Algo similar al proceso de construcción de “La exposición de París” —pero con otras variantes— ocurre con “El 10 de abril”, a mi juicio la crónica más bella de todas las que escribiera Martí. Por razones muy evidentes hay diferencias sutiles. En primer lugar, no debe olvidarse que el Apóstol, años antes de su publicación, se había empeñado en escribir una historia de la Guerra de los Diez Años y, aunque nunca —al parecer— la terminó, es obvio que no solo investigó con cuidado el tema, tan cercano a él, sino que también debió escribir una cierta cantidad de páginas destinadas a esa obra. También sus “Cuadernos de apuntes” dejan entrever una serie de notas que difícilmente hayan tenido otro destino y propósito que sustentar esa historia general que él quiso escribir —por ejemplo, anotaciones incluso sobre comidas de los mambises, como la receta del pan patato camagüeyano y otros detalles—. Finalmente, el fragmento 349 se considera como notas tomadas en función del proyectado libro sobre la Guerra Grande, pues están “en unas hojas donde aparece también el borrador de la carta de Martí al general Máximo Gómez, pidiéndole datos sobre Céspedes para un libro que pensaba escribir”.4 En una de esas notas se lee:
El 10 de abril hubo en Guáimaro Junta para unir las dos divisiones del Centro y del Oriente. Aquálla había tomado la forma republicana; ésta, la militar.—Céspedes se plegó a la forma del Centro. No la creía conveniente, pero creía inconvenientes las disensiones. Sacrificaba su amor propio—lo que nadie sacrifica.
Se le acusaba de poner a cada instante su veto a las leyes de la Cámara. Él decía: “Yo no estoy frente a la Cámara, yo estoy frente a la Historia, frente a mi país y frente a mí mismo. Cuando yo creo que debo poner mi veto a una ley, lo pongo, y así tranquilizo mi conciencia”.
La Cámara, ansiosa de gloria—pura, pero inoportuna, hacía leyes de educación y de agricultura, cuando el único arado era el machete; la batalla, la escuela; la tinta, la sangre.—Y venía el veto.5
Si me preguntasen si “El 10 de abril” puede estar por completo ajeno a aquellas indagaciones que el prohombre había realizado años antes, creo que mi respuesta inmediata sería que no. De modo que esta crónica —de cuya importancia debió de estar convencido el propio Martí, cuando la publicó no una, sino dos veces— se levanta sobre una meditación continuada tanto como a partir de la inmensa creatividad literaria de su autor. Por otra parte, antes del 10 de abril de 1892, ya el magno patriota venía pensando en Guáimaro, como se evidencia en una carta a Serafín Bello fechada el 24 de marzo de 1892, en la cual, tratando una serie de cuestiones del Partido Revolucionario Cuba y de la preparación de la guerra necesaria, le decía a Bello:
Le veo a Vd. el juicio y la justicia; pero es preciso no dejar sin guía a la buena fe; y al pie del que yerra, se está más a mano para corregir el error. Ahora, sepa y sépase que la convocatoria—que por respeto bastante se esperó—, que con tres meses sobra para deliberar lo conocido, que está cerca una oportunidad preciosa para la proclamación, la del día 10 de abril. Continúe el Cayo a Guáimaro. Saquemos la guerra del peligro de sus malos directores.6
El inicio de la crónica es pura poesía, destinada a enmarcar la pequeña villa de Guáimaro en el mundo todo, y particularmente en el ámbito de la Naturaleza libre —tan cara a uno de sus escritores favoritos, el norteamericano Ralph Waldo Emerson, cuya filosofía esencial está expuesta en su libro Nature7 —. El fondo emersoniano del inicio de la crónica apenas se percibe detrás de la irrupción de un lirismo no solo típico del Maestro, sino también del estilo modernista que él contribuyó poderosamente a fundar —junto con su amigo mexicano Manuel Gutiérrez Nájera—. Otra vez aparece la dura imagen, frecuente en Martí, que equipara a los hombres que viven sin libertad a los bueyes, simples y mutiladas bestias de trabajo. Frente a la miseria de un mundo social sin independencia real, traza entonces la imagen idealizada de la villa en que se elaboró la primera constitución cubana:
Guáimaro libre nunca estuvo más hermosa que en los días en que iba a entrar en la gloria y en el sacrificio. Era mañana y feria de almas Guáimaro, con sus casas de lujo, de calicanto todas, y de grandes portales, que en calles rectas y anchas caían de la plaza espaciosa a la pobreza pintoresca de los suburbios, y luego el bosque en todo el rededor, y detrás, como un coro, las colinas vigilantes. Las tiendas rebosaban. La calle era cabalgata. Las familias de los héroes, anhelosas de verlos, venían adonde su heroísmo, por ponerse en la ley, iba a ser mayor.8
Dos elementos estilísticos destacan particularmente: primero, el fluir de una prosa de marcado barroquismo —densas sucesiones de enumeraciones caracterizadoras más que narrativas—, sentido intensamente dinámico en las escenas escorzadas que brinda el cronista de la entrada en Guáimaro —“ Los caballos venían trenzados, y las carretas venían enramadas. Como novias venían las esposas; y las criaturas, como cuando les hablan de lo sobrenatural. De los estribos se saltaba a los brazos”—9; segundo, la ultrasintética manera de aludir sin nombrar: “[…] el Oriente y las Villas y el Centro, de las almas locales perniciosas componían espontánea el alma nacional, y entraba la revolución en la república. El jefe del Gobierno provisional de Oriente acudía al abrazo de la asamblea de representantes del Centro. El pabellón nuevo de Yara cedía, por la antigüedad y la historia, al pabellón, saneado por la muerte, de López y Agüero”, imagen en la que cabe, completa, pero destilada de todo factor desagradable o violento, la disensión inicial entre los patriotas principeños y los orientales. Es uno de los momentos iniciales, y se atreve a abordar directamente la peligrosidad de una diferencia de criterio político en el 68, que queda zanjada en la unidad —la misma que Martí busca alcanzar en la próxima guerra necesaria: la evocación del pasado le sirve, pues, en su estrategia textual, para hablar del presente en marcha—. Por eso agrega: “Ni Cuba ni la historia olvidarán jamás que el que llegó a ser el primero en la guerra, comenzó siendo el primero en exigir el respeto de la ley…Estaba Guáimaro más que nunca hermosa. Era el pueblo señorial como familia en fiesta. Venían el Oriente, y el Centro, y las Villas al abrazo de los fundadores”.10 Hay, además, una premonición de lo que años después, en pleno siglo XX, sería llamado estilo cinematográfico, particularmente en las novelas posteriores a 1920. Pero no todo es antelación de una próxima modernidad y remodelación de la escritura: Martí sabía perfectamente que estaba construyendo a la vez un inolvidable alegato fundacional de la libertad insular, sino también una obra de extremada eficacia artística. Por eso retoma a uno de sus más antiguos ideales, la épica homérica, y comienza un desfile de héroes, que son vistos como magnífico cortejo que entra en triunfo por las calles de Guáimaro. Espectadores y jinetes se funden de modo espléndido: “¿A quién salen a ver, estos, saltando el mostrador, las casas saliéndose a loa portales, las madres levantando en brazos a los hijos, un tendero español sombrero en mano, un negro canoso echándose de rodillas?”.11 Uno por uno, como héroes y navíos de la Ilíada, van siendo nombrados los que llegan a Guáimaro, convertida en epicentro y cuna de la República cubana. Se nota la mucha revisión de documentos —incluso, tal vez, fotografías—, pero sobre todo la frecuente conversación indagadora con testigos contemporáneos del 10 de abril de 1869. No se olvide de que esta crónica prodigiosa se publica otro 10 de abril, pero de 1892. Tanto como una crónica, es un discurso que llama a la lucha por la libertad: de aquí el desfile de los hombres de Guáimaro, considerados por Martí como padres verdaderos de la patria independiente. Como en otra crónica peraltada, “Céspedes y Agramonte”, Martí trabaja el contraste, pero también la confluencia, de los dos héroes magnos:
¿Por quién manda Céspedes que echen a vuelo las campanas, que Guáimaro se conmueva y alegre, que salga entero a recibir a una modesta comitiva? Entra Ignacio Agramonte, saliéndose del caballo, echando la mano por el aire, queriendo poner sobre las campanas la mano. El rubor le llena el rostro, y una angustia que tiene de cólera: “iQue se callen, que se callen las campanas!”. El bigote apenas sombrea el labio belfoso: la nariz le afina el rostro puro: lleva en los ojos su augusto sacrificio. 12
De vez en cuando, la prosa idealizadora en su soberbio tono de epopeya deja el paso a una irrupción de detalles enraizados en la realidad más humilde: “—iAllá van, entre el polvo, los yareyes, y las crines, y las chamarretas!”.13 Martí, en plena madurez literaria, humana y política, es siempre un maestro en la pintura de su pueblo. Y aquí y allá la reflexión personal, de alto vuelo a la vez histórico y filosófico, pero también capaz de declarar, sutilmente, su conciencia personal de que esta crónica resulta simultáneamente una idealización y un llamado político:
Era la casa de la Asamblea vasta y hermosa, a una esquina de la plaza del pueblo: casa de calicanto, de ancho portal de horcones, y las rejas de la madera del país. Adentro, en dos hileras a los lados, aguardaban, al centro del salón, los asientos de rejilla de los representantes, y de cabecera estaba la mesa presidencial, y a ambos cabos las dos sillas de la secretaría. Suéle el hombre en los grandes momentos, cuando lo pone por las alturas la nobleza ajena o propia, perder, con la visión de lo porvenir, la memoria minuciosa de lo presente. Sombra es el hombre, y su palabra como espuma, y la idea es la única realidad. Aquel tesoro de pureza que busca en vano el hombre se viene a la mano, y sólo a él se ve, y todo lo del rededor se olvida, como sólo ve la luz de un rostro la mujer de repente enamorada.14
La caracterización de los héroes resulta netamente homérica, pero también afilada y leal a la percepción general que, veintitrés años después de la Asamblea de Guáimaro, había trascendido entre todos los cubanos. No hay matiz, incluso negativo, que no sea convocado franca y finamente en esta crónica en que está, entera, la esencia trágica y humanísima que se observa en “Céspedes y Agramonte”, pero también la percepción intensísima de la muchedumbre popular que rodeaba la casa en que se efectuara la reunión trascendente:
Sí: Céspedes presidió, ceremonioso y culto: Agramonte y Zambrana presentaron el proyecto: Zambrana, como águilas domesticadas, echaba a cernirse las imágenes grandiosas: Agramonte, con fuego y poder, ponía la majestad en el ajuste de la palabra sumisa y el pensamiento republicano; tomaba al vuelo, y recogía, cuanto le parecía brida suelta, o pasión de hombre; ni idólatras quiso, ni ídolos; y tuvo la viveza que descubre el plan tortuoso del contrario, y la cordura que corrige sin ofender; tajaba, al hablar, el aire con la mano ancha. Acaso habló Machado, que era más asesor que tribuno. Y Céspedes, si hablaba, era con el acero debajo de la palabra, y mesurado y prolijo. En conjunto aprobaron el proyecto los representantes, y luego por artículos, “con ligeras enmiendas”. El golpe de la gente en las ventanas, y la muchedumbre, no muy numerosa, de los bancos del salón, más con el corazón encogido que con los vítores saludaron en la república nueva el poder de someter la ambición noble a la voluntad general, y acallar ante el reto de la patria la convicción misma, fanática o previsora, del modo de salvarla. Un tierno apego se notó a la salida, de la multitud confusa, a los jóvenes triunfantes, y había algo de regio de una parte, que se envuelve en el armiño y desaparece, y algo por la otra del placer de la batalla. 15
La estrategia del texto, soterrada, se hace transparente sobre todo en los pasajes en que el Apóstol subraya, como tema recurrente, la voluntad popular, la integración del país en la lucha por la libertad:
Afuera, en el gentío, le caían a uno las lágrimas: otro, apretaba la mano a su compañero: otro oró con fervor. Apiñadas las cabezas ansiosas, las cabezas de hacendados y de abogados y de coroneles, las cabezas quemadas del campo y las rubias de la universidad, vieron salir, a la alegría del pueblo, los que de una aventura de gloria entraban en el decoro y obligación de la república, los que llevaban ya en si aquella majestad, y como súbita estatura, que pone en los hombres la confianza de sus conciudadanos.16
Un solo párrafo, como un puñetazo estremecedor, se encarga de referir el final terrible y valeroso en que la cuna de la constitución mambisa resultó incendiada. A partir de esta crónica, Guáimaro resultará nombrada en las obras de Martí, una y otra vez, como una ciudad sagrada; los hombres de la Asamblea fundadora pasan a ser los padres de la nación que emerge: el 18 de abril de 1892, le escribe el Apóstol a José Dolores Poyo sobre una reunión patriótica en New York: “!Qué hermosura, y no menos, la de Tomás Estrada Palma, cuando nos proclamaba, y se proclamaba con nosotros, los continuadores de la obra de Guáimaro!”,17 idea que reitera en otra carta del mismo mes a Gonzalo de Quesada.18 La bandera nacional empieza a ser aludida por Martí como “la de Guáimaro”,19 y la fe en el futuro de la patria se convierte en “la fe de Guáimaro”.20 Y como resultante necesaria, también el partido fundado por Martí es presentado como directo resultado de la Asamblea: “ungió al Partido Revolucionario, el partido de la justicia amorosa y la independencia inflexible, hijo legítimo de los constituyentes de Guáimaro”.21 Por tanto, el 10 abril de 1869 en Guáimaro es descrita como la confirmación de 10 de octubre de 1868 en Yara. En Guáimaro, y hasta el presente, se estableció una tradición republicana: “Perdurará la bandera de Yara. Céspedes la cedió en Guáimaro, para que su apego natural al pabellón que alzó él no pareciese prueba de su deseo de imperar sobre la república naciente; pero la Cámara la mando poner, a presidir y entusiasmar, en el salón de sus sesiones”.22 El 16 abril de 1893 publica algo que debería haber sido desde 1901 trascendental para el futuro de Cuba:
En Cuba no habrá nunca guerras de razas. La República no se puede volver atrás; y la República, desde el día único de redención del negro en Cuba, desde la primera constitución de la independencia el 10 de abril den Guáimaro, no habló nunca de blancos ni de negros. Los derechos públicos, concedidos ya de pura astucia por el Gobierno español e iniciados en las costumbres antes de la independencia de la Isla, no podrán ya ser negados, ni por el español que los mantendrá mientras aliente en Cuba, para seguir dividiendo al cubano negro del cubano blanco, ni por la independencia, que no podría negar en la libertad los derechos que el español reconoció en la servidumbre.
Y en lo demás, cada cual será libre en lo sagrado de la casa. El mérito, la prueba patente y continua de cultura, y el comercio inexorable acabarán de unir a los hombres. En Cuba hay mucha grandeza, en negros y blancos. 23
La patria misma, la Cuba que había salvar, se convierte, en la pasión y la escritura del Maestro, en “el pueblo bueno que llevamos en nuestras conciencias salvado de las llamas de Guáimaro”. De este modo, Martí halla en la perenne memoria de la Asamblea del 10 de abril de 1869, y en la ciudad que la acogió, un modo imprescindible de defender a la República cubana, cuyo destino histórico advirtió el Apóstol y cuya voluntad de defender su esencia, estaban claramente representados para él en la magna reunión. Su crónica, al convertirla a la vez en historia admirable, grandeza homérica y literatura extraordinaria, nos devuelve aquella reunión fundadora envuelta en la belleza inexpugnable de los grandes momentos de la nación cubana.
Notas:
1 Debo esta información a la generosidad del M. Sc. Alejandro Fernández Teopes.
2 Cfr. Paul Ricoeur: The Reality of the Historical Past. Marquette University Press, Milwaukee, Wisconsin, 1984.
3 Cfr. Paul Ricoeur: Histoire et vérité. Le Seuil, París, 1955. Asimismo cfr. su Temps et récit.: L’intrigue et le récithistorique. Le Seuil, París, 1983, t. I.
4 Cfr. la nota a pie de página 170, en: Martí: Obras completas. Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 22, p. 235.
5 Ibíd., p. 235
6 Ibíd., t. 4, p. 351.
7 Cfr. Ralph Waldo Emerson: Essais: Nature, Confiance et autonomie, Cercles, L’Âmesuprême, Le Transcendantaliste, L’Intellectuelaméricain, Le Poète, L’Art. Michel Houdiard Éditeur, París, 2000.
8 José Martí: ob. cit., t. 4, p. 382.
9 José Martí: ob. cit., t. 4, pp. 382-383.
10 Ibíd., p. 383.
11 Ibíd.
12 Ibíd., p. 384.
13 Ibíd.
14 Ibíd., p. 387.
15 Ibíd., pp. 387-388.
16 Ibíd., p. 389.
17 Ibíd., t. 1, p. 399.
18 Cfr. ibíd., p. 400.
19 Ibíd., p. 411. Véase también ibíd., p. 470.
20 Ibíd., p. 412.
21 Ibíd., p. 413.
22 Ibíd., p. 472.
23 Ibíd., t.2, p. 300. Esta idea y oposición contra la discriminación racial se reitera en el t. 3, p. 30 de sus Obras completas, ed. cit. Asimismo vuelve a desarrollarla en el t. 5, p. 325.
24 Ibíd., p. 310.
Visitas: 2341
Deja un comentario