Girón: la memoria, la nostalgia
Hace apenas unos meses, yo caminaba apresurado por la Avenida de los Presidentes en dirección a la Casa de las Américas. Un viento helado venía desde el mar y levantaba montañas de espuma que saltaban sobre el muro del Malecón y morían a los pies de la estatua del general Calixto García. Deslumbrado por aquel espectáculo, con la atención y la vista fijas en la furia de las olas bajo aquel cielo plomizo, tropecé de repente con alguien, perdimos el equilibrio y casi caemos al suelo. Cada uno soltó una mala palabra, preludio inevitable de una discusión, cuando aquel negro alto, pelo blanco, un tanto encorvado, después de una mirada rencorosa, sorpresivamente se echó a reír, me señaló con el índice y mencionó mi apellido entre la duda y el asombro.
Yo no recordaba su nombre. Más bien su fisonomía me resultaba familiar. Lo único que se me hizo evidente es que era un hombre de «la vieja guardia»: así nos llamamos, con una rara mezcla de emoción y afecto, los milicianos de los años sesenta, de los «viejos buenos tiempos», como diría Hemingway, los fundadores de las Milicias Revolucionarias, los combatientes de Girón y el Escambray.
Después del abrazo de rigor, nos sentamos en uno de los bancos del parque de 5ta. y G. Y aparecieron los inevitables recuerdos, de los cuales no nos cansamos de hablar, porque forman parte de algo que nos cambió para siempre la vida: la caminata, la noche de los terribles sesenta y dos kilómetros, las guardias bajo el frío y la lluvia, la Cabaña, la Base de Baracoa, los morteros 120, aquellos días de abril de 1961 que pusieron de repente ante nosotros la perspectiva inigualable del combate, el viaje hacia Matanzas, la extraña secreta solidaridad entre los hombres, el primer himno cantado en un susurro al cruzar Jagüey Grande, los primeros disparos: «¿Ya te olvidaste de tu chofer en Girón?». Y entonces nos miramos, y las imágenes compartidas en aquellas jornadas inolvidables inundaron el pequeño espacio que nos separaba en ese banco y despertaron nuevamente en la memoria.
Hablamos durante más de dos horas de todo lo divino y lo humano; recordamos a los vivos y a los muertos; compartimos sueños y frustraciones. Me preguntó cómo recordaba aquellos tiempos heroicos, a Girón. Le respondí que con nostalgia. Le devolví la pregunta, y me dijo que no era escritor como yo, que no sabría definirlo con una palabra, pero que si le propusieran volver a vivir aquellos días, aceptaría agradecido.
Cuando nos despedimos, al estrecharnos las manos, me hizo una petición que para mí se convirtió en promesa: «Ya que estás en el mundo del libro, si puedes, haz algo para que vuelva a publicarse el libro de Víctor Casaus sobre Girón. ¿Sabes por qué? Porque Girón se quedó para siempre en mi memoria».
No tuve que hacer nada para cumplir la petición de mi anónimo chofer de Girón: cuarenta años después de aquellos históricos combates, la Editorial Ciencias Sociales reedita Girón en la memoria, este clásico del testimonio latinoamericano, y me pide unas palabras de presentación.
No voy a repetir lo conocido, las sabias palabras de Raúl Roa, quien fuera jurado del Premio Casa de las Américas 1970, en el cual este libro obtuvo la primera mención, en las que afirmaba que, desde el punto de vista técnico, constituía un verdadero paradigma del género; o el juicio de José A. Portuondo que lo consideraba «un libro de gran valor estético y absoluta eficacia revolucionaria». Solo quisiera compartir con el futuro lector de esta nueva edición, las impresiones de una relectura del texto, treinta años después de su primera edición.
Fui un testigo excepcional del proceso creador de este libro. A finales de la década de los sesenta, en el local del periódico Alma Mater, que era nuestro cuartel general en aquellos tiempos, leí los primeros apuntes, los primeros borradores de aquellas páginas apasionadas, trémulas, nerviosas, acabadas de componer con los testimonios recogidos y filtrados por el talento de Víctor: de aquella masa de voces un tanto amorfa, grabadas en diversos lugares del país, especialmente en la Isla de la Juventud; de aquel enorme caudal de libros, documentos, entrevistas, periódicos, fueron surgiendo estas páginas de insólita eficacia literaria, donde se respira el espíritu de una época, el aire de aquellos años iniciales de la Revolución, cuando en cada día, en cada enfrentamiento político o ideológico, en cada combate nos estábamos jugando la vida o lo que era más importante, se estaba jugando el destino de una nación y de un pueblo. Ahora estas frases pueden parecer retóricas y tal vez lo sean, pero en aquellos viejos, buenos tiempos, que siempre fueron duros, eran nuestro alimento diario, estímulo permanente, razón de nuestra conducta y de nuestras vidas.
Víctor tuvo la agudeza y el olfato necesarios para percatarse de que en aquel grupo de hombres que varios años después encuentra en la Isla de la Juventud, había un libro: descubrió que aquellos hombres procedentes de muy diversas regiones del país habían coincidido en una pequeña zona de combate, avanzado por una misma carretera; habían visto caer un mismo avión, llegado hasta la misma playa; habían llorado y sentido miedo juntos. Juntos habían disparado y vencido.
Y así fueron surgiendo, nacidas de la pasión de un creador, dueño de todos los recursos expresivos, casi con olor a pólvora, sudorosas y solidarias, las páginas de Girón en la memoria.
¿Qué hace de este libro una inolvidable experiencia humana? ¿Cómo logra su extraordinaria eficacia que se mantiene inalterable treinta años después de su publicación? Son preguntas que he tratado de responder con esta nueva lectura y cuya clave, que es la que generalmente descubrimos en la raíz de todo gran libro, creo haber encontrado: los hombres, los personajes que desfilan por sus páginas, que cuentan las historias guardadas y reproducidas por su memoria, son seres realmente vivos, nos llegan a través de la palabra, pero a través de esta respiran, sufren, caen, se levantan, corren, disparan, matan y mueren, nos hacen partícipes de una experiencia verdaderamente vital: lo que estoy leyendo es la propia vida, no su reflejo, ni la interpretación afiebrada de un escritor que sabe diez años después que estos hombres han escrito una página en la historia del país, que participaron en la primera gran derrota del imperialismo en América, como se acostumbra decir cuando nos referimos a la Batalla de Girón. No. Quienes tuvimos la suerte y el honor de participar en aquellos tres días de combate, lo hicimos sin tener una «conciencia histórica» del hecho. No fuimos a combatir pensando y afirmando que vivíamos un momento importante de la historia. No hacíamos abstracciones ni filosofábamos sobre la importancia del «minuto histórico en que nos encontrábamos». Sencillamente fuimos a combatir a los mercenarios que querían destruir la Revolución. Y todo se reducía a esos términos simples y claros: nosotros, los revolucionarios, íbamos a echarle plomo a los contrarrevolucionarios invasores. No podían pasar: así de sencillo.
Y esta difícil sencillez es la que está plasmada en las páginas de Girón en la memoria. Y digo difícil, porque es evidente que el trabajo de Casaus no fue el del simple transcriptor de los testimonios y entrevistas. Aquí hay un sutil trabajo de decantación, selección, de filtraje de los textos, de adecuación de los diferentes lenguajes de los testimoniantes para ofrecerlos de cuerpo entero: la técnica de los monólogos está manejada con mano maestra para extraerle a cada uno el máximo de detalles significativos, con los cuales se logra una perfecta caracterización de cada personaje.
Otros recursos se suman a este complejo trabajo de orquestación de los materiales que revelan una estrategia narrativa de primer orden: las opiniones del enemigo, como algunas de las expuestas en Los mil días de un presidente, del historiador Arthur Schlesinger Jr., o en EI gobierno invisible, o en declaraciones de invasores, partes de agencias noticiosas, o de dirigentes de la contrarrevolución, o los comunicados del Mando revolucionario, o poemas o recortes de prensa, anuncios comerciales de la época, que nos van entregando los contextos, van dotando a la materia narrativa de una atmósfera, un marco de referencias culturales, comerciales, propagandísticas, políticas, ideológicas, humorísticas, que completan la «circunstancia»: recursos característicos del cine y de cierta narrativa de ficción que, mediante las técnicas del montaje, obtienen análogos resultados expresivos.
EI lector tiene, pues, ante sus ojos, toda la batalla, la del aire y la de la tierra, narrada por sus protagonistas más cercanos, paso a paso, disparo a disparo, día por día: desde la visión de los pilotos que duermen bajo las alas de sus destartalados aviones, que vuelan de puro milagro y mantienen a puro coraje el dominio del aire; la alegría juvenil y aventurera de los niños de la Base Granma que, sentados en sus cuatro-bocas, no sienten el miedo, porque todavía no lo conocen; las emociones, contenidas a veces, a veces desatadas, de un heterogéneo conglomerado humano donde se confunden el veterano combatiente de las montañas, el joven pequeño burgués de la ciudad y el joven campesino de la sierra, el fotógrafo que a veces se olvida del testimonio gráfico de la realidad que debe captar porque no puede sustraerse de vivirla; el estudiante, el obrero, en una palabra —cuyo contenido casi convertido en un lugar común, por el uso y el abuso, asumo con absoluta conciencia—: el pueblo. Eso es Girón en la memoria: la épica íntima de un pueblo que quiso defender una decisión y un destino, con las armas en la mano. Y venció.
Cumplo con estas palabras, el deseo de mi viejo chofer en Girón. Y tengo como él una petición, que esta vez traspaso al futuro lector de este libro:
No he vuelto a ver a ese hombre, y puede que un nuevo encuentro entre nosotros ya no sea posible. Pero si alguno de ustedes, por uno de eso extraños azares de la realidad, en uno de los tantos caminos de la historia, se encuentra con él, díganle que yo cumplí la promesa que le hice, que aquí están nuevamente, hermosas e imborrables, las páginas de Girón en la memoria.
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Texto incluido en El libro de las presentaciones, publicado por Editorial Oriente en 2018.
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