
Quien decía que se debía disfrutar aprendiendo, fue autor de textos imperdibles de la literatura infantil como Había una vez y Oros Viejos…
Hombre de huella indeleble, con una sencillez que desarmaba cualquier petulancia, Herminio Almendros fue mucho más que pedagogo, escritor y promotor cultural. Su exquisita labor intelectual y sus valores éticos lo proyectan en su justa y exacta dimensión de hombre íntegro y creador pleno.
Fue, ante todo, una criatura noble. Supo extraer beldad de cualquier instrumento de cuerda; se deleitó en las más exactas maneras de degustar la belleza de los detalles simples: la siesta después del almuerzo, el vaivén cadencioso del silencio. Herminio Almendros amó la vida, y a la infancia, como símbolo supremo de esta.
Caballero de alta moral, se las arregló para que las circunstancias no lo determinaran. Era delgado, de tez blanca y vista muy escasa, pero como otrora Beethoven, su condición no limitó su talento. Aún con miopía extrema, usando unos pesados y gruesos espejuelos, escribió casi cuarenta libros.
Había una vez (1946) y Oros Viejos (título que le otorgó en Cuba a su libro Pueblos y leyendas, editado en España, en 1929), son algunos de los más conocidos. Los escribió bajo su teoría de que se debía disfrutar aprendiendo; en otras palabras, combinar la historia con la literatura.
Su posición antifranquista después del fin de la Guerra Civil Española, lo llevó a necesitar emigrar. Fue su amigo, el dramaturgo Alejandro Casona, quien le aconsejó que se asentara en Cuba, y le consiguió el pasaje. Corría el año 1939.
Como muchos otros intelectuales de su época, Herminio tomó la difícil resolución de dejar a su esposa e hijos en España, con la esperanza de que ellos se reencontraran lo antes posible con él. Y aunque en su caso la espera —plagada de nostalgia— duró una década y, como él mismo decía, sin su esposa no disfrutaba del todo la magia de la vida, cayó encantado bajo el hechizo de La Habana. Al momento la consideró «una bella población, alegre, bulliciosa, la Andalucía de América la llaman… Es bella…»
Alejado de su familia, Herminio Almendros concentró sus esfuerzos en la pedagogía y la escritura. Valoró que las escuelas cubanas de antes de la Revolución estaban «anquilosadas en procedimientos» que quizás habían servido en otros tiempos, pero que debían reformarse. Decidido a modernizar la pedagogía cubana, reorganizó y redactó programas de estudio, orientaciones metodológicas y textos para ser usados en las escuelas primarias. Dedicó a la educación cubana 35 años de su actividad creadora.
Hasta el día de su muerte, hace hoy exactamente cuarenta años, continuó escribiendo. A propósito de La Edad de Oro de José Martí. Notas sobre literatura infantil (1956), la biografía del Apóstol concebida para jóvenes: Nuestro Martí (1965); y demás textos no menos valiosos como Fiesta (1967) y Leer (1971), fueron otros de sus legados.
En España, en la ciudad que lo vio nacer, Almansa, hay una avenida y un preuniversitario con su nombre. En Cuba, país que lo acogió, sus textos siguen acompañando la formación cultural, moral y humana de las nuevas generaciones.
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Tomado de Cubahora
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