La escritora, conferencista, activista política y humanista estadounidense Helen Adams Keller nació en Tuscumbia, Alabama, el 27 de junio de 1880. Como consecuencia de una grave enfermedad que sufrió a la edad de 19 meses, perdió la vista, el oído y el habla. Su incapacidad para comunicarse hizo que la conducta de la niña Helen se volviera prácticamente incontrolable; como escribiría años después en su autobiografía, se sentía prisionera dentro de sí, y eso le causaba desesperación.
Mientras tanto, aumentaba el deseo de expresarme a mí misma. Los pocos signos que podía emplear se hacían cada vez menos y menos adecuados, y mis fracasos al tratar de hacerme entender eran seguidos invariablemente por arrebatos de pasión. Sentía como si manos invisibles me sujetaran, y hacía esfuerzos frenéticos para liberarme.[1]
Sus padres buscaron la ayuda de varios especialistas, quienes les remitieron al Instituto Perkins para Ciegos, en Boston; poco antes de que Helen cumpliera siete años, dicho instituto les envió a la joven maestra Anne Sullivan.
Sullivan había crecido en un asilo para niños pobres. Aquejada por una enfermedad de la vista, logró que le permitieran matricularse en el Instituto Perkins para Ciegos. Allí su visión mejoró tras varias operaciones; fue una estudiante ejemplar y se graduó con honores. Para ayudar a los niños ciegos, Anne aprendió el alfabeto manual que luego emplearía en la educación de su alumna Helen Keller.
Procurando que Helen pudiera entender su entorno, Sullivan hacía que tocara las cosas y luego las describía en las manos de la niña, letra a letra, mediante el lenguaje de señas para ciegos que había aprendido en el Instituto Perkins.
La mañana siguiente al día de la llegada de mi maestra, ella me llevó a su habitación y me dio una muñeca. (…) Después de que jugué un rato con esta, la señorita Sullivan formó lentamente en mi mano la palabra «m-u-ñ-e-c-a». De inmediato me sentí interesada en aquel juego con los dedos y traté de imitarlo. Cuando por fin tuve éxito al formar las letras correctamente, me sentí llena de alegría y orgullo infantil. Corrí escaleras abajo hasta donde estaba mi madre, levanté mi mano y formé las letras de la palabra muñeca. Yo no sabía que estaba deletreando una palabra, ni siquiera que existían las palabras; simplemente movía los dedos en una imitación similar a la de los monos. En los días que siguieron aprendí a deletrear de aquella forma enigmática una gran cantidad de palabras, entre ellas «alfiler», «sombrero», «taza» y unos pocos verbos como «sentarse», «pararse» y «caminar». Pero antes de que yo entendiera que todo tiene un nombre, ya mi maestra había estado junto a mí varias semanas.
(…)
Caminábamos bajando por el sendero hacia la caseta del pozo, atraídas por la fragancia de la madreselva que la cubría. Alguien estaba bombeando agua, y mi maestra puso mi mano bajo el chorro. Mientras el chorro fresco caía sobre esa mano, en la otra mi maestra iba formando la palabra «agua», primero despacio, después rápidamente. Me quedé quieta, con toda mi atención fija en los movimientos de sus dedos. De pronto sentí una conciencia brumosa, como de algo olvidado —la emoción de un pensamiento que retornaba—; y de algún modo, el misterio del lenguaje me fue revelado. Supe que «a-g-u-a» significaba la maravillosa frescura de ese algo que fluía sobre mi mano. Aquella palabra viva despertó mi alma, le dio luz, esperanza, alegría, ¡la liberó! Aún existían barreras, pero eran barreras que podían ser derribadas con el tiempo.
Salí de la caseta ansiosa por aprender. Todo tenía un nombre, y cada nombre hacía nacer un nuevo pensamiento. Cuando retornamos a la casa, cada objeto que yo tocaba parecía estremecerse con la vida. Esto ocurría porque yo veía todas las cosas con la extraña, nueva visión que había llegado hasta mí.[2]
A los pocos meses de comenzar su aprendizaje con Sullivan, el vocabulario de Keller incluía cientos de palabras y oraciones simples. En solo tres años, Helen aprendió el alfabeto manual —lenguaje de señas— y el alfabeto Braille. Para que Helen pudiera escribir, Sullivan usó un tablero acanalado de modo que con un lápiz se podían formar letras.
Ahora yo tenía la clave de todo lenguaje, y estaba ansiosa por aprender a usarla. Los niños que oyen adquieren el lenguaje sin ningún esfuerzo particular (…), mientras que el niño sordo tiene que captar las palabras en un proceso lento y muchas veces doloroso. Pero cualquiera que sea el proceso, el resultado es espléndido. Gradualmente, partiendo de nombrar un objeto, avanzamos paso a paso hasta que hemos atravesado la vasta distancia entre nuestras primeras sílabas titubeantes y la hondura del pensamiento en un verso de Shakespeare.
Al principio, cuando mi maestra me hablaba de una cosa nueva, yo hacía pocas preguntas. Mis ideas eran vagas, e inadecuado mi vocabulario; pero cuando aumentó mi conocimiento de las cosas, y aprendí más y más palabras, se amplió mi campo de interrogaciones, y quería volver una y otra vez sobre el mismo asunto, ávida de obtener más información. A veces una nueva palabra revivía una imagen que alguna experiencia anterior había grabado en mi cerebro.[3]
Tras dominar el lenguaje de señas y la lectura en braille, Keller se propuso aprender a hablar. Sullivan la llevó a la escuela para sordos Horace Mann en Boston, donde la directora, Sarah Fuller, le dio a Helen once lecciones que después serían ampliadas y profundizadas por Anne, hasta que Helen aprendió a hablar.
En mayo de 1888, acompañada por Anne Sullivan, Keller comenzó a asistir al Instituto Perkins para Ciegos. Luego matriculó en la Escuela de Señoritas de Cambridge, y en 1900 pasó al Radcliffe College de la Universidad de Harvard.
A los 22 años Helen Keller publicó su autobiografía, La historia de mi vida (1903), con ayuda de Sullivan y de quien sería después el esposo de esta, John Macy. Posteriormente publicaría varios libros más. En 1904, a los 24 años, Keller se graduó en Radcliffe; fue la primera persona sordociega que alcanzó el grado de Bachelor of Arts en los Estados Unidos.
Anne Sullivan continuó acompañando a Helen Keller durante toda su vida. Cuando la salud de Sullivan comenzó a deteriorarse, hacia 1914, la joven Polly Thomson comenzó a trabajar para Keller, de quien fue secretaria y acompañante permanente.
La importancia de Anne Sullivan (1866-1936) en la vida de Keller fue muchas veces señalada por su agradecida alumna, quien escribió sobre ella y sus métodos de enseñanza:
Este proceso continuó durante varios años; porque el niño sordo no aprende en un mes, ni siquiera en dos o tres años, los innumerables modismos y expresiones usadas en el intercambio cotidiano más simple. El niño que oye los aprende mediante la constante repetición e imitación. La conversación que escucha en casa estimula su mente y sugiere ideas, y suscita la expresión espontánea de sus propios pensamientos. Este natural intercambio de ideas le está negado al niño sordo. Mi maestra, dándose cuenta de eso, decidió suplir los estímulos de los que yo carecía. Lo hizo repitiéndome, tanto como fuera posible, lo que ella oía, y mostrándome cómo podía yo tomar parte en la conversación. Pero pasó largo tiempo antes de que me atreviera a tomar la iniciativa, y mucho más antes de que encontrara algo apropiado qué decir en el momento oportuno.[4]
La inteligencia de mi maestra, su viva simpatía, el cariñoso tacto de su trato, hicieron bellos los primeros años de mi educación. Ella escogía el momento justo para impartir el conocimiento, por eso lograba que este fuera tan agradable y aceptable para mí. (…) Cualquier maestro puede llevar a un niño al aula, pero no todo maestro es capaz de hacer que el niño aprenda.[5]
Desde 1924 hasta 1968, Keller trabajó con la Fundación Americana para los Ciegos (American Foundation for the Blind, AFB). Durante ese tiempo recorrió los Estados Unidos y viajó a más de 40 países; visitó Japón varias veces y se ganó las simpatías del pueblo japonés. Keller sostuvo relaciones amistosas con muchas celebridades, incluidos Alexander Graham Bell, Charles Chaplin y Mark Twain, quien la admiraba mucho.
En opinión de Keller, los pobres eran «aplastados por la opresión industrial», y abogaba por que los niños nacidos en familias pobres tuvieran las mismas oportunidades que ella había tenido. «En parte, debo mi éxito a las ventajas de mi nacimiento y desarrollo. He aprendido que la posibilidad de superarse no está al alcance de todos», expresaba. En 1909 se afilió al Partido Socialista, y de 1909 a 1921 hizo campaña activa a favor de la clase trabajadora. Fue cofundadora de la Unión Americana por las Libertades Civiles (ACLU, por sus iniciales en inglés). En discursos y escritos abogó por el derecho de las mujeres al voto, y se pronunció contra los efectos de la guerra y las intervenciones militares. Fue nominada al Premio Nobel de la Paz en 1953.
Keller dedicó la última etapa de su vida a recaudar fondos para la American Foundation for the Blind. Murió pocas semanas antes de su cumpleaños 88, mientras dormía en su casa de Arcan Ridge (Easton, Connecticut), el 1ro. de junio de 1968, hace 55 años. Sus cenizas fueron depositadas en la Catedral Nacional de Washington, junto a las de sus acompañantes de toda la vida, Anne Sullivan y Polly Thomson.
La vida de Keller fue llevada al cine por primera vez en el filme silente Deliverance (1919), y luego en el documental Helen Keller in Her Story, ganador del Oscar en 1954 y narrado por una amiga suya, la importante actriz teatral Katharine Cornell.
The Miracle Worker, título que alude al calificativo con que Mark Twain definía a Anne Sullivan —«hacedora de milagros»—, es un ciclo de obras dramáticas basadas en la autobiografía de Keller, La historia de mi vida. En dichas obras se describe la relación entre Keller y Sullivan, y cómo la maestra supo conducir a su alumna desde la oscuridad de la incomunicación hasta la celebridad intelectual. La primera de estas obras fue un teleplay de William Gibson, que él mismo adaptó al teatro en 1959, convirtiéndolo después en guion de la película dirigida por Arthur Penn en 1962, y protagonizada por Anne Bancroft y Patty Duke, con remakes para la televisión en 1979 y 2000.
Helen Keller es considerada un ejemplo cimero de superación y fortaleza de espíritu. Su autobiografía ha sido traducida a más de 50 idiomas, y está disponible —en inglés— en el sitio de la American Foundation for the Blind, AFB.[6]
[1] Keller, Helen. La historia de mi vida. Capítulo 3.
[2] Keller,Helen. La historia de mi vida. Capítulo 4.
[3] Ídem.
[4] Ibídem. Capítulo 6.
[5] Ibídem. Capítulo 7.
[6] De esa edición fueron tomados los fragmentos que la autora tradujo e introdujo en este artículo.
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