse.
¿Qué importancia han tenido en tu trayectoria los talleres literarios?
Soy una criatura de los talleres literarios; en el año 1969, por mi propia cuenta, me dirigí a una Casa de Cultura en Sagua la Grande, donde estaba haciendo mi Servicio Social, y me encontré con un ser de luz, Ramón Rodríguez Infante, a quien dije que yo escribía algo, pero no sabía cómo, y allí empezó mi trayectoria en los talleres literarios. Fui muy dichosa porque en esos días publiqué mi primer cuento, titulado «Las tardes», en la revista Vamos, de Las Villas, que tenía en el índice, entre otros, nada menos que a Samuel Feijoó y Jean Paul Sartre. Desde entonces, y hasta el año 2001, en que vine a vivir a La Habana, siempre estuve relacionada con los talleres literarios, unas veces como miembro, otras como especialista, a tal punto que llegué a ser Directora de Literatura y publicaciones en Camagüey, antes de la creación de los Centros Provinciales del Libro, cuando casi todos los escritores eran inéditos, y después metodóloga provincial de Literatura del Sistema de Casas de Cultura. He estado junto a figuras relevantes de la literatura en el país, y eso me hace sentir bien; muchas generaciones de narradores, poetas, críticos, han estado cerca de mí, a algunos los he acompañado como colegas, a otros los he atendido como personalidades. Fui premiada varias veces en los encuentros de esos talleres. Los talleres literarios tienen todo mi respeto y mi consideración y si no resulta cursi decirlo, hasta mi cariño. Lamento mucho el descenso que han tenido en la valoración del quehacer cultural en los últimos años. Un taller literario es un taller de pensamiento, no solo es un «corta y pega» en la obra de los creadores.
Creo que fui una buena especialista literaria, creo que conduje bien a los escritores que me tocó descubrir, guiar, alentar. Como dato curioso, fui la primera especialista literaria que tuvo el hoy Ministro de Cultura, Alpidio Alonso, quien me llevó a la Casa de Cultura de Yaguajay unas memorables décimas, que incluí en un Encuentro Provincial de Talleres literarios y finalmente fueron ganadoras en el Encuentro Nacional.
Has tenido residencias productivas en varias provincias. Pasados los años, háblame de tus experiencias culturales en la antigua provincia Las Villas, en Camagüey y, finalmente, en La Habana.
Alguna vez me tacharon de inestable; por esa razón no obtuve en determinado momento un cargo de dirección y me costó un poquito de trabajo ingresar en la UNEAC. Tal vez pensaran que no era una persona seria, y quizás tenían razón, pues todavía no creo haber encontrado el sitio definitivo para mi andar. Mayajigua, Minas de Frío, Topes de Collantes, La Habana, Sagua la Grande, Isabela de Sagua, Sitiecitos, Santa Clara, otra vez Mayajigua, Sancti Espíritus, La Sierpe, Camagüey y otra vez La Habana. Heme aquí, con una clara convicción, si se puede llamar así, de haber dejado huellas en la cultura, algunas perdurables, en casi todos los sitios; por ejemplo, la editorial Ácana, de Camagüey, tiene el nombre que le asigné, y aún conservan una colección, Surtidor, que yo creé. He sido fundadora y parte de instituciones culturales; es cierto que mi vocación es el magisterio, pero la literatura y sus acciones promocionales han formado parte muy importante de mi existencia.
Eres esencialmente narradora, en la escritura y también desde la oralidad. Háblame de ese quehacer en tu trayectoria artística.
Hace pocos días he sido evaluada con la mayor calificación como narradora oral; nunca lo pedí, nunca me interesó esa actividad como oficio, pues forma parte de mi personalidad contar, narrar, hablar, comunicarme; por eso escribo. Durante muchos años los cuentos venían solos, y puedo decir que de una sola sentada salían, no es inmodesto decir que cuando los escribía había poco que hacerles. He publicado dos libros de cuentos, y ahí algo interrumpió, no sé por qué, esa veta que venía tan bien. Escribo poesía de vez en cuando, quizás ya pueda conformar un libro, pero en los últimos años he sido más una promotora de literatura y una crítica de arte; y lo académico ocupa bastante de mi tiempo.
No narro de memoria, no narro cuentos que no sean clásicos, o por lo menos que no estén probados por el tiempo; soy más emocional que técnica. Aunque he obtenido dos veces el Premio Juglar, la máxima distinción que otorga la Sección de Narradores Orales de la UNEAC, lo que más me importa cuando narro es trasmitir una experiencia de lectura, de acercamiento a una visión particular de la obra de determinado autor.
Has dicho que la poesía también tiene mucha importancia en tu vida. ¿Qué es para ti la poesía?
En mi infancia, y en mi adolescencia, casi no tuve buenos libros, ya lo dije antes; leía folletines y, ocasionalmente, algunas lecturas de la enciclopedia juvenil El tesoro de la Juventud. No sé entonces, no puedo definir, cuándo me encontré con la poesía, cuándo escribí algo a lo que le llamé poema, pero lo irreversible fue lo determinante de ese encuentro para mi vida. No veo otra cosa a mi alrededor que no sea poesía, y cómo lo hago no sé, pero hasta la más simple actividad cotidiana para mí, por fuerza, ha de tener poesía. Los poetas son de culto y veneración, leo más poesía que cualquier otro género; quizás no pueda dar una definición académica ni sabia, pero sí estoy segura de que es una compañía extraordinaria, que no te pide nada, solo que te la lleves en el tacto y en el corazón. Mi hijo le dijo a un niño cuya madre leía poesía: «Si tu mamá lee a Neruda o a Vallejo, o esos poetas que están en el librero, tú estás solo, porque cuando ellas empiezan a leer se olvidan del mundo». Mi hijo, que es un gran lector, exageraba, pero en esa expresión, desde su visión de niño, constataba una realidad. La poesía es lo que mejor puede acompañarte.
Acumulas una larga lista de tertulias, coordinadas y conducidas por ti, en varias regiones del país. Comparte con nosotros tu visión y tu experiencia en esa labor.
La tertulia existe por el afán del hombre de compartir experiencias, saberes, soledades, tiempo, y es como un renacimiento de las primeras edades de la humanidad, cuando al calor de la hoguera se sentaban en las noches a contemplar la luna juntos, aunque cada cual podía verla desde su cueva, o su choza, o su casa. Nos reunimos en tertulia para mirarnos a los ojos y darnos las manos, y trasmitirnos saberes, y a veces puede hacerse hasta un programa de cualidades. A lo largo de mi vida he creado muchas tertulias, peñas, grupos de sensibilidad como maestra, como especialista literaria y como promotora, y creo que lo seguiré haciendo hasta el final de mis días.
Te has desempeñado exitosamente como promotora en varios lugares durante tu trayecto laboral. ¿Qué puedes decir de tu actividad como promotora en la editorial Arte y Literatura?
Soy dichosa por trabajar en una editorial como Arte y Literatura, que está en la historia y la memoria afectiva de miles, de millones de personas a lo largo de muchos años; desde su fundación y hasta la fecha se han publicado allí, y no es solo el slogan que la identifica, lo mejor del arte y la literatura universal de todos los tiempos, lo más apreciado o controvertido de la escritura del mundo, y entonces se puede hacer una promoción que no engaña, y que es cómoda porque ya otros, con mucho prestigio, han valorado lo que tú vas a promover. Lo que me toca es realizar, quizás, un tratamiento más novedoso, con mayor carisma, de la promoción de esas creaciones. El resultado siempre es satisfactorio. Son muy pocos los libros de Arte y Literatura que duermen el sueño eterno en los estantes. No me disculpo por esta autoestima.
Siempre has estado cerca de los libros como hecho cultural. ¿Qué crees debe hacerse para que la lectura se convierta en una necesidad generalizada?
Le toca a la educación un papel más grande del que pensamos a la hora de lograr mayor número de lectores; un maestro sensible llega a despertar la curiosidad y el interés no solo de sus alumnos, sino hasta de la familia. Mi maestro de sexto grado incentivó en mí el deseo voraz de saber más y de leer más, y por supuesto, tengo una contradicción, para decirlo de algún modo, con la política cultural de este país. Se ha tenido el cuidado de publicar buenas obras de autores cubanos y extranjeros, pero con la literatura no pasa (es mi opinión) como con las Artes Plásticas, donde tú le enseñas al niño las mejores obras para que pueda apreciar el arte. Con la lectura, para que llegue a ser un hábito, ayudan las lecturas fáciles, engañosas: los comics, las novelitas rosas, un periódico con relatos, ayudan a tener esa sed por leer que te domina y desde ahí creces y buscas después lo mejor. Y ya no lo abandonas. Ser un lector es más que ser un lector de buena literatura, y a ese fin se llega, como dice Laura Devetach, creando un camino, el camino lector. Es una opinión controvertida, pero es mi opinión.
Ahora, dadas las circunstancias, el trabajo promocional ha tenido que desplazarse hacia las redes sociales. ¿Qué opinas y cuál ha sido tu experiencia en este necesario desplazamiento?
Bueno, no soy fanática de las redes sociales, aunque en estos momentos de aislamiento y encierros involuntarios han sido de cierta eficacia y celebro que tengan tantos seguidores. La literatura ha encontrado hace tiempo un espacio allí, y no creo que lo vaya a abandonar. Entonces se aprovecha y se le busca la ventaja que como medio de la contemporaneidad tiene. Me he adaptado por necesidad, pero honestamente, añoro el momento de las acciones presenciales en todas las ramas y actividades.
El mundo atraviesa hoy una de las más complejas crisis en la historia de la humanidad. ¿Cómo debe participar la literatura en esta situación tan especial?
La literatura, como cualquier rama del arte, tiene, o debe tener, un papel en la conformación de seres humanos más humanos, como dice Kris Kelvin, uno de los personajes del filme Solaris, de Andrei Tarkovsky: «Hay que ser cada vez más humanos, y mucho más cuanto más inhumana sea la vida».
El mundo pasó de la época de la desconfianza a la época de la reacción, de la inconformidad con todo, del descrédito, de la indecencia, de la vulgaridad, del oportunismo; pobre de la literatura si el ciudadano ya no piensa como ciudadano, con los valores morales y cívicos que deben caracterizarlo. La literatura sola no puede hacer nada, hay que hacer compañías, sistemas de educación, de arte, de mejoramiento y crecimiento. Estar dispuesta para ayudar al mejoramiento humano: eso le toca a la Literatura. Yo creo que los escritores siempre estaremos dispuestos.
Nota: La foto fue tomada por Flor Zayas Bazán en ciudad de La Habana, en el año 2019.
GERTRUDIS YNÉS ORTIZ CARRERO (Mayajigua, 21 de enero de 1951). Graduada de maestra primaria, especializada en preescolar. Licenciada en Historia y Ciencias Sociales por la Universidad Pedagógica de Sancti Espíritus. Diplomada en Investigaciones Socioculturales y Máster en Cultura Latinoamericana. Ha sido profesora en la enseñanza primaria y secundaria y en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Actualmente se desempeña como tal en la Universidad de las Artes. Ha sido jurado y ha impartido conferencias en concursos e instituciones culturales. Ha sido directora de Casas de Cultura y especialista literaria en las provincias de Sancti Spíritus y Camagüey, y especialista literaria de la Dirección de Literatura del Instituto Cubano del Libro. Actualmente es especialista de comunicación e imagen de la editorial Arte y Literatura del Instituto Cubano del Libro. Es narradora oral, labor en la que ha obtenido el Premio Juglar que concede la sección de narradores orales de la UNEAC en dos ocasiones. Miembro de las secciones de Artes Escénicas y de la sección de Escritores de la UNEAC. Ha publicado dos cuadernos de cuentos: Estoy despierta (1990), por la Dirección de publicaciones de Camagüey; Ofelia del aire (2001), Editorial Ácana, Camagüey, y publicó Cuatro estaciones a la carta (2015) por Editorial Oriente, un ensayo sobre los contextos gastronómicos en las novelas policíacas de Leonardo Padura. Ha publicado en revistas culturales de Cuba y Suecia, y cuentos suyos han aparecido en antologías de Cuba, Estados Unidos y Brasil.
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