La poesía suele arriesgar su necesidad de expresión en el lenguaje, ciertas voces tienden a ir, en él, hacia los límites y desde allí reconstruir el origen en lo que está debajo, la raíz de la palabra. Es el caso de Herbolario íntimo (Editorial Cubaliteraria 2023), de Aleyda Quevedo Rojas. La vocación de libertad, su búsqueda de la existencia más allá de lo cotidiano, la conexión entre los símbolos y el tejido de las líneas en el campo blanco, todo se une para sobrepasar las proyecciones de un cosmos que siendo lo presentido no llega a ser nunca lo esperado y sí la sorpresa. Esa sentencia prefijada por José Lezama Lima, ese nunca llegar al resultado de la suma y, en cambio, cargar los enigmas de cada número, llevan a un impulso que ya en la parábola alcanza el éxtasis, la plenitud del ser que se levanta frondoso y se erige desde una fuerza voraz. Halla esta poesía un viso intertextual que no se evidencia con facilidad. Lo complejo es de tal pericia que se convierte en un secreto. En las tres partes que se usan como planos compositivos hay una evocación de lecturas bien pasadas por el tamiz, una organicidad que teje una fábula interior que no se delata, pero se divisa a lo lejos, en el eco de lo vital.
Pasar la naturaleza a través de un espíritu, usar los códigos de la realidad y elevarlos con astucia, con el deseo de ser a través de un color distinto, un color propio, ese es otro acierto. La escritura, la memoria, los árboles, las hojas, el ayuno y el tilo con el que se calma esa sed inagotable que avanza hacia un espíritu que es como el viento de la palabra sobre el cabello de los días, sobre el cabello de las noches. La voz de estos poemas es suma y explosión de sus esquirlas; a veces sube la cresta de lo que sueña y luego busca sosiego caminando sobre la incertidumbre de un paisaje. La imagen de un cuerpo cubierto por brotes verdes se acomoda en las páginas del herbolario para testificar que se trata de una madeja inmensa, donde las hojas crecen. Hoja y hoja, dígase. La hoja de esa naturaleza a la que se mira con devoción y la hoja que es oscura cuando la poesía se presupone y con la de la flor mojada y flagrante se abre para mostrar lo que se ha buscado.
Pocas veces se sugiere la lectura de un índice para el anuncio de la llegada de la epifanía; pero esta vez vale, con mucho, poner sobre aviso a quien ha de acercarse a la maleza. La mirada vuelve en las palabras. Cada hoja, hierba, cada madero vivo que va hacia el cielo por donde también cruzan las palomas que vienen del cementerio marino de Paul Valéry, permiten intuir que finalmente el ser humano es el pájaro que se posa sobre el sauce llorón y es la insistencia de la poesía, su veracidad más allá de lo visible.
Herbolario íntimo es un conjunto escrito con sinceridad y pericia, lo cal hace más visible esa concepción performativa del texto. Su tejido tiene los matices de su tiempo, no solo por las resonancias, vivas, hermosas; sino, además, porque su sendero es ida y vuelta; sus asociaciones, ese cosmos interno, se abre de un modo singular. Cuando el lector se adhiere a todos los componentes de su complejo discurso, advierte que cada uno es fuente y agua. Si se toma, por solo citar uno de los elementos, el uso orgánico de los paratextos, salen (también en parábolas) las ideas que parecieran estar allí desde siempre y solo mediante una ardua operación de la memoria y la razón denuncian el nacimiento de lo que en otro espacio fue otra vida. Se trata de un sistema de referencias que es motivo y explosión, virtud del salto en la otra línea, la que sube y baja en el ancho espacio de techo azul o intenta reconciliar las piedras y las personas, para afirmarlo como ella predispone a través de Williams Carlos Williams. Es posible empujar, empujar hasta los límites del lenguaje, asegura el sujeto que dialoga con los personajes que se levantan, a través de los cuales se entretejen fábulas. ¿Qué hay de resonancias?, preguntaría un maestro, un sabio. Y habría que decir es este un cordero digerido. El lector está ante un dilema, el de la indagación, el de la entrada en un campo que hay que iluminar mediante una multiplicidad de miradas y voces.
Al tratarse de un sujeto cuidadosamente elaborado en el lenguaje se está también ante otro sentido de la belleza. No hay versos edulcorados, no hay una articulación falsa. No hay ansiedad de perfección. Nunca Aleyda Quevedo Rojas, como autora, entra a jugar el rol de jueza. Se ha dejado llevar por tres elementos básicos. Ha creado un entramado que nace de la mirada humana con la que ha vivido y soñado: Le ha permitido a las voces y a la naturaleza expresarse desde sus códigos. Vierte y salva su herencia como ser humano, como ser de un tiempo que también será la historia, como también vierte y así salva su pasado literario, sus lecturas, sus admiraciones. Y finalmente deja una verdad en el aire, en pleno vuelo. Crear es también deconstruir; crear su universo es un modo de horadar su propia piedra e ir al corazón central de la palabra y en Herbolario íntimo, sucede; se va tan lejos que no podemos ver otro mundo que el que se nos muestra, el que es la realidad y el caleidoscopio de mediaciones que en la palabra se han buscado y en ella han hallado el candor de un vuelo justo, pleno desde los primeros surcos, cuando comienza a delatar a esos personajes que migran de poeta en poeta y en ellos dejan parabienes, corderos digeridos. La palabra, si es cierta, va sobre las cuatro estaciones y en ellas hay pautas que se infiltran como hilos en el tamiz. En una de esas tantas y disímiles estaciones ha subido a su coche la poeta y su libro Herbolario íntimo traza el acierto. Sucede que hay un ser que se han sentado a la orilla de otros y les ha convocado a mirar el universo en el cual busca sus piedras y, como inocente que mira lo que se trasluce en el fondo del agua, va colocando lo posible. Imagina que aún es bello el ser que empuja, empuja hasta los límites del lenguaje y sabe jalonar las flores del mal, trinar versos negros como pistilos y ovarios de la sintaxis, procrear en el centro de esa hostil flor que es el poema. Este es un cuaderno arrancado de la piel, llevado y traído en las peripecias del oficio, una y otra vez se entreve el trabajo, la estructura vigilada, la pureza de la imagen, el fulgor de las asociaciones, su sugestiva meditación, el favor de los maestros, su diálogo perenne. Cada verso, cada poema, vive el infinito sabor de lo hallado. La palabra está en el límite del delirio, siempre a punto de traspasar sobre las formas de ser la flor o ser más, ser el amor de una combinación de hilos diversos, urdidos en el corazón de la luz. Ir sobre su curso es tocar la punta de un sueño y en él mismo estar de vuelta. Como lector merece el saludo: hierbas, quienes te miran y pisan tu verdor, saludan el milagro de ver lo sagrado.
Visitas: 36
Deja un comentario