En 1957 Cintio Vitier fue invitado por la profesora Vicentina Antuña a impartir un curso de poesía cubana en el Lyceum habanero. Allí, en la sede de Calzada y Ocho, tuvieron lugar aquellos encuentros entre el 9 de octubre y el 13 de diciembre.
Apenas un año después, apareció Lo cubano en la poesía, publicado por la editorial de la Universidad Central de Las Villas, donde Cintio era por entonces profesor de Literatura Francesa. La iniciativa había partido del poeta e investigador Samuel Feijóo, quien lo propuso a Vitier casi a mitad del curso, de modo que, como este ha referido más de una vez, las primeras conferencias redactadas fueron las de la etapa republicana, mientras que las impartidas antes – casi la mitad de ellas- debieron escribirse después, pues las había dictado a partir de unas sencillas notas. La conversión de los apuntes iniciales en lecciones detalladas fue una experiencia mucho más atractiva de lo que podía esperarse, como refiere el autor en el prólogo a la segunda edición:
Cada capítulo se terminaba en dos o tres días de febril trabajo, sin ningún acopio de erudición, sin levantar el lápiz del papel, como resultante acumulada de muchos años de amor a nuestra poesía. Se trataba, en principio, no de hacer su historia ni su crítica, sino de asumirla como una experiencia personal y ofrecerla en medio de la barbarie y las tinieblas como una imagen espiritual de nuestro ser.[…] lo que en realidad me fascinaba era el poema de la poesía cubana.
El volumen apareció hacia septiembre de 1958, en medio de circunstancias harto críticas para el país. No es extraño que las primeras recepciones que motivara oscilaran entre la admiración y la reserva. Ni siquiera José María Chacón y Calvo, en su extenso artículo “Un libro revelador de Cintio Vitier: Lo cubano en la poesía” publicado en cuatro partes, en febrero de 1959, en el Diario de la Marina, pudo aquilatar el valor sustancial de la obra. Mucho menos lo hicieron quienes se acercaron a esta obra poco después, desde las páginas del tabloide Lunes de Revolución. Cegados por la ruptura generacional y en algunos casos por resentimientos particulares, pretendieron condenarla al olvido junto con el resto de la producción de este autor.
No hay que olvidar que la redacción del texto tuvo lugar en un momento crucial de la vida del escritor, del que da fe su poemario Canto llano, publicado en 1956. Vitier vive una conversión religiosa, radical y plena, pero su encuentro con lo sagrado no lo aleja del resto del mundo, no lo enajena, sino que lo conduce a un compromiso participativo con lo que lo rodea, de ahí que su escritura se cargue de sentido ético y responsabilidad cívica que alientan la búsqueda de eso que él llamará poco después, en Escrito y cantado, “el rostro de la Patria”.
No es extraño pues que tal búsqueda emplee como vía privilegiada el estudio de la poesía en Cuba. Cintio parte de experiencias previas: la preparación de Diez poetas cubanos (1944) que es el libro programático del grupo Orígenes y la selección de Cincuenta años de poesía cubana (1952), un balance bastante ecuménico de los frutos que el género pudo ofrecer al cumplir medio siglo la República. En 1956 había dado a conocer en la Revista Cubana el ensayo “Recuento de la poesía lírica en Cuba” que contiene, en repaso apresurado, algunas de las valoraciones, positivas o negativas que desarrollará en el curso citado.
Lo cubano… es el más extenso, hermoso y elocuente de sus ensayos hasta 1959 y uno de los más vitales dentro el conjunto de su escritura. En gran medida, una parte importante de las reservas y las críticas adversas que ha despertado esta obra -descontando las dictadas por animosidades personales o prejuicios de cualquier tipo- proceden de la incomprensión de su naturaleza. Este libro monumental deriva de un curso y sin dudas hay en él una altísima pedagogía, pero no es un texto académico. Por demás, nunca aspiró a ser una historia detallada de la poesía cubana, ni un estudio literario con pretensiones científicas, ni siquiera se erigió como un panorama totalizador de nuestra expresión poética.
Sencillamente es un ensayo que da testimonio de una ruta personal, con sus intuiciones, epifanías, disonancias y tropiezos. Se trata de un discurso esencialmente metapoético, donde se reflexiona sobre la poesía desde el propio interior de ella. A partir de la experiencia poética que nutre su andadura vital, expone una interpretación particular de un conjunto de autores, elegidos, en gran medida no solo por su representatividad, sino por la misteriosa afinidad con sus escrituras, para cartografiar la búsqueda por varios siglos de una identidad nacional. Es un abordaje de la trayectoria poética de Cuba, desde los diarios de navegación de Cristóbal Colón, hasta los poetas que se habían dado a conocer en Orígenes, con la voluntad de descifrar en ellos las ocultas claves de lo cubano. Para Cintio la escritura poética de la Isla guardaba un sentido oculto, un destino, en fin una teleología, que hacía avizorar no solo realizaciones más altas en las letras y sino una verdadera plenitud de lo nacional.
Estoy convencido de que tal enfoque teleológico de la obra no es un tributo a Hegel, como alguno ha podido señalarle, sino a San Agustín, teólogo que el escritor confiesa que iluminó su propia conversión, a partir de un seminario impartido por María Zambrano en la Universidad de La Habana. Y ese enfoque procura reconciliar presente, pasado y futuridad, en una especie de “presente eterno” de la poesía y la trascendencia, donde los autores de todas las generaciones contribuyen a edificar el cuerpo de la Patria, lo que viene a coincidir con aquella visión apocalíptica que Lezama describió en una entrevista: “todas las generaciones cantan en la gloria, y en el valle del esplendor, en el camino de la gloria, reaparecemos con la mejor palabra, con el más bello gesto. Lo que en cada generación fue esplendor oracular y verdad de bailarín, perdura y fructifica.”
Vitier es un crítico-artista como Baudelaire, Martí o Lezama. Comparte con ellos la voluntad metapoética, el papel concedido a la metáfora como medio comunicativo, el empleo de lo intuitivo y lo oscuro, sin sentirse obligado a ofrecer verificaciones, pues no se dirige puramente a la razón del lector, sino a la penetración, a través de lo sensorial, de ciertas zonas de lo irracional. Por eso sus categorías no son necesariamente verificables, sino intentos de ordenamiento de ideas elusivas, balbuceos en busca de adoptar la forma más o menos estable de la poesía.
El volumen tiene páginas verdaderamente memorables: las dedicadas a José María Heredia, el primero de los grandes poetas cubanos; desde luego la Séptima lección, consagrada a José Martí, que es como el núcleo de toda la ensayística posterior de este autor dedicada al Héroe Nacional; así como – no faltaba más- su extensa y aguda exégesis de la poesía de Lezama.
En sentido contrario, como he expresado en otros sitios, considero que sus juicios sobre Plácido y Gertrudis Gómez de Avellaneda no tienen ese alcance, son apresurados y llenos de prevenciones, mientras que la visión de autores contemporáneos como Nicolás Guillén y Virgilio Piñera están marcados por la distancia estética y personal respecto a esas figuras.
Si apenas escogió para la lección dedicada a los autores que conformarían la llamada “generación de los 50”, a Rolando Escardó, Roberto Fernández Retamar o Cleva Solís, con los que sostenía relaciones amistosas, hay que incluirlo entre sus aciertos, porque la posteridad ha hecho demostrable la importancia de sus obras personales dentro de la literatura cubana, pero no podría reclamársele que se ocupara del quehacer de aquellos que lo denostaban desde filas opuestas y rencorosas. Ni fue el único en adoptar estas posiciones, ni ellas invalidan un libro que, aun con zonas frágiles, sigue vivo y actuante en la literatura cubana.
Si determinadas circunstancias políticas y culturales no favorecieron tampoco una recepción adecuada del texto cuando apareció en 1970 la segunda edición del volumen, fue la tercera de ellas, revisada por el autor y convertida en 1998 en el tomo segundo de sus Obras, la que sería recibida con atención y respeto. Esta llevaba como prólogo el ensayo “Lo cubano en la poesía: relectura en los 90” de , redactado cuatro años antes, en el cual, este autor no vinculado generacionalmente a Orígenes, es capaz de situar el libro en su contexto y contemplarlo a la vez como creación desde la poesía, reflexión de carácter social y testimonio patriótico. Contribuyó, en fin, a ubicarlo como un hito en la obra de Cintio y como un texto fecundante para Cuba, dotado además de una indudable carga de futuridad.
La edición conmemorativa que hoy presentamos no solo es el justo homenaje a quien es uno de los grandes escritores cubanos del siglo XX, con motivo de su centenario, sino la oportunidad para que los lectores de estos días descubran un libro que forma parte de la más íntima urdimbre de la cultura insular. Es significativo que en el Pórtico que la precede, Miguel Barnet destaque las secretas afinidades de esta obra con las investigaciones de don Fernando Ortiz, porque como señala el autor de Cimarrón: “Ambas, desde sus ópticas, hurgaron en la arqueología espiritual del cubano, en busca de su esencia, en el rescate de su corporeidad y en la forja de su destino”.
Quiero concluir con unas palabras del poeta Raúl Hernández Novás quien, en su artículo “Cintio Vitier: la mirada poética”, asegura: “Nuestra tradición poética no puede ser estudiada, asimilada, como si este libro no existiera. No se trata solo de una obra de hondo rigor, sin sombra de escolasticismo académico, sino, sobre todo, de un acto de amor hacia nuestra poesía y nuestras esencias nacionales”.
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