Estas palabras del Maestro pudieran resumir el sentido y el valor que se desprenden del libro Yo vi la música. Vida y obra de Harold Gramatges, materializada en ese formato lleno de nobleza que nos enseñaron a reconocer como “un libro”, la dimensión y el alcance de la entrega que esta compilación de memorias y reflexiones encierra en sus páginas, reclaman de quien se acerque a ellas un voto de confianza total, semejante al que –para nuestra suerte– decidió poner el músico en su interlocutor.
Y digo para nuestra suerte porque pienso que valdría la pena, más allá del Premio Biografía y Memorias 2008 que concediera un prestigioso jurado a Heriberto Feraudy Espino, autor de este volumen publicado por la Editorial Ciencias Sociales y puesto a disposición de todos a partir de la Feria Internacional de Libro del presente año 2010, insistir en el reconocimiento que merece una virtud que –a mi juicio– salta a la vista, en el transcurso de la lectura, por encima de cualquier otra consideración: el respeto al habla del testimoniante así como a la integridad de su discurso que, al no verse agredido por fragmentaciones arbitrarias en el proceso de edición, consigue operar como un invaluable surtidor de riqueza para el espíritu.
Cada tema queda configurado como si se tratara de una verdadera clase magistral (sólo que, al concluir la sesión, maestro y alumno no se marchan cada uno por su cuenta sino que quedan unidos para siempre por la deslumbrante sensación de haberse aproximado a alguna verdad).
A primera vista –igual que se dice en música–, pensar que un volumen de unas 200 páginas pueda corresponder al enunciado que se advierte en la cubierta: vida y obra de un hombre inmenso en ambos sentidos, es decir, como persona viviente y como creador, puede parecer una quimera. Gracias a la generosidad y el justo respeto del compilador, el ser humano, el músico en todas las dimensiones que abarcara su desempeño en esa inefable forma de las artes tan preciada para Martí; el protagonista, el espectador de sucesos significativos de la vida nacional y de la historia toda del siglo XX; el pensador y el patriota, consigue hacer entrega, para el resto de los mortales, de aquellas iluminaciones que su ingenio y su nobleza le dictaron y que tantas veces y a tantos de quienes recibimos sus enseñanzas y hasta lloramos en su hombro, consiguió trasmitirnos con ese hablar pausado y dulce, con esa gestualidad única e inolvidable que parecían inventados en el momento, para la ocasión y –exclusivamente– para cada uno de nosotros.
Harold Gramatges no quiso marcharse sin abrir de par en par el cofre maravilloso que fue su existencia sobre este mundo, sin señalarnos la ruta hacia el mejoramiento espiritual y la sabiduría. Poniendo cuidado en cada frase, en cada palabra orientada hacia la finalidad de definir, de expresar (uno de los recursos que –a su vez– toma de su maestro José Ardévol, justamente reconocido y valorado en estas páginas por quien fuera en otro tiempo su discípulo) va lanzando, una a una, las experiencias que le tocó vivir en todos los planos que atañen al ser humano nacido en un momento de la historia, en un lugar del mundo y conectado con la historia toda de la humanidad.
Quien quiera tomarle el pulso a lo que es, en realidad, la experiencia creadora –arte y oficio–-; quien necesite adentrarse en la profundidad de categorías como el tiempo y el espacio así como desentrañar la naturaleza y las implicaciones del silencio –razón de ser de todo lo que pueda hacerse música– acérquese en paz a este manual de vida y arte nacido –como dice el Maestro– más que de regreso de todas las búsquedas, «de regreso de todos los encuentros».
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Tomado de Cubadebate
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