La literatura de viajes es todavía una zona poco abordada por los estudios literarios cubanos. A pesar de que nuestro siglo XIX fue el momento fundacional de esta escritura hecha por cubanos. La condesa de Merlin, Gertrudis Gómez de Avellaneda y Aurelia Castillo dieron inicio a esta modalidad de describir sus experiencias y vivencias en su andar por la isla u otros lugares. La Merlin publicó un libro sobre su estancia en Cuba mientras que la Avellaneda y Aurelia Castillo daban forma a través del viaje no solo a un periodismo que adelantaba al modernismo, sino también a textos de una sensibilidad intimistas únicos en la literatura Iberoamericana. Todo esto sin contar, por supuesto, los libros de aquellos viajeros que visitaron la isla y que aportaron miradas diversas ante una realidad tan compleja e interesante como la nuestra.
El siglo XX es prácticamente una zona de silencio en relación con las indagaciones acerca de esta vertiente de creación. La publicación, en cada uno de sus momentos, de los textos de Ofelia Rodríguez Acosta, Teté Casuso, Luis Gómez Wangüermert, Enrique Serpa, Calixta Guiteras Holmes y, por supuesto, Dulce María Loynaz entre otros hace más imperdonable el que se no se le haya dedicado la debida atención al tema del viaje en nuestra literatura. La primera en trabajar el tema del viaje en Cuba fue Nara Araújo. Su antología Viajeras del Caribe es hoy una rareza bibliográfica. Pero, con todo el respeto que merece una figura como la Araújo, hizo una clasificación acerca de lo que debía o no ser considerado un libro de viajes y eso lastró su propio acercamiento.
Por eso es de agradecer que la editorial El mar y la montaña de Guantánamo haya publicado un nuevo libro de Regino E. Boti en el que se compilan los apuntes y crónicas que este escribiese acerca de algunos de sus viajes a Estados Unidos. Bajo el título de Harvardianas se incluye, además, el ensayo que Boti diera a conocer por vez primera en la revista Bohemia en octubre de 1949 dedicado al gran poeta norteamericano Edgar Allan Poe. Es de destacar que, desde aquella lejana fecha, ese ensayo que es uno de los más importantes realizados en habla hispana sobre el autor de «El cuervo», no había vuelto a los lectores cubanos.
Harvardiarnas fue el título que Boti dio a las crónicas que enviaba desde Estados Unidos y que fueron publicadas, una a una, en el periódico guantanamero El Managüí. Tal y como advierte su nieto Regino Rodríguez Boti, compilador de este libro, este es un pasaje apenas conocido e investigado por la historiografía cubana. Se trata de la Escuela de Verano para maestros cubanos que organizó el gobierno interventor norteamericano a fin de modernizar la enseñanza en Cuba. Asistieron cerca de 1273 maestros que iban a recibir conferencias, visitar lugares históricos y completar una preparación que urgía para la construcción de una auténtica modernidad insular. Coincidió con esta escuela la confección definitiva del Plan Varona, el más importante modelo educacional que se había realizado en América hasta el momento y que mantuvo su vigencia por algunos años más. La comparación entre los dos pueblos, el norteamericano y el cubano, lo lleva a decir: «¡Cuándo tendrá mi patria libre un monumento que hable, con el mudo lenguaje de la piedra, del 10 de Octubre, del 24 de febrero, de Dos Ríos, de Punta Brava!».
[1] El autor relata todo lo que descubre no solo en el mundo universitario en que se mueve, sino también los elementos citadinos que encuentra y compara con los de su isla. Costumbres, modos de vestir y comportarse, entre otros muchos aspectos, son juzgados con la precisión de un joven de veinte años que está dispuesto, como Quijote, a defender lo suyo que no es otra cosa que su patria.
El resto de las crónicas del libro ya corresponden a una etapa de madurez de Boti. Atrás ha quedado la primera juventud y su sentido del viaje tiene otro carácter. El poeta no escribe ahora sus impresiones para ser publicadas, sino que llevó un diario donde recogía paso a paso todo su bregar por las diferentes ciudades que visitó con sus hijas. En estos otros «saltos» a Estados Unidos lo que se produce es una búsqueda, una necesidad de encontrarse con una cultura que conoce y necesita consolidar. Ya no descubre a un pueblo y su cultura como en se primera experiencia, sino que lo encuentra y lo explica a través de sus manifestaciones más diversas.
Así, en esos diferentes viajes, cuyos testimonios quedaron recogidos en minuciosos diarios, el lector conoce de los estrenos cinematográficos de la época, de los actores del momento, de lugares de comida rápida y de zonas urbanas que nada tienen que ver con la opulencia y la riqueza. El autor de esas líneas trazó su propia geografía a partir de sus intereses más diversos. Emergen las más increíbles librerías, casi escondidas, donde es posible encontrar libros de Manuel de la Cruz o de cualquier otro escritor cubano del siglo xix y otras joyas literarias como:
Lo demás es de Darío o sobre Darío: El ruiseñor azul, el Homenaje de la Universidad de Chile, sus Obras completas, editadas por Aguilar; Lo morboso de Rubén Darío, de Diego Carbonell. También las Obras completas de Jaime Freyre, que perseguí porque tienen el volumen Las leyes de la versificación castellana, de las que conozco algo, por referencias, desde su publicación en 1913 […]. [2]
Regino E. Boti dejó constancia de sus visitas a bibliotecas, de los libros y datos que buscaba tanto como lo referente a las comidas que consumió en muchos de aquellos pequeños hoteles. Los museos de arte constituyeron para él un reencuentro con toda la cultura ya conocida a partir de sus lecturas. Este es ahora un viajero que ha adquirido una nueva mirada del entorno. Atrás quedó el joven inmaduro, pero cubanísimo, que miró con cierta ingenuidad aquel mundo norteamericano. Los nuevos saltos a Estados Unidos son el recorrido de un hombre ya maduro, culto que indaga sobre la cultura desde una perspectiva universal.
[1] Regino E. Boti: Harvardianas. Ed. El mar y la montaña, Guantánamo, 2018, p. 29.
[2] Ibídem, p. 57.
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