El gran poeta Yibrán Jalil Yibrán (o Khalil Gibrán), nacido en el Líbano un 6 de enero de 1883, dejó detrás de sí, en sus cuarenta y ocho años de vida, una nutrida obra en libanés y en inglés, pues residió en Estados Unidos muchos años, donde falleció. Su obra maestra, El Profeta, se difundió con rapidez por el mundo y lo situó entre los más connotados poetas de lengua inglesa de la primera mitad del siglo XX. Fue un pintor de aciertos indudables.
Aunque El Profeta se publicó en 1923, demoró en madurar como libro muchos años antes y ha tenido una repercusión enorme, se han escrito infinidad de textos que lo estudian al detalle. Como Gibrán era un hombre de origen católico maronita, se ha visto en Cristo la inspiración de su profeta, aunque pudo también tener elementos budistas e incluso de la línea sufí del mundo musulmán. Alguna cercanía se le ha marcado con el Zaratustra de Nietzsche, pero la obra de Gibrán es enteramente original y poderosa. Sus temas son múltiples y están ofrecidos en diálogos: amor, matrimonio, hijos y paternidad, el hecho de dar, comer y beber, trabajar, alegría y dolor, la vivienda, el modo de vestir, comprar y vender, crimen y castigo, leyes, libertad, la razón y la pasión, el conocimiento, enseñar, amistad, hablar, bien y mal, el paso del tiempo, oración, placer, belleza, religión y la muerte. Gibrán fue un enorme poeta-pensador, un sabio que convirtió el saber especulativo en poesía ya fuese en prosa (incluso narrativa) o en versos.
En El Profeta el poema se yergue como «memoria silenciosa», o como él mismo dice: «Sí, estaréis juntos aun en la memoria silenciosa de Dios», cuando el cuerpo deje partir al alma, cuando esa alma alcance el contacto divino, en lo que creyó con desvelo. En tanto vivos, habla Gibrán de «el matrimonio» como punto de encuentro sólido entre dos personas bajo el sagrado nexo del amor. La memoria silenciosa se unimisma cuando los seres pasan hacia el rol de la muerte. Si bien no hay en el texto una glorificación de la muerte, la intensidad de El Profeta se alcanza frente a ese reto tan individual como el acto de nacer.
Creo que Gibrán apela muchas veces al tono profético, al lenguaje de diálogo no de tipo platónico, sino más bien budista o hasta inspirado en Confucio y su discípulo, como se advierte en La Procesión. El resultado es un tono sacro, elevación de ideas, sensibilidad no demasiado emotiva pero muy pronunciadamente intelectiva. Su poesía se lee muchas veces como escritos intemporales, tan antiguos como el hombre y tan contemporáneos como el que vive y lee en su momento de gracia. Esa es una de sus virtudes capitales porque es una poesía que reta al tiempo.
En La Procesión un anciano sabio lanza al aire sus reflexiones, escuchadas y comentadas por un joven residente del bosque. Allí se confronta el sentido un tanto taciturno de la vida, frente al canto optimista de la juventud, lo que motiva un diálogo resuelto en varios temas: el mundo ilusorio, la bondad y el rango, la vida y la tristeza, la religión, la justicia, la voluntad y el derecho, ciencia y conocimiento, libertad, felicidad y esperanza, benevolencia, amor, alma y fertilidad, muerte e inmortalidad. Son textos breves divididos entre los parlamentos del sabio y del joven, por lo común un poco más extensos los del primero, con un tono más festivo en el segundo: «¡Dame el caramillo y canta!». El joven enfrenta el canto de lo circunstancial al pensamiento trascendente del anciano sabio:
…la canción guía a la mente –dice el joven–
y dura más el son del caramillo
que los rangos de la gente.
Él también llega a una conclusión colorida: «las palabras son solo notas de arco iris».
Gibrán se interesó mucho por la vida social, la política y las circunstancias injustas, pero lo miró todo desde el perfil de la poesía, por esos sus artículos sobre el Líbano y su historia en desarrollo, o sobre la Primera Guerra Mundial, o acerca de los Estados Unidos, gozan de la belleza de un texto acabado, una suerte de poema-comentario sobre la vida en torno. En el pequeño volumen donde se reunieron artículos y cuentos, llamado De mi patria, hallo esta reflexión de poeta-profeta, que distingue la vida en la polis, la vida política, en sentido general la lucha entre lo viejo y lo nuevo, lo conservador y lo novedoso:
Afirmo que los hijos del pasado están participando en los funerales de la era que crearon. Están tirando de una cuerda podrida que puede quebrarse de pronto y hacerlos caer en un abismo profundo. Digo que está viviendo en casas de cimientos débiles. Cuando la tempestad se desencadene –que será pronto–, las casas caerán encima de sus cabezas y serán sus sepulcros. Afirmo que todos los pensamientos, frases, contiendas, composiciones y libros y todas sus obras no son sino cadenas que los arrastran, pues son demasiado débiles para tirar la carga. (La nueva frontera)
Gibrán Jalil Gibrán no estuvo nunca hipostasiado, poeta de espaldas a la vida, ni apolítico ni entregado a los fueros de las contiendas, pero su revolucionaria forma de mirar la vida a través de la poesía hizo que se alzase en él una voz de su tiempo y de todos los tiempos, tan intemporal como el desarrollo de la colectiva alma humana. «El loco», su famoso cuento, es también una prédica y un canto de amor. Se sintió doblemente comprometido con la vida, como hombre del Líbano, como ciudadano de los Estados Unidos. Pensando en el Líbano escribió: «Así como se transforman las cosas ante nuestros ojos con la transfiguración de nuestros sentimientos, y así nos imaginamos las cosas adornadas de hechizo y belleza, aun cuando el hechizo y la belleza solo existan en nuestra alma». Alma y pensamiento y praxis vital son el centro de su vasta y honda poesía. Es uno de los poetas de obras más perdurables que podamos imaginar.
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