Dos elementos son preponderantes en el humor poético de Nicolás Guillén: la sátira —tanto de costumbres sociales como del sentido y la noma de la creación poética, hasta llegar al ejercicio de la política— y las aliteraciones.
Mientras la sátira se mueve en una perspectiva genérica, de modelo que busca un objetivo concreto en el contexto social, la aliteración transversaliza el ámbito de la figuración y reitera sonidos para asociar significados. Paronomasias, onomatopeyas o políptoton, les sirven de recurso a su expresión humorística. Guillén los hace parte esencial de su poética con gracia natural, especialmente en la décima. La aliteración no es, por tanto, un recurso menor para el autor, como tampoco considera menor, o de género ligero, a la décima. En las glosas a Andrés Eloy Blanco, incluidas en El son entero (1947) y publicadas en abril del año anterior en El Nacional de Caracas, desarrolla la aliteración como un modelo lírico sublime con el que se orienta y se define el sentido del poema, estructurado justamente en espinelas:[1]
no servido, sí servil,
sirvo a tu orgullo no más,
y aunque la muerte me das,
ya me ganes o me pierdas,
sin saber si me recuerdas
no sé si me olvidarás.
Luego de una activa labor contra la guerra y el fascismo, en vida y obra, Guillén publica El soldado Miguel Paz y el Sargento San Ginés en el semanario La Hora, en abril de 1952. Una alternancia tragicómica combina sátira, recursos literarios y mensaje en este poema, compuesto por cincuenta y una décimas. En él asume el modo discursivo del romance y desarrolla una historia que se interesa más por el sentido ideológico de la narración que por los propios sucesos que describe. La décima I es definitoria, no solo respecto a la perspectiva de la voz lírica que testimonia —el soldado Miguel Paz—, sino en cuanto al uso de la aliteración como parte esencial del enunciado satírico:
Soldado soy, por tener
algo que echarme a la boca
pues cuando la plata es poca
poco es lo que hay que comer.
Un hijo y una mujer
son mi encanto y mi belleza;
pero mi vida tropieza
con el profundo dolor
de que aunque es grande mi amor
es más grande mi pobreza.
Los vocablos poco y grande remiten a una yuxtaposición inmediata, de doble sentido, en sus significados, y evocan a través de ellos contradictorias acepciones, lo que se inserta en un modo figurativo de larga tradición en la poesía de habla española, con modelos ejemplares en Cervantes, Lope de Vega o Quevedo, aunque otros lo hicieran con fortuna. Miguel de Unamuno, filósofo, catedrático, narrador y poeta, nos ofrece una muestra en esta décima de su Cancionero:[2]
Le puso el piso en que posa
y ya sin coser se pasa
hondo hastío; no es la casa
lo que quiso… es otra cosa.
Le puso el piso en que pasa
hondo hastío; donde posa
sin coser; es otra cosa;
no lo que quiso; no casa.
Presa del piso sin prisa,
pasa una vida de prosa.
Hallar entonces esta serie de recursos estilísticos en las décimas satíricas de Nicolás Guillén da fe de hasta qué punto le importaba dotarlas de una maña poética que acompañara al tono directo, popular, del enunciado. Redimensiona así su valor lírico, por ejemplo, en la décima VII:
En los pueblos que han vencido
a su cruel explotador,
de soldado es la mejor
manera de andar vestido.
Ni alquilado ni vendido
su filo el sable levanta,
y ante la guerra, que espanta,
el nuevo soldado eleva
la voz de una patria nueva
y una nueva canción canta.
Más adelante, una vez que la historia ha tomado desarrollo argumental y ha planteado el conflicto de la disyuntiva ética inicial –hacerse soldado para sobrevivir y mantener la familia–, Guillén acudirá a otro recurso estilístico que ha estado marcando su poética: la anáfora conclusiva. En este caso, utilizará el apellido Paz para anteponerlo a la vergonzante mentalidad guerrera de sus antagonistas, personificados en oficiales militares de alto rango. Y empatizará, como lo hiciera antes en Cantos para soldados y sones para turistas (1937), con el sargento, de humilde origen, como el narrador que asume la voz lírica. Detrás de la aparente sencillez del modo expositivo de estas décimas, se desarrolla una compleja relación de elementos estilísticos. La palabra no es solo sonora y juguetona, sino además connotativa, capaz de hurgar en un sentido social más profundo, revelador de la difícil, penosa circunstancia de todos los implicados en la historia que el romance nos cuenta, incluidos esos satirizados antagonistas de alto rango militar.
La sátira es, por tanto, un ejercicio de poiesis que Guillén hace suyo sin complejo de culpa, sin ofrecer implícitas disculpas por atenerse al tono coloquial de las décimas y al ritmo de una narración que evade abstracciones en la figuración para privilegiar el ingenio, compañero, o soldado inseparable de esa misma sátira. Mediante la anáfora conclusiva que asocia el apellido del soldado por necesidad con la necesidad de establecer la paz, este se enfrentará a un coronel, un capitán y un teniente, para confraternizar, por fin, con el sargento, justo aquel que no ha alcanzado rango de oficial. La proposición axiológica parte, además, de plantearse un sentido de existencia para el hombre común o, lo que se simboliza en general con el personaje, el pueblo. Desafío, más que descargo de elementales consecuencias ideológicas, que a la par lleva la ruptura ontológica y la complejidad literaria.
De entre varios que pudiera citar, tomo un fragmento de la décima XIII:
[…]
y aunque no era comunista
lo hubiera sido muy bien.
Tampoco ignoraba a quién
es preciso derrotar
para que pueda avanzar
nuestra patria esclavizada
La sátira no es ideológicamente indiferente, por el contrario, suele estar asociada a preceptos ideales que confrontan abierta y llanamente otras proposiciones ideológicas, por lo general dominantes, o antonomásticas, en el ámbito de recepción. Así aparece en la poesía de Nicolás Guillén desde sus primeros libros, en los que la décima asume un papel decisivo.
Los modos satíricos de Guillén parten de la tradición clásica, de Horacio y otros ilustres griegos y latinos, para encontrar un importante remanso en la lírica española e insertarse definitivamente en ciertos modos del habla popular cubana que las vanguardias artísticas tomaron como esencia de sus creaciones.
La décima XLII de El soldado Miguel Paz… acude al juego irónico a la vez que reincide en la aliteración y puede servirnos también como modelo de su norma estilística:
El rico, cuyo trabajo
en no trabajar estriba,
deja para el pobre, arriba,
todo lo que él tiene abajo.
El mérito no rebajo
de esta invención placentera,
mas sin embargo, quisiera
que me pudieran decir
dónde está para subir
allá arriba la escalera.
Un modo jocoso con el que descargar el peso del mensaje que imprimirá sus claves expresivas en la elección humorística. Como en la décima inicial, los significados aludidos de los vocablos —arriba y abajo en este caso—, imbrican el sentido ideológico satírico con el juego figurativo de la aliteración. La picardía popular de la pregunta usa el humor para cerrar el ciclo del sentido axiológico profundo, ese que motiva el porqué de la composición.
La posibilidad operativa de la sátira, motivada por la inmediatez, tiene en la prensa su espacio ideal. Así lo hizo Guillén en el periódico Hoy, en el primer trimestre de 1949, por lo tanto antes de publicar El soldado Paz…, acudiendo a la décima —solo una en cada entrega— como estrofa ideal de comunicación. Ángel Augier compila cincuenta y cinco décimas satíricas, de humor chispeante y juegos de aliteraciones que desbordan ironía y no podían dejar indiferente al receptor. De «¡Papelazo!», publicada el 12 de enero, hasta LA TROMPETILLA, del 18 de marzo de ese año.
Veamos algunos ejemplos que ilustran su poética, independientemente de que se trate de un acto circunstancial de lucha ideológica:
pero digamos de paso con voz además bien alta, que aunque es el papel quien falta se trata ¡de un papelazo! [«Papelazo», 12/1/1949]
¡démosle en premio al Premier un cubo… y una pistola! [«El premio», 12/1/1949]
¡eso es yanquidemocracia con facistilustración! [«U.S.A.», 18/1/1949]
El porvenir es oscuro para el Pitcher Nacional, que la está pasando mal pues lo fonguean muy duro. Su control es inseguro, sus curvas, ineficaces… ¡Mira, Carlos, lo que haces (le grita el pueblo azorado), recién el juego ha empezado, no hay out, y hay tres en bases! [«Hay carrera», 22/1/1949]
El Premier y el Capitán (los dos Varona de ley) son los dos de Camagüey, pero los dos aquí están. Unidos los dos se irán, pues los dos juntos vinieron, y lo que los dos trajeron han de llevarse los dos: ¡que vayan los dos con Dios a donde los dos nacieron! [«¡Qué niños!», 5/1/1949]
También el uso del refrán o la frase popular de circunstancia se convierte en recurso expresivo esencial para la sátira, garantizando, con la asociación de términos que el receptor reconoce como parte de su propio repertorio de habla cotidiana, humor y sentido ideológico en un mismo giro lingüístico. Sin que ello implique un pacto estratégico con la vulgaridad, o con la inmediatez pedestre que también forma parte del contexto, algo que no pocos satíricos consideran legítimo. Autenticidad ideológica y autenticidad discursiva se entretejen en esas décimas satíricas, elaboradas e intensas, por muy de ocasión que hayan surgido.
Veamos, también, otros ejemplos:
Ahora falta saber quién le dio vela en este entierro! [«¿Quién lo metió?», 9/1/1949]
¡Tiene razón lo que dijo que en Cuba la cosa está de cuando la mona ya no quiere cargar al hijo! [«Crisis», 10/1/1949]
¡Pues que al fin te van a hacer carambolas por tres bandas! [«Carambolas», 29/1/1949]
No importa el tiempo transcurrido ni el cambio radical de circunstancias, el humor sigue intacto aunque sus códigos más inmediatos dependan de investigaciones históricas y referencias específicas de entonces. Podemos leer una vez más ese conjunto de sátiras en décimas y disfrutar tanto sus giros de ironía como sus juegos de palabras, ambos parte del estilo que el poeta cultivó hasta sus últimas creaciones.[3]
Un suceso que tendría trascendencia en esa época intensa de lucha cívica, patriótica y poética de Nicolás Guillén, fue su interpelación a Clavelito (Miguel Alfonso Pozo), probablemente el personaje más popular de la radio en ese tiempo gracias al programa Pon tu pensamiento en mí. Son cinco décimas que parodian el tono controversial de los programas radiales para llevarlo a un ejercicio de conciencia cívica. Se publicaron el 21 de agosto de 1953 en el semanario La última hora, como parte de su sección «Las coplas de Juan Descalzo». Se aprecia en ellas, también, una compleja transversalización de relaciones de trasfondo que permiten al hecho circunstancial una salida trascendente. Aliteraciones y expresiones de corte popular bien insertadas en el ritmo octosilábico del verso garantizan que la norma poética no sacrifique su esencia discursiva y sea a la vez de comunicación directa.
Clavelito es un repentista, primero conocido por sus controversias acerca de la pelota y otros temas de actualidad y más tarde catapultado a la fama nacional con ese embaucador programa de adivinación y curaciones. Sin embargo Guillén, por muy fuerte que resulte en sus preceptos de desafío, no lo desprecia, ni lo sacude en lo personal, como de vez en vez los repentistas hacen también tomando por legítimos los chascarrillos y las burlas. Con respeto, en la última décima lo interpela:
Yo soy tu hermano y tu amigo
y por serlo en realidad,
es que con toda lealtad
te digo lo que te digo.
De inmediato, va a colocar en su sitio el contexto nacional y sus más altos referentes éticos:
Con paso seguro sigo
el camino de Martí:
incorpórate y que aquí
Cuba luchando te vea…
De estos versos que muchos reconocemos como una especie de puente en la espinela, Guillén pasa a una acción concreta que lleva al verso a un sentido social y no a un vacío de entretenimiento vacuo. De inmediato, cerrará con un juego de ironía satírica, convirtiendo la glosa del popular lema de Clavelito en una parodia eficaz tanto en humor como en sentido:
¡Por una vez aunque sea,
pon tu pensamiento… en ti!
En espinelas, fustigará Guillén a Fulgencio Batista tras su Golpe de Estado, sin perder, por la indignación que lo compulsa a escribir, o a improvisar incluso, ni gracia ni elegancia en el discurso. Tampoco, quiero marcarlo, pierde la justa economía de palabras ni el encaje preciso del vocablo, algo que es mar de naufragio para un sinfín de poetas decimistas.
A mi juicio, estas décimas satíricas, que el estudioso y compilador Ángel Augier consideró «de circunstancia», como si necesitara disculparlas, están a la altura del más alto exponente de la poesía cubana en décimas –esto también en juicio propio–: Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí. Los criterios que las han relegado a un sitio menor en su poética se hallan movidos más por intenciones ideológicas, asociadas a preceptos democráticos que justifican y encumbran las estratificaciones sociales, que por valoraciones literarias. Criterios que no son solo hegemónicos, sino además muy vengativos, de ahí, supongo, que la indagación académica prefiera pegarle el esquinazo y comulgar, según las tradiciones ad hoc, con las enciclopedias del valor. No sé si asignatura pendiente, curso o temática, pero revisitar la décima en Guillén es un llamado al que vale la pena responder desde el rigor analítico y la crítica desprejuiciada.
[1] Nicolás Guillén: Obra poética. Compilación, prólogo, cronología, bibliografía y notas de Ángel Augier, Letras Cubanas, 2002. Las citas corresponden al tomo I.
[2] Miguel de Unamuno: Cancionero. Diario poético 1928-1936, en Obras completas, t. XV, Barcelona, 1958. Canción no. 1645, p. 759.
[3] Esta sección fue añadida por el compilador para la edición del centenario de la Obra Poética de Guillén, con ediciones anteriores en 1972, 1973, 1980, 1981, 1985, 1995, por Letras Cubanas, y por Unión, en 1972 y 1974.
Visitas: 55
Deja un comentario