En 2017 la Academia Cubana de la Lengua preparaba su programa en homenaje al sesquicentenario del inicio de la Guerra de los Diez Años. Ambrosio Fornet me invitó a preparar una nueva edición de la antología Los poetas de la guerra, aquella para la que José Martí escribiera un prólogo breve y magistral. Yo quise intentar algo más difícil y me propuse hacer una selección de poemas del siglo XIX que mostraran diferentes maneras de expresar el amor a la Patria y abrir con un autor consagrado, José María Heredia.
No quería limitarme, como es habitual, a la poesía de tono épico, beligerante, ni a la escritura de separatistas notorios, sino mostrar la variedad de posiciones desde la que podían escribirse versos patrióticos, mostrar una actitud incluyente y poner junto a conspiradores y combatientes de la manigua a otros que asumieron actitudes políticas distintas, incluidas algunas que hoy nos parecen erradas como el anexionismo, pero que a causa de ellas sus defensores sufrieron destierro o fueron víctimas de prisión y condenas a muerte como fue el caso de Juan Clemente Zenea.
Por más de un año debí dedicarme a buscar en cuadernos poéticos casi olvidados, revistas y hasta en antiguos libros de texto, para conformar una muestra con la que yo fui el primer sorprendido. No solo estaban en ella escritores a los que habitualmente no se les reconocía una vena patriótica como Julián del Casal, sino que un campo que parecía mayoritariamente de dominio masculino, ahora estaba poblado por una poderosa legión de mujeres: Luisa Pérez Montes de Oca, Martina Pierra Agüero, Catalina Rodríguez, Mercedes Matamoros y Aurelia Castillo, entre otras.
No quise dejar fuera algunas muestras de poesía espontánea, improvisada en las horas de descanso en un campamento mambí, esas rimas, sencillas y tajantes que tenían más urgencia de dar cuerpo a la Patria que de perdurar por sus bellezas formales.
Mi propósito era mostrar la variedad de tonos con que los autores se dirigían a Cuba y sus circunstancias: desde el combate o desde la lejanía, con fervor o con nostalgia y cómo asumían padecimientos de la Isla como la esclavitud o, al final del siglo, la ocupación norteamericana y el nacimiento de una República que pronto mostró sus manquedades.
Aunque la idea básica era un panorama poético del siglo XIX, como la historia no mide las centurias con cronologías exactas, me tomé algunas licencias. El libro se inicia con Heredia y su himnos y odas, fechados a partir de 1823. Sigo convencido de que la poesía cubana nace con él y los textos de autores anteriores son sencillamente «síntomas» o curiosidades para especialistas. Y tengo la convicción personal que ese siglo no concluyó para los cubanos en 1899, sino en 1902, cuando comienza una etapa con otros desafíos, otras incertidumbres, como demuestra el contraste entre los dos sonetos de Nieves Xenes que cierran el libro, el que saluda el advenimiento del 20 de mayo de 1902 y el que, justo un año después, lamenta la frustración de muchos sueños patrióticos. Allí se inicia una época diferente.
Escribí un estudio introductorio no solo para fundamentar la selección, sino para mostrar esa línea invisible que une a autores tan diversos en el plano estético, para rectificar ciertas visiones rutinarias de lo que es patriotismo y ubicar mejor esa noción dentro del devenir histórico de nuestro complejo y fecundo siglo XIX.
Detrás de esta obra, cuya responsabilidad debo asumir totalmente, estuvo el apoyo de varias personas. Los criterios de «Pocho» Fornet me ayudaron a fijar el proyecto inicial; resultaron muy fecundas las conversaciones con mi amiga Luisa Campuzano, quien no solo me hizo algunas sugerencias sino que me facilitó un ejemplar de El laúd del desterrado que vino a darme un conocimiento más completo de la escritura de autores medio olvidados como Quintero, Santacilia y Teurbe Tolón; Enrique Saínz hizo no solo una revisión general de la obra, sino que escribió un prólogo conmemorativo para ella, mientras que el poeta Leymen Pérez, editor de la obra, fue un cómplice perfecto para revisar los más mínimos detalles y que la obra ganara su empaque definitivo.
Ahora este libro ya no me pertenece. Está en manos del público desde que fue presentado en la pasada Feria, aunque tuvo también un venturoso Sábado del Libro cuando el 2022 tomaba ya un aire crepuscular. No es ocioso señalar que me gustaría que el volumen estuviera en las bibliotecas escolares del país, que los profesores de Historia y Español lo emplearan en sus clases, pero a la vez me encantaría que los lectores individuales, especialmente los jóvenes, se aventuraran en esas páginas que todavía nos conmueven y comprueben que el patriotismo no es un asunto coyuntural, ni un recurso político, ni el auxiliar de una ideología, sino el núcleo de nuestro ser y que puede disfrutarse o sufrirse desde cualquier punto del universo.
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