El gobierno de Fulgencio Batista, teniendo el dominio de la componenda engendrada a partir de la reorganización de los partidos políticos en 1957, decidió restaurar las garantías constitucionales el 25 de enero de 1958. Esa maniobra política se aplicó formalmente en todo el país, con excepción de la provincia de Oriente, pero en la práctica la misma se ejecutó en medio de la supresión de las libertades públicas y ante las presiones del Departamento de Estado norteamericano. La dictadura confió en que la jugada le saldría bien, creía que de esa manera podía neutralizar al foco guerrillero que se mantenía en la Sierra Maestra y monopolizar los resultados de una consulta electoral amañada. Las elecciones se habían diseñado para demostrarle a las altas instancias de Washington que la alternativa de una apertura democrática burguesa era posible. Por eso Andrés Rivero Agüero en entrevista con la periodista Marta Rojas de Bohemia, a la pregunta de sí el gobierno contaba con algún nuevo plan para sofocar al movimiento guerrillero instalado en la Sierra Maestra, respondió:
Que plan es mejor que el proceso electoral, la normalidad pública, la marcha ascendente de los negocios, la presencia de los consumidores en todos los mercados, la concurrencia del público a todos los sitios y eventos. La Sierra Maestra perecerá por asfixia, la va a asfixiar la indiferencia del pueblo.[i]
El objetivo de satisfacer las exigencias de Washington construyendo un modelo de consulta electoral favorable a los intereses de la dictadura, fue muy tenido en cuenta por la cúpula batistiana. Por esos días el embajador Smith hacía comentarios elogiosos del proyecto de elecciones en marcha de lo que se congratuló el posible sucesor del dictador cuando la periodista de Bohemia le preguntó sobre la trascendencia de las declaraciones de Smith: «La trascendencia que implica que el embajador de un gran país vecino y especialmente amigo, considere que el camino electoral, y no otro, es el correcto para resolver cuantas diferencias existan entre los cubanos. (…). En ese sentido, el embajador Smith ha venido a coincidir plenamente con el Presidente Batista».[ii]
Después de haberse negado continuamente a propiciar una consulta popular transparente en distintos momentos de su mandato, ahora Batista, pretendía demostrar que era posible un arreglo con la oposición. Pero esa oposición que iba a converger con Batista en un mismo proyecto electoral la conformaban los remanentes de los partidos tradicionales, raquíticos y desprestigiados que aún actuaban en la política. Era el principio del fin de los partidos tradicionales en la Cuba neocolonial, la alternativa reformista a la dictadura estaba atrapada en la red de las maniobras del gobierno que le cerraba los espacios. Por eso la variante reformista tuvo que buscar cauce en el proyecto revolucionario, solo los incautos partidos electoralistas podían esperar de las elecciones que convocaba el régimen la solución a la crisis política. La polarización del proceso político cubano conducía a los reformistas a ser atraídos a los dos polos activos: La dictadura y la Revolución. Ahora la Revolución procuraba actuar de cerca de los sectores que en otros momentos habían alentado soluciones negociadas al conflicto interno, por ello en circular del Movimiento 26 de Julio de 29 de enero dirigida a establecer un plan para socavar la maniobra política de la tiranía, se planteaba:
1) Organizar los comités de paro en los colegios profesionales y sectores de comercio e industria, que conjuntamente, con los comités del FON en los centros de trabajo, integrarán en un futuro próximo los comités de Huelga General en todos los municipios y provincias.
(…)
7) Aprovechar la coyuntura del levantamiento de la censura de prensa para realizar labor de agitación pública en estos sentidos: (…)
c) Denuncia del actual proceso electoral, por el Conjunto de Instituciones Cubanas por la falta de garantías.[iii]
La dictadura aparentaba que podía devolver el país a la normalidad para así aislar al movimiento revolucionario pero la maniobra era muy riesgosa a sus intereses: el levantamiento de la censura de prensa y el restablecimiento de las garantías serían aprovechado por las organizaciones revolucionarias para arreciar en sus preparativos por una huelga general que derribase a la tiranía. Pero vale decir que esas medidas del 25 de Enero no le impidieron a los cuerpos represivos de la dictadura continuar una guerra criminal contra todo el pueblo de Cuba, por ello un periodista muy aguzado, Sergio Carbó, describió en términos claros la realidad de esos meses:
Si no hay confianza, si está difunta la fe, si el estruendo permanente de los aviones militares (…) no nos deja dormir, si no se habla más que de mortíferos combates, de desaparecidos o de gentes que aparecen ahorcados, de cañaverales ardiendo (…), de alijos de armas encontrados por doquier, de bombas, de atentados. ¿Cómo ir a un torneo de convicciones decisivas en este ciclón de venganza y de muerte?[iv]
El análisis de Carbó, un defensor honesto de alternativas reformistas, estaba dirigido a establecer una salida negociada amplia:
Es tiempo aún para establecer la paz. Pero la paz, ahora, no son las elecciones. Urge que los que puedan dar el paso al frente —los gobernantes, claro— ofrezcan a la nacionalidad integra, sin más diálogos inútiles, con líderes y lidercillos, un planteamiento generoso y rectificador aceptable para los descontentos, porque para todos se gobierna, no para un grupo de favoritos.[v]
Por supuesto, el llamado de Carbó no encontró eco en las esferas del gobierno. Ni el cese de la represión y mucho menos una consulta popular amplia estaban en la agenda de los máximos personeros de la dictadura, la maniobra quedaría al desnudo. Sin embargo, su parecer fue considerado por las Instituciones Cívicas por esos meses. Una alternativa reformista constructiva tendría que plantearse la problemática cubana concediendo un espacio importante a las organizaciones revolucionarias para poder lograr consenso dentro de la sociedad cubana. Pero Batista no podría admitir una solución bajo esos supuestos pues el régimen de facto sólo se mantenía a base de la fuerza, la menor consulta abierta a las masas populares lo pondría en desventaja.
Por otro lado los partidos electoralistas entraron sin muchos miramientos en el circo convocado por Batista. Unos como Grau, pretendían capitalizar las críticas del pueblo a la dictadura y otros, como Márquez Sterling, le hacían el juego al gobierno pretendiendo neutralizar al movimiento guerrillero. Según el ex presidente auténtico la situación cubana debía de acomodarse a lo siguiente:
El régimen anuncia el cese de la censura de prensa y el restablecimiento de las garantías constitucionales. ¡Es una burla decir que se han restablecido las garantías! ¿Cuándo ha habido garantías después del madrugonazo traidor? (…) Se ha caído en un profundo desprecio por la dignidad ciudadana. Este es un pueblo triste que padece una incurable enfermedad. Hay que extirparla de raíz. La cirugía se la haremos el día primero de junio en las urnas.[vi]
Por su parte el biógrafo de Estrada Palma, como solía llamar la prensa de la época a Márquez Sterling, pretendía que los revolucionarios alzados en armas depusieran su actitud:
Llamamos al Movimiento 26 de Julio, el que debe hacer un alto en sus intentos insurreccionales, porque la persistencia de esos empeños puede perjudicar grandemente la movilización cívica del pueblo y ofrecerle al régimen el pretexto de la conservación del orden público para imponer al socaire de una situación provocada, a su candidato, que carece virtualmente de todo apoyo popular.[vii]
¿Es que acaso no debió considerar Márquez Sterling que la revolución era una respuesta al régimen ilegítimo de Batista al menos? Por supuesto que también la Revolución era una respuesta a los males de la República, no es difícil reconocer que a Márquez Sterling le asustaba más la perspectiva de una revolución que cuestionarse los fundamentos del orden neocolonial que un mero rejuego electoral más o menos. La movilización cívica del pueblo había sido cancelada por la dictadura el 10 de marzo de 1952 y no daba lugar imputarle al movimiento revolucionario que se encontraba perjudicándola. Más bien lo que temía el biógrafo de Estrada Palma era que la movilización popular tomase caracteres radicales en apoyo a la acción de las organizaciones revolucionarias. Pero la respuesta de los revolucionarios no se hizo esperar y en el propio acto donde emitió estos criterios, en los salones de la Artística Gallega, un grupo de jóvenes irrumpió a los gritos de: «¡Viva el 26 de Julio! ¡Fuera los politiqueros! ¡Abajo Batista!». El mitin se suspendió, hubo un revuelo de sillas rotas.
Aunque la coyuntura histórica de abierta polarización del conflicto cubano no daba margen para imponer una alternativa reformista conservadora como la que defendía Márquez Sterling, este confiaba en que Batista tenía que adoptar una posición imparcial respecto al resultado de la consulta electoral. El líder del PPL entendía que Batista no podía continuar sosteniendo la guerra y que apostar al fraude significaba agravar el conflicto interno. Por tanto, aunque la propia selección de los candidatos formaba parte de un proceso viciado desde sus orígenes y que no incorporaba a amplios sectores de la opinión pública nacional, Márquez Sterling consideraba que eran los opositores electoralistas los únicos que estaban en capacidad de tender un puente entre la dictadura y la Revolución. En entrevista a Bohemia declaró:
Los insurreccionales no pueden ver en el civilismo un enemigo de la idea de la revolución. En todas las épocas de Cuba corrieron parejas ambas ideas y cuando se unieron triunfaron. (…) Perturbar el proceso político sería perturbar las soluciones. Si la urna funciona nadie salva al candidato gubernamental y de ello debieran darse cuenta todos los sectores de la oposición y de la revolución. Nada favorecería más a la insurrección que unas elecciones fraudulentas. La llenaría de razones. Y nadie podría negarle luego el concurso a una revolución democrática.[viii]
En cuanto al dilema de ese momento histórico en torno a lo que debería ser primero si la paz o las elecciones, Márquez Sterling planteó su tesis: «No podemos encerrarnos en el círculo vicioso de esperara a la normalidad para celebrar elecciones. Por el contrario, hay que celebrar elecciones para alcanzar la normalidad».[ix]
Claro que de esta manera los privilegiados que podían acceder al poder, si Batista lo entendía, eran tan solo los que participaban en la contienda electoral. ¿Qué normalidad se podría establecer sobre tales bases? Por otro lado la coyuntura histórica tenía ya sus protagonistas sociales, la disputa estaba centrada entre la dictadura y la revolución envueltas en un duelo a muerte. ¿Podía ser previsible que una tercera alternativa lograse una transformación de las realidades nacionales? ¿Cuáles podrían ser sus recursos para imponer un camino nuevo? A nuestro parecer pocas eran sus posibilidades de éxito. Dadas las condiciones existentes cualquier fuerza que pretendiera actuar en el escenario político terminaba apoyando, directa o indirectamente, a las fuerzas que habían polarizado el conflicto cubano: la Dictadura y la Revolución. Pero por encima de ello, aquellos que pretendían defender los fundamentos de la República neocolonial ante un presumible estado de caos social no podían implementar nuevas soluciones sin atender al combate que se había entronizado entre el régimen del 10 de marzo y las organizaciones revolucionarias emergentes. Estaban atrapados en un laberinto sin salida donde corrían peligro, entre otros, los intereses norteamericanos. Por esa razón Márquez Sterling advirtió:
No hay que olvidar que los Estados Unidos tienen grandes intereses en Cuba; que esos intereses necesitan, además, ser protegidos por el pueblo y por todos aquellos que aspiren a tomar parte destacada en la gobernación del país. (…) En los últimos meses, al anunciarse la zafra, ciertos sectores han atacado las riquezas del país, creyendo con ello dañar al gobierno. Equivocados han comparado la época de España con la actual. El caso es totalmente distinto.[x]
Pensamos que la única posibilidad que tenía una alternativa reformista para imponerse era mediante una situación en que las dos fuerzas en disputa frontal, el gobierno y las organizaciones revolucionarias, no tuviesen empuje suficiente para dominar una sobre otra. Tendría que producirse una guerra de desgaste a largo plazo que condujera a los dos sectores hegemónicos a una transacción política apoyados por una tercera fuerza. Solo cuando ambos bandos, dictadura y Revolución, llegasen a manifestar su impotencia para dominar al otro se hubiese podido crear una situación que fuese favorable a otra propuesta política alternativa. Pero la situación de la Cuba de fines de los años 50 no era esa: el volcán de la Revolución se propagaba con fuerza exorbitante actuando desde muchos frentes (el llano, la Sierra, la emigración) y en diversas clases sociales desde los sectores burgueses hasta el proletariado y campesinado cubanos. Además la Revolución supo con astucia sortear los obstáculos que podían detener su fuerza arrolladora ganándose la opinión pública nacional e internacional. Y más importante aún, captando para sus propósitos el apoyo indirecto de la alternativa reformista que fue objeto de la represión de la dictadura.
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Ver también: «Estancamiento del proceso negociador y reinicio de la lucha armada».
[i] Sección «En Cuba». En: Bohemia, 2 de Febrero de 1958, página 36 del suplemento, p. sup. 45.
[ii] Ídem.
[iii] José M. Cuesta Braniella: La resistencia cívica en la guerra de liberación de Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1997,pp. 216-217.
[iv] Sección «En Cuba». En: Bohemia, 9 de Febrero de 1958, página 8 del suplemento.
[v] Ídem.
[vi] Sección «En Cuba». En: Bohemia, 2 de Febrero de 1958, página 42 del suplemento.
[vii] Sección «En Cuba». En: Bohemia, 9 de Febrero de 1958, página 9 del suplemento.
[viii] Ibídem,, p. 115.
[ix] Ibídem,, p. 36.
[x] 10) Ibídem,, p. 38
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