
Uno de los autores favoritos de los adolescentes cubanos muchos, muchos años atrás, era Herminio Almendros, quien, curiosamente no era un autor nacional, sino español.
Almendros poseía una cultura colosal, era amante y defensor del idioma, y escribía con claridad meridiana, para llegar a los lectores jóvenes. En verdad, debe recordársele por lo que nunca dejó de ser: un maestro.
Hablar de literatura para niños y jóvenes en Cuba se hace difícil —amén de imperdonablemente injusto— sin destacar la figura de Herminio Almendros, el autor que con sus relatos nutrió de ensueños la imaginación de más de una generación.
A él deben los pequeños hurgadores de bibliotecas textos como Lecturas Ejemplares (Aventuras, realidades y fantasías); Oros Viejos, texto pleno de leyendas; su biografía de José Martí, o mejor dicho, Nuestro Martí, acercamiento lírico y humano al Apóstol, y el ensayo A propósito de La Edad de Oro, «que tiene el mérito de haber sido el primer libro que se escribiera acerca de la revista, a cuya virtud se añade el de ser el más influyente trabajo en que se afronta teóricamente la literatura para niños y jóvenes», en opinión de la especialista Daisy Valls.
Almendros llega a Cuba hacia abril de 1939. Es hombre de 40 años, con vida hecha en su patria. Lo único que permanecer en ella representa un enorme riesgo: está tildado de «rojo»y debe emigrar. Primero se refugia en Francia y después emprende un viaje extenso que lo lleva a desembarcar en Cuba.
Su experiencia docente es vasta: ha sido maestro, director de un colegio en León, inspector de escuelas en Barcelona. El es de los que piensan y crean en torno al trabajo, es decir, de los que aman cuanto hacen: escribe y publica sus comentarios, sus juicios de crítico y esteta. Sigue un camino propio, es auténtico.
Almendros cree —y yo quiero creerlo con él, apunta Alejandro Casona en el prólogo de Lecturas Ejemplares— que el buen cuento para nuestra época y para nuestros muchachos ya no puede ser aquel que empezaba diciendo: «Una vez era un Rey…», sino el que empieza todas las horas de todos los días diciendo lisa y llanamente: ‘Una vez era un hombre… ¡Un hombre!
De hacer silencioso y admirable, como la hormiga en su anónima grandeza, el peregrino manchego vive años de soledad en Cuba, años en que el trabajo es paliativo a su inquietud espiritual, hasta que le llegan la mujer y los hijos retenidos en España.
Juan Marinello expresó:
Tuve la fortuna de conocer y tratar largos años al profesor y escritor Herminio Almendros, y guardaré de él el más grato y noble recuerdo.
No se olvide nunca el aporte de Herminio Almendros en el campo de las técnicas del decir y del escribir, en que se hermanaba la ciencia y la gracia.
En el oriente de la Isla coopera con la Universidad de Santiago y en 1947 funda la Escuela de Educación en la Universidad de esa ciudad. A inicios del decenio del 60 se le coloca al frente de la Editora Juvenil de la Editorial Nacional de Cuba. Al celo profesional y gusto artístico suyo agradecen los adolescentes lectores la calidad —selección, belleza, variedad— de los textos que llegan a sus manos.
Quienes lo conocen en el orden laboral, recuerdan la honestidad de sus actos, la rectitud de la personalidad. También, como la escritora Renée Méndez Capote, que «el doctor Almendros era puntual como un reloj bien ajustado; era cortés, amable en grado sumo, humano y de buen carácter; lo único que podía sacar a Almendros de sus casillas eran las faltas gramaticales y una pobre redacción».
Murió en La Habana el 12 de octubre de 1974, hace ahora medio siglo. No lo había abandonado el acento español, pero para entonces, y hacía buena cantidad de años, era un cubano más.
Evocarlo, más que un deber es un acto de justicia, y leer su obra, cualquiera sea la edad que se tenga, una buena oportunidad de recibir un baño de conocimientos de manera amena, como si se conversara con el libro.
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