A propósito del 72 aniversario de la muerte de Joaquín Navarro Riera
Entre la mala memoria, el tiempo y el olvido vamos perdiendo personalidades interesantes que en cierto momento alcanzaron relieve dentro de las letras cubanas.
En el caso del santiaguero Joaquín Navarro Riera se trató de un autor que hizo de la preparación autodidacta leitmotiv de su vida. No siguió cursos académicos y, sin embargo, alcanzó a destacarse en el periodismo, colaboró en numerosas publicaciones y fue miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras desde 1912. Su seudónimo, Ducazcal, era bien conocido en la prensa cubana.
La fotografía de Navarro Riera nos revela un rostro elegante, de bigote cuidado y mirada penetrante, prestancia física a la cual se incorporó un hacer periodístico vibrante, de vuelo literario.
Alguien que fue su contemporáneo, José Manuel Carbonell, escribió que «acaso por abulia o por excesivo desinterés, virtud que le mueve a repetir frecuentemente las máximas evangélicas el que se humille será ensalzado y los últimos serán los primeros, no haya logrado mayores y mejores éxitos en su carrera este periodista literato, con visiones de místico y de optimista.»
Otra opinión sobre este autor nos la da Max Henríquez Ureña, y es bastante enaltecedora: «Navarro Riera malgastó en la labor efímera del periodismo su claro talento y sus dotes de escritor, pues de él apenas si quedan algunas páginas volanderas de crítica impresionista.»
Sus inicios en el periodismo tuvieron lugar en las páginas de El Triunfo, también dirigió la revista Prosa y Verso, entre 1894 y 1895, y fue jefe de redacción durante casi dos décadas de El Cubano Libre, editado en Santiago de Cuba bajo la dirección de Mariano Corona Ferrer. Otras publicaciones —los periódicos El Mundo y Diario de La Marina; las revistas El Fígaro, La Habana Elegante y Bohemia— lo contaron entre sus colaboradores.
Como es usual en nuestros homenajes, damos la palabra al autor en este fragmento de su discurso titulado «Artista y patriota», pronunciado el 17 de julio de 1905 en homenaje a Desiderio Fajardo Ortiz, El cautivo:
Ausente de la patria, El cautivo aprendió a quererla más, con todas esas ilusiones de la nostalgia que nos hacen concebir, por una a modo de perspectiva ideal, triste y luminosa a la vez, más bello y deseable el objeto de nuestros amores. También nuestro iluminado Martí, paladín de la libertad, errante por tierras del extranjero, contemplaba la imagen de Cuba hasta en los paisajes de la nieve inclemente y en el cielo de plomo de los crudos inviernos del Norte.
Especializado en la crónica política, la crítica artística, la historia, los asuntos sociales y morales, publicó un solo libro, La vida de un libertador. Luis Rodolfo Miranda, que vio la luz en 1940. Prologó libros de Emilio Bacardí, Mariano Corona, José Calero y otros autores.
Navarro Riera se desempeñó como bibliotecario —entre 1933 y 1948— del Ministerio de Estado, institución para la cual desempeñó también otros cargos como parte del lógico proceso de subsistencia que, a partir de la literatura exclusivamente, no pasaba de ser algo ilusorio.
Ducazcal vivió 78 años. Nació el 28 de junio de 1872 y murió en La Habana el 12 de diciembre de 1950. Aprovechemos la ocasión de este aniversario para recordarlo y de ser posible, desempolvar un tanto su nombre y su seudónimo.
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