I
¿Qué significa la vigencia de la obra de Roque Dalton?
En este país, El Salvador, no se ha dejado de hablar de Roque Dalton desde que fue asesinado en mayo de 1975. Y esto, de algún modo, es significativo, porque quiere decir que aún sigue causando problemas. Por lo que dijo, por lo que hizo. Es uno de esos recuerdos endemoniadamente persistentes, habría que afirmar.
El Salvador ha vivido desde 1975 hasta la fecha quizá los años de mayor turbulencia político-social de su historia contemporánea, y me atrevería a decir que también de su historia moderna. En este lapso, que aún no creo que sea prudente fechar en 1992 como su cierre definitivo, se han desplegado (y desquiciado) algunos de los procesos estructurales más decisivos y fundamentales. Si se consideran dos aspectos, la guerra y el eje direccional demográfico hacia el exterior, no es difícil ser cautos a la hora de establecer el carácter del desenvolvimiento nacional desde 1975.
Este período de conmociones estructurales (que corre desde 1975), se supone que ha impactado de forma directa en el territorio de las ideas. La obra de Dalton, que es tal aunque algunos se empeñen en fragmentarla y en empequeñecerla y hasta en distorsionarla quién sabe con qué propósitos, no ha sido ajena al transcurrir del tiempo, el implacable.
Es aquí donde hay que introducir la pregunta por la vigencia de la obra de Roque Dalton. Si por vigencia se entiende que sus postulados y formulaciones principales están intactos y que sólo es cuestión de aplicarlos, pues no, hoy por hoy, la vigencia de ese entramado poético y político-social no es posible. Pero si por vigencia se entiende que la obra de Roque Dalton es una de las importantes interlocuciones que debemos entablar para poder rehacer la perspectiva de recomposición nacional, pues sí, está vigente. ¡Y de qué manera!
El problema es que muchas veces se confunden obra y vida, y parece que no es necesario hacer algunos distingos.
Una obra se hace a partir del decurso de una vida concreta. El que vive fragua su obra. Pero su obra no se reduce a su vida; está abrazada por las coordenadas de su época y es abrasada por los «hierros sociales» en cada momento vivido. Imposible pensar en una obra ahíta de vida. La vida es la serpiente que escarba en el vientre de la obra. Aunque la obra no se haga a espaldas de la vida, siempre trasciende los estrechos límites de quien la ha troquelado. Sólo así puede hacer su andadura. Creer lo contrario sería suponer que el ámbito social es una abstracción, y entonces la cuestión clave sería cómo mantener el equilibrio solipsista en la punta del alfiler.
La obra de Dalton, entonces, se inscribe en esa perspectiva. Roque fue un intelectual, no sólo un mero escribidor de cuartillas o un bardo más o menos relevante. Y esta precisión no es ociosa. Timbrar buenos versos o pujar por ficciones de cierta efectividad son, digamos, destrezas literarias que pueden ir solas, es decir, sin tener una plataforma intelectual, reflexiva, precisa. Y está bien que sea así. Pero la cuestión es que en Dalton la literatura va unida estrechamente a una explícita visión de mundo. Tratar de escindir a Roque Dalton en dos partes contrapuestas (el poeta malogrado y el militante equivocado) es un truco que su obra se encarga de desmentir.
Así pues, la vigencia de la obra de Dalton será tal si logramos dialogar libremente y sin orejeras con ella.
Porque un mal servicio nos hacemos cuando queremos ver el legado intelectual de Roque como una suerte de corpus consistente y perfectamente engarzado en todas sus partes o cuando creemos que es posible entender los textos literarios y político-sociales de este autor al margen del tiempo que le tocó vivir. La poesía, es cierto, dentro del universo de la literatura, tiene un dejo de atemporalidad por el carácter concreto de su formulación estética, pero no es ajena al tiempo-vivido.
Sin embargo, dada la forma atroz en que fue liquidado físicamente Roque Dalton y la época en la que tuvo lugar el hecho, el contexto de la guerra, no puede decirse que su obra sea conocida amplia y totalmente. Se lee la poesía de Roque, debe señalarse, más que ninguna otra de autor nacional. Y eso que se trata de un dispositivo poético que siempre tiende a lo complejo y hasta a lo críptico. Este es un dato duro que corroboran las sucesivas ediciones de su poesía. Desde La ventana en el rostro (1961) hasta Historias y poemas de una lucha de clases (1974-1975) es posible seguir un claro proceso de afirmación poética donde juego del lenguaje, visión de mundo y experiencia personal se han ido depurando y flexibilizando, a tal punto que la mixtura (o collage) de niveles discursivos se halla tan bien acoplada que no resulta conflictiva para el lector común y corriente. Eso respecto a su poesía.
Pero Dalton tiene otras vertientes que aún no han sido suficientemente difundidas. Hay muchos ensayos y artículos escritos entre 1962 y 1974, que se encuentran aherrojados en revistas de difícil acceso ahora. ¿Y por qué es importante agruparlos y difundirlos? Porque no fueron textos escritos a espaldas de su poesía. Fue el hilo que cosió sus versos. Hay que decir, no obstante, aunque esos textos tienen en muchos casos el sabor amargo de la coyuntura político-ideológica, siempre es posible ver al Dalton suelto, heterodoxo. Esquivo, casi. La pasión por ver su país libre de los insoportables grilletes es la sangre que allí corre. Su poesía de esa fuente bebió, no debemos olvidarlo.
En fin, la vigencia de la obra de Roque Dalton puede decirse que aún está en fase de construcción. A quienes fueron sus estrictos contemporáneos les incomodó mucho, aunque ahora la celebren, su histriónica irreverencia (en literatura y en política), y casi logran llevar al basurero su legado. Pero no fue así. Y no por misteriosas razones incognoscibles, sino porque Roque Dalton es hasta el día de hoy el intelectual salvadoreño más audaz que ha habido. He ahí la razón principal de su vigencia.
II
Un Dalton imaginario
Roque Dalton, por suerte, es siempre punto de agenda en el debate intelectual del país.
Para algunos, es parte de un pasado bochornoso que quizá sería conveniente olvidar, aunque esto signifique romper amarras con uno de los filones que más y mejor supo interrogarse acerca de lo que es este puñado de tierra habitada por seres que han hecho del desarraigo un modo de estar en el mundo.
Para otros, Roque es el «santón farsante» que nunca fue.
Para otros más, Dalton es solamente un poeta incomprendido y descuadrado de su tiempo. ¿En el siglo XIX habría sido un corifeo del nuevo proyecto emergente que tuvo, al final, en el café, un fabuloso vellocino de oro? ¿En nuestros días sería un adocenado y vergonzante intelectual empeñado en hacerse acreedor del título del más perfecto de los sicofantes del Parnaso? Si sólo hubiese sido un mero poeta, un poeta sin más, un «poetía», a lo mejor le habría tocado esa patética casaca.
Sin embargo, de poco sirve jugar a la máquina del tiempo y tratar de hacernos un Roque Dalton a la medida. Lo que realmente importa es el Dalton que fue, el presente estricto que vivió. Lo demás son cuentos de camino real.
¿Pero cuál es ese presente estricto que debe considerarse para entender con mayor precisión a Roque Dalton?
Porque es fácil despotricar, lanzar anatemas o coronar con loas a alguien. Viruta verbal parece que es el expediente más a la mano. Lo complicado es poder establecer las coordenadas de época que a cada quien le corresponden. Un esfuerzo en esta dirección implica puntos de partida desprejuiciados, capaces de habérselas con hechos y circunstancias de intrincada dilucidación.
Si Roque nació en mayo de 1935, sin duda que situar adecuadamente su estela intelectual pasa por establecer desde cuándo es posible «leer» a Dalton. Si exageramos la cuestión, tomar como primer texto formal las palabras que leyó a nombre de su curso al graduarse de bachiller en ciencias y letras por el colegio jesuita Externado de San José, en 1952, sería, digamos, una fecha en la que hay ya una forma concreta de entender lo que está haciendo en el mundo. Un primer situarse. Si quisiéramos ser aún más puntillosos, considerar sus poemas de adolescencia podría ser también un recurso. Sin embargo, un afán de esa especie rebasa los propósitos de lo que aquí se pretende, que es un modesto intento de situar únicamente algunos momentos del itinerario intelectual de Roque Dalton.
Circunstancias privilegiadas para poder observar el movimiento real de Dalton son, precisamente, los textos escritos a lo largo de su vida, pero ordenados cronológicamente. Algunos de esos materiales escritos apenas si han tenido circulación o se encuentran francamente engavetados. Otros trabajos, de regular divulgación, sus exegetas más conspicuos (que no más cuidadosos) los han tomado con cierta ligereza.
El legado de Roque Dalton, exige, por su complejidad y, por qué no decirlo, por sus diversas partes más o menos contradictorias, que se le aprehenda sin ambages, pero con honradez intelectual.
Ha terminado siendo, mal que bien, un icono (aunque murió como un paria). Esto que debería ser motivo de orgullo en realidad es preocupante, porque la reverencia a los idolillos es materia de la siempre nefasta hagiografía. Se castra de realidad a los actores concretos y se les coloca en pedestales de los que en vida abjuraron. Y lo peor: se les venera sin conocerlos sustantivamente. En Roque esto es mucho más grave porque su conducta de ruptura y de desafío (en lo creativo y en lo vital) en cada recodo contradice el manto que invisiblemente lo quiere arropar, limándole sus aristas, desmontándole sus posiciones más críticas. O a tildar aquellos haceres creativos y aquellos quehaceres vitales de errores de juventud. Si aún viviera, piensan, se habría corregido. Y todo, para hacerlo potable y así situarlo en un sitio más o menos honorable del Parnaso nacional.
Ese Dalton, no existió. Es un Dalton imaginario. La tarea pendiente, me parece, es acercarnos al Dalton que fue e hizo su obra. Sin miedo a encontrar aspectos desafortunados o circunstancias complicadas. Hay, y que me perdonen los siempre quisquillosos exegetas de toda laya, que hacer a un lado mucha de la papelería que se ha venido acumulando sobre la obra de Roque, y disponerse a estudiarlo a fondo. Sin prejuicios. Con la pasión que se merece. Con la pasión que nos ha dejado flotando en sus páginas y que debemos rehabilitar para pensar mejor este descascarado país.
Las nuevas generaciones tienen pues, como se dice, la pelota en su cancha.
III
Dalton frente a Dalton
Mientras más tiempo transcurre desde la fecha del asesinato de Roque Dalton es posible visualizar con más claridad cuál Dalton es el convocado por los exegetas y cuál Dalton el que habita en sus libros.
Los exegetas quisieran que Dalton no tuviera esquinas mal logradas, énfasis innecesarios. De esa forma, el «análisis» de su obra no sería tan complicado. Porque separar su azarosa vida y sus opciones esenciales de su proyecto literario ha sido, a mi juicio, un yerro fundamental.
Roque Dalton no fue un escritor acomodado, que se dejó llevar por las circunstancias. Luchó a brazo partido por impulsar su proyecto literario. Y esta es una de las características de su quehacer creativo: construyó un proyecto literario.
Labró territorios, descorrió velos, asumió posiciones, y todo, en el marco de ese proyecto literario donde el eje fue la poesía. No hay, hasta la fecha, en nuestro país un poeta (en el amplio sentido de la palabra) que haya llegado tan lejos en sus exploraciones y experimentos. En la América Central, con motivaciones y experiencias distintas, sólo el nicaragüense Carlos Martínez Rivas ha sido capaz de articular un proyecto poético de profundo calado.
El proyecto literario de Dalton casi desde el principio se asió a la dimensión política. Lo que en un primer momento se consideró que era uno más de los poetas comprometidos, al poco tiempo fue adquiriendo un perfil intelectual de múltiples formas que con los años transcurridos está siendo mejor comprendido.
Quienes se dejan asustar fácilmente por las viñetas ahora dicen a voz en cuello que Roque fue una suerte de corifeo (poético, aclaran) de las plataformas político-ideológicas del momento. Y sí, hay que admitir que la obra de Dalton está embadurnada hasta los tuétanos de política. Fue su opción. Un camino que con gran ductilidad desemboca en el panfleto y la diatriba ideologizante y que ha parido centenares de bodrios por todos lados. Pero esto en la obra de Dalton no ocurrió.
Porque una cosa es señalar distanciamiento con las posiciones políticas adoptadas por Roque, digamos, en los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado, y otra muy distinta es afirmar que su poética sucumbió, sin más, al remolino doctrinario al uso.
El ejemplo más contundente que se le espeta a su obra es Historias y poemas de una lucha de clases (1974-1975), que es un amasijo de textos escritos en el marco de la clandestinidad. «Estaba agotado», he escuchado decir a más de algún valiente anti-Dalton. «Iba al despeñadero creativo», dijeron los más quisquillosos de los estudiosos. «Cambió la política por la poesía, ¡transacción imperdonable!», clamaron los más exigentes.
Estos señalamientos, no obstante lo acre y salobre que saben, deben ser atendidos, y no sólo olímpicamente ignorados. Por una razón elemental: la obra de Dalton fue en absoluto conciente de los riesgos por el camino tomado.
Roque no fue que se desesperó y por goma moral se vino a El Salvador a que lo mataran. En las cartas de los últimos años (por ejemplo: la enviada a la dirección del Partido Comunista de Cuba a principios de los años 70, la enviada a Ítalo López Vallecillos en 1972, la que dejó a sus hijos en 1973 ya cuando su retorno era inminente) es claro que no se engañaba, que no soñaba con pajaritos preñados. Sabía que el proceso político salvadoreño, por sus peculiares condiciones, se desenvolvía por escarpados senderos y que nada sería fácil.
Incluso en el prólogo que dejó escrito para una futura antología poética y que está fechado en La Habana, en abril de 1973, pone perfectamente en claro cuál es su postura estética y cómo la relaciona con el acontecer político al que se ve abocado:
Lo que en el fondo quieren decir estos poemas al publicarse en conjunto es: así vio el poeta en su camino el amor, la lucha, la ridiculez de la burguesía, la tierna mitología de sus padres, sus propias dudas, las cárceles, la proximidad de la muerte, las sutilezas conceptuales de la lucha ideológica, el diálogo, el país enajenado, el placer, las lágrimas, la esperanza férrea. Visión múltiple, diversificada, pero siempre parcial, que cobrará su auténtico sentido sólo en el seno de la lucha práctica por la liberación de nuestros pueblos.
Si somos justos con la obra de Dalton, la verdad es que hay que considerar con seriedad estas palabras «finales» escritas por él. ¿Así hablan los dogmáticos? ¿Así tan abiertamente proclaman sus cuitas estéticas y vitales los funcionarios partidarios? Parece que no.
Se ha querido ver un divorcio entre Historias y poemas de una lucha de clases y todo lo anterior. Como si hubiese un abismo en términos literarios; y no es en ese terreno donde está la fisura, sino en la ansiada experiencia guerrillera para la que Roque se había estado preparando no sólo «técnicamente», como es lógico pensar, sino anímicamente.
Su llegada al Ejército Revolucionario del Pueblo ―ERP— estuvo plagada de inconvenientes y malentendidos que el 24 de diciembre de 1973 (fecha de su entrada clandestina a San Salvador) aún persistían. Al dejar de participar en el proceso cubano y decidir internarse en el país su existencia personal daba un giro importante. Y como podía esperarse, esa huella se haría sentir en su producción literaria, en este caso Historias y poemas de una lucha de clases. Pero también en sus escritos políticos.
Sin haber estado aquí, muy difícilmente habría comprendido cuáles eran los candados a romper para poder resolver la nueva vía de la organización campesina. De eso habla, de algún modo, el texto escrito por Roque, en 1974, acerca de ORDEN (Organización Democrática Nacionalista, verdadera red paramilitar patrocinada por los gobiernos militares que durante muchos años amordazó las genuinas reivindicaciones campesinas). O el texto acerca del «ejército nacional» que elaboró en 1974 y donde se traslucía, no obstante el empleo de algunas categorías excesivas, una perspectiva política flexible, que quizá, desde su estancia en Cuba, no habría podido asumir de forma tan explícita y práctica.
En fin, su creación literaria, no sólo su vida, estaba transitando por otros rumbos. Y como había sido su costumbre, navegaba con la banderola del explorador. Considerar que Historias y poemas de una lucha de clases es su obra de madurez, dadas las circunstancias que vivía, sería como tratar de querer reducir su labor poética a lo que mostrara en La ventana en el rostro.
No debe olvidarse que Roque murió vilipendiado por quienes fueron sus compañeros de combate y después despedazado por las aves de rapiña que merodeaban El Playón. No estaba sentandito-como-nene-bien-portado esperando a La Parca; fue a su encuentro. Dalton se arriesgó y se fue a caminar sobre las piedras ardientes del mundo.
Su obra acabó abruptamente sin haberse expandido de forma suficiente: pocos días le faltaron para cumplir cuarenta años de edad.
IV
Un anti-manual para leer a Dalton
¿Hay una manera «correcta» de leer los textos de Roque Dalton? No. Claro que no. Que se lean de cualquier modo. Pero que se lean. Allá cada quien que arme su mejor combinación y su propio itinerario.
Pero algo sí puede asegurarse: después de haberse metido con esas páginas, que exudan pasión, desenfado y anhelos locos, ya no es tan fácil ignorarlas; no considerarlas al momento de repensar este terruño esquilmado que muchos se empeñan en seguir llamando país. Porque Roque Dalton a fuerza de creatividad es uno de nuestros clásicos. Y hablo en el amplio sentido de la palabra intelectual. Un clásico como lo es el ahora olvidado Francisco Gavidia, como el probo Alberto Masferrer, como el originalísimo Euralas Sagatara (Salarrué), como ese titán poético que se llamó Pedro Geoffroy Rivas. Un clásico, sí, uno de nuestros clásicos. Decía el filósofo José Ortega y Gasset que clásicos son los autores que nos dan batalla, con los que no nos cansamos de discutir. A los que enfrentamos y se defienden (con su obra, claro está).
Sé que afuera de este espacio en el que estamos, llamar clásico a Roque Dalton causa escozor, pero qué lástima. Roque, su obra, anda ya de mano en mano. Y aunque parece que eso es sólo mera lectura, que las escandalosas irreverencias de Roque siguen entusiasmando, debe tenerse conciencia que ese Dalton que ahora se lee, no fue un diletante sino un altivo intelectual de raza, y que su lectura exige poner los pies sobre la tierra.
A casi todos nuestros clásicos se les ha tratado con indiferencia desde las instancias del poder vigente, y sólo cuando ya se cree que no pueden acarrear problemas, pues se les va a traer a los anaqueles.
Pero este muertito (Roque) se ha puesto a andar antes de tiempo. ¡Qué muchacho más loco!
Por eso, indicar cómo leer a Roque es inútil. Cada quien se las ha ingeniado. Si se entra por Miguel Mármol (1972), bueno, qué suerte, porque de entrada nos enfrentamos a uno de los trabajos mejor logrados de Dalton, donde han encarnado sus búsquedas. Y donde, además, se puede constatar que su proyecto literario tiene ramales de difícil clasificación. Porque Miguel Mármol no es un texto de ficción ni mucho menos, aunque sin las destrezas literarias de Roque ese texto no habría pasado de ser un simple testimonio más.
Entrar por ese maravilloso libro que es Las historias prohibidas del Pulgarcito (1973), quizá su hallazgo literario más relevante, también le deparan buenas satisfacciones estéticas al que se aventure.
No es extraño que alguien se adentre en Dalton partiendo de Textos y poemas muy personales (1962-1965), y sin dificultad encontrará que hay ya en esas ingeniosas elaboraciones atisbos del Roque Dalton que desembocó en Taberna y otros lugares (1966-1967).
¿Con qué autor salvadoreño podemos hacer este juego de lecturas? Yo creo que se trata de una excepción. Álvaro Menéndez Leal, durante los años 60 y quizá hasta 1975, prometía en su obra estas posibilidades; después ya no, se fue apagando su estrella.
No es exagerado decir que con Roque Dalton la creación literaria, es cierto, tensó su cuerda casi de forma temeraria, pero también no es menos cierto que su aventura creativa es ahora, y para quienes así lo consideramos, una extraordinaria plataforma de lanzamiento para nuevas tentativas estéticas.
V
Dalton como puente colgante
La obra de Roque, si lo vemos bien, es una suerte de puente colgante por el que tenemos que pasar si es que estamos dispuestos a echar a andar replanteamientos sustantivos en materia intelectual e incluso en la dimensión práxica. ¿Colgante? Sí, colgante, porque no se trata de asumir sin más todo el corpus de Dalton y sus variadas tentativas, y porque sería una verdadera insensatez asumir la totalidad de sus presupuestos. Las premisas de las que partía Roque, de algún modo, han encallecido. Él se nutrió de una situación específica que vivía la América Latina en general y El Salvador en particular. No es que su obra deba leerse sólo desde este punto de partida, no, pero resulta imprescindible considerarlo para poder comprender el tipo de «salto mortal» que se propuso en materia estética (y en su poesía, sobre todo) y en el terreno político (que en aquellos años de alucinaciones se le denominó la «vía político-militar de la revolución»).
Pero debe indicarse con toda precisión que Dalton no desembocó abruptamente, es decir de la noche a la mañana, en el escenario del que no saldría vivo.
Su primera estancia cubana, que va de 1961 a 1964, quizá le proporciona la actualización intelectual que en El Salvador le era muy difícil adquirir. Cuba, por aquellos años, era el eje en torno al cual estaba girando la posibilidad de una recomposición social estratégica, que aunque tempranamente se adscribió al imaginario socialista en boga, presentaba características de singularidad que Roque Dalton pudo aprehender sin intermediarios. Él en esos años militaba en el Partido Comunista de El Salvador ―PCS―, pero su experiencia política fundamental, la que lo hizo crecer, se dio en el seno de la sociedad cubana que en esos años se hallaba en una extraordinaria efervescencia. El distanciamiento que se produce entre Roque Dalton y su militancia en el PCS, a partir de 1966 (estancia en Checoslovaquia, y más certeramente de 1967, teniendo al 8 de octubre, la caída en combate de Ernesto Che Guevara, como fecha emblemática), se explica, entre otras cosas, porque las elucubraciones crítico-intelectuales le sugerían que aquellos instrumentos de lucha se habían hecho vetustos.
¿Y en su labor creativa este proceso iba a la zaga? Pues no, para nada. Curiosamente, es en el proceso de construcción de su proyecto literario, que tiene a 1961 y 1966 como lapso que yo denominaría de remezón, por las muchas cosas nuevas, en avalancha, que tiene que enfrentar, y por las diversas percepciones que se verá obligado a mudar e incluso a descartar. De La ventana en el rostro a Historias y poemas muy personales y Los pequeños infiernos (1964-1965) puede captarse con total nitidez que se ha producido no sólo una madurez expresiva en materia poética, sino que también el autor ha construido ya toda una plataforma estética que, si queremos verlo así, contradice, en varios sentidos, la militancia en el PCS a la que aún considera necesaria. Su poesía, en aquel momento quizá su principal formato literario de salida, era un verdadero enjambre de cuestionamientos, rupturas («técnicas», si la palabra no suena pretenciosa). Cuando Dalton se va a Praga, aún en el marco de tareas del PCS, su mentalidad ya es otra.
Es Taberna y otros lugares, que se publica en 1969, pero que se gesta entre 1966 y 1967, el distanciamiento físico facilitado por su residencia en Checoslovaquia y el hecho de viajar por Europa, le aportan nuevos elementos para alejarse aún más del PCS. Y qué curioso, mientras está decidiendo por qué vericueto irse en materia política, y que de seguro sabía estaría lleno de abrojos (porque al romper con el PCS se desvanecía su vínculo político efectivo con el país), tiene la epifanía del Miguel Mármol. Es en Praga, en 1966, donde Roque se enfrenta con el país-concreto, con su historia escamoteada y donde reafirma sus convicciones políticas. Taberna y oros lugares es, pues, casi una decantación estética de aquella epifanía.
Su obra, entonces, no puede explicarse si no se reconstruyen cuidadosamente todos estos jalones políticos y estéticos (en una especie de estira y encoje) que lo van conduciendo a radicalizar sus posiciones.
Y así, para los diferentes momentos de la ajetreada vida de Dalton, su espátula estética ha cavado hondo, o para decirlo en una expresión ya un tanto en desuso, ha preparado las condiciones para sus reacomodos políticos. De esta manera visualizó volúmenes como Un libro rojo para Lenin (1973), del que Historias y poemas de una lucha de clases sería una, como se dice en filosofía, puesta en acto. Allá la poesía reflexionada, aquí la poesía-vivida.
VI
¿Hijos de Dalton?
¿Pero a un autor como Roque Dalton se le puede entender pasando por alto sus yerros? Por supuesto que no. Parte de la revaloración de esta piedra angular del pensamiento y la creación literaria salvadoreños exige que lo tasemos. Porque de lo contrario estaríamos apostando por la nada provechosa ruta de la idolatría. Nada más ajeno a Dalton.
A mi juicio, la crítica a la obra de Roque Dalton, si pretende ser responsable y honesta, no puede dejar de considerar, al menos, los siguientes aspectos: a) sus hallazgos, que en muchos casos es donde algunos se quedan empantanados; b) sus limitaciones, esto es, Roque no escapa al signo de los tiempos donde le toca desenvolverse; c) sus extravíos, que quizá son el punto más delicado, pero que no puede dejar de abordarse. No es cierto que Roque fue por el sendero perfumado de flores, su camino lo hizo a machete, tomó recovecos que no iban a ningún lado, se obstinó en temas y agendas (políticas y estéticas) no siempre provechosas, y d) sus implicaciones, sus significados, para los tiempos por venir. Los nuestros.
De este modo, y sin haber intentado agotar los puntos a discutir, me atrevería a decir, con orgullo y responsabilidad que aún es tiempo de Roque Dalton.
Y esto es lo que quiere decir, íntimamente, el título de la presente exposición: sí, no hay manera de esquivar el bulto, somos HIJOS DE DALTON.
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Leer también «Roque Dalton, pulgarcito de poeta»
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